domingo, 29 de diciembre de 2013

El Mahabharata. Los Kaurava y los Pandava.

                                                   Vshvamitra + MENAKA (ninfa)
                                                                      |
                                   Dushyanta  +  SHAKUNTALA
                                                      |
                                                  Bharata
                                                      |
         Parasha + SATYAVATI +  Shantanu (20º) + GANGA
                          |                       /        \                         |
                 (1)  Vyasa  Vichitravirya  Citragada     Devavrata·Bhishma



(1)
       Vyasa + {AMBIKA –criada- Y AMBALIKA} + Vichitravirya
                                  |             |                       |                          |
 Gandhari  +  Dhritarashtra      Vidura           Pandu (2)               Ø
                  |
   L O S   C I E N   K A U R A V A



(2)
   Vivasvat (*)  + KUNTI           +                      Pandu  + MADRI
        |                     /                    |                     /             |
Karna Yudhishthira (♠) Bhimasena (♣) Arjona (♥) Nakula y Shadeva (♦)
              ════ ═════ ═════ ═════ ═════ ═════ ════ 

                                    L   O   S       P   A   N   D   A   V   A


(*) Dios del Sol.
(♠) Hijo del dios de la Virtud.
(♣) Hijo del dios del Viento.
(♥) Hijo de Indra.
(♦) Gemelos hijos de los gemelos divinos Ashvin.







lunes, 23 de diciembre de 2013

La segunda parte del Quijote y el origen sanabrés de Cervantes.

LECTURA DE LA IIª PARTE DEL QUIJOTE

1. ALGUNAS IMPRESIONES.
Esta vez lo he leído despacio, un par de capítulos cada día, y he disfrutado de su lectura como del buen vino, un poco cada vez, los empachos se digieren muy mal. Y en algunos capítulos me he sorprendido a mí mismo riéndome de las anécdotas descritas. No voy a escribir un comentario de El Quijote, sino cuatro frases sobre aquellos aspectos que me han llamado la atención.

Risa me dio cuando su médico Pedro Recio Tirteafuera le mata de hambre por el bien de su salud, y ante este dilema pone en entredicho a los médicos: “que quiere que me muera de hambre, y afirma que esta muerte es vida, que así se la dé Dios a él y a todos los de su ralea: digo, a la de los malos médicos, que la de los buenos, palmas y lauros merecen”. (IIª parte. Cap. IL)
Sorprende el sentido común de Sancho cuando imparte justicia. A pesar de su incultura (“para qué necesito saber leer si sé firmar”), el sentido común probablemente se lo ha dado la práctica diaria a la que tiene que hacer frente el hombre rústico e inculto para salir adelante, la experiencia en los entresijos de la vida rural. Todo eso le ha dado un saber hacer.
El capítulo XXV sobre los rebuznos, le sirve a Cervantes como ironía de la política localista, pueblerina y corta de miras,  que se llevaba en su época y en la nuestra. Acertadamente desgrana la actitud que enfoca algunos detalles intrascendentes, que se defienden hasta sus últimas consecuencias, que nos hacen olvidar el objetivo principal y sus grandes beneficios.
París, hacia 1893. Dibujante: Charles Henri Pille. Grabador: Charles Gillot.
Otro aspecto que me ha impresionado es la miseria de la época, económica y cultural, que salpican muchos párrafos de la novela. Pobre economía de sustento la de la época:
-     Así cuando en el episodio del carro de los leones: “Por caridad, dejarme desuncir las mulas y ponerme en salvo con ellas antes que se desenvainen los leones, porque si me las matan, quedaré rematado para toda mi vida; que no tengo otra hacienda sino este carro y estas mulas.” (IIª parte. Cap. XXVII)
-     Iguales argumentos expresa Cervantes cuando Don Quijote destroza los títeres: “Mire, pecador de mí, que me destruye y echa a perder toda mi hacienda”. (IIª parte. Cap. XXVI)
-     “Me sustentaré Sancho a secas con pan y cebolla”.
-     Y otro ejemplo más es ante el hambre que socarronamente le hace pasar el médico: “Por orden del doctor Pedro Recio le hicieron desayunar con un poco de conserva y cuatro tragos de agua fría", Sancho reacciona con un comedido deseo: "Cosa que la trocara Sancho con un pedazo de pan y un racimo de uvas...” (IIª parte. Cap. LI).
La miseria cultural queda muy bien reflejada en los capítulos XLII y XLIII de la IIª parte, cuando Sancho dice:
o “Letras -respondió Sancho-, pocas tengo, porque aún no sé el A, B, C”.
o “Aprendí a hacer unas letras como de marca de fardo, que decían que decía mi nombre”.
o Puesto que no sé leer ni escribir, yo se los daré a mi confesor para que me los encaje”.


