miércoles, 2 de noviembre de 2011

Lord Salisbury. La torre del orgullo. 1890-1914. Una semblanza del mundo antes de la Primera Guerra Mundial. Barbara W. Tuchman.

Lord Salisbury
Robert Arthur Talbot Gascoyne-Cecil, tercer marqués de Salisbury, más conocido como lord Salisbury, es nombrado primer ministro por tercera vez en 1895. Ser un “Salisbury” era sinónimo de descomedimiento político. En una ocasión comparó a los irlandeses con los hotentotes por su incapacidad para gobernarse y, en otra, para referirse a un candidato hindú al parlamento, empleó el término “negro”. Disponía de una casa en Arlington Street, otra de campo en Hatfield y una mansión en Beaulieu, en la Riviera francesa. Lord Salisbury pertenecía a esa clase de políticos que no se creían responsables ante el pueblo, sino que el pueblo es precisamente su responsabilidad; su admiración siempre recorría un camino ascendente en la escala social y llegaba a la cúspide con la reina Victoria, a la que tenía gran respecto y consideración. Se oponía a las corrientes democráticas y a extender el derecho del voto, porque con ello “los ricos pagarían los impuestos y los pobres harían las leyes”, lo que conllevaba separar el poder de la responsabilidad. (Tal vez no estaba diciendo tonterías lord Salisbury).
En esa época, 1895, el caballo era aún tan inseparable en la vida de las clases elevadas como el criado, aunque mucho más querido que éste. Estos “patricios” como los denomina Barbara W. Truchman, vivían en casas con más de cien habitaciones y una media de mil quinientas hectáreas de terreno, que les proporcionaban un renta que variaba entre tres y cien mil libras esterlinas al año (un maestro por ejemplo ganaba setenta y cinco anules), se dedicaban a la caza y a la política, viajaban en trenes privados y vivían el doble de la media.
Poco después de hacerse cargo del gobierno, lord Salisbury tuvo el primer problema con quien menos hubiera imaginado, a saber, con Estados Unidos, a cuenta de la frontera entre la Guayana Británica y Venezuela. La plenitud energética en la que ambos países vivían, hizo subir el tono de los desafíos. Sin embargo, el incidente de diciembre de 1895 conocido como la incursión de Jameson en la República de Transvaal, provocó que la opinión pública inglesa girara la cabeza hacia Alemania, toda vez que el kaiser había enviado un telegrama de felicitación al presidente de la república bóer por su triunfo sobre los ingleses de la colonia del Cabo.    
Lord Salisbury esperó al término de la guerra con los bóeres para ceder su influencia política a su sobrino Balfour. Antes se había visto obligado a despedir a la vieja reina Victoria. Cuentan que ésta un año antes morir, por tanto hacia 1900, al regresar en su yate después de una visita a Irlanda, se vio importunada por un mar tormentoso y, tras el embate de una ola especialmente violenta, hizo llamar a su médico y le dijo: “Vaya arriba, sir James, salude de mi parte al almirante, y dígale que el hecho no debe volver a repetirse.”

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