domingo, 30 de diciembre de 2012

Epístolas morales a Lucilio (3). Séneca.



Decimoquinta.-
La filosofía es saludable para el alma, por eso Séneca inicia su carta que esta afirmación: “Si cultivas la filosofía me alegro”. Lo que equivale a decir que me alegro que goces de buena salud.

Decimosexta.-
Aunque basta iniciarse en la sabiduría para que la vida se haga soportable, es precisa la constancia en el estudio, pues sólo así el alma adquiere rectitud. Qué sino la filosofía, puede “modelar el espíritu, ordenar la vida, regir la acciones, mostrar lo que se debe hacer y lo que se debe omitir.” Y la presencia de los hados, el azar o Dios, no altera la importancia de la filosofía, que “ella nos exhortará a que obedezcamos de buen grado a Dios y con entereza a la fortuna; ella te enseñará a secundar a Dios, a soportar el azar.” Séneca advierte a Lucilio de la conveniencia de vivir conforme a la naturaleza y alejarse de la vanidad, “y cuando quieras saber si lo que pides responde a un deseo natural o a una ciega codicia, examina si puede detenerse en algún punto: si habiendo avanzado un gran trecho, siempre le queda otro más largo, ten por seguro que tal deseo no es natural.”

Decimoséptima.-
La pobreza es necesaria si “quieres consagrarte a tu alma”. Y también la pobreza puede practicarse a través de la frugalidad. “En consecuencia no hay que amontonar […] se puede llegar a la filosofía aun sin viático.” Tan penosa es la riqueza como la pobreza cuando el vicio “no está en las cosas, sino en la propia alma.”

Decimoctava.-
Las Saturnales de diciembre: nos cambiamos de vestido abandonando la toga por razones de placer y de fiesta. Mas también en tales momentos es necesario ofrecer “señal de mayor fortaleza: mantenerse seco y sobrio, cuando el pueblo está ebrio y vomitando.” Pero sin incurrir en la destemplanza de singularizarse y huir del contacto con todos. “Realizar las mismas cosas, pero no del mismo modo.”
Anima Séneca a Lucilio “a tener trato con la pobreza” que es “anticiparse a los dardos de la fortuna”, para ello conviene elegir unos días en los que mantenerse con lo indispensable, siendo a este respecto Epicuro el ejemplo a seguir, el cual se gloriaba de mantenerse con menos de un as (moneda antigua de muy escaso valor en la época de Séneca), al día. La carta termina, como todas, con un consejo: apartémonos de la ira que nos lleva a la locura.

Decimonona.-
“Hemos vivido en mar agitado; muramos en el puerto.” El retiro a la vida privada se hace imprescindible si no quieres envejecer en medio de la agitación y el aturdimiento. Ciertamente Lucilio, de origen humilde, había logrado ascender hasta desempeñar procuradurías y otros importantes cargos. Séneca le aconseja que prepare su retiro.

Vigésima.-
El retiro que Séneca aconseja a Lucilio en la carta anterior, ha de ir acompañado de un estudio de la filosofía para que aquel apartarse de la agitación de los cargos, tenga sentido. La carta es una de las más bellas joyas de la orfebrería senequista. Si “la firmeza del alma” corre paralela “a la disminución de los deseos”, aquella se enseñorea de las palabras que los hechos refrendan. Ajustar la vida al pensamiento, esa es la “ruta” misma, sin que importe la longitud de los pasos. La inconstancia hace a los hombres débiles porque “no saben lo que quieren, sino en el preciso momento en que lo quieren […] Nuestra opinión cambia diariamente y se muda en la contraria, y la mayor parte de los hombres pasa la vida en este juego.” Sólo perseverando en la “obra comenzada” alcanzará el hombre la cumbre, “o aquella altura que sólo tú sabes que no es todavía la cumbre.”  Inmediatamente Séneca muestra el camino: la pobreza no sobrevenida sino buscada. Sobre “un jergón y [en] harapos” el hombre se convierte en testigo y maestro de la verdad. Hay que “despertar del sueño nuestro alma” y mostrarle que “todo el que viene al mundo recibe la orden de contentarse con leche y pañales”. La carta aboca a una profunda reflexión. Así, en el penúltimo párrafo, Séneca incide en la preparación necesaria para llegar a la buscada situación de pobreza, empresa que si bien es materialmente sencilla, encierra una profunda transformación del espíritu.

Vigésima primera.-
A Lucilio le retiene “lo grandes que son las cosas que has de abandonar […] el brillo de esta vida a la cual debes renunciar”, para alcanzar la seguridad de la vida retirada y de la sabiduría. Séneca es tan consciente de la importancia que posee su propia figura y de la universalidad de su filosofía, que le ofrece a Lucilio la inmortalidad de su nombre por ser el destinatario de esta correspondencia. Tal como Séneca lo aventuró, ocurrió; que Lucilio no sería más que un intrascendental funcionario romano, de no ser por Séneca. A continuación el estoico habla de Epicuro y su clasificación de los deseos, a saber, los necesarios, los naturales y los que solo sirven para aumentar el placer, los superfluos podíamos llamarlos.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Un mundo feliz. Aldous Huxley.






Trescientos fecundadores obrando en silencio a la vista de un grupo de rubios e imberbes estudiantes recién ingresados en el Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres. La temperatura de los gametos en función de la sangre, espermatozoides en libertad, óvulos fertilizados y el método Bokanovsky, capaz de multiplicar por noventa y seis al embrión inicial. Atrás quedan los viejos tiempos en los que de vez en cuando “un óvulo se escindía… accidentalmente”. Ahora un solo óvulo Bokanovsky daba lugar a 96 gemelos. Sin embargo, los límites de la ciencia impedían bokanovskificar el mundo. La marca record del centro de Londres es dieciséis mil doce mellizos divididos en ciento ochenta y nuevo grupos, procedentes de un mismo ovario. Todo transcurre con milimétrica precisión: la velocidad con la que avanza el tren en el que viajan los quince estantes de frascos, cada uno de los cuales habrá de ver la luz en la Sala de Decantación doscientos setenta y siete días después; la molesta tendencia del embrión a la anemia que requiere dosis masivas de… Pero no, no se trata simplemente de clonar seres humanos, de copiar genes, sino de intervenir condicionando para alcanzar aquello que se necesita: un Épsilon no necesita ser inteligente y para lograr que no lo sea, basta con restringir su consumo de oxígeno en el período de incubación. 


Los Delta, una casta del grupo Bokanovsky, viste de color caqui y son educados en el más estricto reflejo condicionado de Pávlov: flores y descargas eléctricas, libros y fuertes ruidos. “Lo que el hombre ha unido, la naturaleza no puede separarlo”. Los Delta son una casta baja y no se puede correr el riesgo de que pierdan el tiempo con flores y libros. La distancia, abismal, existente entre los Alfas y los Epsilones, se moldea sin tocar los genes. No hay ingeniería genética, pero la palabra “hogar”, remoto hábitat de los humanos vivíparos, causa palidez y mareos.