2. ORIGEN SANABRÉS DE CERVANTES.
La edición que yo he leído esta vez, está dirigida por Leandro Rodríguez, y  patrocinada por la Junta de Castilla y León y la Diputación de Zamora.
Yo no soy ningún versado cervantista, pero leyendo esta edición de El Quijote, la introducción, anotaciones, descripciones y comentarios que Leandro Rodríguez ha añadido, te llevan irremediablemente a concluir que efectivamente la cuna de Cervantes tuvo que ser la localidad de Cervantes de Sanabria (Zamora). Es demasiada la coincidencia de apellidos, gentilicios, topónimos, costumbres, parajes...
Este comentarista está convencido de que Cervantes nació en el pueblo sanabrés de Cervantes, y debido a su origen judío, tenía interés en ocultar sus raíces.
Las numerosas anotaciones a lo largo del libro, son precisas y encuadran muchos de los lugares, paisajes, tradiciones, pueblos, etc., ubicados en la comarca zamorana de Sanabria. También de la abundancia del apellido de Saavedra por esos lares, va desgranando numerosos detalles.
A media que he ido leyendo el libro y las 1258 notas que ha añadido Leandro Rodríguez para apuntalar su teoría, no me ha quedado más remedio que convencerme de ella. De entre los numerosísimos argumentos, reflejaré solo tres:
1. La aventura del rebuzno y la concordancia total de los gentilicios utilizados. En el capítulo XXVII Don Quijote dice: “¡Bueno sería que se matasen a cada paso los del pueblo de la Reloja con quien se lo llama, ni los cazoleros, berenjeneros, ballenatos, jaboneros, ni los de otros nombres y apellidos que andan por ahí”.
El gentilicio de los habitantes del pueblo zamorano de Prefacio es  “burreiros”, el apelativo que se da a los carballeses es cazoleros, berenjeneros a los de Rosinos, ballenatos a los de San Juan de la Cuesta, y jaboneros a los de Rozas. Unos y otros están cerca del pueblo de Cervantes de Sanabria.

2. El manifiesto que Don Quijote le envía a Sancho antes de su gobierno de la ínsula Barataria, reflejados en los capítulos XLII y XLIII. El contenido de estas normas coincide en gran medida con el SHULJÁN ARUJ (la más importante recopilación de normas de conducta contenidas en la religión judía. Su autor Iosef Karo nació en Toledo, en 1488.) Se han encontrado documentos manuscritos en esta comarca, que reflejan que los niños judíos sefarditas aprendían de memoria estos preceptos y reglas. 

3. ¿Dónde está Dulcinea?
            Don Quijote “rogó al bachiller que, si era poeta, le hiciese merced de componerle unos versos que tratasen de la despedida que pensaba hacer de su señora Dulcinea del Toboso, y que advirtiese que en el principio de cada verso había de poner una letra de su nombre, de manera que al fin de los versos, juntando las primeras letras, se leyese: Dulcinea del Toboso”.
Siguiendo este deseo de Don Quijote, valga como guinda del acrónimo con el que Cervantes juega y esconde, y que aparece juntando la primera sílaba de los poemas con los que finaliza la primera parte: “el es en Sanabrya”.
Respaldan esta teoría de Leandro Rodríguez sobre el origen sanabrés de Cervantes, los archivos de Santa Colomba de Sanabria de 1570, donde  además de constar “Antonio de Montesino y su mujer Teresa Gorda”, y también consta una joven con el nombre de “Aldonza” o su padre “Lorenzo”.

3. DESPEDIDA.
Y acabar el libro da pena, se muere Don Quijote, ya no hay nadie a quien acudir para desfacer los entuertos. ¡Qué haremos ahora sin ese par de capítulos diarios que nos trasladaban al mundo caballeresco!

No me queda sino compartir el párrafo en el que muchos basan la esencia de la universalidad de El Quijote: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres." (IIª parte. Cap. LVIII).


Efrén ARROYO ESGUEVA


viernes, 20 de diciembre de 2013

El Quijote. Segunda parte. Capítulos LIII a LXXIV

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO TERCERO.-
Sancho triunfador con las letras durante los siete primeros días de su gobierno, fracasa estrepitosamente como hombre de armas. Empavesado como un galápago dentro de su concha, reza y suda por ver concluido el ataque enemigo contra su ínsula. Naturalmente que todo es burla, pero él no lo sabe y bueno de cabeza decide abandonar el gobierno. Besa al rucio, lo enalbarda y discursea para despedirse. De nada valen ruegos ni lamentos, con lo mismo que trajo se marcha.

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO CUARTO.-
Un lacayo gascón llamado Tosilos, toma el lugar que le corresponde al hijo del labrador rico en el desafío de don Quijote. Pero el verdadero tema del capítulo es el encuentro de Sancho con Ricote, el tendero moro de su pueblo, que disfrazado ha regresado a España contraviniendo los decretos de expulsión de 1608 y 1609, para recuperar el tesoro que dejó enterrado al salir. Ricote aprueba el destierro de los moros, aunque reconocer ser el peor castigo para los que, como él, se sienten españoles. Sancho niega la ayuda que le pide Ricote, pues que mejor servicio ha abandonado esa misma mañana por referencia al gobierno de la ínsula Barataria a dos leguas del lugar del encuentro. Disparate, claro, le parece a Ricote la aventura contada, que ni hay ínsulas en tierra firme, ni es tanta la falta de hombres hábiles en el mundo para que Sancho sea gobernador. Pide por último Ricote noticias de su mujer y su hija. Por Sancho sabe el padre que un rico mancebo llamado Pedro Gregorio en persecución de su hija Ricota salió después de que esta abandonar el pueblo camino del destierro, hacia la Berbería.

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO QUINTO.-
Sancho se lamenta como el rey Rodrigo del brusco giró que la vida da en un instante. Si gobernador aun por la mañana, la noche ha de pasarla en el fondo de una sima. Hecho el día, Sancho logra acceder a una gruta que comunica con la sima. “A veces iba a escuras y a veces sin luz, pero ninguna vez sin miedo”, como se va en la vida. Piensa Sancho que esto que a él le parece gruta de sima, muy bien le resultaría a don Quijote palacios de Galiana. Buena razón para que Cide Hamete deje a Sancho y vaya en busca de don Quijote. Precisando Sancho testigo de vida para librar a don Quijote de purgatorios y almas en pena, el rucio rebuznó y en él se reconocieron todos. 

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO SEXTO.-
El torneo o justa entre don Quijote y Tosilos en defensa del honor de la hija de la dueña doña Rodríguez termina antes de empezar y nuestro hidalgo pronuncia con cierto aire de alivio: “… quedo libre y suelto de mi promesa, cánsense enhorabuena…”. Claro que al descubrirse el rendido de amor, bien se ve que es lacayo del duque y no rico hijo de labrador, bellaquería dicen ellas, encantamiento replica don Quijote. Es Cervantes quien termina la historia, que si marido queríais, marido tenéis.  

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO SÉPTIMO.-
Don Quijote y Sancho han terminado su estancia en la casa de los duques y es la quinceañera Altisidora quien los despide pidiendo devolución de tres tocadores y una liga: esta la llevaba puesta y aquellos los retorna Sancho. El destino siguen siendo aún las justas de Zaragoza.

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO OCTAVO.-
San Jorge, san Martín, Santiago y san Pablo salen a recibir a don Quijote en el retorno a la libertad del camino. En platónica charla sobre el amor y la belleza marchan amo y escudero hasta caer en  las redes de la pastoril Arcadia recreada. Diserta don Quijote sobre lo bello que sería el mundo si estuviera poblado de hombres agradecidos. Palabras de mucha semántica, acaso de inspiración senequista que una manada de toros, cabestros y vaqueros borran del camino.

Tusell a partir de Doré. Viuda de Luis Tasso. Barcelona, 1905.
CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO NONO.-
Más agraviado que dañado queda don Quijote tras el paso de toros y cabestros. Y burla, ya sin duques, es que el ventero les sirva dos uñas de vaca para cenar. Dos caballeros huéspedes de la venta que leen la segunda parte del Quijote, la de Avellaneda, logran sacar a don Quijote de su apatía. Y hasta mudar viajes y destinos, pues para hacer mentira de lo que se cuenta en el apócrifo, don Quijote cambia el rumbo y abandonando el camino de Zaragoza, toma el de Barcelona.

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO.-
Don Quijote que no puede apartar de su pensamiento el descuido de su escudero con los azotes, se dispone a remediar la falta y retira las cintas que atan los greguescos cuando Sancho duerme. Villano y amo ruedan por el suelo en desigual forcejeo. No sabemos si es por encantamiento que nos acostamos en Zaragoza y nos levantamos en Barcelona: el encuentro con Roque Guinart.  Pero poco después de las presentaciones entre bandido y caballero, como llovida de esa nube de encantadores que persigue a don Quijote, aparece Claudia Jerónima, hija de Simón Forte, singular amigo de Roque, exponiendo que acaba de tirotear a su enamorado Vicente por faltarle a la palabra dada, aventura más de lanza que de predreñal. Asistimos con Sancho a apreciar la necesidad de la justicia aun entre los ladrones y con Roque al reparto del botín, la proporción entre las cosas y la distribución de las recompensas. 

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO PRIMERO.-
Con Roque entran en Barcelona don Quijote y Sancho y en la playa son recibidos por el fautor del bandolero, Antonio Moreno, acompañado de chirimías, atabales, algaraza de mayores que se confiesan servidores y de atrevidos muchachos traviesos causantes de los mil corcovos de las bestias que montan los recién llegados.

Ïdem.
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO SEGUNDO.-
Tal es la fiesta, la de san Juan, y la alegría que Sancho estima haber caído en medio de otra boda de Camacho. Ya en la casa de Antonio Moreno, Sancho cuenta que ha sido gobernador de un ínsula y que “la goberné a pedir de boca”, cabe suponer que por el hambre que pasó. De un duque de Aragón a un caballero, noble hay que entender, de la Ciudad Condal y de la burla privada a otra pública con paseo por las calles con un sambenito pegado en la espalda. Aún le queda a don Quijote, antes de que Sancho y otros lo lleven en volandas a la cama, el molimiento y quebranto del sarao de damas descompuestas. Al día siguiente tiene lugar el episodio de la cabeza encantada. Visita luego don Quijote una imprenta. La plática que don Quijote mantiene con el traductor de Le bagatelle que este publica a su costa, bien merecería figurar en todos los contratos de edición bajo el nombre de cláusula de los ducados y los reales. Estudiosos del mundo entero y cuatro siglos de plazo, no han conseguido saber ¿por qué diablos hace Cervantes una segunda edición del libro de Avellaneda? ¿Es mofa o burla? ¿Acaso Cervantes lo consideraba con méritos suficientes para una segunda edición?

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO TERCERO.-
Don Quijote visita las galeras que guardan el puerto de Barcelona. Las muestras de respeto que el cuatralbo exhibe ante el manchego son reiteradas: el cañón de crujía y el grito ceremonial lo reciben, por la escalera de la derecha asciende a bordo y para su acomodo se disponen los bandines en popa. Burla, piensa el lector ya avezado en estas trampas cervantinas, pero ¿no son demasiadas las molestias que se toman don Antonio y el cuatralbo para que la chusma voltee a Sancho y asuste a don Quijote izando y arriando la entena? De pronto aparece un bergantín de corsarios y las galeras se disponen a su caza. Apresado por la galera capitana, el arráez de los corsarios resultó ser una mujer, llamada Ana Félix, la hija del morisco Ricote.

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO CUARTO.-
A punto de ser vencido, Cervantes nos presenta a don Quijote en la misma guisa que cuando entra en la venta y le habla al castellano, allá por el segundo capítulo de la primera parte, de arreos y armas, de descansos y peleas. El desafío del Caballero de la Blanca Luna ni “era de burlas ni de veras” y tan en suspenso quedó el visorrey como el propio lector, así pues ¡ea, densen! Menguado en la estima, quebrantado de las costillas y retirado de las armas por plazo de un año, queda don Quijote tras ser vencido.

