jueves, 19 de mayo de 2011

El árbol de la ciencia. Tertulia.


Tras refrescarnos con unas cervezas acompañadas de unas tapas, y ponernos al día en las novedades e incidencias semanales de los componentes del grupo, charlamos un rato sobre la obra barojiana que encabeza esta crónica.

Entorno familiar
Pío Baroja nace en San Sebastián en 1872. Su familia era de nivel cultural alto: su bisabuelo compró una pequeña imprenta que llevó a su farmacia de Oyarzun, y sus descendientes fueron impresores, periodistas y libreros de ideas liberales en el San Sebastián del s. XIX.
Su padre era ingeniero de minas, y debido a su profesión tuvo que viajar bastante por España, motivo que facilitó en sus hijos la adquisición de una amplia visión y comprensión de la sociedad de su época. Este conocimiento adquirido en su infancia y juventud, y en sus viajes posteriores por España y Europa, lo iría reflejando Baroja en sus obras.

La ciencia de la época
Los jóvenes de la época de Pío Baroja sentían veneración hacia la Ciencia, porque veían en ella el remedio para paliar todas las desgracias humanas. Otros temas que les apasionaban eran la Religión y la Filosofía, todos ello en un ambiente romántico, por el grado de idealización al que elevan estos temas. Era un optimismo absurdo: todo lo español era lo mejor.
Estos jóvenes, al igual que el protagonista de la novela, sufren una desilusión al profundizar y ver el nivel que tenía la ciencia española de la época: profesores farsantes, médicos codiciosos, una sociedad donde triunfa el mundo de la apariencia:
-         “En la clase se hablaba, se fumaba, se leían novelas, nadie seguía la explicación; alguno llegó a presentarse con una corneta, otro metió un perro vagabundo… (1ª Parte. Cap. II)
-         “El libro de texto era un libro estúpido, hecho con recortes de obras francesas, escrito sin claridad y sin entusiasmo…” (1ª Parte. Cap. VII)
-         “¡Qué risa! ¡Qué admirable lugar común para que los obispos y los generales cobren su sueldo y los comerciantes puedan vender impunemente bacalao podrido! ¡Creer en el ídolo o en el fetiche es símbolo de superioridad; creer en los átomos, como Demócrito o Epicuro, señal de estupidez!”. (4ª Parte. Cap. III)
-         “Sin duda faltaban laboratorios, talleres para seguir el proceso evolutivo de una rama de la ciencia; sobraba también un poco de sol, un poco de ignorancia y bastante de protección del Santo Padre, que generalmente es muy útil para el alma, pero muy perjudicial para la ciencia y para la industria” (7ª Parte. Cap. II)
Varios tertulianos opinaban que poco ha cambiado la enseñanza desde entonces: aparte de algunos ordenadores, seguimos sin saber idiomas ni enseñar idiomas, con profesores desmotivados, con programas y métodos anquilosados, forzando a impartir programas bilingües a quienes no están preparados…
También se dijo que, aunque la enseñanza universitaria estaba atrasada, había algunas figuras destacables a las cuales atacaba Baroja para justificar sus mediocres notas.

Itzea. Vera de Bidasoa. Navarra.
Las inquietudes de la época
Pío Baroja plantea en esta obra muchas inquietudes científicas y filosóficas de esos años, valiéndose sobre todo de las conversaciones de Andrés Hurtado y su tío, el Dr. Iturrioz.
-         La opinión de Iturrioz: “La vida es una lucha constante, una cacería cruel en que nos vamos devorando los unos a los otros. Plantas , microbios, animales.”  (2ª Parte. Cap. IX).
-         Y Dios seguramente añadió: Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia…” (Parte 4ª. Cap. III)
-         Iturrioz expresa: “El español todavía no sabe enseñar; es demasiado fanático, demasiado vago y casi siempre demasiado farsante” (4ª Parte. Cap. I).
-         Y en ese mismo capítulo Andrés expone: “Yo busco una hipótesis racional de la formación del mundo…” ; “¿Y en dónde has ido a buscar es síntesis?”; “Pues en Kant y Schopenhauer sobre todo.”; “Mal camino, lee a los ingleses. La ciencia en ellos va envuelta en sentido práctico”.
-         “Kant ha sido el gran destructor de la mentira greco-semítica. Fue apartando las ramas del árbol de la vida que ahogaban al árbol de la Ciencia. Tras él no queda, en el mundo de las ideas, más que un camino estrecho y penoso: la Ciencia.” (4ª parte. Cap. III).

