jueves, 28 de abril de 2011

Epístola moral a Fabio. Tertulia.

  Se aduce con frecuencia que determinar lo qué es arte es tarea imposible. En este tiempo nuestro de convicciones superficiales, imágenes distorsionadas, y prisa por vivir, no existe ni la calma ni la profundidad de miras necesarias para columbrar lo intempestivo de dicha aseveración. Sólo si se atiende al aspecto estético de la obra es posible hacer una afirmación tan categórica. Ciertamente, la envoltura de la obra puede ocasionar las más diversas reacciones. Su “aspecto” gustará más o menos a éste o a aquél; y de ahí se concluye, rápido, muy rápido, que no hay arte más allá de la opinión del que observa: no hay más arte que el arte subjetivo. Pero es posible que el problema radique más bien en que no haya nada aparte del “aspecto”; en que la obra sea, en muchos casos, sólo continente, y por eso cada cual la rellena con lo que le más le place.

   Sin embargo, en ocasiones ocurre que la obra va más allá de su envoltorio: que trasciende el mero plano estético y, de un modo difícilmente explicable, consigue que se forme en nuestro interior una imagen, una radiante claridad, una iluminación que, como un destello repentino, consigue una conmoción; un estremecimiento que nos hace sentir más vivos, más despiertos, más…, casi otra persona. Es la imagen de aquello que se quiere decir, pero que no se puede decir. Y cuando la obra comúnmente llamada “de arte” consigue esto, cuando consigue traer a nuestro mundo sensitivo y emotivo esa imagen que, no hay que olvidarlo, nos llega recreada, ficticia, obra a fin de cuentas, es tal su intensidad que deslumbra e incluso lacera. Ante ello no existen ya las dudas lógicas de quien no cree porque no ha visto: se comprende de inmediato que ha existido un trance, un reconocimiento y, como no hay palabra que lo describa decimos (o más bien decían) que “es una obra de arte”. Porque curiosamente, del mismo modo que el artista ha sufrido de impotencia en su intento de atrapar, de asir con sus manos, con toda su inteligencia y sensibilidad aquello que ahora parece rutilar como una estrella en la negrura, quien la contempla tampoco es capaz de expresar lo que la propia obra le sugiere, y debe acudir a términos ya acuñados.

    Y ese reconocimiento, esa sensación de transitar por un sendero límpido es la que tiene lugar con la lectura de La Epístola Moral a Fabio. Una lectura que siempre es renovadora y sorprendente: si de forma repetida hablamos de la Literatura Clásica como un referente, como un modelo, pero en verdad un modelo olvidado o desconocido, en este caso la Vieja Literatura ha venido para decirnos cuán viva está y qué vitalidad la acompaña. La de trascender al tiempo es también cualidad del arte, del verdadero arte.

   Propuse la lectura de la Epístola porque, he de reconocerlo, “mi mundo no es de este reino”. Me siento más recompensado, como hombre y como lector, con la lectura de lo que denominamos “clásicos”, que con el último lanzamiento editorial. Por eso quería traer a nuestra querida tertulia un ejemplo, un representante de esa Literatura clásica; y no era fácil decidir cuál. Finalmente confié en el genio de Andrada y en la belleza y concisión de la Epístola. Aunque he de decir que su elección contenía también una triquiñuela; esperaba que se convirtiese en caballo de Troya, y que como un ariete de aires y perfumes consiguiese penetrar en nuestros corazones y gustos. Y parece ser que así ha sido.

   En efecto, la lectura conjunta, el detenimiento con el que se ha degustado, paladeado e incluso analizado cada verso, cada estrofa, cada tropo y giro, cada sustantivo, adjetivo, epíteto; cada sensación, emoción, hermosura y clarividencia, ha hecho de la tarde de hoy un momento mágico. Por un instante, cada uno de nosotros nos hemos sentido Fabio, y Andrés Fernández de Andrada nos ha hablado con una cercanía, con una intensidad y un amor indescifrables. Casi como si nos conociera, como si supiese de nuestras inclinaciones y desvaríos. Casi como si no mediasen entre nosotros cuatrocientos años y un espacio insalvable, nos hemos reconocido en la imagen que Andrada nos ha dado de sí mismo… y del conjunto de la humanidad; hemos comprendido la verdad encerrada en la forma, y nos ha reconfortado su calor, y nos ha aterido su frialdad inconmensurable y hemos vivido que la vida no es más que un breve día. ¿Para qué malgastarla con engaños, tretas y otras milongas? Abramos los brazos al tiempo, antes de que venga a morir en ellos, y sigamos llenando nuestra vida de emociones puras, como las que contiene esta carta enviada a la eternidad en una botella de simple, frágil y sublime papel.