Montaner y Simón. Barcelona, 1880-1883.
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO QUINTO.-
El de la Blanca Luna es el bachiller Sansón Carrasco que después de tres meses se toma la revancha. La crítica se ha demorado en tratar de dar una respuesta atinada al hecho de que coincidan en este capítulo los seis días de cama que un deprimido don Quijote guarda tras la derrota, con el inverosímil desenlace de la historia de Ana Félix. No es solo al caso que estemos en presencia de un cuento con final feliz por el reencuentro de los enamorados, hay, sin duda, algo más, pues no es posible pasar por alto que un morisco, Ricote, permanezca como invitado en la casa del virrey de Cataluña o que tantos cristianos partan a la corte con buenas expectativas de lograr que Ricote y Ana Félix queden en España sin mérito que presentar. Más parece aventura de andante que cordura de virrey, justo cuando don Quijote se ve en el duro trance de atar las armas al rucio de Sancho y tomar el camino de regreso a su aldea.

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO SEXTO.-
El regreso está ya iniciado, Sancho se muestra tan discreto que hasta don Quijote pondera el cambio. El encuentro con Tosillos nos hace recordar el que hace muchos capítulos tuvo don Quijote con Andrés Haldudo, pues no bien se marcha la cordura de este loco manchego regresa la crueldad de los hombres y así Tosillos como Andrés hubieron de padecer los palos de sus amos tan pronto como don Quijote se da media vuelta. Tesoros de caballeros andantes que, como los de los duendes, se deshacen en cuanto se tocan.

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO SÉPTIMO.-
La inversión del año de excedencia de armas en lo pastoril no ofrece duda, el caso es vivir engastado en la literatura, como piedra preciosa en el oro.

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO OCTAVO.-
Refranes a deshoras de Sancho, cuya libertad de condición maravilla a don Quijote más por lo discreto de sus palabras que por las deudas de desencantamiento. Y en estas estaban ambos cuando una piara de cerdos les pasa por encima, última pena de caballero vencido y escudero de lo mismo. Un apresamiento por gente armada envuelto en el más enigmático los silencios, les conducirá de nuevo hasta el castillo de los duques.

El encantamiento de Altisidora y Sancho el desencantador. París 1866.
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO NONO.-
“Aun bien que ni ellas me abrasan ni ellos me llevan”, piensa Sancho en relación a las llamas que vienen representadas en las ropas que encima le echan y acerca de los demonios dibujados en el capirote que sobre la cabeza le han puesto. Vuelta la burra al trigo y Sancho a desencantar doncellas con peligro de su carne. En este caso se trata de Altisidora y quienes disponen cachetes, pellizcos y alfilerazos son los jueces del infierno, pues que de la resurrección de aquella se trata. Después del martirio al que todos someten a Sancho, Altisidora resucita y don Quijote que le ve “sazonada la virtud”, le hace petición de azotes.

CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO.-
Si en el capítulo anterior Cervantes toma de Garcilaso prestada la segunda estrofa de su Égloga III y en este, tras un crítico excurso del famoso Cide Hamete, lo retoma con el: “¡Oh más duro[a] que mármol a mis quejas” de la segunda garcilasiana, es para llevarnos hasta las puertas del infierno de la mano de la “apretada, vencida y enamorada” Altisidora, desde donde contemplar a los diablillos jugando a la pelota con “la borra y el viento” de los que está hecha la novela de Avellaneda.

CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO PRIMERO.-
Si don Quijote transita camino de la aldea triste por el vencimiento, dolido lo hace Sancho más por el poco pago que de su virtud se hace, que por el quebranto de su salud. Y para remediar los ánimos ofrece el uno el pago por azote de desencantar, y fija el otro el precio en un cuartillo, o sea cuarta parte de un real formado por 34 maravedíes. No llegaba Sancho a la media docena y pide doblar el precio, y así como lo obtiene traspone espaldas por encinas.

CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO SEGUNDO.-
Cervantes hace comparecer a uno de los más respetados personajes del Quijote apócrifo, don Álvaro Tarfe, para que dé fe de la autenticidad de los cervantinos y de la mendacidad de los avellanedinos.         

Montaner y Simón. Barcelona, 1880-1883
CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO TERCERO.-
Los malos agüeros, la riña de los muchachos y la liebre, reciben a don Quijote lo que acentúa su postración, sobre todo si los comparamos con los buenos presagios con los que se habría esta su tercera salida (el relincho de Rocinante). De poco sirve que Sancho intente desbaratar los agüeros, que los muchachos se encargan de dar la réplica: más galán les parece el rucio de Sancho que la bestia de don Quijote. Los pastoriles planes de don Quijote son recibidos por Sansón con una algaraza que recuerda a la de los duques. También la sobrina y el ama oyen los “nuevos laberintos” y la parca queja de don Quijote pidiendo lecho “que no estoy muy bueno”, anticipa el final.

CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO CUARTO.-
La fiebre y el sueño hacen que don Quijote no sea ya nunca más, pues al recobrar el juicio aparece también la identidad: Alonso Quijano “el Bueno”. La confesión a solas, el testamento con escribano y testigos, la muerte en la cama, la Mancha de don Quijote como la Grecia de Homero, los epitafios en la sepultura: morir cuerdo y vivir loco y las “disparatadas historias de los libros de caballería”, dicen que todo llegó a conocimiento incluso del emperador de la China.


martes, 17 de diciembre de 2013

El Mahabharata.


