domingo, 10 de mayo de 2015

La Celestina I


  “…que el fin de su razón fue muy bueno”.

Aunque no sabemos el nombre de la ciudad (Toledo y Salamanca han sido siempre las dos principales candidatas) conocemos muy bien a sus habitantes: Calisto, Sempronio, Pármeno, Areúsa, Celestina, Melibea, Pleberio, y su historia, pero es sobre todo el seminal lenguaje de los autores lo que nos sigue asombrando. La Celestina ofrece una realidad dura y testaruda atravesada por el cálamo de una autoría discutida. De cómo Fernando de Roja cuenta que encontró unos papeles y decidió continuarlos: “…nocibles lenguas más aparejadas a reprehender que a saber inventar.”

El primer auto, escrito por el autor anónimo y que Fernando de Rojas respeta en su integridad, comienza con un encuentro entre Calisto y Melibea en lugar que no puede identificarse, aunque en el resumen que le precede, obra también del autor anónimo, se refiere a una huerta que muchos autores identifican con jardín. Sin duda muy medieval suena que el encuentro entre ambos tenga como fondo la búsqueda de un ave de presa perdida transformando la partida en caza de amores. Habla después Calisto con su criado Sempronio que sale de la sala porque “abatiose el girifalte y vínele a enderezar en el alcándara”. Es inevitable recordar los versos del Mío Cid: “alcándaras vazías”.
Calisto con profundo mal de amores pide el laúd, Sempronio opina sobre su destemplanza y le promete remedio para su melancolía amorosa. Sempronio, criado filósofo y misógino, encarna la postura corriente en el medievo de la superioridad del hombre sobre la mujer y trata a su amo, Calisto, de pusilánime.

“Huye de sus engaños… Cosa que es difícil entenderlas. No tienen modo (moderación, templanza), no razón, no intención. Por rigores comienzan el ofrecimiento que de sí quieren hacer. A los que meten por los agujeros, denuestan en la calle; convidan, despiden; llaman, niega; señalan amor, pronuncian enemiga (enemistad, odio): ensáñanse (enfurecen) presto, apacíguanse luego; quieren que adivinen lo que quieren. ¡Oh qué plaga, oh qué enojo, oh qué hastío es conferir (hablar) con ellas más de aquel breve tiempo que aparejadas son a deleite!”. Es recitación de Sempronio a quien parécele bien un jubón con brocados de amo en pago por la intercesión de la hechicera Celestina que hasta “a las duras peñas promoverá y provocará a lujuria, si quiere”. Y de peña en piedra, que con ella concluye la “sinfonía de la puta vieja” de la que habla la crítica para el parlamento de Pármeno referido a la fama de Celestina. Da cuenta seguidamente el criado a su señor de los seis oficios de Celestina. Pármeno conoce bien a la vieja Celestina por haber servido en su casa cuando era niño.

Auto II

Calisto le ha dado mil monedas de oro (una cantidad muy elevada) a Celestina. Calisto pregunta. Sempronio aprueba. Y Pármeno reprueba. Calisto no escucha más que a su corazón dolorido y desoye las advertencias de Pármeno.



Auto III

Sempronio expone a Celestina las apreturas de su amo y pregunta por las advertencias que Pármeno ha hecho a Calisto. Celestina cuenta la historia de la madre de Pármeno, Claudina, comadre de Celestina. Sempronio se muestra cauto acerca de las posibilidades que tiene Celestina de convencer a Melibea para que acceda a las pretensiones de Calisto. Aparece Elicia que acaba de despachar a un cliente y Celestina le encarga que vaya a buscar el bote del aceite serpentino y todos los ungüentos necesarios para los hechizos. La vieja Celestina prepara un unto con el que empapa la madeja de hilado que luego dejará en casa de Melibea para que esta quede prendada de amor hacia Calisto. El pobre diablo no solo queda sujeto a la voluntad de Celestina, sino también encerrado entre los hilos de una madeja, cual presa de araña. Debe tratarse de un demonio chico.