Henry Foster es un joven rubio y coloradote; Lenina Crowne es una chica neumática. Ambos pasean a bordo de un helicóptero y tienen siempre a mano un centímetro cúbico de soma que cura diez sentimientos melancólicos. Bernard Marx es un Alfa con el aspecto de un Gamma lo que condiciona su trato en una sociedad jerarquizada en castas, donde los inferiores saben que están ante un superior por el aspecto muscular. Es ese el condimento esencial de su rebelión: la disfunción entre el cerebro y el cuerpo. Pero Bernard no está solo, hay alguien más, otro Alfa, Helmholtz Watson, que también tiene conciencia de su individualidad, del absurdo encerrado en el lema “todo el mundo pertenece a todo el mundo”. La búsqueda de la singularidad del yo interno que trata de realizar Bernard, escandaliza a Lenina. Y también al director de aquel, en cuyos labios descubrimos que los Alfas han sido condicionados para que tengan un comportamiento infantil, hay que mantener a raya a un cerebro cualificado.




Bernard y Lenina viajan a la reserva salvaje de Nuevo Méjico: el hombre en estado primitivo, antes del advenimiento del mundo feliz. Allí se produce un encuentro relativamente inesperado: Linda, una Beta que trabajaba en la sala de fecundación, hacía años que vivía con los salvajes, después de que durante una visita se perdiera y sufriera una accidente. Linda no podía regresar porque había tenido un hijo, algo que se consideraba absolutamente indigno en la sociedad de la que procedía. Y aquella en la que vivía, la sociedad de los salvajes, tampoco podía aceptar a su hijo, John, un albino nacido de la falta de precaución entre una Beta y un Alfa. Diferencia y soledad siempre van juntas. Pero, el caso tiene un evidente interés científico: Linda y John han de ser repatriados al mundo que pertenecen.




Nadie puede hacer nada por Linda, su rejuvenecimiento es imposible. Poco importante que el abuso en la dosis de soma le reduzca la vida a un par meses. Bernard, gracias a su ascendencia sobre el salvaje John, adquiere un importante protagonismo social que le colma de satisfacción, el satisfecho ego de la individualidad. Pero ese globo de vanidad en el que Bernard flota, se desinfla  poco a poco a medida que el salvaje, John, pierde la curiosidad por la nueva sociedad y se incrementa su amor por Lenina, un amor salvaje, naturalmente. Nada de eso es comprensible para Lenina que se limita a ofrecerse como un “trozo de carne”, que John rechaza con repugnancia.




Quizá sea el episodio de la muerte de Linda una de las páginas que mayor confusión provoquen en el lector. El dramatismo histriónico de John ante la pérdida de su madre se contrapone, acertadamente, con el descondicionamiento de los niños ante la muerte en la nueva sociedad. John en su desesperación decide convertirse en héroe y trata de liberar, de mostrar dónde está la auténtica libertad, a unos Deltas que hacen cola para conseguir su dosis de soma. Como no lo entienden, John la emprende a puñetazos y llega una policía que utiliza sprays de soma y pistolas de agua con anestésicos.   




“La gente es feliz… Está a gusto, a salvo; nunca está enferma; no teme la muerte; ignora la pasión y la vejez; no hay padres ni madres que estorben; no hay esposas ni hijos ni amores excesivamente fuertes. Nuestros hombres están condicionados de modo que apenas pueden obrar de otro modo que como deben obrar. Y si algo marcha mal, siempre queda el soma. [Y es que] la felicidad nunca tiene grandeza.”  Y también hay un remedio para aquellos ciudadanos que han logrado desarrollar un grado de individualismo incompatible con el mantenimiento de la comunidad, el destierro a una isla. Tiene mucho sentido poner en un mismo lugar a todos los garbanzos negros. En la nueva sociedad los valores propios de la verdad, la belleza o el conocimiento, han sido abandonados por otros que posee un mayor peso social: la comodidad y la felicidad. Veamos. Si al hombre medio le dan a elegir entre la verdad y la felicidad, hay una probabilidad muy próxima a la certeza de que fuera esta última la ganadora. ¿Y no identifica la mayoría de la gente la felicidad con la comodidad? Pero también hay hueco para quien invoca su derecho, naturalmente que individual, a la desgracia y el tormento. La muerte sigue siendo el más seguro de todos los refugios y el único camino hacia la soledad.   
  • Nada ha de ser demasiado intenso o prolongado.
  • Para el hombre antiguo, el vivíparo hogareño, la necesidad tenía una sola salida.
  • En el mundo de hoy, una palmadita en el trasero es una muestra del convencionalismo más estricto.  
  • La hostilidad que suscitan los defectos físicos.
  • Se recupera kilo y medio de fósforo por cadáver adulto. Es estupendo pensar que somos socialmente útiles aun después de muertos.
  • Niños limpios y hermosos, en el interior de un frasco.
  • Sin malos olores, sin suciedad, todo limpísimo, aséptico.
  • Y nadie se encontraba solo, porque todos vivían juntos, alegres y felices.
  • Tres gramos de soma y dieciocho horas fuera del mundo real.
  • Que la gente se sienta atraída por las cosas nuevas, no por las antiguas.
  • La gente ahora nunca está sola. La inducimos a odiar la soledad: disponemos sus vidas de modo que resulte imposible estar solos.
  • Un hombre civilizado no tiene ninguna necesidad de soportar nada que sea desagradable.
  • Una civilización no puede ser duradera sin contar con una importante cantidad de vicios agradables.
  • La nobleza y el heroísmo son síntomas de ineficacia política.
Es sorprendente que la novela después de más de ochenta años, no haya perdido actualidad. Si cabe la ha incrementado. El mecanismo igualitario de la esclavitud genética a cambio de una felicidad, bobalicona ciertamente, pero felicidad al fin y al cabo, fija un orden social absoluto. Uno se pregunta si no será uno de los males de la sociedad actual el desorden que en ella impera y si ese desorden no tendrá algo que ver con un individualismo que se ha convertido en un valor absoluto. Algo podemos aprender, todavía hoy, de esta gran alegoría que es Un mundo feliz.

jueves, 13 de diciembre de 2012

El seudónimo de Antonio Salinero.




El fallo de un premio literario. El aire turbio de tan respirado. La plica con un apartado de correos. El escritor en busca y captura. No hay ninguna norma que obligue al autor a ser congruente con su obra. Es más, debe no serlo. El narrador nos alerta que el protagonista finge. Tres amigos en una noche de farra constituyen la sociedad, Linero S.L., cuyo objeto social es escribir novelas bajo seudónimo. El producto tiene aceptación y el tal Andrés Linero consigue enseguida caché literario. Tres socios, Javier Martín, Juan Galeras y Ramón Laxe, tres autores heridos por las letras. Individualidades, al fin y al cabo, que tirarán de la cuerda en direcciones opuestas. El autor cede la voz a cada uno de ellos. Javier, químico de laboratorio y dotado de un retorcido bigote, se muestra partidario de mantener la farsa. Juan, funcionario de ayuntamiento y en franca caída depresiva, se siente el verdadero creador literario. Ramón, el gallego que exhibe el alivio de no sentir como los otros -velada sospecha de homosexualidad-, cree que el éxito de Andrés Linero se debe a su talento para la creación de personajes verosímiles. Juan explora su declive físico y psíquico ante el espejo, se exalta ante la forma en que debe darse a conocer la autoría que se esconde tras el seudónimo y pisotea su autismo.




