miércoles, 8 de junio de 2011

Gabriel García Márquez. Tertulia.

Hay cientos de monografías, artículos y textos publicados sobre Gabriel García Márquez y su mundo novelístico, y para hacerse una idea basta con echar un vistazo a la página especial que el Centro Virtual Cervantes ha dedicado a la de Aracataca. Se hace preciso, por tanto, una recia osadía para contar algo sobre Gabo que tenga un mínimo interés. Quien quiera indagar en sus primeros años de andadura por el mundo, tiene a su disposición, entre otras obras, la autobiografía Vivir para contarla. Por nuestra parte basten unas notas. G. G. Márquez nace en la localidad bananera mencionada del departamento de Magdalena en Colombia el 6 de marzo de 1927. El padre, Gabriel Eligio García, era boticario y la madre, Luisa Santiaga Márquez Iguarán, era hija del coronel Nicolás Márquez, de talante liberal y veterano de la Guerra de los Mil Días, y de Tranquilina Iguarán. Los primeros años de su vida, los pasa Gabriel con sus abuelos. Después en 1936 se traslada con sus padres al departamento de Sucre, donde comienza sus estudios que continuará en Barranquilla. Ya por entonces comienza a escribir en revistas. En 1947 se matricula en la facultad de Derecho, comienza a publicar alguno de los cuentos que luego integrarán el libro Ojos de perro azul y sufre la pérdida de su abuela, la cual muere ciega y afectada por la locura. En 1955 publica en Bogotá su primera novela La hojarasca, cuyo manuscrito había sido rechazado por la editorial Losada (¡qué alivio saber que también él sufría el rechazo de las editoriales!) Trabaja como periodista y con muy pocos recursos pasará por Madrid, París y Londres hasta acabar en La Habana en 1959 con el triunfo de la revolución castrista. Sucesivamente, publica El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Los funerales de la Mamá Grande. En 1967 aparece Cien años de soledad y reside en Barcelona hasta 1975. Al año siguiente se traslada a México, poco después problemas políticos y personales provocarán la ruptura de la amistad entre G. G. Márquez y Vargas Llosa. En 1982 es Premio Nobel de Literatura con tan sólo 55 años.

La publicación en 1962 del libro de relatos bajo el título Los funerales de la Mamá Grande, se hizo en Xalapa por la Universidad Veracruzana y a propuesta de Álvaro Mutis. Llaman la atención dos relatos: el que da título al libro y muy especialmente La prodigiosa tarde de Baltazar. En el primero G. G. Márquez utiliza la ironía y el sarcasmo para contar el final del matriarcado que la Mamá Grande, cuyo verdadero nombre es María del Rosario Castañeda y Montero, había ejercido sobre Macondo en el último siglo. La Mamá Grande lo era todo en Macondo, de ella se vendían escapularios y medallas con su imagen y el día de su cumpleaños disponía los matrimonios del año siguiente. Moría virgen y sin hijos siendo su patrimonio procedente de tres encomiendas adjudicadas por Cédula Real durante la Colonia. Esta circunstancia unida a la presencia del Sumo Pontífice en los funerales y a la necesidad que tuvo el Presidente de la República de declarar algo así como el estado de excepción, para poder estar presente en las exequias, sugiere que la realidad en la que vive Macondo trae causa de la conquista española. Es, desde luego, una narración presidida por lo esperpéntico que el narrador hace “recostando un taburete a la puerta de la calle” antes de que los historiadores se apoderen de lo que califica como conmoción nacional, de algo de lo que se hablaba en el interior de los ascensores de la capital y que no era otra cosa que el último coletazo de un régimen medievalista. Al final, el autor abre una doble puerta: la del egoísmo y el desorden (los sobrinos herederos comienzan a desmantelarlo todo) y también la de la esperanza y la libertad para el pueblo.

