miércoles, 4 de mayo de 2011

El difunto Matías Pascal. Tertulia

Luigi Pirandello nace en Agrigento en la isla italiana de Sicilia en 1867 y muere en la capital de Roma en 1936, dos años después de recibir el Premio Nobel de Literatura. Escribió teatro, novela y una buena cantidad de relatos cortos, por cierto magníficamente editados en traducción de José Ramón Monreal por la editorial El Acantilado, bajo el título “La tragedia de un personaje”. En 1904 publica “El difunto Matías Pascal” en un momento bastante difícil de su vida, su esposa María Antonietta Portulano padecía una grave enfermedad nerviosa y los negocios familiares habían sufrido un serio revés económico. Tenía por tanto Pirandello buenas razones para que por su cabeza pasara el acaecer de la muerte y el suicidio. La novela se convirtió rápidamente en un gran éxito. Pero también fue objeto de críticas consistentes en la poca verosimilitud de los acontecimientos narrados y de los personajes, los cuales parecen comportarse como meros títeres en manos de un destino impregnado de una contingencia manipulada.

Se nos presenta en la novela una vida, la de Matías Pascal, ciertamente anodina en la que los acontecimientos van acorralando al personaje hasta convertirlo en un triste bibliotecario sin otra compañía que las ratas y sin más aspiración que la obtención de un par de buenos gatos. Como consecuencia de uno de esos enredos tan típicamente pirandellianos, nuestro protagonista acaba por contraer matrimonio con Romilda que poco a poco se convierte en una pesadilla. Es aquí donde la suerte, el azar o los hados, intervienen por primera vez. Matías harto de su vida, marcha a Montecarlo en donde la ruleta del casino le favorece una y otra vez hasta ganar una suma considerable de liras. Se dispone a regresar a casa, y mientras piensa en convertirse en molinero para poder vivir en el regazo de la tierra, lee en el periódico su propia muerte: un cadáver aparecido en el río ha sido identificado por su mujer y su suegra como Matías Pascal. Aunque su primera reacción es la rebelión, “una intolerable e insidiosa mistificación”, enseguida se da cuenta de la oportunidad que se le ofrece, la de sobrevivirse a sí mismo, la de volver a empezar una vida completamente nueva y ¡claro!, libre, sin las ataduras del pasado.Así, sobre este salto inesperado en la narración, Pirandello construirá tres personajes que son uno mismo y diferentes.

En realidad ninguno de los tres personajes que crea Pirandello convenció a los tertulianos, pero es indudable que los tres poseen un enorme atractivo.

El primer Matías Pascal es un hombre que pasa por la vida como el río donde más tarde aparece el cadáver cuya identidad se le atribuye, este difunto anónimo es todo un reflejo del destino que le esperaba al primer Matías Pascal; sin embargo bajo esa inanidad que preside esta parte de la historia, hay un flujo creativo que cabe identificar con la biblioteca de la iglesia secular, una iglesia donde no se celebra, nadie sabe porqué y donde poco a poco Matías levanta un refugio que le sirve de consuelo. No en vano cuando vuelve a Miragno es su compañero Eligio Pellegrinotto quien primero lo reconoce.