En esta calma chicha de personajes, de pronto un periódico anuncia que el autor Andrés Linero será entrevistado en televisión. Y así es. El personaje que sale en la pantalla es Andrés Linero, un borrachín de Granada que Juan conoció hace años y cuya identidad tomó prestada para bautizar al grupo de la péndola. El tal Andrés Linero toma el dinero del premio y vuela. Juan sale detrás.
Probablemente sea la voz de Clara uno de los mayores aciertos de la novela. La frescura que transmite se echaba de menos a estas alturas de la narración. Ciertamente, Clara es injusta con Javier, pero el autor logra transmitir la sensación de que en todo caso se lo merece, por gilipollas. Sin embargo, la entrada de Beatriz en la novela resulta anodina. En realidad el autor no aprovecha ninguno de los dos personajes. Tal vez el punto de vista de Clara hubiera sido muy interesante.
Juan acaba por encontrar al viejo y borracho Linero. Este se burla y hace una proposición indecente para un escritor: trabajar de negro. Juan le golpea. Linero cae. La sangre forma charco. Juan acaba de matar a la gallina de los huevos de oro. O tal vez no.
Hay, no sé explicar por qué, un inicio cervantino. Le sigue un interesante enredo metaliterario: la elección de la voz que ha de servirnos de guía. Gana la novela en ritmo, pero pierde su sentido. La voz de Juan no poliniza y todo acaba con un farragosísimo dictamen forense.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Escaparate de Navidad.




Novelas. Stefan Zweig.
Se reúnen en un volumen de tipo “ladrillo” las novelas y relatos del escritor vienés. El volumen contiene: Ardiente secreto, Carta de una desconocida, Los ojos del hermano eterno, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, El candelabro enterrado, La impaciencia del corazón, Novela de ajedrez, La embriaguez de la metamorfosis Miedo, Confusión de sentimientos y Clarissa. No están todas, pero casi. Las traducciones son de distintos autores, lo cual me parece una buena idea si son, como parece, de calidad. Pasta dura y papel amarillo. Es una lástima que a la edición le falte un prólogo, se echa en falta. Habrá que conformarse, qué remedio. Son, en todo caso, más de mil quinientas páginas de magnífica literatura por menos de cincuenta euros. En fin, si tienes dos abrigos, vende uno y cómprate el libro.



Tiempos del Quijote. Francisco Rico.
Lo de Francisco Rico se está convirtiendo en una obsesión por el hidalgo manchego. Ya publicó un libro impagable El texto del Quijote en 2006, pero ahora bajo el pretexto de “Tiempos del Quijote”, aborda una cuestión que parece apasionante: la paradoja que encierra el Quijote, que es hoy más que ayer, pero también menos. El filólogo catalán hace un incomible esfuerzo por buscar el punto medio, el del equilibrio, que nos permita leer sabiendo que tenemos entre las manos un mito, que, como todos, ha sido expuesto a la luz y las sombras de los tiempos transcurridos. Si te gusta el Quijote, Francisco Rico es el autor. Editorial El Acantilado. Precio: 22 €.
Polen. Rob Kesseler (Artista) , Madeline Harley (Autora).
“¡Lo nunca visto!” Así de claro os lo digo. Y no miento. Las fotografías que ilustran el libro, muchas a toda página, son asombrosas: la estructura de ese polvo mágico que es el polen y que tantos quebraderos de cabeza causan a los alérgicos. El texto explica la sexualidad de las flores y tiene un alto contenido científico, de manera que para seguirlo a veces es necesario leer despacio y ampliar el contenido. Pero en líneas generales es accesible y muy ilustrativo. Ahí va un ejemplo: la esporopolenina es la sustancia de la que está compuesta la pared externa de los granos de polen y es conocida como el diamante del mundo vegetal por su dureza. Editorial Turner. Precio: 40 €.




El Madrid de Emmy Klimsch 1919-1940. Karim Taylhardat.
Este libro no es una novedad, pero estaba en la mesa de novedades. Está editado en 2011 y por una editorial bastante rara: Temporae.  Recoge una nutrida selección de las fotografías estereoscópicas (en placas de cristal) que la fotógrafa alemana Emmy Klimsch tomo de Madrid entre 1919 y 1940. He de confesaros que compré el libro porque la primera fotografía que vi, representaba un grupo de personas alrededor de una escultura en nieve del gran estadista y político José Sánchez Guerra (el de la famosa bofetada al general Aguilera en los pasillos del Congreso de los Diputados allá por el año 1922) Era imposible sustraerse a semejante descubrimiento. La fotografía está tomada en 1930, tras el exilio durante la dictadura de Primo de Rivera. Precio: 20 €.



  
La memoria y el fuego. Jorge Valadas.

Habla de un país, Portugal, que es la espalda de Eurolandia, con ese calificativo se refiere el autor a Europa. De lo que ha sucedido y está sucediendo. De sus políticos que faltos de dignidad convierten la hipocresía en la virtud de la mediocridad. António Manuel de Oliveira Guterres y Durao Barroso no salen muy bien parados. Pero Valadas se adentra mucho más allá de la hueca cáscara de la nuez de la política. Sabe abrir su pensamiento al milagro de Fátima, a los centros de internamiento de inmigrantes, a los incendios forestales o a los problemas de José Sócrates Carvalho Pinto de Sousa (primer ministro portugues hasta el 2011) con el diploma de sus estudios. Tiene uno la impresión, y eso es mucho en los tiempos que corren, de que estamos ante una pluma verdaderamente independiente. Editorial Pepitas de Calabaza. Precio 11 €.



                                        
El libro de Aladino. René R. Khawam.

Para quien no conozca a Khawam, diremos que se trata, probablemente, del más importante arabista de los últimos tiempos hasta su desaparición en el 2004. Hizo la versión "canónica" de las Mil y una noches, en la cual no se incluyen ni las aventuras de Simbad ni la lámpara de Aladino. Por fin tenemos en castellano su versión del libro de Aladino. Todo parece indicar que se trata de un cuento oral que nos ha llegado a través de la versión de Galland, quien lo recogió allá en el año 1709 del narrador sirio Hanna Diap. Os puedo asegurar que no hay muchas oportunidades de hacerse con una joya como esta. Editorial Edhasa. Precio 17'50 €.



 Todo a mil. Javier Gomá.

A Javier Gomá lo conocemos de haber leído sus columnas en la prensa. Se reúnen en el libro "33 microensayos de filosofía mundana", según reza el subtítulo. La idea de constreñir el pensamiento a un millar de palabras es, cuando menos, arriesgada, y lo cierto es que Gomá sale airoso del envite. Naturalmente que hay "microensayos" mejores y peores, pero los sobresalientes, que son unos cuantos, compensan sobradamente cualquier esfuerzo. Fino, inteligente y observador. Mucho, a la vista de la ramplona realidad que nos circunda. Galaxia Gutenberg. Precio: 16’50 €. 
 


jueves, 29 de noviembre de 2012

Epístolas morales a Lucilio (2). Séneca.




