lunes, 8 de agosto de 2011

De la vida bienaventurada y otros tratados. Séneca.


Lucio Anneo Séneca, “el joven” o “el filósofo” para diferenciarlo de su padre conocido como “el viejo” o “el retórico”, nació en Córdoba, España, hacia el año 3 a. C. y murió en 65 d.C. Es el componente Séneca el que según algunos autores (Abascal y Albertos citados por Julio Mangas) pone de manifiesto que los Anneos de la Italia central acabaron por emigrar a España, y aquí emparentar con una familia autóctona: los Séneca, apellido de origen celtíbero. El padre a la edad de 51 años contrajo matrimonio con Helvia Albina, una joven de 16 años, con la que tuvo tres hijos. Poco después del nacimiento del menor, hacia el primer año de la era cristiana, la familia viaja a Roma, a excepción de Lucio que comienza a dar los primeros síntomas de una enfermedad (probablemente tuberculosis pulmonar y asma) que le acompañará el resto de su vida. Séneca, que quedó al cuidado de una hermanastra de su madre, se les unirá más tarde. La familia buscaba la properidad en la capital del imperio, Lucio padre quería que sus hijos dejaran de ser unos ricos provincianos y ascendieran al rango senatorial.

El imperio romano en la época de Agusto.
Cabe suponer que cuando Séneca llegó a Roma todavía vivía Augusto. El Imperio Romano era una magnífica época para los hombres cultos y el padre de Lucio decidió cuidar la educación de sus hijos. Ya con Tiberio en el poder, Séneca tomó la toga viril e inició sus estudios de retórica con el análisis de las obras de Cicerón y más tarde de Quintiliano. Séneca se entusiasmó primero con el pitagorismo (muy probablemente de esta época proceda la famosa ascesis senequista), conoció los valores del epicureísmo, de la escuela cínica y terminó por comprometerse con el estoicismo. La primera consecuencia fue que Séneca se hizo vegetariano. Tal decisión tenía un componente polícito. Tiberio no era Augusto y muy pronto comenzó a manifestarse su intolerancia. En el año 19 había ordenado la expulsión de los judíos y de los devotos de la diosa Isis, y ambos prohibían el consumo de carne.  De esta forma proclamarse vegetariano, suponía vincularse con tendencias religiosas prohibidas. Al final Séneca acató el consejo paterno y abandonó su pretensión, pero siempre mantuvo una dieta frugal y atacó el refinamiento culinario de su contemporáneo Apicio del que nos ha llegado un tratado sobre el arte culinario. Para los interesados en este arte y lo que le aconteció a Apicio puede consultarse la obra de Séneca Consolación a Helvia (http://www.revistakatharsis.org/Seneca__helvia.pdf). Probablemente Séneca conoció la doctrina de los cínicos a través de su amigo Demetrio por quien siempre tuvo una gran admiración, el epicureísmo por la obra de Lucrecio y fue su maestro Atalo quien lo inició en el estoicismo. Contrajo su primer matrimonio hacia el año 39 con una joven cuya identidad se desconoce con quien tuvo un hijo, Marco que falleció muy joven.  Antes durante cuatro o cinco años había permanecido en Egipto recuperándose de su afección pulmonar. Por aquel entonces ya se había producido el fallecimiento de Germánico, sobrino e hijo adoptivo de Tiberio, y Sejano, el prefecto del pretorio, se había adueñado del poder.

La carrera pública de Séneca se inicia con Calígula, gracias a sus buenas relaciones con las hermanas del emperador: Julia Livilla y Agripina, ésta será la futura esposa de Claudio, a sazón tío de aquélla. En el año 41 fue procesado y condenado al destierro (en términos jurídicos fue una relegatio, la forma más benigna del alejamiento) en la isla de Córcega; se cree que la razón fueron las posibles relaciones adúlteras que Séneca mantenía con Julia Livilla y muy probablemente el proceso se inició a instancia de Mesalina, la esposa de Claudio en ese momento. Precisamente la obra arriba citada, Consolación a Helvia, fue escrita en Córcega y está dirigida a su madre con el fin de tranquilizarla.

