Max Frisch, escritor suizo que vivió entre la primera y la última década del siglo pasado, alcanzó éxito mundial con su novela No soy Stiller (1954), abandonando seguidamente su profesión de arquitecto y dedicándose a la literatura. Es, junto con Robert Walser y Hans Küng, uno de los escritores suizos de fama internacional. Mantuvo numerosas relaciones sentimentales, siendo, quizás, la más destaca la que se prolongó entre los años 1958 y 1965 con la poetisa austriaca Ingeborg Bachmann. Vivió en Zürich, Roma y Nueva York.
La obra está dividida en dos partes o etapas.
PRIMERA ETAPA escrita en Caracas del 21 de junio al 8 de julio.
Aeropuerto de La Guardia. Faber está muerto de cansancio. Hay nieve. El avión se retrasa. Ivy (su novia), quiere casarse. Un alemán, a su lado en el avión, habla. Duerme seis horas. Están sobre el Mississippi. Allí sigue, a su lado, el de Dusseldorf. Faber se cambia de asiento, antes se afeita. Se felicita por tener que hacer escala en Texas, Houston. Faber esquiva al alemán y se mete en los servicios. El vuelo va a salir y su nombre es repetido por los altavoces para que acuda a información. Faber se desentiende y se toma una copa en el bar. El altavoz insiste y regresa a los servicios. Después de diez minutos decide salir, cree que el avión ya habrá despegado. Está en un error: en cuanto trata de poner unos telegramas, una azafata lo agarra por el codo y los mete en el avión. El de Dusseldorf lo está esperando, le explica que se dedica a buscar un sitio donde cultivar tabaco.
Un sueño, absurdo como sólo es posible tenerlo dentro de un avión, y cuando se despierta, situación de peligro. Aterrizaje forzoso en medio del desierto de Tamaulipas. Después de un suceso como este, a Faber y al de Dusseldorf no les queda más remedio que presentarse. Juegan al ajedrez. Faber es un técnico y dice: “Estoy acostumbrado a ver las cosas tal como son”, pura racionalidad. Estamos en 1957. En medio del desierto, por la noche, las rocas en el resplandor de la luna pueden parecer animales prehistóricos, pero Faber se aplica a la realidad de su origen volcánico y al tratamiento que le ha dado la erosión de los agentes externos. No hay más realidad que aquella que puede ser explicada científicamente. El alemán resulta ser Herbert Hencke, hermano de un antiguo amigo de Faber: Joachim. Esa casualidad podría ser explicada por el cálculo de probabilidades, pero Faber por primera vez abandona la racionalidad y dice: “Qué pequeño es el mundo”. Poco a poco la imaginación comienza a ganar terreno y tras una visión, “…todas aquellas cabezas torcidas sentadas en las butacas del avión como si este volara, en un silencio mortal, con el resplandor blanco de luna sobre las alas…”, se estremecerá “… por el espacio de un segundo, innecesariamente.” Lo inaprensible ha irrumpido entre las partidas de ajedez. Faber pregunta y Herbert contesta: Joachim está separado de su mujer, Hanna Landsberg. Hanna había sido la compañera sentimental de Faber. El mundo es cada vez más pequeño, Faber.
Tras ser rescatados, Faber decide suspender su viaje profesional de ajustador de turbinas y se marcha con Herbert a Guatemala. En Campeche un tren los lleva hasta Palenque. Allí permanecen cinco días bebiendo cerveza y sudando, esperando disponer de un jeep. Mientras tanto, un arqueólogo les habla de unas ruinas mayas situadas muy cerca de Palenque. Los mayas eran muy buenos matemáticos, pero deficientes como técnicos, ni siquiera conocía la rueda o la bóveda. Faber los desprecia. Mientras revisa el motor de un Land-Rover, Faber cuenta su relación con Hanna. La superficialidad del protagonista es asombrosamente natural: tacha a Hanna de suspicaz por su resistencia a relacionarse con alemanes después de que su padre, el de Hanna por supuesto, hubiera muerto en un campo de concentración nazi. Conocemos que Hanna quedó embarazada y Faber ignora qué ha pasado con ese hijo.
Perdidos en la selva camino de Guatelama, viajan a bordo de un viejo jeep, Faber, Herbert y Marcel, el arqueólogo. Sorprende la utilización de ese mínimo común múltiplo del lenguaje que es el sustantivo, para crear en unos pocos renglones imágenes muy reales: agua, boca, burbujas, libélulas, serpientes, tierra, gasolina, mariposas.
El orden, la practicidad de Faber, el narrador, no conoce desaliento. En medio de los tabacales no puede dejar de aclarar dos cosas: una que están perdidos y dos, que es preciso atribuir la propiedad de ese cultivo a alguien: a Herbert, sobrino de la Hencke-Bosch. Descubren el cadáver de Joachim colgado de un alambre.
Volvemos a conocer más detalles de la relación entre Faber y Hanna. Fue ella quien no quiso contraer matrimonio y él se marchó a Bagdad a trabajar. Era el año 1936.
Por fin Faber acude a Venezuela para ajustar las turbinas. No hay nada que hacer, las turbinas no han sido desembaladas. Regresa a Nueva York. Allí esta Ivy esperándolo. Para librarse de ella, Faber decide hacer su próximo viaje a París en barco, en lugar de utilizar el avión. El aterrizaje forzoso en Tamaulipas, le sirve de perfecta coartada. Resultará, así lo anticipa en su propia narración, que a borde del barco viajará su hija Sabeth.
