domingo, 15 de mayo de 2016

La piedra lunar. Wilkie Collins


A Borges le gustaba Collins. Para algunos The Moonstone es una obra maestra. Los hay que tienden a considerar a Collins como el Poe de la novela. Sea como sea, sus novelas son piezas donde la diversidad inagotable de los puntos de vista da al lector una visión cargada de fuerza y verosimilitud.

Por su color amarillo pudiera tratarse del diamante Florentino, lo más probable es que sea el llamado diamante Orlov, aunque también recuerda al famoso Ko-i-Nur por la maldición asociada.  El relato comienza con la referencia histórica del asedio a la ciudad de Seringapatam donde murió el sultán de Mysore, Fateh Ali Tipu, en el año 1799 a manos de los británicos. En el saqueo que siguió a la toma de la ciudad John Herncastle se apodera de una daga en cuya empuñadura se encuentra engastado el diamante conocido como la piedra lunar. Obligado a asesinar para hacerse con la joya, el moribundo hindú le lanza una maldición.


El punto de vista de Gabriel Betteredge, mayordomo al servicio de Lady Julia Verinder y ferviente lector de Robinson Crusoe, es de mayor amplitud. El diamante se había extraviado en 1848 en la casa que Lady Verinder poseía en Yorkshire. El jueves 25 de mayo Mr. Blake regresó a casa de su tía con un encargo realmente muy especial: entregar a su prima Raquel el diamante de su tío, el coronel Herncastle. Dicha entrega debía verificarse el día de su cumpleaños, lo que significaba que Mr. Blake disponía de cuatro semanas para tratar de mitigar los efectos negativos de su encargo. Ni que decir tiene que Mr. Blake se enamoró de su prima Miss Raquel, de la misma forma que lo hizo Mr. Godfrey Ablewhite, también primo de la jovencita como hijo de la Honorable Carolina, hermana de Lady Verinder. Los tratamientos propios de la sociedad inglesa noble nos crean cierta confusión.

Mr. Godfrey era rico, guapo y de buen temperamento. Gustaba de presidir las mesas petitorias y los comités o asambleas femeninos, hablaba en público como un predicador y todo el mundo le amaba.  Hay indicios suficientes para suponer que este hombre perfecto va a ser rechazado por Miss Raquel. Es comprensible que después de haber recibido el imponente diamante conocido como la piedra lunar de manos de Mr. Blake, opte por entregar a este sus atenciones.


A un lado de Miss Raquel está sentado el doctor Candy, al otro Mr. Murthwaiter, buen conocedor de la India que desaconseja a su anfitriona que se pasee con semejante pedrusco por la península Indostánica. El influjo que el diamante causó en el ánimo de Miss Raquel fue tan intenso que cuando a la mañana siguiente se reveló su desaparición, sufrió una profunda perturbación. El inspector Seegrave fue el encargado de desvelar el misterio. Naturalmente que las sospechas recayeron enseguida en todos los ocupantes de la casa, ante lo evidente que resultaba la ausencia de signos de fuerza para penetrar en ella. Pero muy pronto el inspector quedó varado en la orilla de sus pesquisas. Para relanzar la investigación llegó desde Londres el renombrado sargento Cuff. 


Inmediatamente la investigación toma rumbo. Una mancha en la puerta de Miss Raquel, la sorprendente falta de colaboración de esta y la desazón de Lady Verinder comienzan a tejer un sinfín de posibilidades. El método del sargento es tan enigmático que la curiosidad hace de  Betteredge un imprescindible colaborador. Y es que su comportamiento, el de Mr. Betteredge, no deja de ser un tanto sospechoso: esa manera tan injustificada de proteger a una ladrona como Rosanna Spearman. Las notas de La última rosa del verano que el sargento silva cada vez que hace un descubrimiento nos hace sentirnos como un perrito faldero.

Si las sospechas del lector son las confirmadas por el sargento Cuff, más le valdría fijarse en el verdadero dilema de la obra: ¿Qué es mejor para las rosas, los senderos de grava o de césped? ¿Qué es lo más conveniente para el desarrollo de la rosa blanca musgosa? Puede muy bien persistir el enigma, pero el problema ha cambiado. El sargento Cuff es muy consciente del giro de los acontecimientos. En especial cuando ve, después de la partida de Miss Raquel, a Mr. Betteredge corriendo hacia la playa con un zapato de Rosanna en la mano.

La noticia del aparente suicidio de Rosanna pone al sargento en la peor de las disposiciones frente a Lady Verinder. Antes de recoger sus honorarios el perspicaz detective lanza tres vaticinios, entre ellos, la inquietante entrada en escena de cierto prestamista de Londres, Mr. Septimus Luker. Mr. Betteredge se despide no sin antes advertirnos de que no creamos nada de lo que más adelante diga Miss Clack, una pariente probretona de la familia, y de que la confirmación de las tres profecías del sargento no tardó en producirse.


El relato de la sobrina de Lady Verinder, Miss Clack, sucede al de Mr. Betteredge. Miss Clack también recibe su cheque, en esta ocasión de Mr. Blake a cambio del relato de sus vivencias al lado de su tía en Montagu Square. Miss Clack es ordenada, pulcra y religiosa, pero escribe como una harpía que trata de esconder sus garras. Nos muestra a su prima Miss Raquel loca de remate y su tía, enferma de muerte. Y todo ello sin el más leve indicio de piedad. Todo esto tiene su lógica si pensamos que para Miss Clack el consuelo está impreso en folletos.

Todos los londinenses conocer el asunto de la piedra lunar y no son pocos los que hacen recaer sobre Mr. Godfrey Ablewhite una buena cantidad de sospechas, en especial después de su incidente con Mr. Luker. Para la abnegada Drusilla Clack el demonio se esconde entre los cojines del sofá y nada más conveniente para expulsarlo que dejar entre el pañuelo y la redoma de sales de su tía un piadosísimo libro. Pero lo más curioso de esta simpática Miss Clack es que estamos completamente seguros de que jamás a lo largo de toda su vida hizo una pregunta inocente. Por eso precisamente, no había mejor testigo que ella para la doble confesión Godfrey/Raquel, ni mejor receptáculo: detrás de las cortinas.

La repentina muerte de Lady Verinder y otro cúmulo de circunstancias disponen que Raquel y Drusilla habiten la misma casa durante algún tiempo. Brighton es la ciudad elegida. Rompe allí Miss Verinder su compromiso matrimonial con Mr. Godfrey, asistimos después a la espantosa escena de Ablewhite padre pidiendo explicaciones a su sobrina y a colosal estupidez de Miss Clack con la que se cierra su relato que muy bien podría calificarse de autobiográfico.


Mr. Mathew Bruff, el abogado de la familia Verinder, es nuestro tercer narrador. Resultó que Mr. Ablewhite echó un vistazo al testamento de la difunda madre de su prometida y descubrió que su contenido no era el esperado. El mismo Mr. Bruff puso en conocimiento de Raquel la aludida circunstancias y el compromiso salto por los aires sin demasiado estruendo. Una cosa más añade el buen letrado: la conveniencia de fijar nuestra atención en el primer aniversario de la desaparición de la piedra lunar.

Mr. Franklin Blake es el siguiente encargado de hacer progresar la historia. Enamorado profundamente de Raquel, el desplante de este hacia su persona después de los sucesos de  Yorkshire le obligó a abandonar Inglaterra. Regresa casi un año después, en la primavera de 1849. Por aquel entonces Miss Verinder vivía con su tía Mrs. Merridew y a pesar del tiempo transcurrido sigue volviéndole la espalda a Mr. Blake, actitud que a este como a todos nosotros, se nos hace incomprensible. Naturalmente que la única pista de que disponemos para aclarar la postura de Miss Raquel es la piedra lunar. Y a Yorkshire regresamos. Qué lástima que Mr. Collins tenga tanta prisa, ¡cuánto hubiéramos disfrutado de una reposada noche en la granja de Hotherstone! Pero sigamos en pos de la primera pista: la carta. Demasiado larga la misiva de Rosanna dirigida a su gran amor, Mr. Blake, sin que la misma descubra nada nuevo, si acabo confirmar una sospecha. De la entrevista entre Raquel y Franklin lo esperábamos todo menos justamente aquello que sucedió. El enigma ya no era la piedra lunar, sino la posición misma en que Mr. Blake aparecía situado. 



Ezra Jennings, el ayudante del malogrado doctor Candy, ofrece a Mr. Blake una posible explicación a unos hechos en apariencia inexplicables. Es comprensible que del resultado de cierto experimento se haga cargo el doctor Ezra y, por tanto, asuma también este el de narrador. Y es que es el mismo Mr. Blake quien se convierte en objeto del experimento. El 25 de junio, lunes, todo está preparado. El resultado obliga a Mr. Blake a tomar de nuevo la palabra y a cederla poco después a un irreconocible sargento Cuff. Una carta del doctor Candy y un anuncio hecho por Gabriel Betteredge ponen fin al relato. Bueno, queda el epílogo que da cuenta de tres famosos brahmanes hindúes.