El segundo relato, La prodigiosa tarde de Baltazar, es muy distinto. Baltazar, un carpintero, construye una jaula y la cuelga del alero. No era un trabajo cualquiera, resultó ser la jaula más bonita del mundo, pero él, Baltasar, no lo sabía, creía que no era más que una jaula, bien hecha eso sí, a la que había dedicado quince días de trabajo. Esta es la primera nota de todas: el artista crea belleza, pero la trascendencia de su trabajo no depende de él sino de los demás, son estos quienes le otorgan la condición de obra de arte. Se forma un tumulto de gente frente a la casa de Baltazar, todos quienes admirar la jaula. Pero el éxito comienza a cobrarse su precio: Baltazar debe afeitarse para mejorar su aspecto, la jaula pasa del alero a la mesa del comedor y es necesario discutir el precio que se va a pedir por la jaula. Baltazar se conformaba con veinte pesos, pero Úrsula su mujer le dice que ha de pedir sesenta. El médico Octavio Giraldo se interesa por la jaula y está dispuesto a comprarla para regalársela a su mujer, quien adora los pájaros. Baltazar se niega porque la jaula se había hecho por encargo del hijo de don Chepe Motiel, el cacique del pueblo, y una cosa que ya está vendida no puede volver a venderse, dice el carpintero. Pone así G. G. Márquez el acento en el  contenido moral que ha de presidir la labor del artista: no debe éste tener en los intereses crematísticos una referencia ni siquiera secundaria de su trabajo. El arte tiene otro objetivo que es el de transformar la sociedad. A ello asistimos cuando don Chepe reprocha a Baltazar el no haber contado con su consentimiento para cerrar el trato con su hijo. Es entonces cuando Baltazar da el paso definitivo, al regalar la jaula a Pepe, el hijo de don Chepe que se siente humillado por el acto. De alguna forma el humilde ha salido victorioso en su combate con el poderoso y de ahí la celebración que tiene lugar seguidamente. Ocurre sin embargo que la victoria no es más que momentánea y Baltazar acabará tirado en la calle y descalzo, con tal mal aspecto que las mujeres que pasaban lo creían muerto. Hay una crítica agria a la revolución de los pobres.

Naturalmente que se comentaron otros cuentos. Por tratar de forma contrapuntística al amplio registro narrativo en el que se mueve G. G. Márquez, salió a colación el relato La santa, donde el sentido del humor es el absoluto protagonista dando una vuelta de tuerca de más, o quizá de menos, al esperpento. La niña santa incorrupta que el padre acaba paseando por Roma en el interior de un estuche de violonchelo, en busca de un Papa que se decida a escucharle, provoca situaciones ridículas en las que subyace una vuelta a los orígenes del culto a la muerte tan propio del catolicismo.

Se habló, no podía ser de otra manera, de esa forma de entender la realidad que se ha dado en llamar “realismo mágico”. Alguno de los tertulianos, muy acertadamente, sostuvo que un taxista colombiano no se sorprendería en absoluto de lo que cuenta G. G. Márquez en sus cuentos o novelas, porque lo fantástico no sería para él otra cosa que una parte de la realidad, precisamente aquella realidad que permite comprender el resto y sin la cual todo carecería de sentido. Es en la búsqueda del sentido de la realidad, donde mejor encaje tiene el carácter mágicamente europeo del realismo de G. G. Márquez.

Ha sido un placer contar con vosotros durante estos meses, como sabéis la llegada de la época de verano hace muy difícil que podamos reunirnos por lo que es preferible reanudar la tertulia al comienzo del curso escolar. Podéis utilizar los comentarios para hacer sugerencias sobre las lecturas veraniegas. Buen verano a todos y muchas gracias.

1 comentario:

  1. Ha sido un buen cierre de temporada. Variado y variopinto y cada uno con su cuento. Un placer.
    Gracias como siempre a Raúl por la dedicación a la tertulia y por el cuidado del blog. ¡Qué sería de ellos sin tu presencia semanal!
    Que tengáis un verano provechoso en lecturas, reales o mágicas, clásicas o de rabiosa actualidad, de autores vivos o fallecidos, de 800 páginas o de 150... Nos encontramos en este rincón.

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