viernes, 11 de noviembre de 2011

El último encuentro.

El autor.
Sándor Márai nace con el siglo, en 1900, en una localidad del imperio austro-húngaro, Kassa, hoy perteneciente a la actual Eslovaquia.
Su familia pertenecía a la burguesía de la época (su padre era un abogado importante de Budapest). Ya de niño observará con minuciosidad la vida y costumbres de su época, que quedarán reflejadas en muchas de sus obras, donde muestra con detalle la decadencia de la burguesía húngara de entreguerras.
Alumno inteligente pero inquieto e inquisitivo con las normas y con el entorno, estos hábitos le llevaron a ser un mal estudiante, por lo cual estuvo varios años en un internado religioso. Es muy probable que estas vivencias le sirvieran para describir con maestría el capítulo 4 de su novela “Divorcio en Buda”, dedicado a los sentimientos del juez Komives en el internado, los de su influyente tutor el padre Norbert, y las duras sensaciones que muchos compañeros vivían al regresar a casa en los periodos vacacionales, pues “veían las vacaciones como un deber pesado y penoso; llegaban a sus casas con la cara larga para pasar la Navidad o las vacaciones de verano, y se apresuraban a volver antes de tiempo, contentos y felices”.
Más tarde su padre le financió sus estudios en Europa, que él dedicó a la vida bohemia, subsistiendo después con colaboraciones literarias y artículos periodísticos.
Vio rápidamente los peligros que acechaba el nazismo, al que atacó desde sus inicios, granjeándose por ello el apoyo y la fama de sus compatriotas, agrandada por sus artículos periodísticos y sus obras de teatro. Liberados los húngaros de ese yugo por el régimen soviético, Márai ve que la única hazaña de los rusos había consistido en cambiar de adjetivo al yugo: antes era fascista y a partir de entonces sería comunista, pero seguía siendo un yugo. Mal visto por el nuevo régimen (como “burgués decadente”), su reputación le libró de la represalias, pero sus libros fueron prohibidos y se exilia, primeramente en Europa (Italia, Suiza, París) hasta instalarse definitivamente en Estados Unidos. Al exiliarse se queda sin patria y sin lectores, dedicándose a escribir para su esposa.
Se casó a los 23 años con Lola Matzner, una joven judía de familia acaudalada, a la que amó profundamente hasta su muerte, sesenta y dos años más tarde. Al morir ella nada le aferra a la vida. Su hermano menor, su hijo natural, y su hijo adoptivo han muerto también. Todo le da asco: considera la literatura, incluida la suya, vanidad y presunción. La vida sin Lola le da asco.
Unos años después de esta muerte, y aún afectado por ello, el autor se suicida pegándose un tiro a los 89 años, al saber que está enfermo, casi ciego y que ha de vivir hospitalizado el resto de su vida. Un mes antes ya lo anuncia en sus diarios, llegando al extremo de ir a practicar a una academia de tiro para evitar que un error le dejara inválido; lo último que escribe es: “Ha llegado la hora”.


