miércoles, 19 de octubre de 2011

La gloria de don Ramiro.

Enrique Rodríguez Larreta y Maza, conocido como Enrique Larreta, nació en Buenos Aires en 1875 y falleció en 1961. Sus padres, Carlos Rodríguez Larreta y Agustina Maza y Oribe eran uruguayos y pertenecían a familias acomodadas. Enrique estudió Derecho y colaboró con el diario bonaerense La Nación. A partir de 1901 viajó por Francia y España con intención de escribir una novela sobre Santa Rosa de Lima. Conmovido durante su estancia en Ávila, surgió La gloria de don Ramiro, que se publicó en 1908. 

No es casual que la novela fije un punto temporal de referencia, a saber: dos días después de la muerte de la Santa, como decimos acá, por tanto el 6 de octubre de 1582, entonces Ramiro cuenta con 12 años. Y no puede ser más oportuna esta referencia a Santa Teresa, porque el texto se define por contrapunto entre el mundo cristiano seco y árido, y el morisco, rico en sensaciones y propuestas. Pero también el más interno de la Ávila de los Santos y la Ávila de los Caballeros, lo que vale tanto decir la Ávila monástica y la guerrera. Larreta utiliza este lugar de la geografía castellana como un lienzo en el que dibujar la intolerancia religiosa del siglo XVI, la obsesión por la conspiración morisca y el alcance del absolutismo de Felipe II. Aquella dicotomía que apuntamos al principio, la forja militar y la religiosa, es la que se refleja en el interior de Ramiro, de cuya gloria se trata. A las ansias religiosas de doña Guiomar, la madre de Ramiro y trasunto del misticismo español, se contrapone, el escudero-pregonero Medrano, aguerrido soldado y marinero, quien iniciará al mancebo en la aventura de pasear las “espuelas castellanas por las losas de Nápoles”. Prisionero éste del turco y aquella de recogimientos espirituales y endechas religiosas. Y en celda convertirá Larreta la propia ciudad de Ávila, de un indiscutible protagonismo en la novela.   

El llamativo lenguaje empleado por Larreta posee una riqueza tan singular, que mal puede despacharse con la simple remisión al "modernismo" y al empleo intencional de arcaísmos, construidos a "imagen y semejanza" del lenguaje cervantino. Hay algo más. Larreta pone sobre el papel una notoria capacidad de invocación y creatividad plástica. "Brocados y brocateles amortecidos por el polvillo del tiempo..., vinos añejos en los cajones de las sacristías..., la sombra de un hidalgo que rezaba sus horas..." son frases entresacadas de las primeras hojas de la novela (páginas 4 y 5 de la editorial Porrúa). ¿Quién es capaz de leer estas frases y no sentir que aquel tiempo evocado era ya entonces tan viejo como ahora? Ciertamente esa forma de decir las cosas sin mencionarlas es de estirpe cervantina, pero no renuncia Larreta a elevar la base renacentista al exponente modernista. La descripción que el argentino hace de la plaza de la catedral abulense merece figurar a la intemperie: 

“Al llegar a la plazoleta de la Catedral, el escudero tuvo que hacer apartar a los rústicos para dar paso a la silla. A más de las cabañas y caseríos de los contornos, muchos pueblos comarcanos habían volcado buena parte de su gente en aquella reducida plazuela, que apenas si bastaba para los vecinos. Los más diversos ropajes ardían bajo la mágica luz, en movedizo apiñamiento multicolor. Veíanse sayas rojas o verdes como los pimientos, color de almagre como las calabazas, moradas como las berenjenas, capas y coletos pardos como la piel de los tubérculos, negras ropas de ancianos que iban tomando la torcida color de las alubias, vistosos dengues y pañolones donde parecía haberse reventado toda la hortaliza. No faltaban las zagalas de égloga, en trenzas y en corpiño, zagalas de Sotalvo, de Tornadizos, de Fontiveros, lavanderas o pastoras, que no habían logrado quitarse el olor de las lejías o el tufo de los chotos y cervatillos. Hombres secos y taciturnos, de afeitada boca monástica y aludo sombrero, contemplaban el desfile de los señores, apoyados en sus varas de respeto o en el cogote de los borricos. Las mujeres hablaban alegremente. Las más acaudaladas traían mandiles de relumbrón, y casi todas, collares de coral, pendientes mudéjares y plateadas cruces y medallas que semejaban ex-votos de camarín. Buena parte de aquella gente había dejado sus lejanas chozas o alquerías antes del amanecer, a la luz de las estrellas.” (116)

 
Palacio de Sofraga.
Peñas, campos, iglesias, puertas, almenas, lienzos, calles, plazas, fuentes, palacios, arrabales..., hidalgos, ratones, polillas, traiciones, crímenes, amores, conjuras, castigos, ejecuciones, encantamientos, filtros y..., claro, santidades. Da la impresión de que Larreta quiso teatralizar su novela, representarla en un escenario tan singular como la ciudad de Ávila. Es esa puesta en escena, más que las interpretaciones místicas, intertextualidades o literaturizaciones exegéticas, lo que nos ha llamado la atención. El palacio situado a la derecha según se accede al recinto amurallado por la puerta de San Vicente, el que hoy conocemos como palacio de los Sofraga, es el que ocupa don Alonso Blázquez Serrano y su hija Beatriz, pues es el único que cuenta con un balcón o terraza porticada por encima de las almenas de la muralla. Este don Alonso pertenecía a una de las más grandes familias de abolengo, los Blázquez, y descendía del primer repoblador de la ciudad de Ávila y alcalde de la misma, a saber, Ximeno Blázquez, y del más famoso de todos Nalvillos Blázquez cuya historia dio lugar a la leyenda de su venganza contra la traición de su esposa Axia Galiana.

Puerta de la Mala Ventura. Lienzo Sur.
"Jubilosa coloración de oro húmedo brillaba en las colinas. Había llovido hasta las tgres de la tarde, y la tempestad se alejaba hacia el naciente, abriendo grandes claros de nácar etéreo. Capñrichoso penacho de nubes doradas y purpúreas se alargaban por encima de la ciudad, conservando todavía el movimiento de la ráfaga que lo había retorcido. La áspera muralla reflejaba una amarillez alucinante, que parecía nacer de ella misma."
Quizás la localización de la casa que ocupaba don Iñigo de la Hoz sea la que ofrezca mayores dificultades. Se trata de una casona sobre una plazuela a escasos metros de la puerta de la “Mala Ventura”, según el texto de Larreta. Sin embargo parece fuera de toda duda que se está refiriendo al torreón de los Guzmanes o palacio de los Mújica, pues la precisa descripción que hace Larreta del torreón encaja perfectamente, así como los detalles de las grandes dovelas sobre la puerta. Además el propio Larreta hizo un dibujo de este colosal torreón. De este hidalgo dirá Larreta,  era un hombre religioso que llevaba bordada la espadilla roja de Santiago en todos los sayos y que hacía dos cuaresmas al año, una la que iba de Quatuor Coronatorum hasta el día de Navidad (es decir del 8 de noviembre fiesta de los “cuatro coronados” al 25 de diciembre) y la otra desde el domingo de carnestolendas a la Pascua de Resurrección. Elegancia de brocados en la péñola del bonaerense.

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