Faber se describe a sí mismo como si fuera una máquina, una de sus turbinas. “Vivo como todo hombre de verdad, entregado a mi trabajo…, me considero feliz de vivir solo…, me gusta poderme despertar solo, sin tener que decir una palabra…, mis pensamientos están proyectados hacia adelante…, a mirar al futuro…, caricias por la noche, bueno; pero caricias por la mañana me parecen insoportables…, soy completamente objetivo…, la gente, incluso los hombres, me impone un esfuerzo…, a veces, uno se pone blando, pero luego se recobra…, los sentimentalismos…, son manifestaciones de cansancio…, [y mientras abrazo a un mujer] podría resolver de memoria cualquier problema de ajedrez.” Y después de una descripción como esta de sí mismo, Faber le pregunta a Sabeth, su hija, aunque ignore que lo es, si quiere casarse con él, y el lector tiene la sensación de que esa forma de proceder no es otra cosa que un simple experimento. Y es que al fin y al cabo “lo que importa más, es lo que dirige cada uno; yo dirijo montajes…” Claro que también hay cosas que le irritan. Le irrita, “Walter Faber comiendo ensalada, en un marco dorado.” Pero todo experimento tiene algo que la llave inglesa no alcanza a medir: Faber va a Louvre a buscar a Sabeth. Este es un hecho extraordinario, porque Faber no ha puesto nunca sus pies en un museo. Si lo hace es con la esperanza de encontrar allí a la muchacha de la rojiza cola de caballo. Así es como suceden las cosas. Luego a la ópera con ella y, de pronto, mientras la espera, Faber se siente feliz.
Excurso sobre el aborto y el hombre moderno: el hombre es el resultado del progreso, el hombre planifica, el hombre vive técnicamente, el hombre es ingeniero.
Faber hace de chófer en el viaje a Roma de Sabeth. Y se ve forzado a ir de museo en museo, siguiendo la pasión artística de ella. No hay nada peor para un ingeniero como Faber, que visitar los museos de arte.
Brusco salto hacia delante. Sabeth es mordida por una serpiente y Faber emprende una desesperada acción para tratar de salvarle la vida. En el hospital aparece Hanna. A partir de este momento el narrador, es decir Faber, se referira a Sabeth como la niña. Hay un evidente cambio del punto de vista. Mientras la niña permanece en el hospital, Hanna y Faber vuelven a casa para comer y descansar. Faber trata de cuidar la impresión que causa en Hanna, pero se muestra como un puro mecaniscista, hasta tal punto que incluso su machismo, propio de todo homo faber, se tiñe de una ambigüedad que esconde, en realidad, nada más que superficialidad. Así piensa que a Hanna le sienta bien tener una profesión. Se convierte, entonces, Faber en un narrador neutro, algo así como una voz en off que transmite una sensación de jerarquía entre el hombre y la mujer. Hanna quiere saber dos cosas. Y para ello no duda en mentir. Le miente a Faber negándole la paternidad de Sabeth. Faber le devuelve la verdad: ha mantenido relaciones con Sabeth y Joachim ha muerto. Le oculta, sin embargo, que Joachim se suicidió. Veinticuatro horas después, Sabeth fallece aunque la muerte no es consecuencia del veneno inoculado por la víbora, sino fruto del traumatismo craneoencefálico que se originó en la caída por un terraplén cuando Sabeth huía tras la mordedura. Algo que pudo haberse evitado fácilmente, pero de lo que nadie se dio cuenta.
SEGUNDA ETAPA.
Alterna los días previos a la operación a la que va a ser sometido Faber en el hospital, con el relato del proceso de disolución del protagonista tras la muerte de Sabeth.
El hombre a merced del río de la vida, algo así es lo que expone Max Frisch en la obra que comentamos. Faber sólo se entera de su vida al final, cuando está a punto de entrar en el quirófano para ser intervenido de un cáncer de estómago y del que, él mismo está convencido, no va a salir. Ha pasado todo el tiempo de su existencia tratando de esquivar el lado oscuro del hombre. La vida es una cuestión de turbinas y estadísticas. Y precisamente la probabilidad menos probable de todas es la que acaba por golpearle en el rostro. Ignorante de su condición de padre, acaba por coincidir a bordo de un barco con su hija, con la cual mantiene relaciones. Faber se siente feliz, ignorante de su condición de moderno Edipo. Otro hecho remoto para la ciencia de la estadística, a saber, que una serpiente muerda en el pecho a un ser humano, provocará la caída, que no la muerte, de Sabeth la hija-amante de Faber, la cual fallecerá a consecuencia de un hematoma epidural, que pasa inadvertido para la ciencia de la medicina. En realidad Faber comienza a vivir cuando falla la técnica. Serán, precisamente, un par de motores, de turbinas, que dejan de funcionar, las que provocarán el aterrizaje forzoso del avión donde viaja Faber en medio del desierto de Taumalipas en Méjico. ¡Qué lejos está Faber de conocer que junto con el avión, es su vida la que está precipitando en un aterrizaje forzoso!
Ciencia y literatura, Max Frisch las ensambla de una manera muy particular. A veces el lector tiene la sensación de que las frases no se encadenan de forma sucesiva, sino alternativamente, tal y como si se tratara de tornillos dispuestos a unir piezas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario