sábado, 28 de febrero de 2015

Mansfield Park. Jane Austen.


El número de hombres acaudalados es muy inferior al de mujeres bonitas. Y la señorita María Ward de Huntingdon tuvo la suerte de resolver a su favor este binomio al unirse a sir Thomas Bertram de Mansfield Park y obtener así el tratamiento de lady. Unos cuantos años después vino a unirse a la familia, Fanny Price, sobrina de lady Bertram, un acto lleno de caridad para con la familia de su esposa por parte de sir Thomas. Y como el matrimonio de Frances Ward no había sido tan afortunado como el de su hermana María, la prevención de sir Thomas ante una más que esperable “tosca ignorancia, mediocridad de opiniones y modales penosamente vulgares” de su sobrina estaba justificada. La jugosa concatenación de reservas es de una actualidad sorprendente. Pero no hay aquí envanecimiento por parte de sir Thomas, sino que era muy esperable que su sobrina hubiera adquirido esas deficiencias de la sociedad en la que se había educado. Aunque Fanny terminó metiendo en la cama sus penas el día de su llegada a Masfield, por su cabeza se pasó un pensamiento revelador de un carácter poco común: “Que sería una perversidad por su parte no ser feliz”. Nadie como Jane Austen para explicar en unos cuantos párrafos de perfecta ejecución, cómo se siente una niña de diez años recién llegada a una familia que ve en ella poco más que un objeto de caridad.


Fue Edmund, el hijo menor de los Bertram, quien primero prestó atención a Fanny después de encontrarla en las escaleras llorando. Fanny le tomó afecto a Edmund y lo colocó un poco por debajo del que sentía por su hermano William. Unos años después sir Thomas ha de abandonar Inglaterra y decide llevar consigo a su hijo mayor, Tom, muy dado al gasto excesivo. Las sutilezas, inabordables desde nuestro tiempo, se revisten de una puntillosa complejidad en el caso de la muerte de la jaca de Fanny, que es resuelta por la bondad de Edmund. Pero si nos referimos a sutilezas probablemente ninguna como la de la señora Norris, la otra tía de Fanny, que es capaz  de admirar el discernimiento ajeno si, y solo si, es usado para descubrir los méritos propios. A los veintiún años, María Bertram se compromete con el muy rico señor Rushworth condicionado por el consentimiento de sir Thomas que todavía permanece fuera. La llegada al condado de Mary y Henry Crawford, hermanastros de la señora Grant, la esposa del párroco de Mansfield, trajo novedades importantes: una semana después, Julia Bertram estaba total y absolutamente dispuesta a dejarse enamorar por el gallardo Henry. Enfermos como estaban los Crawford de engaño, su decisión de hacer una cura en Mansfield trajo las consecuencias propias de una epidemia.

Comparten la velada las preocupaciones del señor Rushworth por la riqueza paisajística de las trescientas hectáreas de parque que rodea la mansión de Sotherton y las vicisitudes del arpa de la señorita Crawford en su viaje desde Londres hasta Mansfield. Primero disfrutó Edmund de la habilidad de la señorita Crawford con el arpa y más tarde de las largas excursiones cabalgando en su compañía, lo que, inevitablemente, suponía el abandono de Fanny. Aunque no tardó Edmund en rectificar y el incidente sacó a la superficie las virtudes de ambos: la responsabilidad de él y la bondad de ella.


La visita a Sotherton nos permite conocer alguno de los pliegues de la futura señora Rushworth en cuyo corazón se disputan el terreno la vanidad y el orgullo. Enseñar una casa como la de Sotherton exige de cierta preparación porque cada cosa es bellísima en su género y los retratos de la familia son demasiado numerosos. En la capilla, que por su falta de personalidad decepciona a Fanny, la señorita Crawford conoce las serias intenciones de Edmund de convertirse en clérigo, al fin y al cabo, como segundo hijo, no le quedaba más remedio que elegir entre servir al Rey, a la Ley o a Dios. En el soto o parque, Fanny se queda doblemente a solas, mientras la señorita Crawford y Edmund pasean por su interior y la señorita Bertram y el señor Crawford recorren el exterior. Desde ese lugar seguro llamado Fanny va el lector examinando a los que huyen, persiguen o permanecen.



El anuncio del regreso de sir Thomas supone la proximidad de importantes acontecimientos: el enlace de María y la ordenación de Edmund. El halago de este a Fanny nos brinda la oportunidad de recibir de la boca de la señorita Crawford un certero perfil psicológico de la señorita Price, “más acostumbrada a merecer las alabanzas que a oírlas”. Y sin embargo, las estrellas fueron desplazadas, esa noche, por el coro.