Autor: David Lentisco.



EPÍSTOLA MORAL A FABIO
Fabio, las esperanzas cortesanas
prisiones son do el ambicioso muere,
y donde al más activo nacen canas.

El que no las limare o las rompiere,
ni el nombre de varón ha merecido,
ni subir al honor que pretendiere.

El ánimo plebeyo y abatido
elija, en sus intentos temeroso,
primero estar suspenso que caído;

que el corazón entero y generoso,
al caso adverso inclinará la frente,
antes que la rodilla al poderoso.

Más triunfos, más coronas dio al prudente
que supo retirarse, la Fortuna,
que al que esperó obstinada y locamente.

Esta invasión terrible e importuna
de contrarios sucesos nos espera
desde el primer sollozo de la cuna.

Dejémosla pasar como a la fiera
corriente del gran Betis, cuando airado
dilata hasta los montes la ribera.

Aquel entre los héroes es contado
que el premio mereció, no quien le alcanza
por vanas consecuencias del estado.

Peculio propio es ya de la privanza
cuanto de Astrea fue, cuanto regía
con su temida espada y su balanza.

El oro, la maldad, la tiranía
del inicuo precede, y pasa al bueno:
¿qué espera la virtud o qué confía?

Ven, y reposa en el materno seno
de la antigua Romúlea, cuyo clima
te será más humano y más sereno;

adonde, por lo menos, cuando oprima
nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno:
"Blanda le sea", al derramarla encima;

donde no dejarás la mesa ayuno
cuando en ella te falte el pece raro,
o cuando su pavón nos niegue Juno.

Busca, pues, el sosiego dulce y caro,
como, en la oscura noche del Egeo
busca el piloto el eminente faro;

que si acortas y ciñes tu deseo,
dirás: "Lo que desprecio he conseguido,
que la opinión vulgar es devaneo."

Más quiere el ruiseñor su pobre nido
de pluma y leves pajas, más sus quejas,
en el bosque repuesto y escondido,

que agradar lisonjero las orejas
de algún príncipe insigne, aprisionado
en el metal de las doradas rejas.

¡Triste de aquel que vive destinado
a esa antigua colonia de los vicios,
augur de los semblantes del privado!

Cese el ansia y la sed de los oficios,
que acepta el don, y burla del intento,
el ídolo, a quien haces sacrificios.

Iguala con la vida el pensamiento,
y no le pasarás de hoy a mañana,
ni aun quizá de uno a otro momento.

Casi no tienes ni una sombra vana
de nuestra antigua Itálica, y ¿esperas?
¡Oh error perpetuo de la vida humana!

Las enseñas grecianas, las banderas
del senado y romana monarquía
murieron, y pasaron sus carreras.

¿Qué es nuestra vida más que un breve día,
do apenas sale el sol, cuando se pierde
en las tinieblas de la noche fría?

¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
¿Será que de este sueño se recuerde?

¿Será que pueda ser que me desvío
de la vida viviendo, y que esté unida
la cauta muerte al simple vivir mío?

Como los ríos, que en veloz corrida
se llevan a la mar, tal soy llevado
al último suspiro de mi vida.

De la pasada edad, ¿qué me ha quedado?,
O ¿qué tengo yo, a dicha, en la que espero,
sino alguna noticia de mi hado?

¡Oh si acabase, viendo cómo muero,
de aprender a morir antes que llegue
aquel forzoso término postrero;

antes que aquesta mies inútil siegue
de la severa muerte dura mano,
y a la común materia se la entregue!

Pasáronse las flores del verano,
el otoño pasó con sus racimos,
pasó el invierno con sus nieves cano;

las hojas que en las altas selvas vimos
cayeron, ¡y nosotros a porfía
en nuestro engaño inmóviles vivimos!

Temamos al Señor, que nos envía
las espigas del año y la hartura,
y la temprana pluvia y la tardía.

No imitemos la tierra siempre dura
a las aguas del cielo y al arado,
ni la vid cuyo fruto no madura.

¿Piensas acaso tú que fue criado
el varón para el rayo de la guerra,
para sulcar el piélago salado,

para medir el orbe de la tierra
y el cerco por do el sol siempre camina?
¡Oh, quien así lo piensa, cuánto yerra!

Esta nuestra porción alta y divina
a mayores acciones es llamada
y en más nobles objetos se termina.

