jueves, 16 de junio de 2011

El exquisito placer de pensar en las lecturas del verano (Bagatela)

Luis Jesús Labrador, acuarela.
El gobierno anuncia su intención de prohibir la lectura en piscinas, terrazas y playas. Las razones no están muy claras. Se habla de lo absurdo de fijar la vista en simbolos tipográficos, sobradamente conocidos, cuando con sólo levantar la cabeza es posible contemplar al hercúleo socorrista, regocijarse con la alegría de la gente que pasa lamiendo coloristas cucuruchos de helados o admirar la espuma de las olas limpias. Se aduce también que la lectura en esos espacios públicos no fomenta la relaciones familiares ni crea los necesarios lazos de convivencia para una adecuada convergencia social. !Hombre se pone usted a leer ahora que hace bueno! !Vamos que son ganas de liarla! Para leer ya está el invierno que es cuando hay que hacerlo. Esta sugerente idea, a saber, leer en invierno y disfrutar en verano, tiene sus espacios de sinergia y sincretismo (que son palabras muy bonitas porque las dos contienen una afirmación de lo que se viene a decir a continuación) que el ministerio de innovación propiciará con programas "ad hoc". Según un reciente estudio hecho público por una de esas universidades a las que le sobra el presupuesto y le faltan ideas, la lectura en verano es contraproducente por ser causa de sobrepeso e incrementar la frecuencia de los accidentes caseros. El estudio recomienda mantener los libros lejos del alcance de los niños y, en caso de conflicto agudo, permitir su acceso sólo en las horas de la siesta. La reacción de las editoriales no se ha hecho esperar. Se preguntan qué alcance tendrá esta nueva regulación sobre sus "cuadernillos de repaso veraniego" y alertan sobre el efecto suasorio que puede provocar en el destacado número de alumnos con superávit de aprendizaje. Desde la presidencia del gobierno se tacha estas críticas de malintencionadas y de constituir un ataque a las equilibradas y ranozables políticas educativas. En fin, la polémica está servida tertulianos, así que se me ha ocurrido que como es muy posible que este sea el último verano que nos dejen leer en público, bien podríamos elegir media docena de libros para despedirnos de la cultura del pasado antes de dar la bienvenida a la sensatez del futuro.

Ahí va mi selección.

“Zama. El silenciero. Los suicidas”
Antonio Di Benedetto.
Editorial El Aleph.
La trilogía de la espera del argentino Antonio Di Benedetto es un verdadero monumento literario, cuya lectura nos sumerge en los aceros de la frase corta, pulida hasta que la sorpresa de la elipsis se muestra tan afilada que corta la respiración sobrante. En la primera, Zama, considerada como su obra maestra,  Di Benedetto utiliza la caperuza de una novela histórica para ofrecernos las consecuencias que la espera produce en un funcionario colonial del siglo XVIII. En El silenciero el escritor argentino construye un personaje obsesionado con el ruido, para quien los sonidos constituyen una magnitud física agresiva que desbordan la realidad convirtiéndola en imposible por intolerable. La espera es el silencio que se mueve convulso entre las ondas generadas por el sonido. En la última un periodista, cuyo padre se había suicidado a la edad de treinta y tres años, rastrea los destellos que la vida deja prendidos en los ojos de quienes han resuelto poner fin a su existencia, mientras espera que suceda lo que tiene que sobrevenir.
Es difícil tratar de buscar referentes en una escritura tan personal. El lector curioso sentirá regustos de Camus (muy claros en el final de El silenciero), de Pirandello (en especial las máscaras que caen, se yuxtaponen o incluso acaban por resultar engrosadas) y también, aunque resulte en principio extraño, de Juan Rulfo (los fantasmas del tiempo, de los ruidos y de los muertos no pueden ser más significativos) En fin uno de esos descubrimientos que al lector celoso le cuesta trabajo compartir. De verdad ¡magnífico!

“Cuentos reunidos”
Bernard Malamud
Editorial El Aleph.
Para mí, Bernard Malamud junto con Henry Roth (no confundir con Philip Roth) e Isaac Bashevis Singer,  son los tres grandes escritores judíos neoyorquinos.




“La crisis de la monarquía”
Pablo Fernández Albaladejo.
Editorial Crítica/ Marcial Pons.
Tengo dos curiosidades para leer este libro. Una que habitualmente hemos oído hablar de la decadencia de la monarquía española (los Austrias mayores y los menores), ignoro por tanto si el título de crisis tiene un mero contenido comercial o encierra algo más. Y dos que el siglo XVII es el siglo del Quijote, con eso basta.