Es, sin lugar a duda, Adriano Meis el más atractivo de los tres. Asistimos a la construcción de una nueva identidad, ciertamente lastrada por un pasado que es necesario olvidar, e incluso si se quiere izado sobre la mentira, pero, en todo caso, un hombre que se esfuerza en conocerse a sí mismo, presupuesto de la libertad que se quiere alcanzar. A raíz de mi suicidio en La Cabaña, yo no había visto delante de mí más que a la vida, se dice a sí mismo Matías, o, si se quiere, Matías se lo dice a Adriano; lo que es tanto como afirmar  el olvido de la muerte, o mejor que como ya estaba muerto quedaba por disfrutar la otra vida, aquella que está al otro lado de la muerte, confundiendo así realidad y más allá. Y con esa esperanza Adriano-Matías se lanza a recorre durante todo un año Italia, Austria y Alemania, hasta que de pronto se da cuenta un día de niebla, de mala meteorología, que está sólo y se acerca hasta un vendedor de cerillas al que pide precio por su perrillo. El coletazo de su libertad, que necesita estar sola para sentirse auténtica, espanta este indicio de ternura tan extraño a su nuevo espíritu. Pese a todo echa de menos un hogar, quizás sea por el invierno y la navidad, algo que no puede tener, tal vez por ello le resulté más atractiva su falta, porque sólo con las maletas en la mano puede ser libre, esa es la condena que recibe quien “es un extranjero en la vida”. La ausencia de esas señas de identidad le genera a Matías-Adriano una primera crisis de identtidad, frente a la que se defiende: “¡Bueno! Pues de ese modo estoy más suelto. ¿Qué no tengo amigos? Nadie me impide echármelos…”. Y de repente, un amigo. Tito Lenzi, corto de estatura, usa tarjeta de presentación, sabe latín y cita a Ciceron: Mea mihi conscientia pluris est quam hominum sermo. Y como todos los amigos es un preguntón.  Pero Adriano-Matías se da cuenta de que no puede aspirar a tener nunca un amigo porque para él la mentira es una necesidad y no cabe unir confianza con falsedad. Se lamenta Adriano-Matías de no poder tener ni casa ni amigos y será ese deseo insatisfecho lo que le lleve a Roma, a la pensión de la calle Rippeta. Allí surgirá el amor, y el talento de Pirandello desarrollará uno de sus típicos enredos ente el vodevil y el sainete que desembocará en la muerte de Adriano.

Si finalmente Matías Pascal acaba por darle muerte a Adriano Meis se plantearon dos alternativas: la búsqueda de la verdadera identidad, el deseo de despojarse de la máscara (tema muy pirandelliano) o bien, la cobardía ante el compromiso, o dicho en otros términos, una nueva huida. En todo caso cabe preguntarse ¿Por qué regresa Matías Pascal? ¿Hacen mal los muertos en volver? Es este un argumento que ya trató Balzac en su novela “El coronel Chabert” y sobre el cual construye su narrativa la muy reciente “Los enamoramientos” de Javier Marías, lo que cuando menos pone de manifiesto la dilatada trayectoria de un recurso narrativo tan intenso como universal (la obra de Balzac data de 1832 y la Marías del 2011). No, por supuesto que no hacen bien los muertos regresando, porque cuando lo hacen acaban convirtiendose en muertos vencidos por esa enfermedad de la realidad que infecta a los vivos. No hay escapatoria: los muertos que vuelven llegan a una realidad que se ha construido sin tenerlos en cuenta. Eso es lo que le sucede a Matías Pascal que acaba bendiciendo la unión conyugal posterior de su esposa y plegándose a la contundencia de los hechos. No le queda más que volver a su refugio-biblioteca y da la impresión que la única venganza que se toma  es la de burlarse de los hombres que con tanto anhelo se aferran a la vida. La furia de los muertos se desvanece al contacto con la realidad, algo así le ocurre al difunto Matías Pascal.

Ni que decir tiene que todo ese argumento lo desarrolla Pirandello cuajándolo de situaciones y actitudes cargadas de ironía, sacarmo y un sentido del humor que alguno de los tertulianos le pareció el único recurso posible para mostrar la contigencia humana: la última capa de pintura sobre la pared lisa de la incertidumbre.
Valgan unos cuantos ejemplos.
El señor Paleari, el teósofo, que le larga a nuestro Meis la teoría del pianista, diciéndole que el cerebro es el piano y el alma el pianista y no hay uno sin lo otro. A continuación le indica que lo malo que tiene la ciencia es que no ve más allá de la vida, lo que equivale a una respuesta incompleta porque no podemos atinar con el sentido de la vida si de algún modo no nos explicamos también la muerte. Y en realidad, ¡qué magnífica compañía es esa para Adriano Meis!, pues cuanto más alejada de la realidad sea la conversación de Paleari, menos necesidad tendrá Meis de mentir.
La maravillosa, espléndida, comparación que hace Luigi Pirandello de Roma, primero con una pila de agua bendita y luego con un cenicero.
El propósito de Adriano-Matías de mantenerse al pairo en las relaciones humanas, porque no debía acercarse demasiado a la vida ajena, sino, más bien, rehuir toda intimidad y contentarse con vivir en el margen, pero no al margen.
Tengo para mí que Matías Pascal vuelve a su pueblo sólo para poder visitar en vida, que no es poca cosa, su propia tumba y poder presentarse a los demás como el difunto Matías Pascal.

Como siempre un auténtico placer contar con vuestra compañía y opiniones. Gracias.


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