Auto IV

Celestina camino de la casa de Melibea manosea las monedas de oro que ha recibido y se anima a perseverar en su propósito. La recibe Lucrecia, la criada de Melibea, que es prima de Elicia. Alisa, la madre de Melibea, acepta recibir a la vieja alcahueta a pesar de conocer sus ocupaciones e inmediatamente Alisa deja a Celestina a solas con Melibea, circunstancia que aprovecha aquella para rogar a esta por el doliente Calisto. Como la furia es la reacción de Melibea, la vieja Celestina maniobra con habilidad y le dice a la airada Melibea que sólo una oración para Calisto había venido a pedir por un dolor de muelas. Qué hábil la vieja que ante la respuesta de Melibea le dice: pero hija, si yo no buscaba más que un poco de misericordia. Melibea se ablanda (el jurista Rojas se lo hace decir en términos del foro: “…tener la sentencia en peso, y no disponer de tu demanda al sabor de ligera interpretación”) y rápida como una centella la vieja puta comienza a desgranar elogios hacia Calisto y hasta se finge partera del mismo. Melibea acaba por entregarle su cordón para que se lo dé a Calisto. Y como no hay tiempo para más, queda Celestina en regresar para que Melibea le dé, por escrito, la oración que cura el dolor de muelas (mal de amores). Celestina se despide.



Auto V

Se felicita Celestina por su astucia que le ha permitido responder a Melibea y orientar “con el tiempo las velas de la petición”. Celestina se encuentra en la calle a Sempronio, el cual dice estar esperándola y juntos caminan hacia la casa de Calisto. Celestina le dice a Sempronio que le dará una parte pequeña del negocio (del dinero que saquen) y eso no le gusta a Sempronio.


Auto VI

La vieja alcahueta le anuncia que son buenas las noticias que trae y el loco de Calisto quiere oírla de rodillas como si frente a la mismísima Virgen se encontrara (al fin y al cabo mediadora entre Dios y los hombres). Mantón y saya de contray saca la vieja por el favor. Celestina le entrega el cordón y le promete a su ama. Calisto se pone a hablar con el cordón y hasta quiere salir a pasearlo por las calles. De nada sirve que la propia Celestina le advierta que la prenda le fue entregada por amor de Dios y no de los hombres.


Auto VII

Celestina reprocha a Pármeno que hable mal de ella, en especial porque aquella le toma como hijo adoptivo. Celestina insinúa a Pármeno que si cambia de actitud, Areúsa será suya. Pármeno asiente y le dice que él callará mientras la vieja hace de las suyas. Celestina recuerda a Claudina, la madre de Pármeno, que fue condenada por brujería, lleva a Pármeno a la casa de Areúsa y le pide que espere en la escalera. Celestina convence a Areúsa para que reciba a Pármeno. El juego de los primeros y segundos sentidos de toda la conversación entre los tres, revela una riqueza casi inagotable: una prostituta que se acuesta a la hora de las gallinas, una alcahueta que quiere debutar de mirona, un galán que da el mismo pago que Celestina le ofrece… Celestina vuelve a casa y Elicia le da cuenta de una mujer que ha estado esperándola para que le remiende el virgo.


Auto VIII

La mañana sorprende a Pármeno en la cama de Areúsa. Es tarde y teme que Calisto le eche de menos. A la puerta de la casa le espera Sempronio y con él se concierta en favorecer a Celestina, lo que significa que Pármeno conquistado el placer de Areúsa cambia su actitud hacia Celestina y si antes la criticaba, ahora la apoyará en sus tratos. Amigos ya, Pármeno y Sempronio suben a ver qué hace Calisto. Trova “razones metrificadas” por don Diego de Quiñones: muerte, deseo, esperanza. La noche ha pasado en blanco, sigue loco de amor. Se levanta y se va solo a misa dejando a sus dos criados en la casa por si hay noticias de Celestina que ha de traerle la oración hecha por Melibea.


Auto IX


Pármeno y Sempronio van a casa de Celestina a comer, hablan entre ellos reconociéndose las malas artes de Celestina, pero también que han de tomar parte de lo que la vieja obtenga en sus tratos con Calisto. En la casa de Celestina están Elicia, la enamorada de Sempronio, y Areúsa, la de Pármeno. Los cinco comen y beben. Después Sempronio y Elicia discuten. Aparece Lucrecia, la criada de Melibea, para pedirle a Celestina que acuda a visitar a su señora, la cual quiere el cordón y que la vieja le asista por sentirse muy fatigada de desmayos y de dolor del corazón.