Su obra.
Márai escribió novelas, poesía y teatro, pero lo que le dio fama universal fueron sus novelas. Tras un éxito inicial en su juventud, el exilio y la dictadura comunista ocultaron su brillo, que no ha sido recuperado de nuevo hasta después de su muerte, tras la progresiva y sorpresiva aparición de sus novelas por una editorial italiana.
Hay críticos que ven similitudes en aspectos biográficos y de contenidos (la vida burguesa) con escritores de éxito de su época.  Era un humanista como Thomas Mann, Hesse, Zweig, Huxley, entendiendo el humanismo como una creencia laica en la virtud de la literatura y del saber en motivar conductas y develar misterios de la condición humana.
Otros críticos ven las obras de Márai como fuegos de artificio, bellos de contemplar, pero que se evaporan sin dejar rastro; Javier Marías las ve como “literatura de sonajeros”, o sea, que agrada su sonido pero no produce una melodía. Para los contertulios claramente se queda a distancia de Stefan Zweig o Thomas Mann. Sin embargo parece ser que desconocemos gran parte de su obra, ya que en su época de éxito publicó más de 40 novelas, hoy casi todas desconocidas, que ahora se están reeditando poco a poco.
La vida del imperio austro-húngaro ha desparecido. Una sociedad derrotada, un imperio desmembrado, un población diezmada, unos territorios perdidos, se intentan disimular con la recomposición formal. Pero Márai siente que en esa misma sociedad decadente se encuentran los valores que dignifican al hombre: la confianza en la palabra, la dignidad, la respuesta a la llamada de la vida, la inclinación al dolor ajeno… Márai no encuentra heroísmo en las grandes batallas, sino en el modo en que se sobrelleva la soledad. El nazismo y el comunismo, todo lo que arrasaron y el modo en que lo hicieron, le hicieron vea a Márai que aquello que parecía una sociedad de cartón encerraba un tesoro. Pero Márai no trata de justificar o censurar la vida burguesa, sino que reivindica la vida burguesa entendida como una vocación ligada al esfuerzo, a controlar el día de mañana, a la vida familiar y su ceremonial.

“El último encuentro”.
El título original de esta novela, puesto por el autor, inicialmente fue “A la luz de los candelabros”. Con ese título y en esa época apenas consiguió los elogios y tirajes que ha conseguido hoy en día. Es sin duda su obra más famosa, y en mi opinión, su obra más conseguida de las que conocemos.
Hay dos protagonistas principales, el general y su amigo Konrad, con una relación de amistad de 22 años. Y dos secundarios: Krisztina, la amada de los dos protagonistas y causa de sus desencuentros, y Nini, la criada del general, que es el testigo fiel de su mundo exterior e interior desde que nace hasta el final de la obra (75 años) “lo sabían todo el uno del otro, más de lo que una madre puede saber de su hijo, más de lo que un marido puede saber de su mujer…”.

La novela es una larga y madurada reflexión sobre la amistad. Un análisis minucioso sobre las pasiones y los sentimientos humanos, con una trama creciente en torno a todo lo que, aparentemente de manera inexplicable, llevó a huir a su íntimo amigo de tantos años. 

El estilo en teoría es un diálogo entre dos amigos, que se reencuentran 41 años y 43 días después (hasta ese extremo de contabilidad lleva el afán de venganza del general). Pero más que diálogos son monólogos de Henrik, a los que Konrad contesta con breves palabras o silencios, por lo que, el lector parece ser también a la vez el destinatario de las reflexiones del anfitrión, para que saque sus conclusiones.

 En la primera mitad expone hechos que de manera progresiva van generando la urdimbre de esa amistad sin límites. En la 2ª mitad repasa las causas que la pusieron fin, hurgando en la profundidad de sus almas buscando “la verdad”, explorando hasta sus últimas consecuencias:
 “Y si uno entrega a alguien toda la confianza de su juventud, toda la disposición al sacrificio de su edad madura, y finalmente le regala lo máximo que un ser humano puede dar a otro, si le regala toda su confianza ciega, sin condiciones, su confianza apasionada, y después se da cuenta de que el otro le es infiel y se comporta como un canalla, ¿tiene derecho a enfadarse, a exigir venganza? Y si se enfada y pide venganza, ha sido un amigo él mismo, el engañado y abandonado? (Pág. 100)
“Sientes en tus manos un temblor ancestral, tan antiguo como el hombre mismo, la disposición para matar, la atracción cargada de prohibiciones, la pasión más fuerte, un impulso que no es ni bueno ni malo, el impulso secreto, el más poderoso de todos: ser más fuerte que el otro, más hábil, ser un maestro, no fallar… Esto mismo sentiste tú, quizás por primera vez en tu vida, cuando en aquel bosque, en aquel punto de acecho, levantaste el arma y apuntaste para matarme”. (Pág. 114)
“Y ahora, cuarenta y un años después, tengo que darte una sorpresa terrible, tengo que hacerte una revelación: tú y yo seguimos siendo amigos”. (Pág. 125)