Octava.-
No es la indolencia lo que le lleva a Séneca a aconsejar separarse de los hombres, sino el cuidado del alma, pues “nada, excepto el alma, es digno de admiración, para la cual, si es grande, nada hay que sea grande.” Séneca se siente más útil en su retiro, ocupándose de las enseñanzas que han de preparar el futuro de los hombres, que en medio del senado o prestando su sello para legitimar un testamento.


Nona.-
Séneca nos habla de la interpretación que la escuela de la Estoa debe dar a la afirmación de que el sabio se basta a sí mismo. Igual que su sabiduría le lleva a no desear los miembros que le faltan (por amputación o pérdida), pero prefiere que no le falten; así este mismo sabio se basta a sí mismo, no porque desee estar sin amigo, sino porque puede estarlo. A pesar de todo, el sabio anhela tener un amigo “para tener por quién poder morir, para tener a quién acompañar al destierro, oponiéndome a su muerte y sacrificándome por él.”  “Sólo al sabio complacen sus bienes”, porque el necio no sabe usarlos y aún teniéndolos carece de ellos. El sabio sabe que todos sus bienes “están conmigo” y ha preparado su espíritu para “no considerar como un bien nada que se nos pueda arrebatar.” Una preciosa carta.


Décima.-
Insiste Séneca en lo acertado de huir de la multitud. “No encuentro a nadie con quien preferiría que estuvieras antes que contigo”, le manifiesta a Lucilio. La soledad aprovecha a quienes buscan la sabiduría y traiciona a los necios. Cuida de que nada te deprima y renueva tus votos a los dioses. Aquí Séneca se detiene para hablar de la plegaria a los dioses y condensa su pensamiento en una bella máxima: “Vive de tal suerte con los hombres como si Dios te contemplara, habla de tal suerte con Dios cual si los hombres te escuchasen.”

Undécima.-
No puede la sabiduría más que atemperar aquellas cualidades que dependen de la naturaleza. En todo caso elegir a alguien como modelo ayuda a corregir defectos y evitar vicios.


Duodécima.-
Séneca ha cumplido sesenta y dos años, una edad avanzada para aquella época. El estado de la quinta que posee en las afueras de Roma, le muestra, como un espejo, su propio reflejo. Comenta a Lucilio las ventajas de la vejez y ante la interpelación de la muerte afirma que “nadie hay tan anciano como para no aguardar razonablemente un día más”.


Decimotercia.-
Alaba Séneca a Lucilio que ha dado muestras de entereza: “ya te lisonjeabas bastante ante la fortuna”. Como buen estoico Séneca no se atemoriza ante la muerte, conoce su difícil situación en los círculos del emperador con Tigelino conspirando en su contra y sabe de la debilidad de Nerón. “Son más, Lucilio, las cosas que nos atemorizan que las que nos atormentan, y sufrimos más a menudo por lo que imaginamos que por lo que sucede en la realidad.” Conviene examinar si las “cosas tienen peso por sí mismas o a causa de nuestra debilidad.”  ¡Cuánto debía de saber Séneca del mal que ronda! Y pese a ello dice: “Aun cuando alguno tenga que venir, ¿de qué sirve adelantarse al propio dolor? Con suficiente prontitud te dolerás, cuando llegue; mientras tanto augúrate una suerte mejor.” Y para el peor de los casos cuando el miedo esté justificado, entonces es cuando hay que acudir al vigor del alma que sabe moderar el miedo con la esperanza. Impresionante epístola a la vista de la cierta situación de peligro en la que se encontraba Séneca.


Decimocuarta.-
“De esta manera debemos comportarnos: no como si tuviéramos que vivir para el cuerpo, sino como quienes no pueden hacerlo sin el cuerpo.” Un simple ejemplo de la actualidad del pensamiento de Séneca. Pero los hay también de la profundidad de su sabiduría. De los tres temores que puede sufrir el hombre, a saber, la enfermedad, la escasez y la violencia del más poderoso, es este último es el más temible, porque nos somete con “su sola exhibición y dispositivo”.  Por eso el sabio no debe provocar la cólera de los poderosos y esquivar “el poder político que podría perjudicarle, evitando ante todo el parecer rehuirlo”. La fina observación de Séneca es encomiable, pues inmediatamente aclara que “uno condena aquello que rehúye”, y a buen seguro que acaba por trasmitírselo al rehuido.
Más difícil parece protegerse del vulgo. El consejo es absoluto: “que tu vida represente el mínimo botín posible.” Porque “son más numerosos los que echan cuentas que los que odian.” Para lo demás, y la envidia es motivo de clara preocupación para Séneca, “acojámonos a la venerable y sagrada filosofía” que “no menos perjudica ser despreciados que ser admirados”.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Adiós a Berlin. Christopher Isherwood.



Christopher Isherwood nacido en 1904 en el norte de Inglaterra, cerca de Manchester, adquirió en 1946 la nacionalidad estadounidense y murió en enero de 1986 en su casa de Santa Mónica, California. Hijo de familia acomodada, pero distante, muy pronto construyó un mundo imaginario en unión de amigos como el novelista Edward Upward. En 1930 viajó a Berlín donde trabajó dando clase de inglés. Aspectos como la homosexualidad y el comunismo están presentes en sus trabajos literarios. En 1938 viajó a China con su amigo, el poeta W.H. Auden y posteriormente emigraron juntos a Estados Unidos. A partir de ese momento Isherwood profesó el hinduismo, llevando a cabo una nueva traducción al inglés del Bhagavad Gita.


Diario berlinés (Otoño 1930)
Eso que siempre hay. Aquello que logra desnudar el sentimiento que un día dejamos prendido de la percha de un probador. Estoy hablando de lo perturbador que resulta que a uno le recuerden que está en una “ciudad extraña, lejos de casa, solo”. Herr Issyhvoo, un inglés triste, vive en la casa de huéspedes de Fräudelin Schroeder, un viejo piso berlinés, donde ahora su dueña vacía orinales en lugar de tazas de té. El cuarto de Herr Issyhvoo conserva en la alfombra y en el papel pintado el recuerdo de otros moradores, cuyas historias desgrana Fräudelin Schroeder con detenida cadencia. Ella habla del pasado. Él enferma de futuro. Ella todas las mañanas echa las cartas con Fräulelin Mayr. Él necesita un sombrero para salir a la calle con dignidad. Fräudelin Mayr es de Baviera, artista de variedades y nazi convencida. Odia a la vecina de abajo, una tal Frau Glanterneck, judía de Galitzia. Herr Issyhvoo da clases de inglés a Hippi Bernstein. La familia es rica y parece judía. A veces Herr Issyhvoo recibe una moneda de oro de cinco marcos, no un billete, no, sino una moneda de oro. Parece significativa esa unión del oro y los judíos.