De una obra universal a otra. De la Mancha a la India porque el corazón humano es el mismo siempre y en esa búsqueda eterna del misterio que nos envuelve, hemos decidido indagar en las grandes obras, aquellas en las que el hombre se ha dejado la piel. Epopeyas de hombres y dioses. La elección ha recaído en el Mahabharata. De los textos que están disponibles y son accesibles a nuestras limitadas pretensiones nos quedamos con el más reciente que se debe a Serge Demetrian publicado por la editorial Sígueme y que se basa en la tradición oral. Desde luego puede utilizarse cualquier otro texto.

viernes, 6 de diciembre de 2013

El Quijote. Segunda parte. Capítulos XXV a LII.


CAPÍTULO VIGÉSIMO QUINTO.-
Llegados a la venta, el hombre que viajaba cargado de lanzas y albardas cuenta a don Quijote la historia de los dos regidores, la cual tendrá trascendencia posterior. A continuación aparece un titerero conocido como maese Pedro que va acompañado de un mono con dotes adivinatorias. Y debe efectivamente poseerlas pues reconoce a don Quijote como el caballero andante de la Mancha. Algo sospecha el lector cuando le oye decir a maese Pedro que la función de esa noche será gratis “porque se lo debo” a don Quijote.

CAPÍTULO VIGÉSIMO SEXTO.-
En parecida esquina y con similares ropajes, se nos presenta la enigmática primera persona que no quiso identificar el lugar de la Mancha donde vivía el hidalgo y de la misma forma que aparece, se marcha. Maese Pedro representa el romance de Gaiteros, también llamado retablo de Melisendra, la esposa de aquel, y don Quijote la emprende contra tablados y títeres creyendo, sin duda por causa de encantadores, cierto el peligro que corría la pareja. De forma intermitente don Quijote irá dando razones y sinrazones, entrando en las figuras desportilladas y saliendo al encuentro de Gaiteros y Melisendra en pos de su destino. Es la vuelta al Quijote de 1605.

Morin, Edmond dibujante y grabador.
Arnauld de Vressem, impresor. París 1850.
CAPÍTULO VIGÉSIMO SÉPTIMO.-
Descubre Cide Hamete con nota al pie de página del traductor la identidad del titerero: Ginés de Pasamonte, el galeote liberado por don Quijote, hurtador de rucios y espadas. Decide don Quijote demorarse en las riberas del Ebro por sobrarle tiempo para las justas de Zaragoza y desde una loma observa doscientos hombres armados bajo un estandarte que representa a un burro rebuznando en inequívoca alusión al cuento de los dos regidores en alcaldes convertidos. Y como entre burros andaba el juego, resultó ser Sancho quien mejor remedaba la voz del asno, lo que, como era previsible, provocó las iras del pueblo que tomó por mofa, habilidad tan comprometida. Aquí el prudente fue don Quijote que eligió la retirada como mejor estrategia. Es el conocido como episodio o aventura del rebuzno.

CAPÍTULO VIGÉSIMO OCTAVO.-
Esta vez los palos se los ha llevado Sancho por su “música de rebuznos” y como al dolor le brota siempre el resquemor de la culpa, Sancho engarzará un reproche con otro: la huída, la mala vida escuderil, la paga insatisfecha, la ínsula que no llega… Y don Quijote se lamenta con profunda melancolía de este “prevaricador de las ordenanzas escuderiles de la andante caballería”. Sancho se reconoce asno y don Quijote perdona, pero queda un hueco que no se termina de cerrar.

John Vanderbank, dibujante y Claude du Bosc, grabador. Tonson. Londrés 1742.
CAPÍTULO VIGÉSIMO NONO.-
Allí, en las riberas del Ebro, los molinos son barcos y los gigantes, encantadores. No se han apartado cuatro varas de la orilla donde han quedado el rucio y Rocinante, y don Quijote estima ya muy probable que hayan atravesado el ecuador. Y es que don Quijote ya no navega por el Ebro sino por entre las esferas astrales y cuando de repente se topa con una aceña, la toma por ciudad, fortaleza o castillo. De vuelta a las andadas, a ese Quijote que transmuta la realidad al acomodo de sus entendederas. Pero aún así hay diferencias porque “aunque parecen aceñas no lo son […] como lo mostró la experiencia en la transformación de Dulcinea”. Grave conflicto es que un escudero se meta a encantador. A todo esto el barco va ya en el raudal de las ruedas directo a hacerse pedazos. Don Quijote esgrime la espalda, los molineros tratan de evitar el desastre con sus largas varas y Sancho reza de hinojos. Si la barcaza gira y arroja su contenido a las aguas es porque “en esta ventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco y el otro dio conmigo al través”. Don Quijote comprende que esta aventura le estaba reservada a otro caballero andante y no a él, razón por la cual paga a los pescadores la barca perdida y grita perdones a los cautivos que no podrá liberar. No puede más y la tristeza vuelve a ser la compañera del Caballero de los Leones.

CAPÍTULO TRIGÉSIMO.-
Es el capítulo del encuentro con los duques, cuyo título, por cierto, nunca llegamos a saber. Tan pronto como saben de la llegada de don Quijote, ya están los duques concertándose no para seguirle la corriente al disparatado protagonista de la novela que narra sus aventuras y que ellos conocen, sino para recrear un mundo a su imagen y medida, aunque el lector acabe dudando sobre la pertenencia de ese mundo. La torpeza de Sancho que conduce a su caída y a la de su amo en presencia de la duquesa, es todo un presagio de futuro.

