miércoles, 24 de febrero de 2016

Ilíada. Cantos XX a XXIV




Como muy acertadamente señala López Eire solo una mínima parte del canto XX habla de la teomaquia o batalla de dioses, pues la mayor parte hace referencia a las proezas de Aquiles. Su primer enfrentamiento es con Eneas, del cual Homero nos da una pormenorizada razón de su descendencia: Zeus, Dárdano, Erictonio. Tros, Asáraco, Capis y Anquises. Poseidón lo salva de una muerte segura, de la misma forma que Apolo hace lo propio con Héctor. Una violentísima furia ha sustituido a la cólera y Aquiles despedaza uno tras otro a los caudillos troyanos. En un intento de convertir el retraso en un arte, dilata Homero más de seiscientos versos el inevitable encuentro entre el Priámida y el Pelida. La espera se ameniza con un combate entre el río Escamandro y Aquiles, donde es este último quien se lleva la peor parte hasta el punto de tener que reclamar la intervención divina para no acabar muriendo en mitad del barro como un “niño porquerizo”.


A la muerte de Héctor le siguen unas muy singulares exequias por Patroclo, cuyo cadáver se ahoga en sangre antes de prender fuego a la pira funeraria. “Los blancos huesos del dulce amigo… en una urna de oro”. Juegos fúnebres que no sirven para que Aquiles olvide un dolor cada vez cercano de la locura. Doce días después de haber dado muerte a Héctor, aún su cadáver es arrastrado por el carro de su ejecutor y los dioses, sobrecogidos por tanta infamia, deciden ponerle fin. Hay una extraordinaria grandeza en Príamo que toma suplicante la mano del asesino de su hijo para obtener el rescate del cadáver. Pero es el llanto de Andrómaca, la esposa del héroe troyano, lo que mayor aflicción provoca. Su destino es tan negro como el de Troya.


Tal y como dice Caroline Alexander, La guerra que mató a Aquiles, los hombres y las mujeres de la Ilíada no cuentan más que con el débil recurso de rogar a los dioses y seguir en el campo de batalla, justamente allí donde la necesidad de no sentirse abandonado es mayor. Una y otra vez Homero golpea con el martillo de la muerte sobre el yunque del horror. Y es que el hombre homérico depende de las circunstancias tanto como el actual y para entender esto no hace falta recurrir a ninguna reconstrucción histórica de la ética.


Tras la cólera llega la culpa por la muerte de Patroclo y a esta le sucede la venganza. Solo la compasión de Aquiles por Príamo en el último canto parece redimirlo. ¿Qué es lo que quiere el hijo de Peleo? No es fácil aventurar una respuesta. ¿Justicia, gloria, vida? Es muy probable que se pueda hablar de un inmenso acto de rebeldía por la imposibilidad de escapar a su destino. Pero eso no es decir mucho. Es casi nada. Aquiles es, sin duda, un héroe, el mejor de los argivos, y es muy probable que su visión de la realidad sea distinta de la del resto de los mortales porque lo que de verdad define a un héroe es que tiene a los dioses de su parte y para conseguirlo igualar esta difícil ecuación debe buscar los términos entre las razones de lo imposible.


Para Hermann Fränkel la criatura homérica no tiene otro punto de referencia que la sociedad en la que se incrusta. Es un hombre velero, botado hacia el exterior, que apenas si reconoce una personalidad propia. Acepta esta tesis como punto de partida James M. Redfield, para desarrollar la idea de que Aquiles es un hombre de carencias, simple y esquemático, en el que las experiencias no dejan más poso que su corta historia. Héctor tiene planes de futuro. Aquiles se agota en su cólera.


Hay suficientes datos históricos y arqueológicos para afirmar que el ataque a Troya fue real. Quien tenga curiosidad por este tema puede comenzar por el texto de Carlos Moreu La guerra de Troya que no solo hace un magnífico recorrido por cuanto se sabe, sino que lleva a cabo una propuesta interesante acerca de la posibilidad de que la guerra de Troya esté vinculada a la invasión de los conocidos como Pueblos del Mar. El libro de Eric H. Cline, 1177 a.C. El año en que la civilización se derrumbó, es idóneo para seguir la pista a estos enigmáticos emigrantes. Simultanear ambas lecturas con el soberbio texto de Caroline Alexander antes citado, proporciona una comprensión global suficiente para emprender la lectura del libro del filólogo alemán Joachim Lacatz, Troya y Homero, que es un poco más exigente. Complementarios son los textos de Michael Wood, En busca de la guerra de Troya, el de James M. Redfield, La Ilíada: naturaleza y cultura y el Barry Strauss, La guerra de Troya.