Sally Bowles.
Chris, Fritz y Sally. Fritz se porta como un héroe y le presta diez marcos a Sally. Pero a Chris (Issyhvoo) el café puro de Fritz le sienta como si fuera veneno. Sally canta en el Lady Windermere, aunque tiene una voz baja y bronca y un aspecto extraño, la indiferencia de su sonrisa le da un aire que resulta impresionante. Es Liza Minneli en Cabaret. A Chris no le gustó. Sally come criadillas (huevos crudos con salsa inglesa), tiene diecinueve años, las manos de una vieja y las uñas pintadas de verde. Sally ya sabe que “los hombres de este país…, todos, quieren llevarte a la cama por un caja de bombones” y que el dinero hace que mires a la gente de otra manera. Esta enamorada de Klaus Linke, el pianista que acompaña las canciones de Sally en el Lady Windermere. Pero él se va a Londres y le envía una carta de ruptura. Chris la consuela y entretiene. Juntos sueñan: ella, actriz; él, escritor. Conocen a Clive un tipo “que se bebía media botella de whisky antes del desayuno”, alguien que siempre se estaba preguntando si entraba o salía de los sitios. Era rico e inconsecuente. En unas pocas semanas, voló; y Chris y Sally discutieron sobre la huida de Clive: Sally dice que los hombres no le duran y Chris que está equivocada que él es el ejemplo. Clive les deja trescientos marcos que servirán para pagar la clínica donde Sally va a abortar. Es hijo de Klaus, pero Chris hará de padre de un niño que no va a nacer. Sally y Chris se separan sin haber llegado nunca realmente a estar juntos. Quedan un par de postales en seis años. Y en medio la historia de un timador que resultó ser un loco tranquilo.

En la isla de Ruegen.-
Fue durante la época nazi cuando se inició la construcción del puente que une la isla al continente. “El Báltico tibio y poco profundo”, en la isla de Ruegen. Allí está Chris, de nuevo en una pensión. Hay un chico alemán que usa extensores y un inglés de marcadas venas en las sienes: Otto y Peter. La historia de Peter, tan anodina como una discusión en el interior de un pajar. Otto es capaz de sacar el acoso de la mirada de Peter y aunque nada tenga que ver con el universo del inconsciente, Otto es el nuevo analista del maníaco-depresivo Peter. La playa está llena de “verdaderos tipos nórdicos”, de sillas con gallardetes. Peter se siente un poco fuera de lugar, “una de mis abuelas era medio española”. La llegada de un cirujano nazi (del tipo que conoce la maldad humana por el estado de las amígdalas), precipita las rencillas entre Peter y Otto que concluye en riña de la que Chris es mero espectador: “Era divertido y a la vez desagradable, porque la ira les afeaba las caras…” Las escaramuzas entre Peter y Otto proliferan. Chris hace compañía a Peter de la misma forma que si fuera una luz encendida.

Los Nowak.-
Herr Christoph acude a visitar a Otto en Berlín, en la Hallesches Tor. Otto le convence para que viva con su familia y Christoph se convierte en huésped de los Nowak. A este inglés lo que le gusta es husmear en las pensiones. Los Nowak son cinco. Además de Otto, está Lothar, el hijo mayor, que trabaja en un garaje, estudia para ingeniero y simpatiza con los nazis. Frau Nowak añora los tiempos del Kaiser. Grete la hija menor colecciona cromos de flores. Otto aboga por la revolución comunista, parece que secundado por su padre, Herr Nowak. A los dos les gusta contar historias. La casa la visitan un inspector y una enfermera que reprochan a Frau Nowak las condiciones de habitabilidad de la buhardilla y el hacinamiento. También acude un sastre judío que vende ropa a plazos. Frau Nowak confían en que Hitler le ajuste las cuentas al judío trapero, pero sin meterse con ellos (un sentimiento que debía de estar muy extendido en la época). Había allí un estrépito de selva y los domingos eran los días más largos.  Frau Nowak acaba por ingresar en un sanatorio y Herr Christoph toma distancia de su experimento abandonando la casa que queda en manos de Herr Nowak y la niña Grete. Otto y Christoph acuden al sanatorio a visitar a Frau Nowak. Es un lugar donde las mujeres, violentadas por los hombres y la sociedad, descansan. Las mujeres enardecidas por la visita de los hombres, embotan los sentidos de Christoph.

Los Landauer.-
Los nazis persiguen judíos en las noches del otoño de 1930 en Berlín. Christoph recuerda que posee una carta de recomendación para la familia judía de los Landauer. Natalia Landauer tiene dieciocho años y habla como un cotorra, una sabelotodo que quiere ajustarle las tuercas a la vida. Bernhard es el primo de Natalia y vive en un piso protegido por cinco puertas y cubierto de estatuas griegas, indochinas y un buda a los pies de la cama. A Christoph le parece un hombre fatigado, quizás cansado de la vida. En la oficina Bernhard es una luz azul: el mejor modo de ocultarse. La mezcla de sangres de la que es portador Bernhard le aconseja la disciplina como única salida. La pureza que proporciona los siglos en libertad de Gran Bretaña, predisponen a Christop a los experimentos: Sally versus Natalia. Bernhard y Christop: el sentimentalismo judío que da la espalda al mundo y la flema inglesa que no puede reprimir su hostilidad hacia cualquier manifestación de debilidad. Hasta cierto punto es la misma canción, como en el final de Los maestros cantores, Die Meistersinger, la ópera wagneriana. Ahora sabemos que la relación de Christop con los Landauer se remonta a la época en la que vivía en la pensión de Fräudelin Schroeder y que se mantuvo con altibajos en el período Nowak. Un poco después de mayo de 1933 Bernhard muere de un infarto al corazón que le causa una bala seguramente fabricada en Alemania.

Diario berlinés (Invierno 1932-1933).-
Fräudelin Schroeder odia el frío y en infierno se pega a la estufa de azulejos. Un carnicero que se permite el lujo de humillar a una señora. La inmensa credulidad de la gente estúpida. Un comunista que aspira a cambiar el color de la estrella de navidad al año que viene, un nazi borracho que pide sangre y otro que agita la hucha recaudadora antes de dejarla caer sobre las cabezas. El berlinés comienza a acomodarse a los nazis como un “animal que pelecha en invierno” y el inglés piensa en el gran parecido que la cúpula de la estación de Nollendorfplatz, tiene con una tetera. Hitler gobierna y Christop se marcha.


jueves, 8 de noviembre de 2012

Don Juan Tenorio. José Zorrilla.

