miércoles, 25 de noviembre de 2015

Levítico


Aunque el contenido del libro es fundamentalmente normativo hay junto a la autoridad propia de quien impone las leyes, una cierta naturalidad que rebasa la mera obediencia y se interna en la puesta en común de unas bases mínimas sobre las que asentar la convivencia.

La impureza alcanza a los animales y las prescripciones se cuelan en la cocina. Pero el texto ni es obsoleto ni está pasado de moda, es el reflejo cabal de la cultura de un pueblo antiguo.

Para ser quemado, el macho sin defecto.

Para ser degolladas, tórtolas o palomas.

La levadura y la miel prohibidas, si la ofrenda es de flor de harina.

Si el asunto concierne al prójimo, además de al Señor, a la restitución hay que sumarle un quinto y al Señor un carnero sin defecto. Ofrenda esta de perjuicio, distinta de las de salvación y pecado.

Solo los puros pueden comer del sacrificio de salvación.

Las prohibiciones comienzan por las grasas (las del abdomen fundamentalmente) y la sangre.

La paletilla derecha es para el sacerdote.


Moisés consagró a Aarón y los hijos de Aarón tocando con la sangre del segundo carnero las puntas de sus orejas, manos y pies derechos. Los hizo esperar a la puerta de la tienda del testimonio durante siete días. El octavo, Aarón y sus hijos cubrieron el altar del Señor de sacrificios y holocaustos y el Señor lo devoró todo bajo el fuego. El pueblo quedó en éxtasis por haberse manifestado el Señor. Los hijos de Aarón, Nadab y Abioud también fueron devorados por el fuego divino por poner en el incensario un fuego extraño, no ordenado por el Señor. A los hijos que quedaron vivos, Eleazar e Ithamar, Moisés les prohibió que pasaran de la puerta de la tienda del testimonio.


Y las leyes continúan: la de la lepra y la tiña, la del vestido y la casa, la impureza del espermatorreico paralela en cierto sentido a la de la menstruación, el día del a expiación y del perdón (el Yom Kipur judío). Hay normas para casi todo: la recolección, el extranjero, el fruto de los árboles, los pelos de cabezas y barbas, los juicios de pesas y medias, los salarios, el prójimo, los ganados, las telas, las criadas… porque Yo soy el Señor Dios vuestro: un dios que trata de convencer, que conoce los recovecos del miedo humano y por eso sus advertencias no suenan a amenazas.