 “De la vida bienaventurada y otros tratados”
Séneca.
Editorial Círculo de Lectores.
Esta edición tiene un estudio previo de María Zambrano que con seguridad es tan bueno como el propio Séneca. Un poco de senequismo para los tiempos que corren.

Continuará…

miércoles, 8 de junio de 2011

Gabriel García Márquez. Tertulia.

Hay cientos de monografías, artículos y textos publicados sobre Gabriel García Márquez y su mundo novelístico, y para hacerse una idea basta con echar un vistazo a la página especial que el Centro Virtual Cervantes ha dedicado a la de Aracataca. Se hace preciso, por tanto, una recia osadía para contar algo sobre Gabo que tenga un mínimo interés. Quien quiera indagar en sus primeros años de andadura por el mundo, tiene a su disposición, entre otras obras, la autobiografía Vivir para contarla. Por nuestra parte basten unas notas. G. G. Márquez nace en la localidad bananera mencionada del departamento de Magdalena en Colombia el 6 de marzo de 1927. El padre, Gabriel Eligio García, era boticario y la madre, Luisa Santiaga Márquez Iguarán, era hija del coronel Nicolás Márquez, de talante liberal y veterano de la Guerra de los Mil Días, y de Tranquilina Iguarán. Los primeros años de su vida, los pasa Gabriel con sus abuelos. Después en 1936 se traslada con sus padres al departamento de Sucre, donde comienza sus estudios que continuará en Barranquilla. Ya por entonces comienza a escribir en revistas. En 1947 se matricula en la facultad de Derecho, comienza a publicar alguno de los cuentos que luego integrarán el libro Ojos de perro azul y sufre la pérdida de su abuela, la cual muere ciega y afectada por la locura. En 1955 publica en Bogotá su primera novela La hojarasca, cuyo manuscrito había sido rechazado por la editorial Losada (¡qué alivio saber que también él sufría el rechazo de las editoriales!) Trabaja como periodista y con muy pocos recursos pasará por Madrid, París y Londres hasta acabar en La Habana en 1959 con el triunfo de la revolución castrista. Sucesivamente, publica El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Los funerales de la Mamá Grande. En 1967 aparece Cien años de soledad y reside en Barcelona hasta 1975. Al año siguiente se traslada a México, poco después problemas políticos y personales provocarán la ruptura de la amistad entre G. G. Márquez y Vargas Llosa. En 1982 es Premio Nobel de Literatura con tan sólo 55 años.

La publicación en 1962 del libro de relatos bajo el título Los funerales de la Mamá Grande, se hizo en Xalapa por la Universidad Veracruzana y a propuesta de Álvaro Mutis. Llaman la atención dos relatos: el que da título al libro y muy especialmente La prodigiosa tarde de Baltazar. En el primero G. G. Márquez utiliza la ironía y el sarcasmo para contar el final del matriarcado que la Mamá Grande, cuyo verdadero nombre es María del Rosario Castañeda y Montero, había ejercido sobre Macondo en el último siglo. La Mamá Grande lo era todo en Macondo, de ella se vendían escapularios y medallas con su imagen y el día de su cumpleaños disponía los matrimonios del año siguiente. Moría virgen y sin hijos siendo su patrimonio procedente de tres encomiendas adjudicadas por Cédula Real durante la Colonia. Esta circunstancia unida a la presencia del Sumo Pontífice en los funerales y a la necesidad que tuvo el Presidente de la República de declarar algo así como el estado de excepción, para poder estar presente en las exequias, sugiere que la realidad en la que vive Macondo trae causa de la conquista española. Es, desde luego, una narración presidida por lo esperpéntico que el narrador hace “recostando un taburete a la puerta de la calle” antes de que los historiadores se apoderen de lo que califica como conmoción nacional, de algo de lo que se hablaba en el interior de los ascensores de la capital y que no era otra cosa que el último coletazo de un régimen medievalista. Al final, el autor abre una doble puerta: la del egoísmo y el desorden (los sobrinos herederos comienzan a desmantelarlo todo) y también la de la esperanza y la libertad para el pueblo.

El segundo relato, La prodigiosa tarde de Baltazar, es muy distinto. Baltazar, un carpintero, construye una jaula y la cuelga del alero. No era un trabajo cualquiera, resultó ser la jaula más bonita del mundo, pero él, Baltasar, no lo sabía, creía que no era más que una jaula, bien hecha eso sí, a la que había dedicado quince días de trabajo. Esta es la primera nota de todas: el artista crea belleza, pero la trascendencia de su trabajo no depende de él sino de los demás, son estos quienes le otorgan la condición de obra de arte. Se forma un tumulto de gente frente a la casa de Baltazar, todos quienes admirar la jaula. Pero el éxito comienza a cobrarse su precio: Baltazar debe afeitarse para mejorar su aspecto, la jaula pasa del alero a la mesa del comedor y es necesario discutir el precio que se va a pedir por la jaula. Baltazar se conformaba con veinte pesos, pero Úrsula su mujer le dice que ha de pedir sesenta. El médico Octavio Giraldo se interesa por la jaula y está dispuesto a comprarla para regalársela a su mujer, quien adora los pájaros. Baltazar se niega porque la jaula se había hecho por encargo del hijo de don Chepe Motiel, el cacique del pueblo, y una cosa que ya está vendida no puede volver a venderse, dice el carpintero. Pone así G. G. Márquez el acento en el  contenido moral que ha de presidir la labor del artista: no debe éste tener en los intereses crematísticos una referencia ni siquiera secundaria de su trabajo. El arte tiene otro objetivo que es el de transformar la sociedad. A ello asistimos cuando don Chepe reprocha a Baltazar el no haber contado con su consentimiento para cerrar el trato con su hijo. Es entonces cuando Baltazar da el paso definitivo, al regalar la jaula a Pepe, el hijo de don Chepe que se siente humillado por el acto. De alguna forma el humilde ha salido victorioso en su combate con el poderoso y de ahí la celebración que tiene lugar seguidamente. Ocurre sin embargo que la victoria no es más que momentánea y Baltazar acabará tirado en la calle y descalzo, con tal mal aspecto que las mujeres que pasaban lo creían muerto. Hay una crítica agria a la revolución de los pobres.

Naturalmente que se comentaron otros cuentos. Por tratar de forma contrapuntística al amplio registro narrativo en el que se mueve G. G. Márquez, salió a colación el relato La santa, donde el sentido del humor es el absoluto protagonista dando una vuelta de tuerca de más, o quizá de menos, al esperpento. La niña santa incorrupta que el padre acaba paseando por Roma en el interior de un estuche de violonchelo, en busca de un Papa que se decida a escucharle, provoca situaciones ridículas en las que subyace una vuelta a los orígenes del culto a la muerte tan propio del catolicismo.

Se habló, no podía ser de otra manera, de esa forma de entender la realidad que se ha dado en llamar “realismo mágico”. Alguno de los tertulianos, muy acertadamente, sostuvo que un taxista colombiano no se sorprendería en absoluto de lo que cuenta G. G. Márquez en sus cuentos o novelas, porque lo fantástico no sería para él otra cosa que una parte de la realidad, precisamente aquella realidad que permite comprender el resto y sin la cual todo carecería de sentido. Es en la búsqueda del sentido de la realidad, donde mejor encaje tiene el carácter mágicamente europeo del realismo de G. G. Márquez.

Ha sido un placer contar con vosotros durante estos meses, como sabéis la llegada de la época de verano hace muy difícil que podamos reunirnos por lo que es preferible reanudar la tertulia al comienzo del curso escolar. Podéis utilizar los comentarios para hacer sugerencias sobre las lecturas veraniegas. Buen verano a todos y muchas gracias.

miércoles, 1 de junio de 2011

Novela de ajedrez. Tertulia

Stefan Zweig nace 1881 en la culta Viena en el seno de una familia judía de origen moravo, no puede ser, por tanto, más centroeuropeo. Estudió en la Universidad de Viena, doctorándose en filosofía. Su desahogada situación económica le permitió codearse con toda la vanguardia cultural de la época, realizar estudios de literatura y viajar por buena parte del mundo, incluida América y Asia. Trabajó como corresponsal de varios diarios y comenzó muy pronto a escribir y publicar. En 1920 contrajo matrimonio con Friderike von Winternitz de la cual se separó en 1938, pese a ello Friderike siguió guardando una notable admiración por su marido lo que le llevó a escribir varios libros sobre su unión con Stefan, además de ser autora de novelas y traducciones. Una mujer muy notable de la que nos gustaría saber más. Parece que la situación política de esa fecha con Hitler anexionándose Austria, tuvo un peso muy importante en la decisión del escritor. Contrajo después matrimonio con su secretaria Lotte Altmann, que fue quien le acompañó en el suicidio en Brasil en 1942. Precisamente la obra que hoy comentamos, fue escrita en ese último año de su vida. Stefan Zweig gozó de una merecida popularidad en su tiempo y tras unos años de olvido ha vuelto con fuerza a los estantes de las librerías, gracias al esfuerzo realizado por la editorial El Acantilado que ha recuperado gran parte de sus obras, aunque nunca estuvo del todo olvidado como lo demuestran las publicaciones de mediados del siglo XX por la editorial Juventud.