PRIMERA PARTE.-
ACTO PRIMERO.-
Hostería de Cristófano Butarelli. Sevilla. Don Juan escribe una carta, a una mujer será. Buttarelli y Cuitti, el criado de don Juan, hablan de dinero. Los primeros versos: “¡Cuán gritan esos malditos!...”, se han hecho famosos por mucho que a Pérez de Ayala de parecieran de muy dudoso gusto estético.  Estamos a martes, de carnaval por más señas, aunque inmediatamente Ciutti hable de agosto, provocando así una evidente dislocación temporal que en el último acto llega a su cénit. Muy mentiroso parece el criado Ciutti que afirma no conocer el nombre de su amo y ser el padre a quien escribe.
Don Juan pregunta por don Luis Mejía. No es un día cualquiera, es “el fin del plazo”. Butarelli parece solazarse con la inminente reunión. Llega don Gonzalo y pregunta al tabernero por la cita, tiene en interés en asistir a la entrevista. Butarelli le señala la mesa donde les servirá la cena y le indica a don Gonzalo “esotra… [desde donde ver la] escena”, pero don Gonzalo quiere mirar sin ser visto. A falta de aposento (contiguo), antifaz al momento. Don Gonzalo murmura y Butarelli trajina. Se “cierra el plazo”. Aparece otro embozado, don Diego, que también se sienta a esperar la aparición de Tenorio. Ambos, don Gonzalo y don Diego, son guardadores de altos linajes. Llegan más: el capitán Centellas, un tal Avellaneda y otros dos caballeros; en este caso nada tienen que ocultar pues ni se embozan ni usan antifaz; vienen al amor de la apuesta que se dice cruzada entre Mejía y Tenorio. Apuestan encomiando empresas, fortunas y amistades. Comparecen por fin los esperados.
Todos arriman sillas, don Diego y don Gonzalo quedan retirados. ¿Por quién estarán allí, por don Luis o por don Juan? La apuesta versaba sobre “quién de ambos sabría obrar peor, con mejor fortuna”. Don Juan se definirá como “gallardo y calavera” y relata sus aventuras de espadas y haldas por Nápoles y Roma. Flandes y París para don Luis. Guarismos pide don Juan, y cuentan conquistas y muertos. La victoria exalta a don Juan que arriesga el resto: la conquista será esta vez doña Ana de Pantoja, prometida de don Luis, y el muerto uno u otro. Inmediatamente conocemos la identidad de los dos enmascarados que han presenciado la escena: don Gonzalo es el padre de doña Inés, prometida de don Juan,  y don Diego no es sino el padre del mismo Tenorio. Ambos repudian el comportamiento de yerno e hijo. Repudio por repudio y siga la fiesta que siendo tan alta la nueva apuesta, todo vale. Presos son don Juan y don Luis. Es evidente, y así lo ha puesto de manifiesto la crítica, la simetría que Zorrilla establece entre don Juan y don Luis, da la impresión de que Tenorio necesita de un doble como única posibilidad que tiene a su alcance para trascenderse.

ACTO SEGUNDO.-
Don Luis, libertado por las influencias de un primo, sale en libertad y acude presuroso a guardar la casa de doña Ana de Pantoja. Allí encuentra a Pascual, criado de confianza de la familia Pantoja, con quien sostiene un enjundioso diálogo. Merece la pena detenerse en dos puntos que, muy posiblemente, guardan conexión. Aparece la alusión al ingrediente satánico de la figura donjuanesca con una adjetivación ciertamente ambigua: “Mas lleve ese hombre [Tenorio] consigo/algún diablo familiar” (versos 906 y 907). Y, en segundo lugar, la desesperada situación en la que queda don Luis que se ve forzado a deshonrarse para defender su honor, pues no ve otra salida para proteger a doña Ana que pasar la noche dentro de su casa: “Que de esta casa, Pascual,/quede yo esta noche dentro/Mirad que así de doña Ana/tenéis el honor vendido” (versos 966 a 969). La misoginia es la levadura de tan ardiente masa: “Mas yo fío en las mujeres/mucho menos que en don Juan” (versos 986 y 987). El monólogo de don Juan después de haber neutralizado, de forma muy poco caballeresca, la presencia de don Luis en la ventana de doña Ana, es prelación de intereses o deseos donde la fama va antes que la dama. Llega Brígida, en celestina dación de cuenta, poniendo a don Juan “el alma ardiente”, fuego que “me quema el corazón” y reta a continuación a Satanás (“¡al mismo infierno bajara,/y a estocadas la arrancara/de los brazos de Satán!” Versos 1315 a 1317): es el principio del fin. Pero todavía no, que el tiempo en manos de Tenorio da mucho de sí: “A las nueve en el convento/a las diez en esta calle”. ¿Cómo diablos supo don Juan que don Luis y doña Ana para las diez habían fijado su encuentro?

ACTO TERCERO.-
Tampoco sabemos cómo, pero la abadesa ya conoce la decisión de don Gonzalo de la ruptura del compromiso matrimonial, y así se lo dice a doña Inés, la cual responde con un “no sé qué tengo…” aún antes de leer la carta de don Juan, introducida por Brígida en el interior de su libro de oraciones. En la carta don Juan se confiesa enamorado de doña Inés a la que muy probablemente no ha visto nunca y comienza por invocar a “nuestros padres de consuno/nuestra bodas acordaron”. Conviene advertir que aquel compromiso que era cierto en el momento de escribir la carta, es la única verdad que contiene la misiva, el resto no son más que dulces palabras cuya finalidad es “enamorar de oídas”.
Pero nada más concluida la lectura de la carta, suenan las ánimas, e inmediatamente don Juan aparece como si se tratara de un fantasma, de un demonio, aunque “con llave”. La aparición precipita el desmayo que antecede al rapto. El comendador de la orden de Calatrava, que no es otro que don Gonzalo, llega tarde para proteger su honor y la clausura del convento.

ACTO CUARTO.-
“Desde un convento de monjas/a una quinta de don Juan”. Brígida inventa un incendio que doña Inés toma como real, sin captar el sentido figurado con el que la dueña se expresa. Viene a continuación la famosa escena del sofá, que arranca con la mentira de don Juan sobre el aviso que a don Gonzalo ha enviado y culmina con su transformación brusca: de burlador a enamorado. Don Juan se humaniza tras la apelación que doña Inés hace a la “hidalga compasión”. Sea así o no lo sea, parece todo un acierto la llamada de atención que la crítica actual hace a que en el Tenorio todo ocurre en un instante: los personajes son apariciones instantáneas y sus cambios también lo son. Llega don Luis a batirse y, al punto, don Gonzalo acompañado de gente armada. Don Juan logra aplazar el duelo y captar la atención de don Gonzalo al que recibe de rodillas. “¿Qué puede en tu lengua haber/que borre lo que tu mano/escribió en este papel?” (2451-2453), pregunta el comendador seguro de que nada puede cambiar los hechos. Pero Tenorio insiste y saca de su chistera de embaucador la flor de la virtud. Todos dudamos. Parece excesiva esa ofrenda de inocencia celestial de la que reviste a doña Inés: “que el cielo/nos la quiso conceder/para enderezar mis pasos.” Dudamos aún más. ¿Es este un Tenorio nuevo en el que la virtud ha sustituido al vicio, o es el mismísimo Satán quien se ha colado bajo su piel?, “os mofáis de mi virtud […] venza el infierno, pues” (2595, 2603). Don Gonzalo recibe un pistoletazo y don Luis una estocada.
“Llamé al cielo y no me oyó,
y pues sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra
responda el cielo, y no yo.” (2623).

