domingo, 3 de abril de 2016

El Ramayana.


Tan legendario como Homero resulta Valmiki, el autor del Ramayana, y es perfectamente posible que ambos fueran contemporáneos. Lo cual no deja de ser sorprendente en la medida en que estamos hablando de obras auténticamente emblemáticas, absolutos monumentos literarios.

El Ramayana, las aventuras del príncipe Rama, es la más pura representación del alma india, tan actual hoy como hace tres mil años. Esta contemporaneidad es fácil de entender: estamos ante un poema de amor. El príncipe Rama pertenece a la noble estirpe de los descendientes de la dinastía solar por la rama de Ayodhya. Primero Valmiki fue bandido, más tarde anacoreta, después se transformó en sabio y conoció la historia del príncipe Rama y su esposa Sita. Brhama, el creador, le prestó su ayuda para convertirse en poeta.


Todos los habitantes de Ayodhya eran felices y virtuosos. El afán de lucro era ignorado y con él también la pobreza. A la inconquistable Ayodhya la defendían los más valerosos guerreros mandado por el rey Dasharatha. El rey y todos los funcionarios y guerreros eran sumamente respetados. En ese país nadie mentía. Solo parecía existir un problema: la falta de descendencia del rey. Sumantra, el consejero del  rey, propone que se exponga el caso al sabio Rishyashringa que vive en el país de Anga, cuyo monarca es Romapada.

Tras la ceremonia, las tres esposas de Dasharatha concibieron. Kausalya dio a luz a Rama; Kaikeyi, a Bharata, y Sumitra trajo al mundo a los gemelos Lakshmana y Shatrughna. Rama, el mejor de todos, siente predilección por su hermano Lakshmana. Por su parte Bharata la tiene por el otro gemelo, Shatrughna. El gran sabio Vishvamitra acude a la corte de Dasharatha para que le ceda a su hijo Rama, el único capaz de acabar con los demonios Maricha y Subahu. Rama lucha con Taraka, la madre de Maricha. Después de acabar con la demonio, Vishvamitra enseña a su pupilo los secretos de las armas celestiales, con las cuales logra rechazar a los malvados Maricha y Subahu.

En compañía de su hermano Lakshmana y su maestro Vishvamitra, Rama acude a visitar a Janaka, el rey de Mithila. Por el camino, Vishvamitra le cuenta a Rama la historia de sus antepasados y del Ganges celeste, la Vía Láctea. Janaka tenía una hija, Sita, y un arco, Rudra, y decidió unirlos. Cinco mil soldados son necesarios para mover el arco divino, regalo al rey de Mithila de Varuna, el señor del océano. Rama tensa el arco de Rudra que se parte por la tensión y Janaka entrega a su hija al príncipe. Dasharatha y su corte asiste a la boda. Sin embargo, al regresar a Kosala un poderoso y temible brahmán, Parashurama, desafía a Rama. Con asombrosa facilidad Rama armó el arco de Vishnú que le ofreció el brahmán y la saeta reduce a nada las ascesis de Parashurama.


Doce años después, el rey decide dejar el poder en manos de su hijo Rama. Sin embargo, la reina Kaikeyi, la madre de Bharata, cae en la trampa de la jorobada Manthara y atribuye al rey una intencionalidad malvada que no poseía. Desharatha con inmensa desesperación accede a los deseos de su tercera esposa: el príncipe será Bharata y Rama partirá al destierro. No se marcha solo, su hermano y su esposa lo acompañan. No hay ni pena ni rencor en quien posee la virtud en grado tan alto como Rama. Su misión es salvar el honor de su padre a costa de renunciar a un reino.


Ayodhya, la inexpugnable, queda vencida y arruinada por la tristeza tras la marcha de Rama. Los tres desterrados atraviesan el río Ganges y el Yamuna, se internan en el bosque Dandaka y construyen un refugio en la colina celestina de Chitrakuta. Mientras tanto el rey Desharatha expira y los mensajeros tardan siete días en llegar al lejano país de Kekaya, donde se encontraban Bharata y Shatrughna. A su regreso Bharata queda horrorizado de la situación y, especialmente, del culpable, su madre, la reina Kaikeyi. El pueblo entero de Ayodhya encabezado por Bharata llega hasta la colina de Chitrakuta para pedirle a Rama que regrese. Sin embargo, nadie logra hacerle cambiar de opinión. Bharata reinará en nombre de Rama y para dejarlo claro coloca las paduka (sandalias de madera) de su hermano sobre el trono mientras él resuelve los asuntos sentado en los escalones.


Diez años y algún demonio después, los tres exiliados viven en Pañchavati, a orillas del río Godavari, un lugar muy parecido a la colina de Chitrakuta. Catorce mil demonios son abatidos por el arco de Rama. Ravana, el rey de los demonios, se encoleriza al conocer la derrota de su ejército y concibe la idea de secuestrar a Sita, la esposa de Rama, también conocida como Vaidehi o Janaki. Pese a la oposición de Jatayu, el rey de las águilas, Ravana logra conducir a Sita hasta su palacio de Lanka, pero no doblega su voluntad. En consecuencia, el abominable demonio ordena encerrar a la bellísima Janaki en el jardín Ashoka y le concede un período de reflexión de doce meses durante los cuales los miramientos se alternaran con las amenazas.


Los primeros signos de la desaparición de Sita, enfurecen a Rama por primera vez en su vida. El heroico comportamiento de Jatayu, la reina de las águilas, que muere en brazos del príncipe y las palabras sensatas de Lakshmana, acaban por calmar a nuestro héroe cuyo propósito inicial era la destrucción de los Tres Mundos. Pero la desesperación, “abyecta debilidad” del espíritu, regresa un día del mes de Chaitra en el bosque de Matanga. De nuevo es Lakshmana quien ha de restañar la dignidad quebrada de su hermano a quien recuerda que “es invencible el que sigue luchando”. El encuentro con Sugriva, el rey de los monos, le proporciona al príncipe de Kosala una prueba del secuestro de su amada Vaidehi. Sugriva vive en el exilio y sin la compañía de su esposa. Las mismas circunstancias en las que se encuentra Rama.


A los cuatro puntos cardinales envía su ejército Sugriva, después de que Rama le ayude a recuperar su reino de Kishkindha, con el fin de encontrar el rastro de Sita y su raptor. Cien mil monos sentados en la arena frente al mar esperan la muerte en medio de la desesperación después de haber recorrido el país entero sin encontrar el escondijo de Ravana. Alguien escucha sus lamentos: Sampati, la hermana de Jatayu. Su prodigiosa vista de águila alcanza hasta más allá del océano del sur, en dirección a Lanka (Sri Lanka), la isla donde está cautiva Sita. Hijo del viento, Hanuman, el jefe de las tropas, vuela como antaño lo hacían las montañas en dirección a la isla de Ravana con el pensamiento fijo en Rama.


Maruti, el otro nombre con el que es conocido Hanuman, se introduce en la ciudad de Ravana disfrazado de pequeño mono. Encaramado al carro de Ravana, el prodigioso Pushpaka capaz de volar a la velocidad del pensamiento, localiza el gran gineceo del ogro. Pero allí no encuentra a Maithili. Desesperado después de una búsqueda exhaustiva, Maruti repara en el jardín escondido tras unas altas murallas, es el jardín Ashoka. Allí, rodeada de ogresas infames, vive cautiva la princesa. Sin embargo, Hanuman, antes de partir para dar aviso a Rama del hallazgo de la princesa, decide destruir la ciudad de Lanka. Vence, uno tras otro, a los demonios y capitanes que Ravana le envía. Cuatro tigres feroces conducían el carro de Indrajit, el hijo mayor del rey de los demonios, desde el cual lanza contra Maruti una flecha mágica inmovilizadora. Las diez cabezas de Ravana se detienen a contemplar al enemigo vencido. Es entonces cuando Hanumann expone con toda sinceridad la naturaleza de su misión: Sita debe volver al lado de Rama.


¡Este mono está loco! Ravana ordena su ejecución. Vibhishana, el hermano menor de Ravana, lo impide. La vida del mensajero debe ser respetada. El castigo de prender fuego a la cola de un mono es una mala idea. Antes de regresar, Maruti incendia la ciudad del enemigo de Rama. En no menos de trescientos setenta millones de guerreros se calculan las fuerzas de Ravana. Pero un no menos poderoso ejército de monos y osos encabezado por Rama, Laskhmana, Sugriva y Hanuman, se dirige hacia Lanka para rescatar a la princesa secuestrada (es inevitable que el pensamiento se nos desvíe hacia el relato de Homero). Vibhishana es el único partidario de devolver a Sita. Tampoco Kumbhakarna, el más fuerte de los hermanos, está de acuerdo con el proceder de Ravana. Sin embargo, este último acepta quedarse en Lanka al contrario que su hermano Vibhishana que se marcha buscando la protección de Rama. No podía Ravana darse por vencido. Sobre él pesaba la maldición de Brahma, si tocaba a una mujer en contra de su voluntad la cabeza le estallaría, y su deseo hacia Sita es enorme.


