Stefan Zweig nace 1881 en la culta Viena en el seno de una familia judía de origen moravo, no puede ser, por tanto, más centroeuropeo. Estudió en la Universidad de Viena, doctorándose en filosofía. Su desahogada situación económica le permitió codearse con toda la vanguardia cultural de la época, realizar estudios de literatura y viajar por buena parte del mundo, incluida América y Asia. Trabajó como corresponsal de varios diarios y comenzó muy pronto a escribir y publicar. En 1920 contrajo matrimonio con Friderike von Winternitz de la cual se separó en 1938, pese a ello Friderike siguió guardando una notable admiración por su marido lo que le llevó a escribir varios libros sobre su unión con Stefan, además de ser autora de novelas y traducciones. Una mujer muy notable de la que nos gustaría saber más. Parece que la situación política de esa fecha con Hitler anexionándose Austria, tuvo un peso muy importante en la decisión del escritor. Contrajo después matrimonio con su secretaria Lotte Altmann, que fue quien le acompañó en el suicidio en Brasil en 1942. Precisamente la obra que hoy comentamos, fue escrita en ese último año de su vida. Stefan Zweig gozó de una merecida popularidad en su tiempo y tras unos años de olvido ha vuelto con fuerza a los estantes de las librerías, gracias al esfuerzo realizado por la editorial El Acantilado que ha recuperado gran parte de sus obras, aunque nunca estuvo del todo olvidado como lo demuestran las publicaciones de mediados del siglo XX por la editorial Juventud.
Novela de ajedrez esconde no pocas incógnitas. No erramos si decimos que es el ajedrez, el juego de los sesenta y cuatro escaques que es como se denominan las casillas en que se divide el tablero, el protagonista de la novela. Este juego que los árabes trajeron de Persia y los persas de la India, es utilizado por Stefan como una alegoría del momento histórico y personal del autor. Ciertamente ambos están íntimamente entrelazados. El señor B es capturado por la Gestapo y sometido a tortura consistente en el aislamiento más férreo y absoluto: no hay posibilidad alguna de comunicación ni de actividad física o intelectual. En estas condiciones y con el paso del tiempo, el encerrado necesariamente acabará por hablar aunque sólo sea por salir del vacío que se ha creado a su alrededor. Una de las veces en las que el señor B es conducido a la sala de interrogatorios, logra hacerse con un libro que recoge partidas de ajedrez, sustrayéndolo del bolsillo de un capote de un miembro de la Gestapo. No debe pasarse por alto este dato. Alguien que pertenece al sistema de represión de la Gestapo guarda en el interior del bolsillo un libro con partidas de ajedrez, se trata, por tanto, viene a decirnos Zweig, de una persona culta que disfruta con el juego más intelectual de todos; y ese mismo individuo aficionado al ajedrez será quien le someta al señor B al interrogatorio. Este apunte novelístico, no viene sino a anticipar la teoría que unos años después formulará Hannah Arendt conocida como la “banalidad del mal”. Ciertamente Zweig la esboza en su doble formulación, a saber: uno que los miembros de la Gestapo no son sino hombres corrientes que resuelve problemas de ajedrez en su tiempo libre; y dos que la cultura no sirve para prevenir el mal.
Situación de la partida al intervenir B |
Se le reprocha al escritor vienés la falta de músculo literario para dotar de verdadera corporeidad a sus personajes, a los que siempre parece faltar alguna de las dimensiones exigidas por los cánones artísticos. Precisamente por eso, se aduce, son las biografías las obras donde Zweig saca más partido a su indudable talento, pues aquí el personaje de carne y hueso suple la necesidad de una construcción ficticia.
La tertulia tocaba ya a su fin, sí lleváis razón pero no por eso voy a dejar de decirlo, cuando el azar, la única divinidad razonable, puso a don José Jiménez Lozano en nuestro camino. Nos saludó a todos, uno por uno y nos dedicó unos minutos de animada charla. Está trabajando en tres o cuatro libros, se levanta a las cinco y media y tiene ganas y humor para hacer de "cosero". En fin, admirable vitalidad. Gracias a todos, también, por supuesto, a don José.
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