PARTE SEGUNDA.-
ESCENA PRIMERA.-
Don Juan regresa años después y encuentra “el palacio [de don Diego] hecho panteón”. La historia que le cuenta el escultor a don Juan no puede ser más triste. Muertos todos: don Gonzalo y don Luis por la mano de quien ahora regresa y las de su padre don Diego y su prometida doña Inés, por los disgustos de sus acciones. Pero don Juan parece el mismo que se fue y al escultor le exige la llave del panteón con graves apercibimientos: “Y si no me satisfaces,/compañía juro que haces/ a tus estatuas desde hoy” (2889-2691) El soliloquio de don Juan ha sido muy comentado por la crítica. Da la impresión de que es la hermosura de doña Inés la que le ha hecho regresar, “y hoy que en pos de su hermosura/vuelve el infeliz don Juan”. Pero al hacerlo recuerda la inocencia y la virtud que en ella amó, “por ti pensé en la virtud,/ adoré su excelsitud” (2955-2956). Y sin embargo, queda la esperanza, “mi esperanza se asegura,/que oigo una voz que murmura”: don Juan hablando con las estatuas. La de doña Inés se disuelve en el aire y le advierte a don Juan que su alma tiene su “purgatorio/en este mármol mortuorio” (2996). Lo sorprendente es que sea el mismo Dios quien ponga a don Juan ante su última aventura, en este caso de ultratumba: la suerte del alma de doña Inés depende de la de don Juan. Pero ni en esta ocasión le falta el descaro que a los muertos les dice: “No os podéis quejar de mí,/vosotros a quien maté;/si buena vida os quité,/buena sepultura os di” (2900-2903). Máximo cinismo, pues fue don Diego y don Juan quien así obró en la buena sepultura. Y a las sombras o espíritus, inmediatamente después de oír a doña Inés, les lanza fanfarrón: “¡Hasta los muertos así/dejan sus tumbas por mí¡” (3035-3036). Es de resaltar que en el monólogo que sigue a la aparición, don Juan pasa del descaro a la razón y de esta a la desazón hasta bordear la locura de desafiar a las sombras de las piedras. Pero la llegada del capitán Centellas hace a don Juan volver por sus fueros: “Si volvieran a salir/de las tumbas en que están/a las manos de don Juan/volverían a morir” (3157-3160). Siempre don Juan.

ACTO SEGUNDO.-
Cenan el capitán Centellas, Avellaneda, don Juan y…, el mismísimo comendador a cuyo espíritu don Juan invitó en el final del acto anterior. Se burlan de las galanterías que don Juan brinda al sitio vacío y que simulan estar ocupado por el comendador. A base de burlas y desafíos la estatua del comendador acaba por entrar en la estancia y poner a don Juan en antecedentes de que un día de vida sólo le aguarda. Poco plazo parece veinticuatro horas para alma cubierta de tantas culpas. El desatino, cruel destino, le lleva a don Juan a porfiar con el capitán Centellas y Avellaneda que durante la aparición han quedado privados de sentido. Se retan y marchan hacia el exterior.

ACTO TERCERO.-
Este último acto transcurre en un tiempo que parece confuso, entre el humano y el ultramundano. En una especie de antesala donde se decide el futuro de los que agonizan, cual es el caso de don Juan Tenorio. Y no es hasta el último instante cuando don Juan se decide por pedir piedad a Dios y abandonar la mano del Comendador por la de doña Inés. Pero no sin antes conocer todas y cada una de las cartas que sobre la mesa, o balanza, están repartidas. Si el Dios de la clemencia es el Dios de don Juan Tenorio, más merece aquel la alabanza por la paciencia que este por el jolgorio. No me fío de este Tenorio.
                                                             

miércoles, 31 de octubre de 2012

Epístolas morales a Lucilio (1) Séneca.



Unas breves notas antes de abordar el comentario de cada una de las epístolas.
La fecha de su redacción se sitúa entre el verano del año 62 y los últimos meses del 64, la etapa en la que Nerón inició su rivalidad con el Senado y ordenó múltiples ejecuciones.
Es una afirmación bastante común en los tratados, que Séneca dice siempre lo mismo usando palabras distintas, creo que Ismael Roca (véase su magnífica introducción a las epístolas en la edición de Gredos), lleva mucha razón cuando indica que el estilo un tanto entrecortado de Séneca, construido a base de máximas, busca una cuidadosa matización de sus ideas y exige del lector una atenta lectura. Esta es una idea fundamental para cogerle el gusto a Séneca: leer muy despacio, pararse al acabar cada párrafo y retornar al principio con asiduidad. Es decir, nada que ver con la forma actual de leer. Es curioso que Séneca nos permita descubrir lo placentero que puede resultar un rincón tranquilo y apartado, donde no haya más objetos que una silla y este libro cuya lectura ahora comentamos.
Como quiera que Séneca cita muy frecuentemente a Epicuro, puede ser de utilidad un pequeño esquema de la relación entre el epicureismo y el estoicismo. Nuevamente, el esquema se ha tomado de la introducción de Ismael Roca:

Lo que Séneca comparte con Epicuro:
a.- El aprecio por la pobreza.
b.- El retiro e independencia del sabio.
c.- La búsqueda de un modelo ideal.
d.- El imitar o secundar la naturaleza y limitar los deseos.
e.- Aprender a morir.

Lo que Séneca añade a Epicuro:
a.- Que la pobreza ha de ser voluntaria, fruto de una elección no de una necesidad.
b.- La muerte como tránsito.
c.- El retiro espiritual estoico vigoriza el espíritu.
d.- La búsqueda de la felicidad en la virtud y no en el placer.

Un último apunte. La crítica moderna considera falsa con seguridad la presunta correspondencia entre Séneca y Pablo de Tarso, e improbable la conversión de Séneca al cristianismo. Pero, en cualquier caso, es cierto que nuestro filósofo fue la mente pagana que más se acercó al mensaje evangélico.

Puede ser buena idea que leamos una epístola diaria y que las agrupemos por semanas. 


Primera.-
Que mejor modo de comenzar que hablando del tiempo, pues todo “es ajeno a nosotros, tan sólo el tiempo es nuestro”.

Segunda.-
La inquietud por cambiar de lugar el cuerpo, hace enfermiza al alma. Así ocurre también a los que no seleccionan en sus lecturas a los grandes escritores y se pierden por tratar de manejar “todos al vuelo y con precipitación”. Séneca elige una máxima de Epicuro, pero no sin antes advertir que su elección corresponde a la costumbre de pasar al campamento enemigo no como tránsfuga, sino como explorador. La cita de Séneca no es exacta, advierte Roca, y dice: “Cosa honesta es la pobreza llevada con alegría”. Honestidad, pobreza y alegría. Deja para el final una de esas frases que Séneca escribe como si fuera una ola rompiendo a la orilla del mar. Ahí va: “Primero tener lo necesario, luego lo suficiente.” La virtud está por allí en medio, que cada uno inicie su propia búsqueda.

Tercera.-   
Rechaza Séneca el amigo a medias que parece presentarle Lucilio como enviado de una misiva. Y aprovecha esta circunstancia para recordar a Teofrasto (un discípulo de Aristóteles), quien amonestaba a los que juzgan después de haberse encariñado. Séneca insiste en juzgar antes de amistar, pero no después. Esta es la idea central de la amistad para el de Córdoba.

Cuarta.-
Séneca instruye a Lucilio sobre la conveniencia de liberarse del temor a la muerte y del no menor de la pobreza. En ambos casos la vida tranquila y el espíritu sereno deben ser nuestros aliados. “La mayoría fluctúa miserablemente entre el miedo a la muerte y las penas de la vida, y no quiere vivir, pero no sabe morir” Esa contradicción que se encierra en ni vivir ni morir, es similar al hecho de que tanta muerte den los poderosos como los siervos. “Lo superfluo nos hace sudar”, basta la conformidad con lo necesario para que el temor de la pobreza quede espantado.