El árbol de la ciencia
Es casi una autobiografía de la juventud del autor. La novela está dividida en cuatro etapas, que se corresponden con cuatro periodos de su vida: estudiante de la facultad de medicina, viaje a Valencia, etapa de médico rural, y vuelta a Madrid. Tiene claros pasajes autobiográficos: la muerte de su hermano Darío de tuberculosis en Valencia cuidado por su hermana Carmen tiene su reflejo en la novela en la muerte del hermano de Andrés Hurtado, a pesar de los cuidados de su hermana Margarita; algunos episodios reales de la vida barojiana de médico en Cestona (la punción abdominal, o la bella Dorotea) se desarrollan en la estancia del protagonista en Alcolea.
Al igual que al protagonista de “El árbol de la ciencia” a Baroja no le cautivó la práctica de la medicina: “Le preocupaban más las ideas y sentimientos de los enfermos que los síntomas de las enfermedades” (2ª Parte. Cap. XI).
El personaje de Lulú va evolucionando: de ser una mujer insignificante al principio de su aparición, acaba como una mujer inteligente, sensible, y de belleza física que le ha ido transformando el amor y la felicidad. En ese momento Andrés y Lulú han alcanzado la plenitud, el recorrido de estos personajes ha quedado cerrado, y llega el drama de la vida: su muerte. Aparte de los personajes principales (Andrés, Aracil, Montaner, su tío Iturrioz, Lulú…) pululan por la novela un enjambre de personajes secundarios, que son descritos de forma magistral en unas líneas. La famosa técnica del “iceberg” tan comentada en nuestro foro.
Hubo un pequeño debate sobre si el protagonista tiene claro su objetivo, ¿qué busca?  Para algunos critica la enseñanza y la sociedad de su época con afán de mejora. Para otros está perdido y va dando tumbos.
A menudo se ha reprochado a Baroja su descuido en la forma de escribir. Eso se debe a su tendencia antirretórica, pues rechazaba los largos y ampulosos párrafos de los narradores del Realismo.


Las inquietudes de Baroja
El escepticismo barojiano, su idea de un mundo que carece de sentido, su falta de fe en el ser humano le llevan a rechazar cualquier posible solución vital, ya sea religiosa, política o filosófica y, por otro lado, le conducen a un marcado individualismo pesimista.
Baroja fue crítico con todos los aspectos de la sociedad que le rodeaba. La mayoría de sus personajes son seres inadaptados, que se oponen al ambiente y la sociedad en la que viven, pero que acaban frustrados, vencidos y destruidos, en ocasiones físicamente, en muchas otras moralmente, y, en consecuencia, condenados a someterse al sistema que han rechazado.
Junto a Maeztu y Azorín formó “el Grupo de los Tres” (noventayochista), cuyo Manifiesto publicaron en su revista “Juventud”: En este manifiesto se dice textualmente que se debe «aplicar los conocimientos de la ciencia en general en todas las llagas sociales». Según los Tres esas llagas eran: pobreza rural, hambre, alcoholismo y prostitución. Y las necesidades prioritarias: educación obligatoria, caja de crédito agrícola y legalización del divorcio.
Baroja fue un gran observador de la vida pública española del s. XIX, y un cronista en vivo de la época que le tocó vivir. Su principal aporte a la literatura, como él mismo confiesa es la observación y valoración objetiva, documental y psicológica de la realidad que le rodeó.
Una anécdota aportada en la tertulia contaba que Baroja fue muchas veces candidato a Premio Nobel sin conseguirlo, y que Hemingway al recibirlo dijo “que más que él se lo merecía Baroja”, pero se lo quedó. Un consuelo: su ataúd fue portado por dos premios Nobel, Hemingway y Cela.
Para acabar, un detalle: ¿cuál era el segundo apellido de Pío Baroja?

