viernes, 18 de marzo de 2011

El color de los días (Cuento)

Luis Jesús Labrador, acuarela
   
   A Pablo Escorial, siempre en nuestro corazón.

No me di cuenta de que hoy era blanco, hasta que terminé mis abluciones. Y me extrañó, la verdad, porque lo primero que aparece en mi espíritu cuando me despierto es el color del día. Sí, el color como una divisa, como un mapa que me sirve para orientarme. El gris asfalto del lunes me indica que debo ponerme en marcha, que hay montones de cosas por hacer y que la fiesta del fin de semana ha quedado atrás. El peor de los colores amanece con el martes, ese color sucio de las nubes de tormenta que veo aproximarse sobre mi cabeza, y que me obliga a recorrer las horas que me separan de la noche como si me hubiera bebido toda una botella de vino de Marsala. Pero el blanco de los miércoles me inspira, por eso me sorprendió, más aún, no tenerlo delante al despertar. ¡No!, no soy una mujer supersticiosa, pero respeto los anuncios.

Miré mi agenda nada más llegar al trabajo. Afortunadamente no me había cruzado con nadie. Odio a la gente a primera hora de la mañana. Soy políticamente progresista, pero conservadora en lo cultural; pienso que la riqueza nunca ha bastado para construir una civilización, que se necesita además, imaginación y una buena cantidad de mujeres en medio de todo, imprescindibles para que nada se tenga por seguro. Digo todo esto porque la moral, toda moral, se asienta siempre en el pasado, y la barbarie humana pretende hacer tabla rasa de, precisamente, el pasado. Estas son mis ideas, y mi trabajo recomponer el mundo roto en mil pedazos. Supongo que ya es hora de que lo diga, soy un ángel. Ocupo un buen puesto en la Oficina Especial para el Examen de la Veracidad y Honorabilidad de los Testigos que se dedica a la selección de buenas personas. Es una labor que exige mucha imaginación; los candidatos son astutos y enseguida te reconocen, se dan cuenta de que se la juegan y arrojan todas sus armas pensando que mostrarse indefenso, es la mejor forma de salir victoriosos del encuentro.

El día iba a ser apretado: una docena de elegidos, seis hombres y seis mujeres, pues procuramos mantener la paridad, no queremos reproches. La primera prueba siempre es el color. Cada sujeto posee el suyo. Están los individuos que emiten una luz muy apagada sobre un fondo oscuro, generalmente el marrón, que son inmediatamente descartados. Su destino es el regreso. No puedo ser más precisa, sólo puedo decir que son la mayoría. A los otros, los que poseen un haz luminoso idóneo, se les hace recorrer un pasillo muy largo. Los primeros que se eliminan son aquellos que caminan sobre sus dientes como si fueran cangrejos; son las bestias, no sirven más que para adorar a santos desnudos, criaturas darwinianas que pertenecen a un pasado muy remoto, apenas sin moral. Su destino es la piscina de los santos óleos. Después vienen los de genuésico deambular, o sea, aquel que se verifica con una tendencia natural a inclinar las rodillas hacia el suelo; son candidatos cuya luz no procede de su interior sino que han aprendido a reflejar la ajena, meros espejos. Son conducidos a la sala de satélites. Suelen quedar entonces dos tipos de individuos: los que sienten inclinación a la ciencia y su luz procede de la célula, se los espolvorea con ceniza y se guardan aparte; y aquellos otros que muestran predilección por la poesía y ofrecen un corazón menos sensible que su paladar. Estos son becados.

Quedaba un último candidato. Un hombre cuya luz se fingía mortecina, pero que poseía la luminosidad que vive en el fondo de los estanques. Era un sujeto de campo que andaba renqueante y torcía ligeramente el pie izquierdo al echar el paso. Cuando lo examiné de cerca, me sorprendió la ausencia de desdoblamiento tan característico de la especie humana. No quedó más remedio que utilizar la última de la pruebas. “¿Qué es el mundo?” le pregunté. La respuesta salió de su boca torneada: “un sitio donde están los vivos, los muertos y, además, todos aquellos que aún no han nacido”

A veces los miércoles tienen el color de Dios.

3 comentarios:

  1. ¿ Y de que color es color de Dios, Raul?

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  2. Dios es amarillo, al igual que el domingo y mayo.

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  3. Los colores son, a veces, los olores del alma, del alma de las cosas (y no es una simple sinestesia). Me gusta cómo se desarrolla, y hacia dónde lleva, sobre todo hacia donde lleva. Lo único que no me encaja es el término "progresista" (los ángeles no tienen sexo, así que no deberían saber nada de política), pero el resto del lenguaje, como siempre, está magistralmente empleado. ¡Qué fertilidad la tuya, Raúl!

    David.

    PD:¡Y qué bien traido el amarillo, Javier

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