Así aquella que al hombre sólo es dada,
sacra razón y pura, me despierta,
de esplendor y de rayos coronada;

y en la fría región dura y desierta
de aqueste pecho enciende nueva llama,
y la luz vuelve a arder que estaba muerta.

Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
y callado pasar entre la gente,
que no afecto los nombres ni la fama.

El soberbio tirano del Oriente
que maciza las torres de cien codos
del cándido metal puro y luciente,

apenas puede ya comprar los modos
del pecar. La virtud es más barata:
ella consigo misma ruega a todos.

¡Mísero aquel que corre y se dilata
por cuantos son los climas y los mares,
perseguidor del oro y de la plata!

Un ángulo me basta entre mis lares,
un libro y un amigo, un sueño breve,
que no perturben deudas ni pesares.

Esto tan solamente es cuanto debe
naturaleza al parco y al discreto,
y algún manjar común, honesto y leve.

No, porque así te escribo, hagas conceto
que pongo la virtud en ejercicio;
que aun esto fue difícil a Epicteto.

Basta, al que empieza, aborrecer el vicio,
y el ánimo enseñar a ser modesto;
después le será el cielo más propicio.

Despreciar el deleite no es supuesto
de sólida virtud; que aun el vicioso
en sí propio le nota de molesto.

Mas no podrás negarme cuán forzoso
este camino sea al alto asiento,
morada de la paz y del reposo.

No sazona la fruta en un momento
aquella inteligencia que mensura
la duración de todo a su talento:

flor la vimos ayer hermosa y pura;
luego, materia acerba y desabrida,
y perfecta después, dulce y madura.

Tal la humana prudencia es bien que mida
y comparta y dispense las acciones
que han de ser compañeras de la vida.

No quiera Dios que siga los varones
que moran nuestras plazas, macilentos,
de la virtud infames histrïones;

estos inmundos trágicos y atentos
al aplauso común, cuyas entrañas
son oscuros e infaustos monumentos.

¡Cuán callada que pasa las montañas
el aura, respirando mansamente!
¡Qué gárrula y sonora por las cañas!

¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Qué redundante y llena de rüido
por el vano, ambicioso y aparente!

Quiero imitar al pueblo en el vestido,
en las costumbres sólo a los mejores,
sin presumir de roto y mal ceñido.

No resplandezca el oro y las colores
en nuestro traje, ni tampoco sea
igual al de los dóricos cantores.

Una mediana vida yo posea,
un estilo común y moderado,
que no le note nadie que le vea.

En el plebeyo barro mal tostado
hubo ya quien bebió tan ambicioso
como en el vaso múrrino preciado;

y alguno tan ilustre y generoso
que usó, como si fuera vil gaveta,
del cristal transparente y luminoso.

Sin la templanza ¿viste tú perfeta
alguna cosa? ¡Oh muerte!, Ven callada
como sueles venir en la saeta;

no en la tonante máquina preñada
de fuego y de rumor; que no es mi puerta
de doblados metales fabricada.

Así, Fabio, me muestra descubierta
su esencia la verdad, y mi albedrío
con ella se compone y se concierta.

No te burles de ver cuánto confío,
ni al arte de decir, vana y pomposa,
el ardor atribuyas de este brío.

¿Es por ventura menos poderosa
que el vicio la virtud,o menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.

La codicia en las manos de la suerte
se arroja al mar, la ira a las espadas,
y la ambición se ríe de la muerte.

¿Y no serán siquiera tan osadas
las opuestas acciones, si las miro
de más ilustres genios ayudadas?


Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
de cuanto simple amé; rompí los lazos.
Ven y verás al grande fin que aspiro,
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.



6 comentarios:

  1. Realmente hay tantas cosas que comentar que se hace díficil decidir. En términos futbolísticos de tanta actualidad (¡qué remedio!), también del circo se hizo literatura, diré que David posiciona las dos líneas de cuatro en la sensibilidad clásica, pero deja dos puntas delante, dos caballos de Troya: la vida y la belleza, que conmueven lo mismo al hombre del siglo XVII, que al de hoy en día. Agradecido y en deuda quedamos contigo por mostrarnos este nido de ruiseñor en el bosque respuesto y escondido de los clásicos, tan temidos como la espada de Astrea y que nos ha sido revelado, no me resisto a decirlo, antes de que el tiempo muera en nuestros brazos. ¡Bravo David!

    ResponderEliminar
  2. Yo también te doy las gracias... Confieso que te tenía miedo, pero que fue muy grata la lectura de ayer, eso sí, yo sola no había sacado la mitad de conclusiones, ni había admirado esas palabras ante las que nos abriste los ojos, los oídos y la mente. Enhorabuena.