Esa relación especial que une al lector con alguno de los libros a la que se refiere Antonio Muñoz Molina en su artículo en el Babelia del sábado, 6 de febrero de 2016, se comprende mal sin la inclusión de los textos de Homero.

domingo, 7 de febrero de 2016

Ilíada. Cantos III a XIX




Las primeras acciones bélicas aparecen en el canto III que se abre con el singular combate entre los dos pretendientes de Helena: el actual, Paris o Alejandro, y el antiguo, Menelao. La diosa Afrodita salva a Paris de perecer a manos del atrida. Agamenón proclama la victoria y exige la entrega de Helena. La acción queda en suspenso porque serán los dioses en el canto IV quienes tomen la decisión sobre la continuación de las hostilidades o la aceptación de la exigencia de Agamenón.  Entonces, Zeus conducirá la voluntad de Atenea hasta el corazón de Pándaro, vanidoso teucro que pretende pasar a la posteridad por la muerte de Menelao. Buen cuidado tiene la diosa de desviar la flecha hasta el cinturón del héroe. Y mientras Macaón, hijo de Asclepio, cura a Menelao, su hermano, Agamenón, se prepara para la lucha. En manos de su auriga, Eurimedonte, deja los corceles para pasar entre las filas de los dánaos. Sobre los cadáveres de Equepolo y Elefenor, los primeros en caer, teucros y aqueos se quitaban la vida. Odilo, Festo, Escamandro, Fereclo mueren a manos de los mejores caudillos argivos. Pándaro se lamenta de que su arco no consiga más que enardecer a los aqueos, pero Eneas le anima a subirse a su carro para poner fin a la matanza de teucros que Diomedes Tidida está ejecutando.  Cruzan sus armas los dos caudillos, Eneas y Diomedes, protegidos por sus diosas, Atenea y Afrodita. Nadie sale indemne, ni siquiera Afrodita cuya divina piel es desgarrada por el mortal bronce del Tidida. Combate singular es el que mantienen Sarpedón, el príncipe de los licios, y el heraclida Tlepólemo. Y el canto se cierra de nuevo con Atenea y Ares de protagonistas.


Con el anuncio de la retirada de los dioses del campo de batalla comienza el canto VI. Acamante, Axilio, Calesio, Dreso, Ofeltio, Esepo, Pedaso, Astíalo, Pidites percosio y muchos otros aliados de los troyanos fueron cayendo bajo las lanzas aqueas. Sospecha Helena que tanta desgracia parece estar hecha para servir de asunto en los cantos venideros. Andrómaca, la infeliz esposa de Héctor, tiene los peores presagios, pues no puede olvidar que su padre y hermanos fueron muertos por Aquiles en la ciudad de Tebas. Si Atenea se muestra decida partidaria de los aqueos, Apolo se inclina por los teucros. Pero ambos están de acuerdo en la conveniencia de detener, momentáneamente, la batalla. Dos heraldos bajan a avisar a los héroes que la luz del día se apaga y los contendientes aplazan la lucha e intercambian regalos de reconocimiento. La derrota de los aqueos irrita a Hera y Atenea que corren en auxilio de sus protegidos, pero Zeus se opone, pues ha empeñado su palabra a favor de los troyanos hasta que Aquiles olvide su cólera hacia el prepotente Agamenón.


La embajada a Aquiles es el tema del canto IX. El ofrecimiento de Agamenón es generoso, pues a la restitución de la hija de Briseo añade riquezas y honores, siete ciudades y tres hijas. Odiseo, Ayax y Fénix más dos heraldos son los designados para convencer al eximio eácida, como nieto de Éaco. Canta el héroe acompañado de argéntea lira o cítara y de su amigo más íntimo, Patroclo, el hijo de Menetio, cuando la embajada entra en su tienda. Odiseo es el primero en hablar y pedir al pelida que deponga su cólera. Aquiles se niega, su herida es tan actual como eterna: el saqueo recurrente de la vileza en la casa del prudente.


