La novela tiene su origen en uno de esos cabos sueltos que con tan irritante frecuencia, aparecen en los procesos creativos. Muy pronto me di cuenta de que el hilo demandaba una madeja propia, y lo separé de la novela primigenia donde había surgido. Pero tan pronto como se vio en telar propio, tiró de mí con tal fuerza que me obligó a abandonar el inicial proyecto y tuve que dedicarle todo mi tiempo, pues tiempo era lo único que podía ofrecerle. Evolucionó como un acordeón. Por días o semanas, su envergadura era la de un cóndor, y otras veces, por meses en este caso, se contraía hasta el aleteo de un gorrión. Acabé por obsesionarme y constantemente le preguntaba a la madeja por el gato y, a este, por aquella. Tardé en darme cuenta de que el problema era mi falta de lealtad con el lector, quería construir y para ello no dudaba en forzar a los personajes. Los obligaba a sentir y estos expresaban su sufrimiento tornándose marionetas. No sabría decir en qué momento fui consciente de mi crueldad, creo que se trató de un proceso lento de maduración. Despacio, volví sobre mis pasos y fui cambiando, borrando, corrigiendo, en un proceso paralelo de enmendación propia. Puse todo el cuidado en dejar oscuro solo aquello que para mí, como escritor, lo estaba. Cuando por fin la novela estuvo terminada, me planteé con seriedad su publicación. He de reconocer que dudé mucho. Decidí dejar pasar un tiempo y afrontar después la lectura con todo el desapego de que fuera capaz. No me reconocí en la novela, era como si la hubiera escrito otro, o como si ella misma hubiera brotado espontáneamente de su misma fuente. Aquella sensación me convenció, no sé si acertadamente, de que la novela tenía autonomía, personalidad incluso, suficiente y me vi forzado a ser consecuente, leal digamos, con mi propia creación.
Aquí está Sinfonía para Sonia, ahora es vuestra, respetables lectores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario