jueves, 7 de abril de 2011

San Manuel Bueno, mártir. Tertulia

Miguel de Unamuno y Jugo nace en Bilbao en 1864 y muere en Salamanca en 1936. Aunque vasco de origen pronto polemiza con Arana sobre la utilización del euskera en la literatura. Obtiene la cátedra de griego en Salamanca en 1891. Desde esa fecha y hasta su muerte mantuvo una tertulia literaria (¡qué tiempos!) en el café Novelty, junto a la plaza Mayor de Salamanca. Fue condenado a dieciséis años de prisión por injurias al rey, pero nunca se ejecutó la sentencia. Aunque inicialmente apoyó la sublevación franquista, pronto se arrepintió y estuvo a punto de ser linchado en la apertura del curso académico el 12 de octubre de 1936, donde dijo aquellas famosas palabras de “venceréis, pero no convenceréis” y tildó a Millán-Astray, presente en el acto, de mutilado. Fue puesto en arresto domiciliario, donde falleció mientras mantenía una tertulia con algunos amigos. A tan digna forma de morir, le correspondió una vida cargada de actos de enfrentamientos con los poderes establecidos fueran de uno u otro signo, lo mismo apoyó a la República, que se enemistó con el rey o con Pío Baroja. Pero de lo que no cabe duda, es de que fue un hombre valiente tanto en lo físico como en lo intelectual, que siempre decía lo que pensaba en cada momento, a pesar de sus cien mil contradicciones. Valga como ejemplo una anécdota. Se cuenta que Unamuno tras recibir la Cruz de Alfonso XIII, pidió audiencia al rey a quien agradeció la condecoración, añadiendo “que me merezco”. El rey ante tan patente falta de modestia, le indicó: “es extraño, los demás a quienes se la he otorgado, me aseguraron que no se la merecía”. Unamuno replica: “y tenían razón”.

Este Unamuno que hace pensar y que deja un poco que desear a la hora de escribir, que transmite vehemencia y lucha contra su ateísmo cristiano, propició algunos debates en la tertulia. Frente a la postura unánimemente aceptada por los críticos que configuran a don Manuel, como un personaje atormentado, angustiado por la gran contradicción interna de hacer creer a los demás lo que él mismo no cree, esto es la “resurrección de los muertos y la esperanza en la vida perdurable”, pues frente a esa postura, alguno de los tertulianos sugirieron que en realidad don Manuel era un hombre que había conseguido dar un sentido a su vida armonizando su no creencia con la necesidad de trascender su vida dedicándola a los demás. Consecución tan plenamente conseguida, que había logrado prolongarse en el tiempo, desdoblándose en Lázaro y Ángela. El primero asumiendo la labor pastoral de don Manuel, y quedando para la segunda el monólogo interior de la duda en la fe. Hasta cierto punto, don Manuel es santo porque convierte a Lázaro al humanismo y es mártir porque transmite el martirio de la duda a Ángela. Naturalmente que contra semejante interpretación se levantaron voces discordantes que señalaban páginas y ofrecían lecturas de párrafos enteros. Cierto, cierto, muy cierto, se dijo, pero, se remachó, sin olvidar que la historia la cuenta Ángela, precisamente la heredera de la duda. Polémica, desde luego, esta novedosa interpretación aunque da la impresión que es un poco forzada. En todo caso merece la pena reflexionar acerca de si  don Manuel al trascender su descreimiento con el humanismo, no está transformando radicalmente el punto de partida, pues al fin y al cabo no se puede, sin fe, creer en el contento de la vida que tanto preconiza a sus ovejas.


Se habló, naturalmente, de la simbología de los nombres, de los elementos paisajísticos y de los fenómenos meteorológicos, sobradamente conocidos. También del concepto de “intrahistoria”, esa especie de ausencia de historia de la que Unamuno dotó a sus “nivolas” para que no distrajeran el diálogo-monólogo, siempre muy interiorizado, de sus personajes. Se fijó la atención, también sobre dos personajes secundarios de la novela. De una parte el payaso, respecto del cual se puso de manifiesto la gran sintonía que guardaba con el propio don Manuel pues ambos tienen por misión entretener, apacentar al público, léase niños-comunidad de creyentes, forjarles una ilusión; por cierto que a este respecto se ofreció una interesante interpretación por considerar que Unamuno trató de poner de manifiesto la gran variedad de “don Manueles Buenos” que hay por el mundo. Y de otra parte el tonto Blasillo que acaba muriendo al mismo tiempo que don Manuel y a la edad de Cristo. La curiosidad de los tertulianos trató de profundizar en tal notable paralelismo. Una de las posturas más sugerentes fue la que puso este hecho en relación con la circunstancia de que Blasillo fuera quien repetía las palabras más dramáticas de la pasión de Jesucristo, de forma que al morir al mismo tiempo que don Manuel, éste abandona el mundo, llevándose consigo su propia imagen, la de Blasillo, en quien no podía faltar la fe. De alguna forma Blasillo, aporta a don Manuel, la fe que le falta.

Desde luego San Manuel Bueno, mártir pertenece al género literario de la confesión. El texto no es más que una confesión de la propia autora formal, Angela Carballino y dentro del mismo hay una sucesión ininterrumpida de confesiones, unas en las que don Manuel actúa como confesor y otras en las que es él mismo, el confesante e incluso el suplicante, por ejemplo cuando le pide a Ángela que le absuelva en nombre del pueblo. Creo que la concepción unamuniana de la confesión tiene bastante que ver con la de San Agustín, en la que el hombre parte de una situación de soledad para alcanzar la compañía de Dios.

Se insistió en las claves existencialistas que posee la novela, pero igualmente se apuntó que Unamuno contradice estos postulados, pues su angustia no parte de la asunción de la condición de finitud del hombre, sino del deseo de creer, deseo que es más fuerte que la duda.

“Le hemos visto la cara a Dios”, se dicen los dos hermanos tras la muerte de don Manuel, digamos que nosotros, después de mucho tiempo, le hemos visto la cara a don Miguel, conviene tenerlo en cuenta en el futuro.

Muchas gracias por vuestra asistencia y participación que ha sido, como siempre, muy generosa. La próxima lectura es la Guía Espiritual de Castilla de Jiménez Lozano.

7 comentarios:

  1. Leo en las cartas inéditas de Miguel de Unamuno, un maravillo libro que me prestó Efrén, párrafos que no tienen desperdicios. Vean ustedes este: "No me creo más, ni menos, ni igual que otro, que los hombres no somos cantidades; yo soy yo, único e insustituible, como cada cual, y en ser más yo cada día pongo mi empeño" (Carta de 23 de enero de 1900 a Muy probablemente un poco de ese iluminismo individualista no nos vendría mal. !Cuánto se puede aprender de este escritor! !Qué fuerza! !Qué confianza en sí mismo! En fin sigo leyendo...

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  2. Ahí va otra. En la carta de 29 de abril de 1890 Unamuno le escribe a su amigo Pedro de Mugica: "Proponerse un objeto, una tarea larga, es atarse a la vida..." Así nos va. !Ay si Unamuno levantara la cabeza y nos viera! ¿Cuántos españoles rubricarían hoy en día esta frase? Hoy que el plazo más largo es el de cuatro años y en lugar de una generación del 98 tenemos una generación "ni-ni" donde se compita a ver quien es el que se queja más alto. Claro que muy probablemente para entender a Unamuno y, posiblemente, también a Cervantes hay que haber cumplido los cincuenta y una experiencia como lector de al menos... ¿quince años?.

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  3. Unamuno, como Sócrates, cae mal. Porque, como Sócrates, solía decir la verdad de lo que pensaba, a sabiendas de que la verdad no puede ni pensarse, ni decirse.

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  4. Yo estoy leyendo el “Diario íntimo”, que comenzó a escribir en una de sus crisis espirituales, a los 33 años, cuando deseaba poder volver a la fe inocente de la infancia. Son reflexiones que muestran su lucha interior consigo mismo, contra su soberbia, contra su intelectualismo… Os cito una reflexión que nunca está de más tener en cuenta:
    “Es una enfermedad terrible el intelectualismo, y tanto mas terrible cuanto que se vive en ella tranquilamente, sin conocerla; es tan terrible como la locura o el idiotismo, en que se dice que ni el loco ni el idiota sufren, pues no conocen su mal, y aún pueden vivir contentos”

    Debió estar angustiado toda la vida. Era plenamente consciente de los defectos de su carácter, y parece que luchó contra ellos sin descanso (aunque con poco éxito, a juzgar por la imagen que de él ha pasado a la posteridad). Si él, con esa capacidad asombrosa, no pudo enmendarse a sí mismo, ¿que nos queda a los demás? ¿asumirnos y resignarnos?

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  5. Tanto como la reflexión de Unamuno, me gusta la de María. ¿Qué nos queda a los demás? Desde mi forma de verlo, sólo dos opciones: primera, asumir quienes somos, con el sufrimiento contradictorio que ello conlleva (duro camino). La segunda, vivir en el ensueño de nuestras seguridades y prejuicios, y convertirnos en lo que detestamos (caminito muelle y confortable).

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  6. !Nada de bajar los brazos! !A la lucha! !A por ellos! Parecéis olvidar que Unamuno fue un valiente y, al menos, eso le debemos. ¿Por que quedarnos en sus depresiones en lugar de su denuedo y búsqueda? !Arriba los corazones! !Sursum corda!

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  7. Es que me parece que no se puede entender lo uno sin lo otro, son como las dos caras de la misma moneda. Hay que coger fuerza de las crisis (léase: oportunidades) para seguir luchando con fuerzas renovadas. Y es muy instructivo ver en otros los desalientos y momentos bajos para, cuando los experimenta uno mismo, ser consciente del "todo pasa".
    Así que, mi plan sería: asumirnos, resignarnos y a otra cosa. Resignación en lo que no se puede cambiar, fuerza para cambiar los que sí se puede y sabiduría para distinguir una cosa de la otra (cito de memoria y, como casi siempre, he olvidado el autor de la idea y me he quedado con la frase).
    Lo de ser valiente es tan difícil...
    Os deseo a todos una estupenda Semana Santa. ¡A disfrutar!

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