Novela de ajedrez esconde no pocas incógnitas. No erramos si decimos que es el ajedrez, el juego de los sesenta y cuatro escaques que es como se denominan las casillas en que se divide el tablero, el protagonista de la novela. Este juego que los árabes trajeron de Persia y los persas de la India, es utilizado por Stefan como una alegoría del momento histórico y personal del autor. Ciertamente ambos están íntimamente entrelazados. El señor B es capturado por la Gestapo y sometido a tortura consistente en el aislamiento más férreo y absoluto: no hay posibilidad alguna de comunicación ni de actividad física o intelectual. En estas condiciones y con el paso del tiempo, el encerrado necesariamente acabará por hablar aunque sólo sea por salir del vacío que se ha creado a su alrededor. Una de las veces en las que el señor B es conducido a la sala de interrogatorios, logra hacerse con un libro que recoge partidas de ajedrez, sustrayéndolo del bolsillo de un capote de un miembro de la Gestapo. No debe pasarse por alto este dato. Alguien que pertenece al sistema de represión de la Gestapo guarda en el interior del bolsillo un libro con partidas de ajedrez, se trata, por tanto, viene a decirnos Zweig, de una persona culta que disfruta con el juego más intelectual de todos; y ese mismo individuo aficionado al ajedrez será quien le someta al señor B al interrogatorio. Este apunte novelístico, no viene sino a anticipar la teoría que unos años después formulará Hannah Arendt conocida como la “banalidad del mal”. Ciertamente Zweig la esboza en su doble formulación, a saber: uno que los miembros de la Gestapo no son sino hombres corrientes que resuelve problemas de ajedrez en su tiempo libre; y dos que la cultura no sirve para prevenir el mal. 

Situación de la partida al intervenir B
Siguiendo con el relato, el ajedrez le sirve al señor B inicialmente para ocupar su mente, lo que le permitirá aguantar mejor el asilamiento y los interrogatorios, pero después el juego se convierte en una obsesión; el ajedrez no será ya arma contra la vacuidad del confinamiento, sino agente autodestructivo. Resultan sorprendentes a este respecto dos ideas que transmite el escritor vienés. De una parte el hecho incontestable de que esa locura es fruto de la tortura nazi, pues de alguna manera la única salida que al señor B le queda para salir del encierro físico, es la actividad mental, y ésta –he ahí la extraordinaria habilidad de Zweig-, le fuerza a comprimir su espacio vital, a saber: las sesenta y cuatro casillas o escaques del tablero que, no cabe duda, es una reducción de la habitación o celda y de la propia situación del señor B. Éste ha pasado de vivir en libertad a estar encerrado en una habitación de hotel, de este aislamiento físico al cerebral de reducción a las sesenta y cuatro casillas del tablero de ajedrez y de aquí, a la necesidad de dividirse en dos (el yo blanco y el yo negro), para mantener las posibilidades de juego, lo cual le conduce a espiarse a sí mismo primero, después al odio y por último a convertirse en su propio torturador, una idea muy del gusto de la ideología nazi. En definitiva, su yo interno acaba por mimetizar la experiencia que está sufriendo su yo externo. Tampoco puede ocultarse que el análisis psicológico del señor B está claramente influenciado por las teorías de Freud sobre la neurosis de angustia y resulta muy posible, como sostuvieron algunos tertulianos, que en el momento de escribir la novela, Zweig no tuviera más pretensión que la de exponer de forma convincente tales doctrinas en el seno de un relato psicológico, que no otra cosa, es Novela de ajedrez

Se le reprocha al escritor vienés la falta de músculo literario para dotar de verdadera corporeidad a sus personajes, a los que siempre parece faltar alguna de las dimensiones exigidas por los cánones artísticos. Precisamente por eso, se aduce, son las biografías las obras donde Zweig saca más partido a su indudable talento, pues aquí el personaje de carne y hueso suple la necesidad de una construcción ficticia.

La tertulia tocaba ya a su fin, sí lleváis razón pero no por eso voy a dejar de decirlo, cuando el azar, la única divinidad razonable, puso a don José Jiménez Lozano en nuestro camino. Nos saludó a todos, uno por uno y nos dedicó unos minutos de animada charla. Está trabajando en tres o cuatro libros, se levanta a las cinco y media y tiene ganas y humor para hacer de "cosero". En fin, admirable vitalidad. Gracias a todos, también, por supuesto, a don José.