El plan de representar en Mansfield  una obra de teatro por los Bertram y los Crawford con el auxilio y colaboración de los amigos más íntimos de la casa, cuenta con la estéril oposición de Edmund y de Fanny. La elección de la obra y el reparto de los papeles liberan una compleja sucesión de intereses y sentimientos quedando los primeros solo satisfechos en función de los segundos. El corazón de Fanny le lanza una advertencia cuando se entera de que Edmund ha reconsiderado su postura tras advertir un papel vacante muy próximo al de la señorita Crawford. Si al principio Fanny se sintió sola, muy pronto las continuas quejas de todos y cada uno de los demás sobre expectativas incumplidas o atenciones desatendidas, le sirvieron de entretenimiento. Todo bullía como en el interior de una olla al fuego. Jane Austen utiliza la pieza de teatro para sacar a la superficie de la realidad aquello de lo que nadie se quiere dar por enterado.


La inesperada llegada de si Thomas supone un brusco giro de la situación. El primero en marcharse fue Henry Crawford dejando un hondo pesar en el corazón enamorado de María y un aliviado resentimiento en el de Julia. El poco fuste del señor Rushworth, el prometido de María, era tan evidente que el mismísimo si Thomas invitó a su hija a expresarse con sinceridad sobre su relación con el heredero de Sotherton. La respuesta le satisfizo doblemente, pues al carácter ventajoso se la alianza se venía a sumar la certeza de que una joven “que no se casaba por amor era en general sumamente apegada a su propia familia”. Lo que sir Thomas ignoraba era que la respuesta de su hija estaba dictada por el despecho nacido del desinterés de Henry Crawford y, lo que era aún más grave, por el odio hacia Mansfield. Un par de meses después María se trasladará con su marido y Julia a la aristocrática Brighton, dejando para Fanny el primer lugar en Mansfield. En realidad lo que queda en Mansfield es un prometedor triángulo: Edmund, Mary y Fanny. Sir Thomas no es hombre que escatime sus opiniones: Fanny puede aceptar la invitación a cenar de la señora Grant. Muy al contrario que la señora Norris, cuya perorata admonitoria dirigida a Fanny, encuentra por esta la más humilde de las respuestas: reitera las gracias y se apresura con su labor, pese a lo cual Norris le recuerda a Fanny que su lugar es siempre el último. Tal es la virtud de esta jovencita que cuando sir Thomas le pregunta a qué hora quiere el coche para que la lleve hasta la casa de la señora Grant, nuestra querida Fanny no puede sino sentirse como un criminal ante la presencia de su tía. La velada contó incluso con la sorpresa de la presencia de Henry Crawford que tomó muy buena nota de lo extraordinariamente bien que le sentaba el otoño a la señorita Price. Encantos que se centuplicaron con el regreso de su hermano William.


La llegada a Mansfield del sobrino de lady Bertram incrementó la simpatía hacia los hermanos Price hasta el punto de decidir a sir Thomas a ofrecer un baile para diversión de los jóvenes. En la víspera, Fanny, tras el incidente de las dos cadenas, descubre el amor que su primo Edmund siente por la señorita Crawford. Fanny se prohíbe considerar tal hecho como un desengaño: sabe que no posee el privilegio de la solicitud. Durante el baile Edmund se mueve inquieto y solo logra el descanso cuando baila con Fanny. Para quien no hay amparo, y no deja de sorprendernos porque durante trescientas páginas no hemos visto en su corazón más que una turbina, es para el frívolo Henry Crawford. Tan seguro está de ganar la partida del amor que no duda en elevar a los altares propios la virtud ajena. Las cartas que exhibe el señor Crawford son tan buenas, las recomendaciones necesarias para que William sea nombrado teniente de corbeta, que la negativa de Fanny le parece a sir Thomas insuficiente. Fanny revela una independencia de espíritu inesperada para la época y la posición social de sir Thomas, La cascada de reproches parece no tener fin: terca, obstinada, egoísta, desagradecida. Pretendiente y tío acabaron por decidir que Fanny no sabía de sus sentimientos y que era mejor esperar que insistir. Aunque con menos sorpresa que sir Thomas por el rechazo de Fanny, Edmund compartía el punto de vista de su padre. Hasta tal punto es presionada la virtuosa Fanny que acaba pidiendo perdón por no tener a disposición del señor Crawford el sentimiento por este reclamado. Los Crawford ensayaron una maniobra de retirada dejando en manos de sir Thomas y Edmund la observación del campo de batalla. ¡Qué lejos parecen todos de conocer a Fanny!: su espíritu no podía navegar por mejores aguas que las de Mansfield donde su secreto está mejor guardado. Y sin embargo, quizás por intuición psicológica, sir Thomas traza el plan de alejarla de Mansfield permitiéndole que visite a su familia en Portsmouth. No tiene más que dieciocho años, ha vivido más de la mitad de su vida en Mansfield, sabe que cuando regrese la suerte de Edmund estará ya decidida, ignora cuanto la espera en casa de su madre, no cuenta más que el amor de su hermano William y su propia virtud. ¡Pobre Fanny!



Hay dos jornadas de viaje entre Northampton y Portsmouth, tiempo suficiente para que Fanny piense y abra su corazón a sí misma. Era un secreto que poco a poco nos había ido siendo revelado. Ahora lo sabemos con absoluta certeza: Fanny está enamorada de su primo Edmund. La noticia en el domicilio de los Price no es la llegada de Fanny, sino la salida del barco de William, la corbeta Thrush, del puerto para fondear en Spithead. Tan triste y árido fue el exilio de Fanny en la casa paterna que cuando recibió carta de la señorita Crawford su corazón brinco de alegría. Un mes después de su llegada a Portsmouth, Fanny se sentía abatida y los primeros síntomas de una depresión eran ya perceptibles en su rostro. Ahora ya sabía que su casa era Mansfield. Pero Mansfield no era ya el mismo que había dejado atrás: primero la enfermedad de Tom y después el escándalo de la señora Rushworth, huida en compañía del señor Crawford, habían sumido a los Bertram en el hondo pozo de la desgracia y el deshonor. El único consuelo para sir Thomas y su familia era la virtud de Fanny. El abatimiento absoluto que mostraba la señora Norris a la llegada de Fanny era la mejor muestra de aquello a lo que se enfrentaban las hermanas Price, pues por expreso deseo de sir Thomas, Fanny viajaba acompañada de su hermana Susan. El tiempo trajo consigo la mejoría de Tom y el regreso de Julia a Mansfield acompañada con su marido, el frívolo Yates, cuyas deudas le parecieron a sir Thomas menos de las esperadas. Más tarde, el acuerdo de construir un retiro deliberadamente infortunado para María, liberó a todos de la presencia de la señora Norris y con absoluta seguridad hubo una tarde en la que bajo los árboles de Mansfield Park, Edmumd cobró conciencia de que la paz había regresado y que frente a sí tenía lo que era demasiado bueno para cualquier hombre: los ojos tranquilos y dulces de Fanny Price.
  


domingo, 22 de febrero de 2015

Principales personajes de "La esquina"



El Gordo Curt Davis: el mejor captador en la esquina de Fayette con Monroe. Sus manos gordezuelas nunca conocen el fondo de los bolsillos; camina apoyado en un bastón de aluminio.

El señor Blue: cobra dos billetes por entrar en su casa-picadero (el palacio de las agujas) a chutarse y otros dos si necesitas jeringuilla. Es pintor.

Bryan Sampson: esquinero que coloca detergente en polvo a sus clientes.

Dennis: hermano de Curt y como él necesita bastón.

Verónica Boice: la prima de Tony, conocida como la Flaca o Ronnie. Es la pareja ocasional de Gary. Ronnie, que apenas pesa cincuenta kilos, es capaz de crear el caos y la discordia a su alrededor con sus mentiras. “Una extraña mezcla de voluntad, sabiduría y maldad”.

Neacey: la hija de Ronnie Boice.

Lightlaw: la empresa constructora de Gary.

DeAndre McCullough: hijo de Gary y Fran. Es un chico espabilado, hasta el punto de que mandar a su hermano a la escuela un sábado con el encargo de esperar allí a que sea lunes. El hecho de que lleve el pelo a lo Bart Simpson hace que se le reconozca a una esquina de distancia. Al principio, su territorio es el callejón de Fairmount.

DeRodd: hermano de DeAndre.

Tae, Sean, Boo, Linwood, Dewayne: amigos de DeAndre.

Michael Hearns: padre de DeRodd.

Odell y Shorty Boyd: atracadores de esquineros.

Little Kenny y Hungry o Charlene: ladrones de alijos.

El 1625 de Fayette es la casa de los Boyd, conocida como el Dew Drop Inn, allí vive la madre de DeAndre que se llama Fran, y los hermanos/as de Fran: Bunchie, Stevie, Alfred y Sherry (su novio es Kenny y el hijo de ambos es Ray Ray que vive conectado a un monitor cardíaco). Scoogie, el hermano mayor, vive con su familia en otro lugar, es el único Boyd que está limpio de drogas, al menos eso asegura él.

Corey: el novio de la prima (Nicky) de DeAndre y socio de este en la esquina de Fairmont.

Bugsy: el proveedor de De Andre.

Bod Brown: el azote policial de todos los colgados.

Rose Davis: la directora del instituto Francis M. Woods al que asiste DeAndre.

Ella Thompson: directora del centro cívico Martin Luther King Jr., un viejo edificio entre las calles Fayette, Mount y Vincent.

Dana Lamm: el muerto a cuyo funeral asiste Ella. Dana es amigo del hijo de Ella, Tito.

Gordon: el tercer amigo (Dana, Tito y Gordon). Tres chicos estupendos que le dieron la espalda a la esquina.

Allen: marido de Ella, drogadicto y maltratador, padre de Tito y Donilla.

Pequeño Melvin, Gran Lucille, Gánster Webster, Kid Herderson, Liddie Jones, Zinder Blanchard: los grandes camellos y gánsteres del pasado.

Dink-Dink: probablemente el vendedor más joven, nueve años. Está deseoso de cargarse a su primer tipo.

Eggy Daddy, Pimp, Bryan, Bread: colgaos, consumidores que trabajan en la esquina como captores, vigilantes o lo que sea. Bryan es un consumado adulterador de la cocaína.

Rita Hale: la adicta, médico en lo de Blue, capaz de encontrar la vena en lo más profundo del brazo.

Gee, Shamrock, Dred, Nitty, Tiny: traficantes.

Kwame: el hermano más pequeño de Gary. Trapichea con DeAndre.

Shamrock o Sham: el compinche de Kwame.

Tyrone: el hermano de Ronnie Boice.

Los McCullough son quince: Kathy, Jay, William Jr. (conocido como June Bey), Joanne, Judy, Gary, Ricardo, Rodney, Darren, Sean, Chris, Kwame, Kenyetta, Dan, (el que falta creo que se llama Cardy). Gary es uno de los protagonistas de la novela, se trata de un adicto que siempre lleva puesta una gorra de los California Angels.

Dontayn: el hijo de Blue, el último traficante de la acera de la calle Pratt.

Collins: policía.

Tyreeka (Reeka) Freamon: la novia de DeAndre.

Stubby y Scar: traficantes.

Huffham: el policía que detiene a DeAndre.

MLK: equipo de baloncesto formado en el centro cívico por Ella, a él pertenecen R.C., Brooks, Dewayne, Tae, Linwood. En el banquillo esperan Boo, Brian, Manny Man, Dinky y Randy.

Ike Motley: amigo de Ella, canta en los funerales.

Ricky Cunningham: amigo de Ella, a medio camino entre la  comunidad y la esquina. Se declara por carta remitida desde la prisión.

Kiti: el hijo de Ella.

Tianna: nieta de Ella.

Domilla (Donnie): madre de Tianna e hija de Ella.

El gordo Curt, Eggy Daddy, Dafnis, Rita, Shardene, Joyce y Charlene Mack, Chauncey, Pimp y Scalio: drogadictos que antes vivían en la casa de Blue y después se marchan a la de Annie, al lado de la casa de los McCullough.

Fatty Pool: hija de Ella, en 1988 con trece años de edad fue asesinada en un callejón de la calle Baltimore.

Daymo, T.J., Chubb, Michael, DeRobb y Little Stevie (primo de DeAndre): son el futuro de la calle, los más pequeños que ya han empezado a ser “enderezados” por los de quince.

Joyce Smith y Myrtle Summers: directivas de la junta de la plaza Franklin.

Skip: un yonqui con cerebro.

Gene el Limpio: yonqui que tiene el único picadero limpio de drogas.

Mike Ellerbee: el aspirante a marinero y condenado por homicidio.

Mike, el de la calle Payson, Truck y Twin: los chicos de Hilltop, el vecindario al oeste de Monroe.

David Sanford: hermano de R.C., heroinómano, víctima mortal de la brutalidad policial.

Sarah: la madre de Ronnie. Insulta a la madre de Gary, Roberta, a la salida del juicio.

Will: el compinche de Gary en el asunto de los coches.

Preston, Shamrock, Jaime, Kwame: generación anterior a la de los HMC y amigos de Kiti, el hijo de Ella.

Smitty y Gale: vecinos de Ella. Gale es la hermana de Ricky Cunningham.

Pimp: uno de los legendarios clientes de los picaderos, capaz de salir de una joyería con una bandeja de anillos de oro.

Marlene: hermana de R.C.

Sargento Timothy Devine (Stashfinder: el encuentra alijos): policía veterano del distrito oeste.

Regina: compañera sentimental de Kwame.

Nicky: la hija de Bunchie.

DeQuan: hijo de Nicky.


miércoles, 4 de febrero de 2015

El extranjero. Albert Camus.



La frase con la que concluye La peste: “Hay en el hombre más cosas dignas de admiración que de desprecio” es fruto de un largo proceso que se inicia precisamente con El extranjero. Meursault es un hombre sin polaridades; no hay en él ni verdadero resentimiento ni tampoco satisfacción. En el profundo sentir mediterráneo de Camus confluye una extraña mezcla de luz y sangre; la primera alumbra las calles sucias y pobres de Argel y la segunda le proporciona la sabiduría que habita en el espíritu andaluz de su madre. Solo la belleza hace soportable la miseria. Ciertamente no hay salvación posible, pero, al menos, queda la dicha de la contemplación de lo bello. En Meursault todo se explica como el profundo aturdimiento que sigue a una insolación. Meursault es un romántico sin vida interior que ha descubierto el hedonismo de las playas del Mediterráneo.


No era más que cuestión de esperar a que la muerte de su madre se convirtiera en “un asunto archivado”. Hay una cierta insolencia en el hecho de ir en autobús al entierro de tu madre, en tomarlo a la carrera y hacer dormido el trayecto. El portero de la residencia le hace compañía hasta que la llegada de los amigos de su madre le obliga a abandonar la somnolencia a la que se había entregado en medio de una sala atrozmente iluminada. Una docena de ancianos que buscan algo para desviar la mirada del féretro. De repente una mujer llora y Meursault descubre que su madre tenía una amiga. Durante el sepelio, una línea de cipreses entre el azul del cielo y el rojo de la tierra, le proporcionan a Meursault una explicación sobre su madre. El hecho de que solo tres personas acompañen el féretro de su madre no parece llamar la atención de Meursault. Se disculpa una y otra vez por la muerte de su madre como si se trata de un contratiempo pasajero, de una leve hinchazón en el alma.


A un rápido encuentro sexual con Marie Cardona, una antigua compañera de oficina, le sucede una comida a base de huevos cocidos, un paseo por el apartamento y una asomada al balcón. Lo mejor que se puede hacer con el resto del día es asegurarse de que nada había cambiado. Los vecinos parecen ser los mismos. Meursault accede a los deseos de camaradería del Raymond de quien se dice en el barrio que vive de las mujeres. Parece un tipo sin escrúpulos que puede meter en problemas al estúpido de Meursault. Menos preocupación causa el viejo Salamano, pese a la identidad de aspecto que comparte con su perro, y hasta resulta de agradecer que ponga ante los ojos Meursault el hecho contrastado a estas alturas del poco afecto que sentía hacia su madre. Durante una escaramuza con dos árabes, Raymond resulta herido. Unas horas después Meursault dispara contra el agresor y lo mata.


El juez, alto y canoso; el abogado, gordo y joven. La insensibilidad de Meursault es el primer cargo. El segundo, una amoralidad nacida del aburrimiento. Tal vez sea la visita de Marie a la cárcel, el acontecimiento que marca el primer atisbo de sufrimiento en el espíritu de Meursault. Esa repugnante mezcla de vergüenza y deseo en que consiste la privación de la libertad. El calor provocaba en la sala de enjuiciamiento un “ruido continuo de papel arrugado” que anticipaba el resultado de las pruebas. Hay un rápido paso por la nostalgia, la curiosidad y el solipsismo para volver después y, definitivamente, a la misma indiferencia y pesadez que llevó a Meursault a disparar contra el árabe. Al fiscal, Meursault le parece un monstruo y pide pena de muerte. También el abogado defensor, entre grandes ventiladores y multicolores abanicos, se asoma al alma meursaultiana y la encuentra tan llena de virtudes que hasta su mismo poseedor siente vértigo. Es justamente entonces cuando la trompeta de un vendedor de helados lleva hasta la garganta de Meursault algo parecido a un sentimiento del que apenas retiene otra cosa que cansancio. Después el corazón de Meursault se cerró y nada replicó tras escuchar que  sería decapitado en la plaza pública y en nombre del pueblo francés.

En la celda, después de conocer la sentencia, Meursault no muestra ni rebeldía ni indignación. Piensa, eso sí, en la evasión, en el placer de verse en el otro lado, detrás del cordón policial que rodea la plaza, en la necesidad desadjetivada de colaborar moralmente con el verdugo, en el alma mecánica de lo inevitable; pero no en Dios, en Dios, no: Dios carecía de importancia. ¿Y cómo podía tenerla si a él, a Meursault, lo habían condenado a morir como asesino por no haber llorado en el entierro de su madre? El hombre camusiano, culpable y sin redención posible.