Manuel Ángel Álvarez, dibujante. S. Calleja. Madrid 1904.
CAPÍTULO TRIGÉSIMO PRIMERO.-
El recibimiento que los duques dan a don Quijote es el que en los libros se cuenta como propio de los caballeros andantes. “¡Bien sea venido la flor y nata de los caballeros andantes!”. Sancho que aunque cosido a la duquesa parece postergado, riñe con la dueña doña Rodríguez a quien tomando por zagal de cuadras encomienda el cuidado de su rucio. La queja de la dueña hace intervenir a los duques quedando todos contentos salvo el propio don Quijote, poco gustoso de la torpeza del escudero. Lo que le está pidiendo don Quijote a Sancho es que no descubra “quien ellos eran”, es decir, comportémonos como los personajes que los duques conocen por la novela. Pero Sancho soporta mal el protagonismo que los duques conceden a su amo y poco después vuelve a intervenir contando un cuento o, por mejor decir, una historia pues es la veracidad de lo contado lo que más parece interesarle a Sancho.

CAPÍTULO TRIGÉSIMO SEGUNDO.-
La réplica de don Quijote a la invectiva del capellán en defensa de la andante caballería, tiene más de bondadoso idealismo que de auténticos resortes de acción. El eclesiástico abandona la casa de los duques para no ser cómplice de burla alguna ya que los cuerdos “canonizan sus locuras [la de los locos]”. Las enjabonadas barbas de don Quijote en cuyo manosear se han empeñado cuatro doncellas, levantan la envidia de Sancho que reclama su lavatorio a la duquesa. Aparta de este modo Cervantes a Sancho de la escena siguiente en la que don Quijote se lamentará ante los duques del encantamiento que sufre su Dulcinea. Si hay o no Dulcinea en el mundo solo Dios lo sabe, responde don Quijote a las sutilezas literarias de la duquesa y acertada es la respuesta, pues que es la perfección lo que justifica su existencia, de ahí que, perdida aquella, solamente encantada pueda sobrevivir. Pero como todo hablar de Dulcinea conduce inevitablemente a Sancho, este irrumpe en la sala “con un cernadero por babador” y un pícaro de cocina que pretende manosearle la barba con agua de fregar a quien es “gobernador electo” de una ínsula “de nones” que posee el duque. “Perecida de risa” escuchaba la duquesa las razones de Sancho, que las jabonaduras “más parecen burlas que agasajos de huéspedes”.

CAPÍTULO TRIGÉSIMO TERCERO.-
Sancho renuncia a la siesta por entretener a la duquesa que mucho gusta de su simplicidad y agudeza. Le confiesa Sancho que el encantamiento de Dulcinea es una pura invención suya, lo que hará que asistamos en los capítulos sucesivos a una dilatada trama para procurar a Dulcinea el restablecimiento de su hermosura. Tanto disfrute obtiene la duquesa de las tres o cuatro docenas de refranes que Sancho inserta uno detrás de otro, que se muestra dispuesta a contradecir a Sancho en su negativa a reconocer el encantamiento de Dulcinea y, contra lo previsible, la propuesta de la duquesa es bien recibida. Ni Sancho es tan discreto como para inventar cuento de encantamiento, ni don Quijote está tan loco para ser persuadido con tan poco. El favoritismo que la duquesa expresa por cuanto dice Sancho, provoca en este cierto enardecimiento llegando no ya a expresar juicios muy desfavorables contra las dueñas: “…ser más propio y natural [de ellas] pensar jumentos que autorizas las salas”, sino también a encomendar el rucio a la propia duquesa y hasta a manifestar, con abierta socarronería, que es mejor que el rucio quede en la caballeriza que en las niñas de los ojos de la duquesa.

CAPÍTULO TRIGÉSIMO CUARTO Y TRIGÉSIMO QUINTO.-              
En el transcurso de la montería que organizan los duques, Sancho, temeroso de que la furia del jabalí termine por acometerlo, se encarama en una encina de donde queda colgado cabeza abajo al quebrarse la rama. Discute luego Sancho el gusto por la caza (“matar a un animal que no ha cometido delito alguno”), con el duque hasta que llegada la noche el espectáculo preparado los huéspedes arranca con la aparición de un postillón que dice ser el diablo que anuncia la llegada de Montesino acompañando a la mismísima Dulcinea encantada. Don Quijote piensa si no es ello la más clara prueba de la verdad de sus visiones en la cueva y Sancho medita si acaso no estuviera ya encantada Dulcinea cuando él mismo la señaló. Pero quien aparece entre luces, ruidos y músicas es Merlín para dar cuenta de los “tres mil azotes y trescientos en ambas sus valientes posaderas” que Sancho ha de propinarse para desencantar a Dulcinea. “Yo no sé qué tienen que ver mis posas con los encantos”, es la negativa respuesta del escudero. Para hacerle variar la opinión ha de intervenir una Dulcinea temporalmente desencantada. Sancho acepta azotarse. Un bellísimo amanecer cervantino pone el punto y final al capítulo.

CAPÍTULO TRIGÉSIMO SEXTO.-
Por si hubiera alguna duda, el inicio del capítulo nos aclara que fue el mayordomo del duque quien escribió y representó el papel de Merlín. La duquesa no se muestra contrariada por la cicatería de Sancho con los azotes, pues ello permitirá prolongar la burla. La fecha de la carta a Teresa Panza ha dado lugar a muchos comentarios entre los cervantistas porque se acomoda mal a la cronología interna de la obra y bien a la externa. Estando en el jardín y alzados los manteles con mucha prosopopeya hace entrada Trifaldín el de la Barba Blanca, el escudero de la condesa Trifaldi, la dueña Dolorida que “a pie y sin desayunarse” desde lueñes tierras, ha llegado a la casa del duque para suplicar a la ayuda de don Quijote: “… el remedio de las cuitas, el socorro de las necesidades, el amparo de las doncellas, el consuelo de las viudas…”.