Áureo de Nerón
En el año 48 Claudio ejecuta a Mesalina, su esposa, después de que esta hubiera hecho público su adulterio, y contrae matrimonio con su sobrina Agripina. Es entonces cuando termina el destierro para Séneca. Agripina lo reclama y es nombrado pretor y preceptor de Domicio Ahenobarbo (Nerón tras ser adoptado por Claudio) que seis años después será proclamado emperador con tan sólo diecisiete años. Séneca y Burro, el prefecto del pretorio, orientarán la política de Nerón durante los primeros cinco años de mandato, quizás hasta el asesinato ordenado por Nerón de su propia madre, Agripina, en el año 59. Se ha reprochado siempre a Séneca las contradicciones entre su filosofía y forma de vida. Mientras en sus escritos clamaba contra la tiranía y predicaba la moderación, en la realidad sustentaba una de las peores tiranías de Roma y se enriquecía a costa de ese apoyo (se dice que llegó a poseer más de trescientos millones de sestercios). Hasta cierto punto el propio Séneca reconoce y asume tal contradicción aunque no la acepta.

La muerte de Séneca. Rubens.
En el año 62 fallece Burro y Nerón manda asesinar a su esposa Octavia para contraer matrimonio con Sabina Popea. Séneca pide el retiro. Nerón se lo niega. Tres años después se produce la conjura de Pisón que trataba de asesinar a Nerón, Séneca es acusado de participación y Nerón le ordena que se suicide. Como el propio Séneca reconoció no podía ser de otra manera, Nerón había asesinado a su madre, a su esposa, a su hermano (Británico), y debía de terminar también con su maestro y preceptor. Transcurría el año 65 de nuestra era.

El texto utilizado es el del Círculo de Lectores publicado en 2001 con la traducción de Lorenzo Riber. Contiene un prólogo de José Antonio Marina y un estudio preliminar de María Zambrano. Este estudio preliminar de la gran filósofa española ya fue publicado creo que por la editorial Cátedra y aunque estoy seguro de que María escribió algo más sobre Séneca no he sido capaz de localizarlo.

Marina condensa en el prólogo tres ideas fundamentales para leer a Séneca. La primera pretende identificar aquello que estamos buscando. Se trata de entrar en posesión de la ciencia de la vida, esto es, de aquel saber práctico que permita al hombre vivir con tranquilidad, lo que es tanto como decir vivir feliz, sin temor, sin miedo. Claro que para alcanzar tan venturoso fin, es preciso admitir que hemos de ser “náufragos antes que navegantes”, pues en la mayoría de los casos aun cuando las intenciones sean las idóneas, no dejarán las circunstancias de abrir vías de agua en la nave del sabio. El tercer y último de los resortes de la moral de Séneca es el de la resignación, “sustine et abstine”, aguanta y prescinde, sé capaz de aceptar tus limitaciones humanas, sin por ello renunciar al fin de la felicidad.

María Zambrana durante el exilio
María Zambrano ofrece en su introducción el retrato de Séneca como un filósofo sin sistema, un curandero de la filosofía., algo así como un mediador entre el pensamiento y la vida que da entrada a la misericordia y a la piedad, conceptos que le acercaron a la doctrina cristiana. Con ello Séneca se ve obligado a reconocer el desvalimiento de la razón. Pero si hay algo que caracteriza el estoicismo de Séneca, es sin duda su actitud resignada. Esta resignación que se mueve en la mitad de la distancia que separa la esperanza de la desesperación, se practica apartándose de ambas (hay aquí un eco que nos acerca al budismo), lo que es tanto como apartarse de la vida y aceptar, resignadamente, nuestra condición humana. En consecuencia se renuncia a la vida por la sinrazón de la muerte y a la razón por estar presa de la vida. Puede que sea revelador que a medida que se avanza en ese proceso de resignación, el lugar de la ambición y el poder, comienza a ser ocupado por la caridad. 

Sin embargo, no es Séneca un filósofo contemplativo, el mismo dice que el peor de los males es estar muerto antes de morir. Se trata como dice Zambrano de un sabio a la defensiva, de alguien que ha llegado a la filosofía no buscando la verdad, sino el remedio a los males humanos y los de su tiempo. El senequismo es esa suave burla con la que el sabio contempla la inanidad del individuo y, pese a todo, procura sacar un algo, aunque no sea más que la ligera embriaguez de una copa de vino. Algo así como transformar la ética en estética, haciendo de la elegancia la virtud suprema o, como diría un castizo, "aguantar el tipo”. No puede ser más ilustrativa nuestra admirada María Zambrano.

DE LA VIDA BIENAVENTURADA.
…pues toda bravosía es hija de debilidad (81)
…no puede llamarse feliz quien ha sido lanzado fuera de la órbita de la verdad (83)
…Bienaventurado es, pues, el hombre de juicio recto; bienaventurado el que con sus cosas se contenta y es de sus cosas amigo, cualesquiera sean ellas; bienaventurado es aquel a quien la razón hace que acepte cualquier estado de sus asuntos. (84)
…busco el bien del hombre, no el del vientre. (89)

El sabio, aquel que conoce que virtud y placer no discurren en la misma dirección, tasa sus goces y apenas asoman, los mezcla con la seriedad de la vida de la misma forma que haría con los juegos y las distracciones.  
Pero la sabiduría tiende a crear en la mente de los hombres ciertas sospechas. Séneca lo sabe, conoce el corazón humano, por eso le sugiere al filósofo adinerado que abra su casa y admita en ella a todos los ciudadanos para que a la vista de cuantas riquezas posea, invite a cada uno de sus convecinos a que tomen aquellos que reconozcan como suyo. Así el escrutinio del pueblo hará que la riqueza del filósofo sea pública y aceptada. Y culmina con una frase mayestática “las riquezas, si las tuviere el sabio, son sirvientas; si el necio las tuviere, son señoras”. (110)

DE LA TRANQUILIDAD DEL ALMA.
Señala Séneca la conveniencia de optar por la frugalidad y moderación en todas las acciones de la vida, tanto en el comer, como en el vestir y ello lo hace extensivo también a la escritura. Describe lo trabajosa que es la infelicidad porque manteniendo suspensas las esperanzas concebidas y volviendo tristes las fracasadas, todo lo vuelve quejas contra los tiempos, y el alma se torna propensa al movimiento “ora puesta boca abajo, ora puesta boca arriba, acomodándose en diversas actitudes, por ser muy propio de enfermos no durar mucho en un estado, tomando las mudanzas por remedio.”  (125). Se esfuerza inmediatamente Séneca por demostrar el provecho que cabe obtener de la virtud que resulta “provechosa siempre” aunque permanezca ociosa y muda, porque “nunca se cierran tan de todo punto los caminos, que no quede lugar para alguna acción honesta” (130).

Pero lo primero de todo ha de ser “examinarnos a nosotros mismos”, herencia socrática, y optar por aquello que menos pueda dañar nuestra libertad. Después vendrá la elección de los hombres en los que confiar. Se muestra aquí Séneca especialmente lúcido. A los amigos hay que elegirlos “vacíos de codicia”, es preciso evitar a los “mohínos pesimistas” y a aquellos que “de todo se lamentan” y en especial a los que “cuentan nuestros obsequios como deudas”. Pero ¿en qué ocupar el tiempo conocida la brevedad y contingencia de la vida? Ni las cosas ni los motivos han de ser inútiles, dirá Séneca, pues en otro caso acabaremos “poseídos por la indolencia atareada” y por hacer objeto de fingimiento hasta el dolor. "Muchas veces el viejo cargado de años no tiene otro argumento para demostrar que vivió mucho que sus arrugas y sus canas” (128). Concluye entonces señalando que no podemos decir que ha vivido mucho sino que ha durado mucho.

DE LA VIDA RETIRADA.
Se trata de un texto acéfalo y muy breve. Comienza el estoico señalando que el peor de los males del hombre, es su inconstancia hasta en los vicios y lo saludable que resulta el apartamiento por sí mismo. Este retiro resulta contrario a los postulados de la filosofía estoica para la que nada es ocioso antes de la muerte, ni aún ésta lo es. Sin embargo, Séneca resuelve la cuestión con una ingeniosa argumentación. Afirma que la Naturaleza nos engendró para la acción, pero también para la contemplación y que habiendo una republica universal, mayor por tanto que la simple, que se define por nuestro nacimiento, sirven a la primera aquellos hombres que usan del apartamiento para descubrir las obras grandes, es decir aquellas que remotas y escondidas, o encerradas,  no podrían ser conocidas por los que se dedican a la vida pública. También será la Naturaleza la responsable de haber proporcionado al hombre un “ingenio curioso”, para que descubra “algo más antiguo que el mundo” y a continuación Séneca pasa a dar cuenta de las cosas que le inquietan: “de dónde salieron esos astros; cuál fue el estado del universo antes que cada uno se separase de los otros para constituirse en partes distintas; qué razón disoció los elementos sumergidos y confusos; quién asignó a cada uno su lugar; si las cosas pesadas descendieron por su propia naturaleza y tomaron el vuelo las ligeras, o si, fuera de la tendencia y el peso de los cuerpos, alguna otra fuerza más alta dictó la ley a cada uno…” (164-165). Sin embargo hay un tono de amargura, de desdicha quizá, en la relación que une al sabio con la República, pues Séneca sabe muy bien que la República odia al sabio y que el sabio no soporta la República, al final el apartamiento se hace necesario, sobre todo para que el filósofo, el intelectual del primer siglo, pueda conservar la vida.