A la vez analiza algunas emociones y valores humanos de todo hombre, como el perdón, el honor, la venganza, la envidia, el orgullo, la soledad, la vejez, y hace evolucionar el contenido de éstas a lo largo de la novela, que es lo mismo que decir a lo largo de la vida.
“Él llevaba mucho tiempo esperando. Ya no se acordaba ni siquiera del momento en que el enfado y el deseo de venganza habían dado paso a la espera.”(Pág. 19)
“Sin embargo, cuando todo ha acabado ya, como ahora, pues para nosotros todo ha acabado ya, no podemos llegar muy lejos con palabras así. Engaño, infidelidad, traición: son simples palabras, sólo son palabras, mientras la persona a quien nos referimos está muerta ya”. (Pág. 170)

De vez en cuando nos describe algunos paisajes para situarnos, como pinceladas de claroscuros flamencos, así cuando describe el viaje de la madre de Konrad, la joven extranjera, junto a su marido, atravesando las montañas de Suiza y de Austria (“Aquella llanura vacía donde ya habían recolectado todo, donde no se vfeía el final de los caminos”). O la descripción, como una pintura de bodegón, del salón en el que van a cenar (“La larga mesa cubierta con un mantel blanco, y en el centro hay un jarrón de cristal de roca, con orquídeas”); o cuando en el capítulo 7 describe la Viena majestuosa y sus bailes diarios (“Toda Viena bailaba bajo la nieve”). O esa descripción paisajística, más minuciosa, con la que comienza el capítulo 14, y que sirve de contexto al punto álgido de la novela: “Era el momento exacto en el que la noche se separa del día, el mundo inferior del mundo superior. …Todavía están unidos lo bajo con lo alto, la luz con las tinieblas. A los cazadores y los animales les gusta ése instante. Ya no es de noche pero tampoco es de día. …Como si todos los seres vivos exhalaran sus secretos y sus maldades. …Es un instante misterioso. Los antiguos paganos lo celebraban en medio de los bosques… anhelando la llegada de la luz, o sea, de la razón y del conocimiento. …Porque todas las pasiones anidan en la noche del alma humana.”

Ya en las últimas páginas describe la llegada de la vejez con precisión de cirujano, con frases terribles para el ser humano: “Luego envejece tu cuerpo, no todo a la vez, por partes. Más tarde, de repente, empieza a envejecer el alma… Cuando se acaba el deseo del placer, ya sólo quedan los recuerdos, las vanidades, y entonces sí que envejece uno, fatal y definitivamente.  Un día te despiertas y te frotas los ojos, y ya no sabes para qué te has despertado. Lo que el nuevo día te traiga, ya lo conoces de antemano…Ya no puede ocurrirte nada imprevisto.”(Pág. 171)

La novela expone también la visión de dos mundos contrapuestos, uno el de Henrik, el del boato, el de las cacerías, el de los carruajes y los grandes bailes, el de las comidas de gala y las clases altas. El otro el de Konrad, de casas oscuras de aire viciado, de miserias de clase baja: ”Si me compro una silla de montar, ellos no comen carne durante tres meses. Si...” Y termina con una frase demoledora, como habiendo descubierto un secreto vergonzoso, su pobreza: “Ahora ya los conoces. …Cuando partieron, sintieron por primera vez que algo había ocurrido entre los dos”. Es más, en la tertulia se coincidía con el razonamiento del general en que “quienes te habían obligado a hacer la carrera militar, simplemente por amor y por deseo de que estuvieras por encima de ellos, habían cometido un crimen”, hasta el punto de que Konrad en algún momento deseara la muerte de sus padres para alcanzar la liberación.

