viernes, 8 de abril de 2011

Un lunar en el mentón izquierdo. (Cuento)

–La próxima semana le monto yo el pelo a Graci –dice Luis agitando en el aire el tubo de laca– Tienes un color muy bonito. Hay que aprovechar el momento y darle…¡Amparo! Ven mira… Quiero hilos muy finos, muy suaves y sobretodo muy finos, aquí y aquí, en esta patilla y en la otra.
–¿Un magna? –pregunta Amparo.
–¡Claro…! Ese es el…
–Tres ocho nueve –concluye Amparo.
–El tres ocho nueve –repite Luis– Pero muy fino ¡¿eh?!, como si fueran hilos. El dorado con este color queda perfecto, y por detrás…, por detrás me coges las puntas, sólo las puntas. El producto es una maravilla, vas a ver Graci cómo te queda de bien, con sentido…
Luis no acaba la frase. Por detrás siente la vibración de algo pesado que se mueve en su dirección. Se gira y no puede evitar sorprenderse. La conoce desde que hace más de seis años abrió la peluquería. Es Menchu. La gorda de Menchu que se le echa encima en busca de un par de besos. Y Luis con el peine en la mano tiene que forzar su tronco para describir en el aire el arco necesario. “¡Maldita sea! –piensa mientras pega su rostro al de Menchu– ¡¿Y a esta, dónde diablos la siento yo ahora?!”
–¡Hijo! ¡Qué cambio! –dice Menchu quitándose el abrigo y buscando con la vista dónde dejarlo– ¡Vaya aire! Lo has mudado todo. Buenos dineros te habrá costado. ¡Oye y en verde! ¡Como un quirófano! ¡Ja, ja, ja! Pero…¡Hola Amparo guapa! Anda apárcame el abriguito ¡Je, je, je! ¿Y esos sillones tan finos y elegantes? ¡Ay, ay, ay! Que yo ahí no voy a meter mi culo.
–¡Qué cosas tienes, Menchu!  –dice Luis– Para ti hay un sitio especial. Anda Amparo, rica, acompaña a Menchu.
“¿Adónde?” interroga Amparo con la mirada y Luis, dejando caer el peine, masculla entre dientes una imprecación lastimosa.
–¿Le apetece un café o una infusión? –pregunta Amparo.
–¡Oh! Bueno si es de regalo, se acepta, claro que se acepta.
–Pues acompáñeme si es tan amable.
“Esta chica sirve para esto, qué duda cabe, por mucho que diga mi mujer” piensa Luis atusándole el pelo a Graci con las manos.
–¡Guapíiiiiisima Graci! ¡¿Estamos?! No se te olvide recordármelo, el sábado que viene te monto yo el pelo.
–A ver si no se le olvida, Luis, que una ya no tiene la cabeza para nada. ¡Hala dime que te doy que tengo prisa!
–Ya te cobra Merceditas.
Merceditas que está lavando cabezas al fondo de la peluquería, al oír su nombre hace una breve carrera y se sitúa detrás de la caja registradora, desde donde lanza una mirada a Luis que emite una sonora protesta por la pérdida de su peine. “¡Mi peiiiiiine!” Merceditas contempla un instante la tabla de los precios pero no acaba de decidirse.
–Veintiséis, son veintiséis, Merceditas –aclara Graci que ya tiene en la mano un billete de cincuenta.
Merceditas levanta la cabeza, pero Luis ya no está. Coge el billete y le entrega el cambio. Graci se despide mirándose al espejo. En la puerta se cruza con un hombre de llamativa presencia. Es un joven alto y bien vestido, con un hermoso lunar en el mentón izquierdo. Merceditas le sonríe y se acerca.
–No tengo hora, pero me urge arreglarme el pelo. No me importa si tengo que esperar –dice el hombre volviéndose hacia la puerta.
–No creo que haya problema. Si quiere puede sentarse mientras se lo confirmo; es un momento –dice Merceditas haciendo más luminosa su sonrisa.
El hombre del hermoso lunar en el mentón izquierdo, se quita el chaquetón lo dobla sobre su brazo y busca un sitio donde sentarse. Elige la silla más cercana a la puerta. “Desde aquí la veré bien” se dice moviendo la silla hacia delante. Merceditas y Amparo le ofrecen café, caramelos y revistas para sobrellevar la espera. le dicen. Él asiente y empuja la silla hacia la derecha. De pronto da un respingo y se levanta acercándose a la salida. “Allí está y me ha visto. ¡Mierda! Tú solo te delataste, Tito” Coge la revista, camina hasta el fondo de la peluquería y se sienta en la última silla, la que está situada junto al set de lavado.
–Disculpe joven –le dice una mujerona de encendido rostro– no le molesta si me siento a su lado, ¿verdad?
–¡Oh no! ¡Claro que no!
–Prefiero hablar con usted que con esas…, aburridas. No saben más que cascar sobre banalidades. Además no es demasiado habitual ver por aquí a hombres. Ya me entiende. Me pareció que estaba un poco…, cohibido.
–Bueno… No se preocupe, ahora… Aquí estoy bien.
–Yo vengo todas las semanas, ¿sabe? Y siempre las mismas caras con las mismas paparruchas. Una cara nueva se agradece. ¡Mire, mire, y verá lo que le digo!
–¡Ya, ya veo! –dice Tito incorporándose levemente y lanzando una mirada escrutadora a lo largo de la peluquería.
–Aquí donde me ve, con casi sesenta años…
–¡Disculpe un momento! –dice Tito levantándose.
Ha vuelto a verla pasar y ahora está seguro de que ha decidido esperarlo. Se gira y pregunta a la mujer de encendido rostro:
–¿Hay por aquí un aseo?
–¡Naturalmente! Ve esa puerta, detrás del secador, entre y gire luego a la derecha.
–Gracias.
Tito inspecciona la zona nada más transponer la puerta. Tal y como había pensado la peluquería dispone de una salida trasera, se acerca acciona el picaporte y empuja. Aprieta las mandíbulas al comprobar que está cerrada. Regresa sobre sus pasos y emite un sonido quejumbroso: el aseo no dispone de ventana. Antes de volver a salir recompone su rostro.
“Esa gata me clavará la uñas en cuanto salga– se dice abrochándose la chaqueta de botones dorados” Tito se deja caer sobre la silla.
–El chaquetón se lo ha colgado Merceditas.
–¡Aja! ¿Tiene usted hora?
–¡Seguro! A ver…, las doce y cuarto.
–¿A qué hora cierran?
–¡Oh! Cuando acaban, sobre las dos. Pero seguro que usted acaba antes. Con los hombres se entretienen menos.
–¡Ya, ya, entiendo! El caso es que yo quisiera que también me arreglaran un poco la cara y las manos, no sé si…
–¿Se lo ha dicho a Amparo?
–No, la verdad…
–Ahora mismo se lo decimos. ¡Amparo! ¡Amparo! Mira Amparo que este señor quiere también que le repaséis las manos y le deis algún tónico en la cara. Anda guapa que te ha venido Dios a ver.
–Acompáñeme, entonces… –le dice Amparo mojándose los labios.
Tito le mira las piernas a Amparo mientras suben por una estrecha escalera de caracol sujeta con varales. Una mujer enorme tumbada sobre una camilla tiene el rostro tapado con una toalla hueca.
–Te traigo compañía Menchu –dice Amparo.
Menchu levanta la cabeza y aparta la toalla. Sus ojos se abren como si le estuvieran brotando en ese instante.
–¡Joder! ¡Qué cosa más bonita de hombre!
–No le haga caso es un poco…, brusca.
–¡Rural, hija! ¡Rural! Que hasta que mi marido no se murió no me dejó salir del pueblo. Decía que cada uno pertenece a donde ha nacido y más vale no conocer otra cosa, que eso era torcer los designios de Dios. ¡Fíjate qué cosas! ¡Qué bestia era! Bueno sí, pero bestia como él sólo.
–Estate quieta y callada Menchu que si no el tratamiento no hace efecto.
Tito se sienta y Amparo examina las manos. “¡Jesús! ¡Qué manos! –piensa– Blancas, frías, inertes como las de un animal muerto”
–¿Cuánto tiempo cree usted que tardará en…, la manicura y lo otro? –pregunta Tito.
–No mucho, como media hora o algo más.
–¿Qué hora es?
–Las doce y media. En una hora está listo, yo misma puedo arreglarle el pelo si usted quiere.
–Bien. ¿A qué hora cierran?
–Sobre las dos, depende de la clientela.
–¿Se puede pedir luego un taxi para que venga a recogerme?
–Es mejor que se acerque usted hasta la parada que está aquí mismo, a treinta metros bajando la calle.
–¡No! Prefiero que me recoja.
–Como usted quiera. ¿A qué…, se dedica? –la pregunta la lanza Amparo con el mismo cuidado que pone en extraerle las cutículas de las uñas.
