martes, 24 de septiembre de 2013

Cervantes visto por un historiador. Manuel Fernández Álvarez.




Comienza Fernández Álvarez por hacer una justa reivindicación de su aportación a la historiografía de la época cervantina, ciertamente su obra es de mayor calado que otras más asiduamente citadas en la bibliografía. Señalar alguno de los contemporáneos de Cervantes ayuda a situarnos en el tiempo, así estricto contemporáneo es don Juan de Austria (1547-1578), hijo natural del emperador Carlos; dos años mayor es Alejandro Farnesio (1545-1592), nieto natural del emperador (la madre, Margarita de Parma era hija natural de Carlos) y también el desdichado príncipe Carlos, príncipe de Asturias, que murió en cautividad ordenada por su padre Felipe II. El siglo de Cervantes es también el de Fray Luis de León (1527/1528-1591), Mateo Alemán (1547-1614), y, por supuesto, Lope de Vega (1562-1635); Tomás Luis de Victoria (1548-1611) y Francisco Guerrero (1528-1599), por citar a dos grandes de la música; y dos pintores como Caravaggio (1571-1610) y El Greco (1541-1614), pueden servir de colofón.


En 1551 la familia Cervantes se traslada desde Alcalá de Henares a Valladolid que por entonces era sede de la Corte por haberlo fijado así la Infanta María, la hija mayor de Carlos I, casada con el archiduque Maximiliano, luego emperador, que poseía la regencia por encontrarse fuera de España tanto el emperador Carlos como el príncipe de Asturias, Felipe. Pero la familia no para mucho en la capital del Pisuerga, Córdoba, Cabra, Sevilla, buscando dice Fernández salir de la miseria y el hambre, el “paraíso panal” del que habla Lázaro. Para instalarse en Valladolid, Rodrigo de Cervantes, el padre de Miguel, pide un préstamo de 45.000 maravedíes cuyo impago le conducirá a la cárcel pese a sus protestas de hidalguía. En el otoño de 1553 la familia sale huyendo de los acreedores y marcha a Córdoba. Fernández Álvarez nos informa del camino que debieron seguir tomando como fuente el Repertorio de Juan de Villuga, de donde resulta que pasaron por Ciudad Real para franquear Sierra Morena. Dato importante que tendría su reflejo en el Quijote y en Rinconete y Cortadillo. Asegura nuestro autor que Cervantes ingresó en el colegio de los jesuitas de Santa Catalina, aunque la fuente parece un poco débil, pues se limita a una pequeña referencia en El coloquio de los perros. Más probable es que en Córdoba Cervantes tomara contacto con su abuelo paterno, Juan de Cervantes, aunque no durante mucho tiempo porque este falleció en 1556, lo que precipita el traslado de la familia a Cabra. Eran los primero años del reinado de Felipe II que trajo consigo la paz con Francia y la llegada a España de Isabel de Valois. En 1563 nueva mudanza: de Cabra a Sevilla, la principal ciudad de España en aquella época, sede de la Casa de Contrataciones y donde “todos los días se ven cosas nuevas”. Apunta convincentemente Fernández Álvarez como razón de la salida de la familia de Sevilla camino de Madrid, el nacimiento de Constanza, la hija natural de Andrea, hermana de Miguel. Allí Cervantes que ya cuenta con diecinueve años, conocerá al “maestro de Gramática del Estudio de la Villa”, el humanista López de Hoyos y “perderá” a su hermana Luisa, nacida en 1546, que decide profesar en Alcalá de Henares, en el convento fundado por la Santa. También en el Imperio sucedían cosas: la rebelión calvinista de los Países Bajos, la traición y muerte del príncipe Carlos y el fallecimiento de la reina Isabel.

Acerca del conocido episodio que Cervantes tiene con el forastero Antonio de Sigura en 1569 y que precipita la salida de aquel hacia Italia, proporciona Fernández Álvarez algunos datos de interés. En 1840, a principios del reinado de Isabel II, un archivero de Simancas da la noticia del descubrimiento del documento que contiene la condena contra Cervantes. En aquellos tiempos semejante baldón contra Cervantes era inadmisible y se descarta que se trate de la misma persona, alegando que el apellido estaba escribo con zeta y no con ce (en realidad lo está con ç), y no es sino hasta 1862-1863 cuando Jerónimo Morán lo da por bueno en el preámbulo de la edición del Quijote de la Imprenta Nacional. Por cierto que sobre la belleza de esta edición del Quijote dará cuenta Suñé cuando en 1917 deja indicado que “no se encuentra un solo guión de división de palabras al fin de sus líneas”. Quizás el único defecto sea su tamaño, treinta y siete centímetros, más o menos, hacen difícil su manejo.




