Santiago Domínguez López. Fotografía. |
A Santiago Domínguez, torero de quirófanos
-Mira cómo están mis zapatos. ¡¿No te parece increíble?!
-Sí Zaca, es increíble.
-¡No! Fíjate bien en el izquierdo, está todo descarnado.
-¿Descarnado? No entiendo lo que quieres decir. ¿Dónde has aprendido esa palabra tan sugerente?
-¡Oh! Pues…, no sé; creo que se la oí decir a Gaspar el otro día. Pero dime, tú no crees que mi zapato esté descarnado.
-Sí Zaca, lo está, pero no más que mi blusa.
-¿Tu blusa? ¿Qué es una blusa?
-¡Ay…! La camisa, ¡hombre!
-¡Ah la camisa! ¿Por qué le llamas blusa?
-Mi padre siempre decía: Jannette, mets ta blouse!
-Olvidaba tu origen francés.
-Esta ciudad es odiosa, ¿no te parece?
-No sé… Jannette. ¡Quizás…!
-¡Huele mal! ¿No te has fijado en la gente que come pipas a todas horas, y las escupe directamente de la boca? ¡Es asqueroso!
-¿Pipas?
-Sí, Zaca, pipas. Todos llevan en las manos esas bolsas amarillas llenas de pipas, meten los dedos en ellas y luego se los llevan a la boca...
-Sé lo que son pipas, Jannette.
-¡¿No te has fijado?!
-Sí, creo que sí…, pero total, no nos queda más que un día para marcharnos.
-¡Ay! Otra vez al carro ese…
-Bueno, tienes motivos para estar contenta, vamos a Francia.
-¿A Francia?
-Sí, se lo oí decir a Gaspar anoche…, a un pueblo que se llama algo así como tolos…
-¡¿Toulouse…?!
-Sí, eso es.
-Yo nací allí, en la rue de l’Echarpe, a la espalda de la place du Pont Neuf, donde brota el Garona, o al menos eso era lo que creía de niña, que el río nacía allí mismo y para mis ojos. Mi padre, un hombre corpulento y de mirada infantil, me subía a los árboles del paseo Quai de la Daurade, algo así como muelle dorado, y desde allí veía el sol cayendo sobre las aguas y las reposadas barcas. Los niños lanzaban sus hilos al río y las madres les gritaban desde los portales. Él se sentaba, extendía el periódico sobre la yerba y encendía su pipa. Todo era tan reposado, que más de una vez estuve a punto de caer, absorta en la quietud de un paisaje que no tenía fin. Algunos días mi padre tenía que limpiarme los ojos mientras me decía: “gamine, c’est que tu fait?” Pero todo aquello ya pasó…
-No te pongas triste Jannette, ahora tendrás la oportunidad de verlo de nuevo.
-¡Oh no! ¡No me hago ilusiones! Acabaremos en cualquier barrio o teatrillo de los alrededores. Además ya nada puede ser como entonces…
-Yo te llevaré hasta el río y nos sentaremos los dos en la yerba y contemplaremos el sol y las barcas y los chiquillos y…
-¡Oh calla, Zaca! ¡Calla!
-Pobre Jannette…
-¡Sois un par de memos! ¡Idiotas! ¡Vamos! Pobre Jannette, pobre Zaca…, ¡qué lástima me dais! ¡A trabajar! ¡Vagos! ¡Inútiles! Como sigáis así ya me encargaré yo de decirle a Gaspar que os abandone en cualquier camino para que el sol y los perros os devoren.
-¡Oh no! ¡Eso no! ¡Ten corazón, Elicer! El sol y los perros, no, ¡eso no!
-Pues basta de simplezas, que están todos esperando.
Gaspar tiró de los hilos, alzó el trapo del carro e impostando la voz hizo hablar a las marionetas. Los niños rieron. Algunos puestos en pie imitaban sus saltos, otros se tapaban los ojos con las manos y los más pequeños las señalaban con sus dedos girando la cabeza hacia sus madres. Después arrojaron las monedas y aplaudieron.
Por la noche antes de salir hacia Toulouse, Gaspar colocó a Zaca y a Jannette entre sus piernas. Elicer sentada sobre la tapa del baúl, lo contemplaba. Gaspar la miró y dijo:
-Estas dos ya están muy usadas. Habrá que ver si no conviene convertirlas en siluetas articuladas.
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