miércoles, 7 de marzo de 2012

"Lo raro es vivir" Carmen Martín Gaite.

El sofocamiento. La virgen que abraza mal al niño. El hueco de un Espasa en el anaquel de la estantería. La madre de trato distante que ha muerto. El abuelo que no se acuerda de si ha escrito un libro. Los tres cuartos para las ocho en el reloj de péndulo. Un planeta de cristal.  El abuelo que espera a la hija que no sabe que ha muerto, o al menos que no hay certeza de que lo sabe. Pero la nieta, porque es la nieta quien acude, pasa el día o la tarde coqueteando con el director de la residencia donde está en abuelo. Y todo para jugar al juego de la impostura, quizás convenga decir de la suplantación para no herir susceptibilidades. ¡Ah! Es un treinta de junio cualquiera.

Tomás, “un cultivador pertinaz y ferviente de la lógica”, recibe un par de mentiras de su compañera sentimental, la nieta. Una afecta al abuelo, la otra al padre.

Una de esas maravillosas divagaciones de la Gaite: en el fondo del bosque de piernas en que se convierte el metro. A la salida nos enteramos de que la nieta es archivera, antes rockera, cantaba una canción de título “lo raro es vivir”.

El color del director de la residencia: azul metálico. Una historia de bibliotecaria tan del gusto de la Gaite, algo que le quedó de cuando redactó “El proceso de Macanaz”. Ese salirle pájaros volando a la realidad y ponerlo todo por escrito en un cuaderno gordo. Apuntes biográficos, sin duda. Y es que resulta tan tentador echarle un vistazo a lo otro, a aquello que no es lo nuestro, aunque no se más que para escapar del fuego enemigo. Maravilloso capítulo, puro, cuajado de la mejor Gaite.

Mientras espera que el hombre alto, el director de la residencia, acabe por llamar, ella, la nieta, desciende un escalón para convertirse en hija y retomar el cordón umbilical de las historias, buscar las fotos y contemplar la infancia mutilada sobre el aparador. Ramiro Núñez es el nombre del hombre alto, pero para descubrirlo fue imprescindible otra mentira. Como un bumerán que regresa, la hija trata de orientarse en la búsqueda de alguna certeza en sus recuerdos infantiles. El ágil y efectivo recurso literario de enlazar lo propio con lo ajeno: la historia de don Luis Vidal y Villalba que se enreda con la de la protagonista.

Morros telefónicos y vida desordenada. Seguimos esperando la llamada del hombre alto (es mejor que no recordemos su nombre).

Lo causal de nuestra protagonista le obliga a buscar un punto donde anclarse. Pero sólo encuentra un poco de existencialismo en un bar de gente espesa (futboleros) y la música fuera de lugar, la de Benny Moré. Con tan pocos recurso es comprensible acudir a la ficción, que no a la mentira.

La archivera da paso a la escritora. Como es difícil encontrar interlocutor, la Gaite inventa un Gerundio, ojo se trata de un gato, a quien contar la historia de Vidal y Villalba, que ya vimos apuntada en el capítulo cuatro y que poco a poco vamos arrastrando. La maestría de la autora es aquí magnífica: el inicio de convertir la cocina en lugar de estudio y trabajo (¡cuántas veces no lo habrá hecho doña Carmen!), confundir el antes y el después, alternando los puntos de vista, y la postrera conclusión de tomar la vida, la ajena y la propia, como un borrador que se escribe, naturalmente, en un cuaderno.

Abandona, momentáneamente, a don Luis Vidal y Villalba en la cocina para seguir con otro relato, en el de la visita a su padre. Que no es otra cosa que un pretexto para ponerse a divagar sobre el croquis, el entierro de su madre, los personajes que van filtrándose, lo que impera en los entierros, lo que cuesta doblar una hoja de papel, sobre todo aquello que en algún momento se ha querido decir, pero no se ha dicho. Claro es, que cuando uno comienza a divagar acaba perdido, y algo de eso le ocurre a la protagonista de la novela, ¿verdad, Carmen? Hay que volver al principio: a la cocina donde se quedó don Luis Vidal y Villalba.

La visita al padre se convierte en algo así como el cruce de un río saltando de piedra en piedra. El perro, el niño (Esteban, el hermano de nuestra protagonista), el piano, el chofer del camión, el balancín, las voces de Montse y la tía Loli, el chicle de fresa y las ganas de llorar. Y precisamente porque ya está del otro lado, es por lo que el encuentro con su padre se revela determinante del parecido con su madre, queda con ello satisfecha la condición necesaria para el encuentro con el abuelo. El disparador narrativo es siempre demasiado tiránico con el escrito, incluso con la Gaite.

La Eva al desnudo parece traída por los pelos, tal vez porque nunca me gustó esa mujer de ojos saltones que parecen dispuestos a comerte. Todo el capítulo es, en realidad, una sucesión de imágenes muy cinematográficas. El sobre amarillo de Magda (la compañera de nuestra protagonista cuyas iniciales conocemos desde el capítulo anterior A.S.L.), las fotocopias con una ficha prendida con un clip, el camarero que entiende de metáforas, el velador cojo, la caja de cerillas, la Gran Vía…

Un encuentro confuso y ofuscado con una estatua humana. Hoy diablo, ayer amante. Es Roque o no lo es. De canto, igual que el canto de la moneda que ella, A.S.L., acaba por dejar junto con su número de teléfono en el interior del platillo, la narradora introduce el sueño de su vida: una madre, un poco de ruso, la historia del arte y las canciones de rock. Y de una estatua a otra, la de don Quijote y Sancho en la plaza de España, y de un sueño a otro: el primer encuentro con Roque. Pero el sueño se rompe porque fuera o no Roque aquel diablo que hacía de estatua humana, el papel con el teléfono de A.S.L., seguía en el platillo, abandonado allí, a los pies de Roque que ya no consuela de nada, porque ahora lo es seguro es que el chico del sueño no era Roque. O lo era, pero ya da igual. Hay que salir corriendo, aunque sea, se para a un taxi.

Nuestra protagonista y su jefa, Magda, en el archivo. Aquel sobre amarillo, lo ha explorado A.S.L., en la plaza de España y su contenido le ha hecho entusiasmarse otra vez por la historia de don Luis Vidal y Villalba. Sin embargo, como ella misma confiesa a Magda “me apasiona seguirla algunas veces [la historia] y otras no puedo con ella”. Ese apasionarse y desapasionarse al mismo tiempo es uno de los rasgos que mejor la define. Y, probablemente por eso mismo, después de pasarse más de la mitad de la novela mintiendo, de pronto, A.S.L., tiene un arranque de sinceridad con Magda: que no es verdad que haya estado enferma (excusa que había dado para no ir a trabajar), que no hace más que mentir y que está dispuesta a compartir su mutua orfandad. Eso es precisamente lo que tiene esta chica, orfandad y si no que se lo pregunten a Tomás que la recogió en un bar.

Tira del cuadro que al fondo del altillo está oculto bajo unas maletas. Las maletas son de ella, de A.S.L.; el cuadro, es un autorretrato de la otra, de la madre de A.S.L. Parece que ha llegado el momento del ajuste de cuentas, sólo que hacerlo con un muerto es algo más complicado.

Por fin conocemos la identidad de nuestra protagonista: Águeda Soler. Es a Rosario Tena a quien se lo dice en el primer día de clase. Descubrimientos por revelaciones. Salir del infierno de la mano de Dante y Virgilio, la Divina Comedia y Rosario Tena, y el trecento italiano y el renacimiento de la sonrisa de la Gioconda.

No dejen de apreciar la diferencia entre la redacción de la carta que le escribe a su madre y la forma de expresarse en la novela (que está en primera persona). Nos cuenta su paulatina distanciamiento con la madre, su acercamiento al carpe diem que le ofrece, como único equipaje, Roque. No estoy muy seguro de quién es el interlocutor en la historia de Rosario Tena.

Y uno se pregunta como lector, ¿de qué diablos tendrás que hablar Rosario y Agueda? ¿Qué tipo de relación hubo entre Rosario y la madre de Águeda? ¿Padecía esta de pigmalionismo, algo así como la necesidad de de despertar admiración por su propia obra?

Por fin la visita al abuelo, ya moribundo. El diálogo se hace a tientas, hay zarpazos - el tiempo apremia-, dirigidos al pasado que se quedan en nada, en eso, en golpes al aire. Si acaso, la plenitud de esa impotencia que se refleja en la impostura de ambos. Sin duda la maestría de doña Carmen hace que la evolución de nuestra protagonista en tan pocos días, una semana aproximadamente, nos resulte a nosotros, los lectores, el basto recorrido de toda una vida. Cosas de la literatura.






  

No hay comentarios:

Publicar un comentario