Ana María Matute Ausejo nació en Barcelona el 26 de julio de 1925 (alguno de los tertulianos apuntó que doña Ana María ha insistido varios veces que en realidad ella nació en 1926) en el seno de una familia burguesa, profesionalmente burguesa como diría Cela, su padre era propietario de una fábrica de paraguas. De su madre, una castellana muy severa, la propia escritora ha comentado que se las hizo pasar canutas y, sin embargo, cuando fue ella quien conservó los cuentos que Ana María había escrito siendo muy niña. Una auténtica señora de su época que debía conjugar la sensibilidad con cierta robustez espiritual. Comenzó, por tanto, a escribir muy pronto y con tan sólo 17 años, Ignacio Agustí, director de la editorial Destino, le ofreció la publicación de su primera obra, aunque no vio la luz hasta unos años después (¡cómo hemos cambiado!). Vivió la intransigencia y el horror de la guerra civil y también el de una educación religiosa, ella misma ha reconocido que las monjas la hicieron sufrir mucho. En 1949 queda finalista del premio Nadal, si bien tampoco en esta ocasión pudo ver publicada su obra por la censura. En 1952 contrae matrimonio -su primer matrimonio-, que dura once años y fruto del cual nace un hijo. La propia Ana María ha manifestado que sufrió tanto durante esta convivencia matrimonial que los recuerdos no le permitieron volver a Madrid hasta años después. En 1959 abordo la redacción de la trilogía Los mercaderes, de la que Primera memoria es su primera parte. A lo largo de su carrera literaria ha obtenido la práctica totalidad de los premios desde el premio Nadal o el Café de Gijón hasta el Nacional de las Letras o el mismo Cervantes, incluido, naturalmente, el Premio Nacional de Literatura Infantil.
Gorogó |
Ana María Matute |
Matia se ve obligada a enfrentarse a dos reinos, el de los adultos y el de los iguales. El primero, el mundo de los adultos, es tratado con mucha dureza por la escritora/narradora, ninguno de los retratados posee valores humanos: son hipócritas, egoístas, conformistas y construyen una realidad cargada de incomprensión, violencia y abulia. Da la impresión de que Ana María Matute quiso expresar su protesta ante tanta incomprensión o, quizá incluso, utilizar la escritura un arma de venganza hacia ese mundo de los adultos. Ese ambiente compartimentado de los adultos se traslada también al mundo de los adolescentes que se divide en ellos y nosotros, pero en el que a diferencia del primero ninguna puerta está cerrada y son posibles los cambios. El engranaje entre ambos mundos se hace a través de la figura del Chino: Lauro, el hijo de Antonia, el ama de llaves de la abuela, un cura rebotado por haber estudiado en el seminario y que tiene veinte años. Un buen ejemplo de las pretensiones que maneja la autora es el siguiente episodio. Matia y Borja, acompañados por el Chino, se dirigen a visitar a Guiem (un adolescente de 16 años que encabeza el grupo rival de Borja), Matia y el Chino se quedan fuera. Este comienza a rogarle que se porten bien (pues en otro caso él mismo sufrirá las admoniciones de la abuela, lo que hará sufrir a su madre Antonia), Matia ante esa súplica siente vergüenza ajena, la cual enseguida se transmuta en hastío; la reacción furiosa del Chino, que interpreta el silencio de Matia como indiferencia, provoca en ésta una cascada de emociones: rabia, miedo, tristeza que oprimen tanto su corazón que acaba por volver la vista hacia el recuerdo de su muñeco Gorogó, buscando una salida. La inmediata aparición de Guiem y Borja, sitúa a Matia en un segundo plano y se ve obligada en esa relación entre los iguales a probar que merece su respeto y para ello no duda en humillar al Chino, pero la amargura de su boca venenosa le hacer avergonzarse de sí misma, cerrando así el círculo de sentimientos de una forma magistral. Cabe destacar igualmente el episodio en el que los dos primos Matia y Borja tumbados por la noche en el suelo de la logia, fuman cigarrillos y comen caramelos de menta, mientras conservan en la cabeza sus recuerdos infantiles, sabiendo que ya no son niños y que aún el mundo de los adultos les resulta extraño. Entonces Borja repite varias veces “¡cuándo acabará todo esto…!” y como la misma narradora dice no se sabe muy bien si se refería a la guerra o a esa edad.
y el gallo de Son Major |
Según avanza el relato asistimos al proceso de madurez de Matia, su mundo inicial, el de la infancia, se queda en una orilla y a bordo de esa cáscara de nuez de la que Matia habla, vislumbra al otro lado el mundo de los hombres y de la mujeres y no puede evitar compararlo con el de los chiquillos malvados y caprichosos (la maldad de la infancia es otro de los leitmotiv de la novela), representado por su primo Borja. De golpe Matia se transforma cuando se acerca a Manuel de una forma distinta: el primer amor, indudablemente infantil, pero que le permite experimentar un sentimiento nuevo a caballo entre la ternura y el miedo.
Ciertamente esa edad de los catorce años era, es una edad difícil, Matia -la narradora- lo expresa muy bien cuando tras la visita a la hacienda de Son Major, dice que él, Jorge, un hombre en los últimos días de su vida, ya no creía en nada y ella, Matia, aún no había comenzado a creer en algo; que él Jorge había recorrido el mundo a bordo de su barco, el Delfín, y Matia lo había hecho moviendo su dedo por encima del atlas.
En definitiva una magnífica novela, cuajada de rincones íntimos y, por cierto, muy difícil de escribir. Muchas gracias a todos por vuestra asistencia y valiosas intervenciones.
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