El canto X contiene la dolonía que toma su nombre del teucro Dolón que enviado para espiar a los aqueos es sorprendido por Odiseo y Diomedes. La victoria de los teucros sobre los aqueos y la preparación de la intervención de Patroclo se extienden a lo largo de los cantos siguientes. Inicialmente Agamenón rompe las falanges troyanas y entre sus víctimas se encuentran dos hijos de Príamo: Iso y Ántifo, y otros dos de Antenor: Ifidamante y Coón. Sin embargo, este último hiere al atrida, lo que le obliga a abandonar el campo de batalla. Héctor, que observa la debilidad del enemigo, entra como una tempestad y poco después Diomedes y Odiseo han de retirarse heridos. También el gigante Ayax Telamonio tiene que retroceder detrás de su enorme escudo de siete cueros. La victoria de los troyanos resulta tan aplastante que Aquiles manda a su amigo Patroclo a que se interese por el estado de Néstor y Macaón. Frente a las murallas y el foso que protege las cóncavas naves de los argivos, los héroes troyanos bajan de los carros. Cuando Héctor y Polidamante, los más valientes de los jóvenes teucros, atraviesan el foso un águila sobrevuela agorera con una serpiente entre sus garras. No hay para el hijo de Príamo mejor augur que combatir por la patria y el asalto continúa porque no se trata de conquistar, ni siquiera de vencer, es más bien lo que Sarpedón le dice a Glauco: “Vayamos y demos gloria a alguien, o alguien nos la dará a nosotros”. Los argólicos se repliegan a las naves cuando observan a Héctor atravesar los muros defensivos.
   

Aprovecha Posidón un descuido de Zeus para insuflar ánimo en el espíritu de los aqueos, quienes, gracias a la intervención divina, logran rechazar la acometida de los dárdanos. El deucaliónida Idomeneo, nieto del rey Minos y caudillo de los cretenses, repite la misma divisa que el teucro Sarpedón: entrar en batalla para dar gloria a alguien o que alguien nos la dé a nosotros. Pegados a las naves, los aqueos se recuperan y comienzan a poner en apuros a las falanges de Héctor. Este  rehacerse argivo no se confirma hasta la última parte del canto siguiente, el XIV, después de que Hera empleara la astucia, y algo más, para distraer la atención de Zeus. Vuelve este en sí, observa irritado el retroceso de los troyanos y dispone lo necesario para que la guerra vuelva a los costados de las naves aquivias. Sus disposiciones son muy claras: los argivos perderán terreno hasta que Aquiles vuelva a batallar. Así, Posidón desamparó a sus protegidos, los aqueos, y Apolo se puso al frente de los dárdanos.
  

Cuando ya el fuego llega a las naves, Patroclo, hijo de Menetio, pide a su amigo Aquiles que le deje intervenir portando su armadura. Consiente el pelida que dispone a sus mirmidones bajo los cinco caudillos: Menestio, Eudoro, Pisandro, Fénix y Alcimedonte al mando de Patroclo. Una atroz matanza provoca la aparición del menetíada. Sarpedón, el rey de los licios e hijo del mismísimo Zeus, caen bajo su lanza y otros muchos le siguen. Tal es la destreza del amigo de Aquiles que se necesita una triple intervención para acaba con su vida: la de un dios, Apolo, la de un héroe joven, Euforbo Pantoida, y la del máximo caudillo de los teucros, Héctor Priámida. Patroclo parece un personaje creado exprofeso por Homero para dar una solución natural a la obstinada negativa de Aquiles a intervenir. Ahora es Héctor quien porta la armadura de Aquiles y este necesita, por tanto, nuevas armas para vengar a su amigo. Hefesto se las forjará a petición de Tetis, la nereida madre de Aquiles. El día más largo de toda la epopeya termina con la presencia de Aquiles que como un dios despide fuego por encima de su cabeza. Polidamante Pantoida, augur e íntimo amigo de Héctor, aconseja  retroceder hasta las murallas de Ilión. Héctor rechaza el buen consejo y decide enfrentarse a Aquiles al día siguiente.

martes, 2 de febrero de 2016

Ilíada. Cantos I y II




Y a un tiempo allí estalló lamento y ufanía de hombres
matando y muriendo, y corría con sangre la tierra.
Ilíada IV, 450-451 (F. Javier Pérez)

Es la actitud injusta de Agamenón, ante el legítimo requerimiento del sacerdote Crises, la que provoca la cólera del pelida Aquiles y esta a su vez la que causa los reveses de los aqueos. Atenea calma la respuesta impulsiva de Aquiles con la promesa de recibir tres veces más, suponemos que en el futuro botín de Troya, pero Homero parece estar haciendo una promesa al lector más de postergación que de anticipación. Taltibio y Euríbates son los heraldos enviados por Agamenón para que recojan a Briseida en la  tienda de Aquiles. Afirma Bowra: “El canto I de la Ilíada es un poema exuberante y pulido, con magníficos contraste de tono y acción, pasiones inflamadas y exaltada elocuencia: comienza con una crisis y acaba con los dioses retirándose al Olimpo para dormir”.


Sin duda, la guerra de Troya debilitó profundamente el poder de los aqueos hasta el punto de que cincuenta años después (hacia el 1200)  se produjo la invasión de los dorios que destruyó prácticamente todo cuanto encontró a su paso, incluida la escritura micénica. Hasta el 750 no se reintrodujo de nuevo la escritura. Los aqueos se refugiaron en Micenas o Atenas y la mayoría huyó por mar para fundar colonias en Jonia. Sin duda se llevarían consigo los cantos que recordaban a sus antepasados y, entre ellos, a los héroes de Troya.

Tan inextricablemente unidos están Aquiles y Troya que aunque la obra de Homero no cuenta el final, el lector sabe de su trágico destino paralelo e inminente. La justa queja del Pelida da la oportunidad a Zeus de contradecir a Hera y Atenea, partidarias de los aqueos. Sin embargo, los dioses se muestran a lo largo de todo el poema poco leales con los hombres. El sueño falaz que Zeus manda a Agamenón provoca en este una reacción desconcertante: en lugar de lanzar su ejército contra ciudad en la seguridad revelada de conseguir la victoria, da la espalda a las murallas y sugiere el retorno a casa. Que los aqueos se retiren y dejen incólume Troya obliga a intervenir a Atenea quien desciende para hablar con su protegido Ulises, el único capaz de utilizar un ardid que revierta la situación.


Homero comprende y transmite con acierto aquello que el honor exige de la rectitud  de los héroes cuya única meta es la gloria reservada a los hombres. Dice Bowra: “El héroe toma una decisión por motivos de honor y paga un alto precio por ella… Esta clase de decisión desastrosa no es asimilable a las que acarrean la catástrofe en la tragedia propiamente dicha. En el primer caso nos topamos con algo que no se puede eludir sin mancillar el honor, pero en la auténtica tragedia los errores suelen deberse a una tacha en el carácter o en la inteligencia, a un exceso o un defecto de la personalidad que enceguece a la víctima y la condena a un destino funesto. El héroe trágico puede actuar de otra forma; el heroico, no. Ahí radica la clave de Aquiles, pero también de Héctor y tal vez hasta de Troya. Tal es el principio que mueve el mundo heroico y le confiere su grandeza y su rigor. La gloria pueda ser una suerte de recompensa; el cumplimiento de la vida heroica estriba en observar los imperativos del honor hasta últimas consecuencias”.


Agamenón es un insensato. No solo se traga de un hambriento bocado el cebo enviado por Zeus en forma de sueño, sino que confía en tomar Troya, después de diez años de asedio, en un solo día. Es la escasa credibilidad de la promesa lo que debería de haber puesto en guardia al atrida. Para orar en torno a su sacrificio mandó Agamenón llamar a los principales caudillos: Nestor (el rey de la arenosa Pilos), Idomeneo (rey de los cretenses, famoso por su lanza), los dos Ayaces o Ayantes, el hijo de Tideo (Diomedes, al mando de los de Argos) y Ulises (caudillo de los cefalenios). Suponemos que también estaría presente Menelao, el hermano de Agamenón, rey de Lacedemonia. Con Ares en la cintura y Poseidón en el pecho marcha Agamenón en el centro de su ejército por la llanura del Escamandro. Aquí detiene Homero la acción para recoger el catálogo de las naves y los contingentes: mil ciento ochenta y seis naves, cuarenta y cuatro caudillos y más de sesenta mil hombres. También entre los teucros hay valientes líderes además de Héctor, el primogénito priámida. Entre ellos destaca Eneas, hijo de Venus y Anquises, que capitanea a los dárdanos, y los hermanos Hipotoo y Pileo. Los troyanos y algunas de las zonas próximas, Misia, Caria y Licia, utilizaban un lenguaje conocido como luvita, muy próximo al hitita. Los aqueos, un sistema silábico llamado lineal B que es una forma arcaica del griego.