Manuel Vázquez Montalván, barcelonés y culé, nació un 27 de julio de 1939 en el barrio del Raval y murió de un paro cardíaco en el aeropuerto de Bangkok, Tailandia, el 18 de octubre de 2003. Pertenecía a una familia humilde y republicana. Tanto su padre, como él mismo, pasaron por la cárcel, debido a sus inclinaciones políticas antifranquistas. Cultivó todo los géneros: desde la poesía y el teatro, hasta la más personal de las misceláneas literarias. Su obra se integra por más de un centenar de títulos y recibió un notable número de premios, entre otros: el Ciudad de Barcelona, el Nacional de Literatura y el Nacional de la Crítica, además del Planeta o el Premio Grinzane-Cavour por el conjunto de su obra.
Su prosa se mueve con trazos rápidos, Tatuaje la escribió en quince días, que ofrecen una visión renovada del mundo por el que trata de orientarse su personaje estrella, Carvalho. Así, las piernas de las peluqueras aparecen “concluidas en chancletas de plástico rojo”, el rostro del limpiabotas (el Bromuro) “acoge escasas arrugas”, los hombres muestran un “empaque desmesurado” y las mujeres exhiben “un carnoso y agradable frente”. Como un buen caricaturista, Vázquez Montalbán, describe con la punta del lápiz.
Mercado de la Boquería. |
Lo culinario aparece en todas y cada una de sus novelas, incluso dedicó varios libros al tema gastronómico. A Carvalho, el personaje de MVM., de conducta y hábitos absolutamente desordenados, no le importa comer el guiso que él mismo ha preparado en la cazuela donde ha cocido, pero es estricto en la necesidad de que cada vino tenga su copa peculiar. Y aunque le molesta comer “cualquier cosa”, es capaz de disfrutar de un buen bocadillo de salchichas. Cuando Carvalho se dispone a degustar el rijsttafel (mesa de arroces), en un restaurante de Ámsterdam, paladea el ceremonioso encendido de las velas bajo los platillos que lo componen y expresa “el característico bajón de tono que a uno le sacude cuando se dispone a comer solo”, claro que, inmediatamente, sacará la única conclusión posible: “Comer mucho y bien”. Es, desde luego, solo un ejemplo de las innumerables referencias gastronómicas que MVM pone en los labios carvalhianos. Cabe preguntarse si acaso no estaremos en presencia de un autor que era mejor gourmet que escritor, interrogante que no surge con afán crítico, sino más bien con un propósito conciliador.
Pero Carvalho no es simplemente un tipo al que le gusta comer bien, ni se agota tampoco en la solución técnica de la que hablaba MVM, es un hombre que somete la realidad en la que vive a una crítica feroz. Es llamativo que Pepe Carvalhol sea un “quemalibros”, en Tatuaje prende fuego nada menos que al Quijote, el máximo icono cultural de este país, y, precisamente, como tal baluarte lo incendia. No es que minusvalore la grandeza literaria de la obra de Cervantes, sino que lo elige como símbolo de la crueldad con la que la cultura está maniatando la conducta del hombre contemporáneo. Tal vez esa lucha de poder, en la que la cultura no es más que uno de sus resortes, sea la razón que convierta a Carvalho en un defensor del muerto, de aquel que ya no puede actuar, del auténtico perdedor.
La serie Carvalho se inicia en 1972 con Yo maté a Kennedy y termina con la publicación póstuma de Milenio Carvalho en el 2004.
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