    ResponderEliminar
  3. Este es el terceto al que he estado dándole vueltas en la cabeza, se trata de los versos 85 a 88:

    “antes que aquesta mies inútil siegue
    de la severa muerte dura mano
    y a la común materia se la entregue!”

    El terceto anterior habla de la necesidad de aprender a morir antes de que llegue el término postrero. En los tercetos siguientes creo que Andrada hace una crítica a la pasividad del hombre que se limita a contemplar cómo pasa el tiempo, a aquellos otros que se ocupan de la guerra, de la aventura o de la ciencia, para terminar por hacer una llamada de atención sobre la trascendencia que debemos atribuir a la sacra razón, al origen divino del alma. Pues bien creo que el sevillano utiliza este terceto que nos ocupa como una transición entre el aprender a morir y la necesidad de tomar en cuenta, para conseguir tal propósito, el origen sacro de la razón humana. Me explico: la severa, por inevitable, muerte, acaba por entregar a la común materia, la tierra, tanto la mies, esto es el grano de los cereales, como la mano que la siega y de ella se alimenta, inútil aquélla por tratarse de una mano dura, es decir la que se ocupa sólo de los trabajos físicos.

    ResponderEliminar
  4. Sigo detrás de la Epístola. Los versos que ahora me ocupan son los 58 a 60, que dicen:

    Iguala con la vida el pensamiento,
    y no le pasarás de hoy a mañana,
    ni aun quizá de uno a otro momento.

    Ya se discutió durante la tertulia su interpretación, a saber: si lo que había que igual es la vida al pensamiento o el pensamiento a la vida. Aparentemente da la impresión que es el pensamiento el que debe correr detrás de la vida para igualarse a esta. Sin embargo creo que la interpretación correcta es la contraria, es decir que será la vida la que debe ajustarse al pensamiento, pero no a cualquier pensamiento sino al virtuoso. Deduzco esta lectura de los versos anteriores en los que acabamos de dejar al cortesano pendiente del augur de los semblantes del privado, es decir anclado en la sed de los oficios y, por tanto, sacrificando su vida en la mera espera. Esa forma de vida es la que no se ajusta al pensamiento virtuoso. Por eso inmediatamente después de estos versos, Andrada se pregunta “¿y esperas?”, para inmediatamente mostrar la brevedad de la vida con esos magníficos versos:

    ¿Qué es nuestra vida más que un breve día,
    do apenas sale el sol, cuando se pierde
    en las tinieblas de la noche fría?

    Más adelante y justo antes de dar por concluida la primera parte con el vocativo “quiero, Fabio…”, el sevillano muestra adónde debe acudirse para conocer ese pensamiento virtuoso, se trata de la sacra razón que hará encender una nueva llama en el pecho de quien acaba por comprende que solo la verdad está en el pensamiento.

    ResponderEliminar
  5. Llevo días intentando colgar un comentario, pero siempre me da error y no me lo permite. A ver si hoy hay más suerte...

    Yo he encontrado en internet una interpretación de la epístola que me tiene loca, absorbida completamente. Es de un tal Juan. A. Sánchez (ni idea de quién es, aunque tampoco eso importa mucho). No se trata de un estudio de fuentes, sino que hace un análisis en clave filosófica (¿cabe otra manera?), dando vueltas en torno a cómo aborda Andrada el tema de la temporalidad, la inmortalidad, la muerte, los deseos... en su proyecto de vida moral, qué sentido les da y que fin persigue. Quizá os interese a los que seáis amigos de elucubraciones gratuitas. Yo, tras leerlo tres veces, intuyo que es mucho más lo que se me escapa que lo que consigo aprehender, como siempre que se toca lo inefable que trasciende de que hablaba David en su comentario a la tertulia. Os dejo el enlace desde donde podéis acceder al texto completo:
    http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=90857


    Y gracias, David, por la posibilidad que me has brindado de poner música en los estoicos y epicúreos, incluso en los cínicos helénicos. Es magistral y sorprendente esta epístola, como se puede decir todo y más con tres pinceladas. Y gracias a los demás por ayudarme a profundizar y pensar más allá de las palabras. Un placer, como siempre.

    ResponderEliminar
  6. ¡Eh, que me vais a emocionar! Gracias a vosotros; es una suerte que podamos compartir estas cosas. Y gracias, como no, esté dónde esté, a Andrada.

    David.

    Por cierto, yo también llevo varios días intentando poner un comentario...

    ResponderEliminar