Autor: Efrén Arroyo

1 comentario:

  1. Muy buen trabajo Efrén. Me ha gustado tu crónica por ofrecer una visión muy acertada del escritor, su época y la obra que hemos seleccionado. Con tu permiso me permito añadir algún dato más de Pío Baroja y Nessi.

    De vuelta a San Sebastián, después de abandonar Cestona, su padre Serafín trató de recomendarle para una plaza de médico municipal. El propio Baroja contaba como anécdota la radical respuesta del consistorio: cómo le iban a dar un empleo a Pío, si se aseguraba que durante su estancia como médico en Cestona, bajaba los domingos a trabajar en la huerta, sólo para hacer ostentación de sus ideas antirreligiosas. Se traslada a Madrid en 1896 dispuesto a regentar junto con su hermano Ricardo, una tahona que su tía Juana Nessi había dejado en herencia. Durante esta etapa que se prolonga hasta 1901, inicia Baroja sus publicaciones. En 1902 Baroja abandona su oficio de panadero y se traslada al número 34 de la calle Mendizábal, en el barrio de Argüelles, donde residirá hasta que en noviembre de 1936 las bombas destruyen el hotelito. A partir de entonces publica una o dos novelas al año. De 1911 datan dos de sus grandes novelas, la que nos ocupa y “Las inquietudes de Shanti-Andía”. En 1912 Baroja adquiere el caserón de Itzea a las afuera de Bera de Bidasoa, un pueblecito situado en la frontera vasco-francesa, y que se convertiría en la casa familiar de los Baroja, hoy convertida en una magnífica biblioteca con más treinta mil volúmenes. Sin embargo poco tiempo después de estrenar la nueva casa, don Serafín, su padre, fallece; este hecho refuerza extraordinariamente el vínculo entre Pío y su madre con la que convivirá el resto de su vida, alternando seis meses en el campo, Itzea, y seis meses en la capital, la casa de la calle Mendizabal. Resulta curioso el hecho de que en octubre de 1912, Baroja feche el primero de los volúmenes de sus Memorias de un hombre de acción y que ese mismo año, Galdós feche, en agosto, el último de sus Episodios Nacionales. Es evidente que ningún paralelismo guardas las Memorias barojianas con los Episodios galdosianos, pero esta coincidencia invita a pensar si no se produce una entrega de testigo entre ambos. Es este periodo, el de Iztea, que transcurre hasta el fallecimiento de su madre en 1935 y el estallido de la guerra civil, el más productivo y donde Baroja da a la luz sus mejores obras.

    La guerra de Cuba, la primera y la segunda guerra mundial con la guerra civil en medio y la guerra del Rif, parecen razones sobradamente suficientes para tener una visión pesimista del mundo. Ese pesimismo que está generalizado entre los escritores de la época (la llamada generación del 98), presenta en el caso de Baroja algunas peculiaridades, pues se caracteriza por el inconformismo individual y una hostilidad descarnada en lo social. Baroja pisotea el tiempo y el espacio de la realidad social en la que viven sus personajes, cuya reacción es de total desprecio ante la imposibilidad de cambiar aquellos. Andrés Hurtado, el héroe de nuestra novela, no encuentra otra salida que la de apartarse para conservar la dignidad, retirar la vista de la bajeza social de los pobres a los que no comprende y de la ignorancia de los ricos a los que odia. Esa tendencia a la inconsciencia que muestra Andrés en el peor momento de su depresión, sólo en el amor y en el refugio del trabajo intelectual encuentra su antídoto. Y consecuentemente cuando la muerte viene a llevarse a Lulú y su hijo, Andrés ante un futuro lleno de desesperación, pone fin a su vida.

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