DE LA BREVEDAD DE LA VIDA.
Este tratado sobre el tiempo que Justo Lipsio (humanista del siglo XVI) tenía por libro de cabecera, se abre con una idea contundente: no es que la vida sea breve, sino que somos nosotros, los hombres, quienes la acortamos. Dilapidamos el tiempo. Advierte Séneca cómo de ciega está el alma humana que no tolerando la más mínima ocupación por otro de sus propias posesiones, y, sin embargo, “tolera mansamente que otros invadan su vida y hasta son ellos mismos quienes introducen a sus futuros detentadores.” (176) Llenando el tiempo de quehaceres vanos, el hombre se convierte en un espíritu ajetreado que en nada profundiza y acaban por malversar al tiempo mismo que siendo cosa gratuita e incorporal, termina por ser considerado de nulo valor. El tiempo que anda con “pies de fieltro”, convierte la dilación en la máxima quiebra de la vida, dice Séneca, porque ese dejar pasar “suprime siempre el día actual y bajo promesa de tiempos futuros, defrauda los presentes. La rémora mayor de la vida es la espera que depende del día de mañana y pierde el de hoy” (185) Sorprende un tratamiento tan complejo de la dimensión física y psíquica del tiempo. Pero Séneca no se detiene ahí, profundiza en el significado humano del fluir constante del tiempo y extrae una conclusión: mientras que los atareados no tienen más que el presente, el sabio gira su cuello para convertir el tiempo pasado en un animal dócil que le permite tanto “disputar con Sócrates”, como “reposar con Epicuro”.

La filosofía de Séneca está imbuida de un fuerte sentido práctico, no se trata de alcanzar el goce momentáneo, sino de llenar el espíritu de paz y tranquilidad, las cuales deben adquirir un carácter permanente. Precisamente por ello, la filosofía posee una intrínseca función docente: la vida humana como un camino de aprendizaje. Para alcanzar tal fin, Séneca no duda en utilizar conceptos procedentes del estoicismo, epicureísmo, cinismo, etc. El notable tono moral que impregna las obras de Séneca, fue aprovechado por el cristianismo que se refirió al filósofo cordobés como un “espíritu apostólico”, e incluso se llegó a especular sobre una posible correspondencia entre Séneca y Pablo de Tarso.

El libro es una magnífica introducción al pensamiento de Séneca y a lo sorprendentemente actual que es su concepción de la vida. De alguna forma cuando ponemos en relación sus escritos con lo que fue su vida, Séneca se nos hace extrañamente presente. ¿Qué de interesante esconderán sus Epístolas Morales a Lucilio?   

1 comentario:

  1. Yo estuve leyendo este invierno las Epístolas Morales a Lucilio, y aún las tengo en la mesilla de noche, y voy extrayendo de ellas con cuentagotas mil y un pensamiento. Es inagotable fuente de “sabiduría práctica”, y aunque a Séneca se le suele calificar de estoico, yo no lo tengo tan claro; me parece más bien un ecléctico, que toma de aquí y de allá buenas ideas (o lo que él considera tales), y no duda en rebatir y matizar aquello con lo que no está de acuerdo. De lo que no hay ninguna duda es de que conocía a la perfección tanto el estoicismo como el epicureismo, una versión lúcida y realista de este último, mucho más allá de tópicos y lugares comunes. De hecho, en las primeras cartas suele ofrecerle a Lucilio como, digamos, objeto de reflexión, algún dicho que considera merecedor de aprecio, y muchos de ellos son de Epicuro, como él mismo señala al citarlos.
    Me parece interesante señalar que, en esa época, no se entendía por epístola lo que son nuestras actuales cartas, personales y dirigidas a un solo interlocutor, sino que más bien parecen “mini-guias” filosóficas para discípulos que residían en comunidades lejanas, y debía ser común que se leyeran y estudiaran detenidamente por los “acólitos” (mala palabra, lo sé, pero no se me ocurre otra en este momento).
    En cualquier caso, lo que realmente me fascina de Séneca es lo contemporáneo que resulta, de manera que a menudo una se sorprende de que algo así fuera dicho ya en aquellos años, porque en gran medida es perfecta y totalmente aplicable a nuestra época. ¿Será que realmente hay una sabiduría eterna? ¿O más bien que el ser humano en realidad no ha progresado ni un ápice, más allá de lo meramente tecnológico?
    Una lectura totalmente recomendable, además, por la belleza incluso literaria de gran parte de sus pasajes, algo por desgracia no muy habitual entre los filósofos.

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