–A trabajar como todo el mundo.
–Disculpe no quería molestarle.
–No, está bien, soy yo quien debe pedir disculpas. Estoy un poco nervioso. Trabajo en…, reciclaje, ya sabe los componentes sucios de las cosas que se tiran y que deben ser tratados, adecuadamente tratados conforme a las normas…
–Parece interesante.
–No, no lo crea. Cuando se trabaja en esto, se acaba por odiar a las máquinas como si fueran alimañas.
Amparo vuela sobre las manos de Tito, le resulta casi insoportable su contacto, levanta la cabeza y mira su rostro hermético: si no fuera por el lunar en el mentón casi parecería de cera.
–¡Bueno esto está! –dice Amparo sin poder evitar un tono de alivio.
–¿Qué hora es?
–Pues…, la una menos diez. Ahora tiene que esperar un poco hasta que esta señora acabe su tratamiento.
–Bien, no importa.
Amparo aparta la toalla hueca del rostro de Menchu y salen juntas. “¡Joder! ¡Qué cosa más bonita de hombre!” logra escuchar a través del hueco de la escalera Tito, que se levanta, arrima una silla a la pared y se encarama para mirar por el alto ventanuco. “Allí está la muy hija de su puta madre –musita Tito– No quiere soltar la presa. Te vas a quedar con dos palmos de narices, ¡zorra!” Oye que alguien sube y devuelve la silla a su lugar. Amparo le sonríe desde la puerta.
–Vamos con el tratamiento. Primero haremos una limpieza y después aliviaremos la tensión de la piel. ¿Quiere tumbarse en la camilla?
–Sí…, por supuesto.
–¿Tiene usted hijos? –Amparo pregunta tratando de elevar la temperatura de su cuerpo, teme el contacto con la piel de Tito.
–No. Dios me libre de semejante responsabilidad. ¿Usted sí?
–¡Dooooos! –Amparo arrastra la vocal al notar la quemazón en la punta de sus dedos.
–¿Niños?
–Niñas.
–Mejor.
–Nooooo crea…
Amparo aprieta la boca y nota como los ojos comienzan a escocerle. La frialdad del rostro de Tito le traspasa los guantes y se aferra a sus falanges como si fuera un animal rabioso.
–Esperaremos diez minutos a que haga efecto el tratamiento. Procure no mover los músculos de la cara.
Amparo sale y sumerge sus manos bajo el agua caliente del grifo. Mira atónita humear sus dedos. El calor le hace tanto bien que de su garganta salen gritos de placer. “¡Dios mío! ¡Qué tipo más raro! Ya sólo falta el pelo y…, el taxi” Mira la hora: la una y veinte.
Tito se incorpora y vuelve a acercar la silla hasta el ventanuco. “¡Puta asquerosa! Espera, espera que no me vas a pillar.”
Amparo mira saltar las puntas del cabello de Tito como si fueran escarpias, hasta está segura de escuchar el ruido que hacen al caer. “Este tío no es normal” se dice mientras mira atónita las puas del peine contraerse al contacto con el pelo negro de Tito.
–¿Quiere que le pida ya el taxi? –dice Amparo dejando las fatigadas tijeras sobre la repisa.
–Sí, por favor…, muchas gracias, ha sido usted muy comprensiva.
“No sabe hasta qué punto” piensa Amparo, marcando el número.
Tito se levanta y baja las escaleras. Se acerca hasta la puerta. No ve a nadie. Merceditas le sonríe y le entrega el chaquetón. Tito no aparta la vista de la puerta, esperando… De pronto un taxi se detiene. No le ha visto venir y se sobresalta. En dos pasos está fuera, sus ojos lo miran todo antes de abrir la puerta trasera del taxi, y de un salto, se introduce en el interior.
–¡Rápido! ¡Rápido! ¡A la estación! ¡A la esta…!
Tito nota que algo se mueve a su lado, gira el cuello a tiempo de ver el fogonazo que le salpica la cara, alza las manos y antes de morir piensa: “¡maldita suerte la mía!, ¡justo en el mentón izquierdo!”.
Treinta segundos después, la punta de un lunar le brota a Amparo en el mentón izquierdo.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho.
    Creo que es uno de los cuentos más interesantes que has escrito.
    Supongo que Amparo,era cómplice de la muerte.
    Uno de los detalles que más me han gustado ha sido cuando dices que el peine repele a Toni. Yo creo que eso será porque la muerte le estaba acechando por cada parte de su cuerpo y mente.
    Un cuento magnífico.

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