Quinta.-
Comienza con una exhortación a la perseverancia, al esfuerzo por alcanzar la sabiduría y mejorar el alma. ¡Qué lejos aquellos tiempos de los actuales! Discreción y filosofía son hermanas que han de caminar juntas. A un lugar situado en la lejanía se dirigen el deseo y el temor, aunque en este caso no caminan juntos: delante va la esperanza, detrás el miedo. Deliciosa carta.

Sexta.-
“Sin compañía no es grata la posesión de bien alguno”. Y la sabiduría no es una excepción. La separación de su amigo Lucilio, obliga a Séneca a enviarle sus propios libros anotados, pero le indica de la conveniencia de su presencia física “porque el camino es largo a través de los preceptos, breve y eficaz a través de los ejemplos”.

Séptima.-
Rehuir la multitud es la primera obligación de quien aspira a la sabiduría. Todos los comentaristas han destacado, con Scarpat a la cabeza, que la carta está redactada pensando en Nerón y sus excesos. “Dad gracias a los dioses inmortales de que el hombre a quien tratáis de enseñar la crueldad no pueda aprenderla.” El vulgo es tal, que se impone: o lo imitas o lo odias. Séneca aconseja a Lucilio que no haga ni una cosa ni la otra, es preferible “recógete en tu interior cuanto te sea posible”.

miércoles, 17 de octubre de 2012

El alienista. Joaquín María Machado de Assis.

Simão Bacamarte, hijo de nobles, es un científico, doctor en medicina,  que construye en Itaguaí su universo. Allí se entrega al estudio de la ciencia, a cuyos criterios consagra todo, hasta la elección de esposa: buena salud y postergable belleza. La elegida es doña Evarista da Costa y Mascareñas de veinticinco años y viuda, ya, de un juez de fora. Pero la dama negó el fruto de los hijos y Simão Bacamarte se afana en su trabajo. Nace así una idea: la de reunir en una casa común a todos los locos de Itaguaí y sus contornos. Casa Verde: casa de orates.

Falcao era un loco que se creía estrella y preguntaba por el sol para saber si debía retirarse o permanecer con las piernas y los brazos separados. Más profunda es la locura de García que guarda silencio por temor a que una sola palabra suya baste para desprender todas las estrellas del cielo. Simão Bacamarte a todos los investiga, apenas si le da de sí el día para tanto trabajo, ¡tanto por saber de cada loco! El ambiente de laboratorio amustió a doña Evarista. Río de Janeiro parecía el mejor tonificante. Ya sin mujer en casa, Simão Bacamarte alumbró un gran pensamiento. Quizás fue el vicario Lopes quien mejor lo sintétizo: el alienista quería transponer la valla de la locura y la razón, es decir situarla un poco más cerca de la realidad. El primero que ingresó en la Casa Verde fue Costa, uno de los ciudadanos más estimados de Itaguaí, afectado de una extraña forma de prodigalidad que se alimentaba de desagradecimiento. La ciencia era la ciencia y el alienista no podía dejar en la calle a un perfecto mentecato. Una prima quiso interceder por el pobre Costa, pero al hacerlo arguyó el poder de una maldición que ponía en duda que la “la ciencia era la ciencia”. Ella fue la primera víctima de la herejía científica, que paga con el encierro la disidencia. La gente inventó mil historias para justificar el proceder del alienista, pero tras el ingreso de un alabardero rico que se hacía contemplar por las tardes asomándose al balcón de su suntuosa mansión, alguien exclamó: “La Casa Verde es una cárcel privada.” Cuando regresó doña Evarista, el alienista henchido de diagnósticos, extendió los brazos para que ella consumiera los dos minutos de desmayo. Doña Evarista era la esperanza de la población y el pueblo entero se volcó en su recibimiento, incurriendo en excesos. La consecuencia fue un nuevo ingreso en la Casa Verde: Martim Brito, “un caso de lesión cerebral; fenómeno no muy grave, pero digno de estudio…” A estas alturas ya “no se sabía quien estaba sano ni quién estaba loco.” Y “el terror crecía [y] se avecinaba la rebelión”.

Aunque al principio no es sino “un torbellino de átomos dispersos”, la revuelta toma los altos vuelos de una “nueva Bastilla” a cuyo frente se pondrá un barbero, Porfirio Caetano das Neves. La revuelta de los Canjicas triunfa y el barbero cambia la navaja por la espada de “Protector” de la villa. Sorprendentemente el nuevo gobierno barberil contemporiza con el alienista, la ciencia intimida, y en cinco días, cincuenta aclamadores del nuevo gobierno son encerrados en la Casa Verde. Otro barbero derroca al pusilánime Porfirio, antes de que fuerzas mandadas por el virrey, repusieran el orden. El barbero Porfirio y cincuenta mentecatos más le son entregados al alienista. Y el alcalde y la propia doña Evarista, las últimas víctimas de la codicia cientificista de  Simão Bacamarte. A estas alturas, los cuatro quintos de los habitantes de Itaguaí residen ya en la Casa Verde.

Es entonces cuando la población entera, la de dentro y la de fuera, se ve sorprendida por la decisión del alienista: devolver la libertad a todos los alienados y pedir, a cambio, el ingreso de la quinta parte que había dado muestras de un “cerebro bien organizado”. El ayuntamiento accede a la petición del nuevo Hipócrates, incluyendo una cláusula de inmunidad para los concejales, solo uno de ellos, por lo atinado de sus reparos, fue recluido en la Casa Verde. Allí los nuevos internos son cuidadosamente clasificados atendiendo a la virtud que los hace equilibristas razonables y se instaura una terapia que neutralice la descollante cualidad. A los modestos, se les aplica remedios de profunda significación: para unos es suficiente la matraca, otros no ceden hasta admirar la placa de oro que adorna su sombrero. En poco menos de año y medio, el alienista logra la ruptura del equilibrio de todos los internos. Así las cosas no quedaba más loco que el propio Simão Bacamarte, quien en un acto de auténtica entereza científica, decide recluirse en la Casa Verde para su estudio: era un caso excepcional pues reunían en una sola persona teoría y práctica.

La parodia está escrita en 1882 y por tanto es anterior al descubrimiento freudiano de que los hombres no son dueños de sí mismos. Simão Bacamarte es un nuevo Quijote de la ciencia que se echa a los caminos de la cordura para remediar la mentecatez de sus vecinos y acabará muriendo solo y loco. El reverso del héroe cervantino esgrime las modernas armas de la ciencia y como aquel, pretende restituir al mundo la cordura, o por mejor decir, sacar a los habitantes de Itaguaí de su pacífica locura. Curas, barberos y cronistas no aparecen en la obra de Machado por casualidad. Son una exacta referencia al quehacer cervantino. Pero la locura de Simão Bacamarte es la locura de la frustración, de aquella frustración que sale de comprobar la absoluta imposibilidad por restablecer el equilibrio mental de los mentecatos y la aparente facilidad con la que la virtud retrocede. Generalizar la neurosis parece la única posibilidad al alcance del hombre moderno. La feroz crítica se acompaña con un tono descaradamente irónico y una prosa que fluye como río donde han de acontecer las batallas humanas venideras.