CAPÍTULO TRIGÉSIMO SÉPTIMO.-
Escuderos y dueñas, tirios y troyanos. Es natural que Sancho aprecie el peligro que para la consecución de su ínsula representa la llegada de la dueña Dolorida, pues si don Quijote ha de marchar, lógicamente el escudero va detrás. Tanto ha aprendido Sancho que hasta discute si los duques han de salir o no a recibir a la Trifaldi que aún siendo condesa, como dueña sirve.

CAPÍTULO TRIGÉSIMO OCTAVO.-
La condesa de las tres faldas, es decir la Trifaldi, se dirige a los duques haciendo un uso excesivo del superlativo –ísimo, lo que da pie a Sancho a redondear la burla afirmando que ciertamente se encuentra en ese lugar el “don Quijotísimo”. Cuenta la condesa los amores entre la heredera del reino de Candaya, Antonomasia, y un bizarro caballero poeta, bailarín y guitarrista, el cual primero enamoró a la condesa por ser guardiana de la infanta. El relato es tan lento y tan centrado en su misma persona que el lector queda con Sancho que pide “priesa, señora Trifaldi”.

CAPÍTULO TRIGÉSIMO NONO.-
Los amores entre Antonomasia y Clavijo hacen enfermar a la reina Magungia que termina por morir. Si excesiva es la reacción de la reina, Sancho admite un desmayo y ve desmedido que forzara su entierro,  la llegada del primo hermano de Magungia, el gigante Malambruno, lo complica todo pues siendo además encantador y dispuesto a tomar venganza, convierte en estatuas a Antonomasia y a Clavijo, y en barbadas a las dueñas del reino.

Salvador Tusell. Viuda de Luis Tasso. Barcelona 1905.
CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO.-
El tal Malambruno resulta ser dueño de un caballo que ni “come ni duerme ni gasta herraduras… que… camina llano y reposado”, por los aires y es conocido como Clavileño que no se gobierna con freno ni jáquima sino con clavija, de ahí el nombre. En este caballo de madera han de montar don Quijote y Sancho para viajar hasta el reino de Candaya. Sancho se niega a acompañar a su señor y no es mala la queja, que la fama queda para los caballeros y los trabajos para los escuderos.

CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO PRIMERO.-
Cuatro salvajes traen a Calvileño. El duque interviene para convencer a Sancho quien acaba por acceder a acompañar a su amo, pero pregunta si mientras viaje a lomos de Clavileño podrá encomendarse a Dios, pues siendo, como parece, todo cosa de encantamientos, teme que la invocación divina neutralice los poderes que hacen volar a Clavileño. La respuesta no puede ser más cargada de burla encubierta, pues Malambruno aunque encantador, es cristiano “y hace sus encantamentos con mucho tiento, sin meterse con nadie”. Don Quijote recuerda el Paladión de Troya y quiere ver “lo que Clavileño trae en el estómago” y la Dolorida tiene que salir fiadora de su encantador. Aventura de barbero a la postre que el fin no es otro que rapar las barbas de las dueñas para dejarlas en “su primera lisura”. Los ojos vendados, los fuelles ventosos, las estopas ardientes, los cohetes que le estallan a Clavileño en el interior antes de volver al lugar que nunca se abandonó. Y sin embargo…, con cuánta razón don Quijote le dice a Sancho aquello de si vos queréis que yo os crea, yo quiero que vos me creáis. “Y no os digo más”.

CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO SEGUNDO.-
Que no es cosa de merecimientos, es la primera advertencia que don Quijote hace a Sancho, sino de mercedes. Y no es destemplanza sino simple y certero recordatorio hecho a quien se ajustó a salario. Se recogen después los primeros consejos dados a Sancho por su amo para el buen gobierno de la ínsula. Si todo gobierno ha de respetar los tres principios del temor de Dios, conócete a ti mismo y sé virtuoso, don Quijote desciende a la arena de los aconteceres diarios y exhorta a Sancho para que actúe respetando verdad, justicia y compasión, y procure que estas tres gracias se den la mano.

CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO TERCERO.-
Que sea limpio y ceñido, que coma poco, que sepa dar librea a sus criados, el andar despacioso y el hablar reposado, que abandone refranes y disputas de linajes, que madrugue y vista calza entera mejor que greguescos. La separación está a punto de ultimarse.

Ídem.
CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO CUARTO.-
El gran parecido que el mayordomo del duque tiene con la condesa Trifaldi es el tema de la última conversación entre Sancho y don Quijote. Queda este, melancólico, en casa de los duques y Cervantes utiliza el incidente de los puntos saltados en la media de don Quijote para llevar este sentimiento hasta el desamparo. Ni la sugerencia que la duquesa hace a don Quijote de ser servido por cuatro doncellas, ni el ofrecimiento amoroso de Altisidora, menguan la fidelidad de don Quijote por su Dulcinea, si acaso una cierta desesperanza, el pesar que la “corta ventura” de su dama provoca en el ánimo del “desdichado andante”.

CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO QUINTO.-
Comienza en este la alternancia de capítulos entre don Quijote y Sancho. Tres pleitos le plantean los de Barataria a Sancho. El primero, el del sastre y el labrador, posee resonancias salomónicas, razón por la cual cabe aceptar que a la sabiduría popular como la fuente de la que bebe Sancho. Los otros dos, sin embargo, el cuento de la cañaheja y el del labrador y la meretriz, revelan más el ingenio de Cervantes que la aplicación de Sancho.