Frente a frente los ejércitos se contemplan mutuamente, los rescatadores en la montaña Suvela y los ogros en el monte Trikuta. El campamento de Rama frente a la ciudad de Ravana. Los primeros combates dan ventaja a los sitiados e incluso Rama y Laskhmana son puestos fuera de combate por las saetas de Indrajit, el hijo mayor de Ravana y vencedor de Indra. El águila Garuda, el gran rey de todas las aves y montura de Vishnú, tiene que socorrer a los dos hermanos. Inmediatamente los capitanes de los demonios comenzaron a caer. Hanuman puso fin a la vida de Dhumraksha; Angada, el príncipe del  reino de Kishkindha, le cortó la cabeza al feroz Vajradamshtra; Hanuman repitió la demoníaca muerte con Akampana; Nila aplastó con una pesada roca la cabeza del jefe de las fuerzas de Lanka…


Ravana entra en liza y derrota sucesivamente a Nila, Hanuman y Laskhamana, pero resulta vencido por Rama. Humillado, el rey de los demonios tiene que retirarse. Le queda una última oportunidad: el gigante Kumbhakarna, el terror de los dioses. El problema era que el gigante dormía mucho y muy profundamente. Se necesitó una manada de mil elefantes para despertarlo. A punto de aplastar al ejército de los pueblos del bosque, Rama le cortó la cabeza al gigante con una flecha regida por Indra. Mahodara y Mahaparshva, los dos hermanos que le quedaban a Ravana, trataron de consolarle por la pérdida del gigante Kumbhakarna. Sin embargo, no tardaron también en morir. Indrajit es el último de los singulares héroes de los demonios que queda en pie. Ya antes había demostrado su enorme poder al dejar fuera de combate al mismísimo Rama. Hanuman primero y luego Vibhishana tuvieron que socorrer a los hijos de Dasharatha.


La muerte de Indrajit a manos de Laskhamana encolerizó a Ravana. Tan graves fueron las heridas que el rey de los demonios causó al hermano de Rama, que otra vez Hanuman tuvo que volar hasta el Himalaya para sanar sus heridas con las cuatro hierbas sagradas. A solas los dos grandes enemigos intercambias armas sagradas, pero la lucha parece desigual y los dioses envían ayuda a Rama que lucha a pie en clara desventaja con su enemigo que se mueve sobre el  prodigioso Pushpaka. La noche se acerca y todos saben que el tiempo de oscuridad es el mejor para un demonio. Rama recobra las fuerzas durante el tiempo suficiente para lanzar con su arco el proyectil de Indra que impacta contra el pecho del malvado Ravana. 


La especie de ordalía de Sita pasando a través del fuego parece responder a una suerte de religitimación post-secuestraria. Vibhishana, el nuevo rey de Lanka, pide a Rama que permanezca algún tiempo como su huésped, pero Rama tiene prisa por regresar a Ayodhya: han pasado ya los catorce años de exilio. Por fin, la corona de los Ikshvaku, los herederos de la dinastía solar, reposará sobre la cabeza de Rama. Pero la felicidad durará, muy poco, el tiempo justo para que los rumores sobre la pureza de la reina tras el secuestro comiencen a surgir. Rama repudia a su esposa Sita y la abandona al otro lado del Ganges.


Valmiki recoge y protege a la reina y a sus dos hijos gemelos. Lava y Kusha crecerán en el bosque y muchos años después se presentan ante Rama para recitar el poema que había compuesto su maestro: el Ramayana. Sita regresa, pero inmediatamente la diosa Dharani abre sus entrañas y deposita junto a su trono el más puro de los espíritus: su hija Sita. Rama llora y su rabia conoce límites. Brahma tiene que acudir para calmarlo.
Tras decenios de soledad y buen gobierno, la muerte llama a la puerta de Rama para descubrirle que su espíritu es, en realidad, el del gran dios Vishnú, la realidad absoluta manifestada y no hay, tal vez porque no sea posible, una unión posterior con el espíritu de Sita.