El mismo general esa noche ve que, aparte de en lo material, en su entorno había dos mundos contrapuestos en los ideales. Uno al que pertenecían él y su padre, apegados a las tradiciones, al cumplimiento de la normativa sin vacilaciones, al disfrute de los placeres de la vida que le son permitidos a su clase social, a mantener el honor por encima de todo. Luego estaba el otro mundo, el de Krsiztina y de Konrad, que era también el de su madre, que era el del arte, el de la música, el de los valores propios por encima de las normas, el de las pasiones.
“Los oyentes disciplinados comprendieron que la música podía ser peligrosa. Los otros dos, la madre y Konrad, sentados al piano, no hacían caso de los peligros… la música era tan sólo un pretexto para desatar en el mundo unas fuerzas que todo lo mueven, que lo hacen estallar todo, todo lo que la disciplina y el orden humanos intentan ocultar.” (Pág. 49)
 “Sabíamos que soportabas todo con mayor dificultad que nosotros, los soldados de verdad. Lo que para ti era un estado para nosotros era una vocación. Lo que para ti era una máscara para nosotros era un destino. No nos extrañamos cuando te quitaste la máscara.” (Pág. 85)
“Entre mi madre, Krisztina y tú, estaba la música como aglutinante. Probablemente la música os decía algo, algo imposible de expresar con palabras o acciones., y probablemente os decíais algo con la música, y ese algo que la música expresaba para vosotros de manera absoluto, nosotros, los diferentes, mi padre y yo, no lo comprendíamos”. (Pág. 157)

Algunos contertulios señalábamos que Márai parece no dominar el cierre de sus novelas. Así en “Divorcio en Buda”, tras una primera mitad de la novela ágil y con contenidos, se enfrasca durante casi la 2ª mitad de la novela en un monólogo (o sea, esos “diálogos” de Márai en los que uno habla y otro escucha) y que aporta demasiado poco a la estructura y contenido de esta novela: “No puedo irme de aquí hasta que me dés una respuesta. ¿Has soñado con Anna durante estos últimos años?”.

 Está mucho mejor resuelto el final de “El último encuentro” donde el general va desgranando con maestría y con todo lujo de detalles los hechos acaecidos en esos años de juventud, las emociones vividas y las causas que las motivaron, pero quedan en el aire las argumentaciones de Konrad, que opta por guardar silencio. Las dos famosas preguntas que tenía planteadas desde hace décadas (“Tuviste intención de matarme o fue imaginación mía? y ¿Fuiste amante de Krisztina?”) ya no le interesan. A esas alturas de su vida y de la larga conversación de madrugada, esas respuestas no son importantes. El tiempo las ha respondido. La pregunta que le hace ahora es terrible para los dos: “¿Sabía Krisztina que tú ibas a matarme aquella mañana, en la cacería?” La respuesta indudablemente estaba en el revelador Diario de Krisztina. Es curioso que el título de esta obra en inglés sea “Embers” (“Ascuas”), aludiendo a este final de la obra cuando el anfitrión, con el acuerdo de su invitado, decide quemar el diario de Krsiztina, la amada de ambos, sin conocer la respuesta que tanto le angustiaba.

Cuando se está preparando para irse, Konrad le recuerda al general: “Dijiste dos preguntas. ¿Cuál era la otra?...”  Y Henrik le responde avergonzado de su vileza común con Krisztina: “Quien sobrevive al otro es siempre el traidor. Porque ella sí que murió. Murió porque tú te marchaste, murió porque yo me quedé pero no me acerqué a ella, murió porque nosotros dos, los hombres a quienes ella pertenecía, fuimos más viles, más orgullosos y cobardes, más ruidosos y silenciosos de lo que una mujer puede soportar, porque huimos de ella, porque la traicionamos, porque la sobrevivimos. Es la pura verdad.
 …Quisiera que me dijeras ¿si hemos vivido esa pasión quizá no hayamos vivido en vano? ¿Que así de profunda, así de malvada, así de grandiosa, así de inhumana es una pasión? ¿Y que quizás no se concentre en una persona en concreto, sino en el deseo mismo?” (Pág. 183-4) Pregunta a la que de nuevo Konrad responde con el silencio.

A modo de conclusión diremos que es una obra excepcional, donde describe magistralmente las emociones/sensaciones/relaciones/pasiones humanas. Sin embargo para algunos contertulios, las expectativas de gran escritor que genera en esta novela no se ven reflejadas en el resto de sus obras publicadas últimamente.


COMENTARIOS: Efrén ARROYO ESGUEVA

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