Este es Sancho con el de Miguel Turra.
CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO SEXTO.-
Retornamos a don Quijote y tras una noche de pulgas, lo encontramos concentrado en el detalle de su vestimenta: mantón escarlata, montera de terciopelo, pasamanería de plata y hasta versos y músicas compuso. ¿Es este un caballero andante o más bien uno cortesano?  La broma pesada de los duques de los cencerros y los gatos acentúa la melancolía de don Quijote, pues de vilipendio ha de juzgar un caballero andante quedar con la cara cruzada de arañazos por muy encantando que esté el gato.

CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO SÉPTIMO.-
El médico, con una barba de ballena en la mano a modo de puntero, apenas si deja que Sancho pruebe bocado. El duque sabedor de la reacción de Sancho urde apretarle la clavijas y manda un correo en el que además de dar aviso de “asalto furioso” contra Barataria por enemigos ducales, apercibe al gobernador del peligro que su vida corre por cuatro disfrazados que quitarle la vida quieren. Se resigna Sancho a no comer más que un pedazo de pan y unas uvas “que en ellas no podrá venir veneno”. Pero todo puede ir a peor: que si el médico no deja comer, el labrador de Miguel Turra no dejar descansar.

José Juan Camarón y Meliá la dibujó. Sancha. Madrid 1797-1798.
CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO OCTAVO.-
Por las descritas “desdichas anejas a la andante caballería”, dice en un prodigioso juego de letras Cervantes, don Quijote seis días estuvo encerrado en su habitación. La reclusión le hace temer por su honestidad que en la casa de los duques se ha convertido en codiciada pieza de caza: doña Rodríguez, dueña de repulgadas tocas, entra de noche en su habitación. Después de confusos pensamientos, apagones de vela, entradas y salidas, doña Rodríguez expone su agravio a don Quijote. Pero esta no es mofa ducal, sino credulidad ingenua. Tanto por el reproche que al duque dirige la dueña, como por la revelación del secreto de las fuentes de la duquesa, no cabe duda alguna que no hay aquí burla, sino que realmente doña Rodríguez cree en el poder de nuestro caballero andante. La irrupción feroz y brusca de un grupo de ánimas que azotan a la dueña y atormentan la caballeril carne, hacen cierta la sospecha de que las paredes oyen.

CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO NONO.-
Cena por fin Sancho con licencia del señor doctor y sale después de ronda por su ínsula. Tropieza primero con alboroto de cuchilladas debidas al juego y Sancho piensa en cerrar sus casas. Un chocarrero mozo que del brazo de un corchete llega, interrumpiendo los aherrojados pensamientos. Este trenzador de hierros de lanzas que huye de la preguntona justicia, porfía con Sancho hasta lograr que se premie su ingenio.  El encuentro de la ronda con una joven y hermosa doncella disfrazada de hombre, hace presagiar algún jugoso cuento por tratarse de joven de familia principal. Y sin embargo, nada cuenta, no hay aventura ni lance amoroso, sino una simple travesura.

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO.-
Fue el descubrimiento del secreto de la duquesa, el “Aranjuez de sus fuentes” por parte de doña Rodríguez, lo que precipitó la irrupción de aquella y de Altisidora en la habitación de don Quijote. La duquesa despacha luego un paje con una carta para Teresa Panza, la mujer de Sancho. El paje no es un cualquiera, sino precisamente quien hizo el papel de Dulcinea en la burla que concluyó con la promesa de los azotes. Esta idea de trasladar la burla desde la casa de los duques a la aldea de Sancho es indudablemente cervantina y parece obedecer a un deseo de examen de las novedades surgidas en la casa de los duques. Y así a la vista de corales, cartas y pajes, Sansón Carrasco y el cura dudan de la verdad del gobierno de Sancho y de la existencia misma de la duquesa. Es curioso que le corresponda al paje –trasunto de Dulcinea-, dar testimonio sobre la veracidad de su embajada y ofrecer certeza del gobierno escuderil, porque aún sabiendo que todo es tal y como lo dice el paje, solo la burla lo sostiene.

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO PRIMERO.-
Hay en Sancho signos de hastío. Los cuatro tragos de agua fría con los que se ve forzado a desayunarse están acabando con sus deseos de este oficio grave de gobernador. No obstante, da mesurada respuesta a un dilema difícil que se le plantea y dicta una muy limpia carta en contestación a otra que don Quijote le remitió. Poco tiempo le queda a Sancho después de castigar a placeras, escoger esposo para su hija, atender pleitos, sufrir hambre, hacer constituciones e imponer severísimas penas a los aguadores de vino, para atender a quejas de gateamiento.

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO SEGUNDO.-

Torna doña Rodríguez, la segunda dueña Dolorida, a pedir favor a don Quijote por la falta del labrador rico con su hija. Esta vez se hace en presencia de los duques y se formaliza el desafío. El duque se las promete felices al suplantar al ofensor, vasallo suyo, por un lacayo. Mas todo queda interrumpido con la carta que Teresa Panza le envía a duquesa en respuesta a la suya, junto con otra  para que la haga llegar a Sancho. Acusa recibo la señora Panza de la misiva ducal y aunque todos duden, ella cree, más por verse ya en la corte que por el recibo de los corales, pasando por alto la burla de la solicitud de un pago en bellotas. La desmedida curiosidad de los duques les lleva a abrir la carta dirigida a Sancho. Cervantes muestra entonces cómo el pueblo llano, con un ojo puesto en la cosecha de aceitunas y el otro en el caño de la fuente, resuelve las tachas de ellas, que volverán al pueblo después de haber salido con una compañía de soldados; las de ellos, pintores de mala mano; o las de ambos, encinta la una, “ordenado de grados y corona”, el otro.