Que Cervantes sirvió al cardenal Acquaviva como camarero en Roma lo sabemos porque así lo recoge él mismo en la dedicatoria de La Galatea y además contamos con la petición de informe sobre la limpieza de sangre que Rodrigo pide para su hijo Miguel, fechada el 22 de diciembre de 1569. Lo que ignoramos es la forma en que entró al servicio del joven cardenal y, sobre todo, las razones por las que lo abandonó al poco tiempo, puesto que el 14 de septiembre de 1571 Miguel y Rodrigo, su hermano, forman parte de la tropa embarcada en la galera La marquesa al mando del capitán Urbina, que parte hacia el este para enfrentarse al turco refugiado en el seguro golfo de Lepanto, entre el Peloponeso y Etolia. Galeras de remos y galeotes, de soldados parapetados en castilletes y ballesteras, de cañones y artilleros, naves de guerra atestada de hombres, de chinches y ratones. Sabemos que el 7 de octubre de 1571 Cervantes tenía calentura y “no estaba para pelear”, porque así lo indica un testigo, otro soldado, Gabriel de Castañeda, cuyo testimonio se une al Memorial enviado por Rodrigo padre al Rey durante el cautiverio en Argel de Miguel, y ese mismo testigo habla de la heroica decisión de Cervantes de tomar parte en la batalla en primera línea de fuego, en el “esquife con doce soldados a sus órdenes”. Cervantes se recupera de sus importantes heridas en el hospital de Mesina y en abril de 1572 está al servicio del tercio de don Lope de Figueroa y participa en la campaña frustrada de Navarino (Pilos). Ciertamente es curioso, y Fernández Álvarez acierta al llamar la atención sobre ello, que Cervantes en el relato del cautivo y el cronista de Felipe II, Cabrera de Córdoba, empleen la misma alusión, los zapatos de los turcos, para aludir al gran temor que estos tenían del ataque de la armada cristiana en Navarino. En febrero de 1573 Cervantes está en Nápoles, “soldado de la compañía de don Manuel Ponce” y el 8 de octubre participa en la toma de Túnez que se rinde sin resistencia, quedan allí ocho mil soldados a las órdenes de Pedro Portocarrero. Cervantes regresa con el tercio de don Lope de Figueroa a Nápoles para invernar. Al año siguiente el turco recupera la plaza perdida sin que don Juan de Austria en misión diplomática en Génova pueda enviar ayuda a los sitiados. El duro golpe del sacrificio de aquellos que quedaron en Tunez, lo menciona Cervantes por boca del cautivo en el relato que hace en la venta. Nos consta por el documento de pago conservado que Cervantes esta en Palermo en noviembre de 1574, perdida ya Tunez. Fernández Álvarez no alberga dudas sobre la razones de Cervantes para regresar a España, las cartas de recomendación de don Juan de Austria y del duque de Sessa y virrey de Sicilia, don Gonzalo Fernández de Córdoba, apuntan hacía una capitanía.

De los esfuerzos que la familia de Cervantes realizó para obtener su liberación, parece destacar sobre todo el hecho de que el padre, Rodrigo, hubiera prestado 800 ducados (300.000 maravedíes), una cantidad importante a un tal Pedro Sánchez de Córdoba del que no se sabe nada, sin que la reclamación de Rodrigo diera ningún resultado para obtener la restitución del préstamo. Fernández Álvarez nos da cuenta del documento descubierto por Cristóbal Pérez Pastor a finales del siglo XIX, en el que se recoge la petición de Leonor de Cortinas al Consejo de Cruzada, en solicitud de ayuda para el rescate de sus hijos cautivos. Ciertamente el documento emociona. No duda Fernández Álvarez en calificar a otro documento, la famosa Epístola a Mateo Vázquez, como el tercer intento de evasión de Cervantes de su cautiverio, pues con los ochenta tercetos y el cuarto final el complutense no pretendía otra cosa que mover al Rey para acudir en auxilio de todos los cautivos. Petición singular, no cabe duda, dirigida a un secretario intrigante y a un rey papelero. Gran desconsuelo debió provocar entre los cautivos la noticia de la muerte de Juan de Austria en 1578, víctima del tifus. Comenta Fernández Álvarez que parece haber mayor clarividencia en el Bey de Argel al perdonarle a Cervantes los dos mil palos que le impuso por sus reiterados intentos de fuga, que en el católico Felipe II que nada hizo por remediar la situación de su vasallo. Hubo de ser un trinitario a quien la historia y la humanidad entera le debe el sacrificio del rescate de don Miguel, su nombre merece, por tanto, ser conocido: fray Juan Gil y, acaso también la fecha para no perdernos en la biografía: 19 de septiembre de 1580. Pero no sólo poseemos el acta de rescate, sino también otro documento esencial conocido como La información de Argel, memorial levantado a instancia del propio Cervantes donde se recoge lo acontecido durante su cautiverio, ratificado por testigos, y cuya principal razón estribaba en dejar constancia de que nuestro cautivo se había mantenido firme en sus creencias y de los apuros pasados por su fidelidad a la monarquía. Muy al caso viene las explicaciones de Fernández Álvarez sobre los profundos cambios que en España se han producido cuando Cervantes regresa, y es que “los hombres de Lepanto eran ya historia”, la vertiente oceánica había sustituido a la mediterránea a consecuencia de las negociaciones de paz con el sultán turco y la anexión de Portugal al acceder al trono portugués Felipe II. Cinco años de servicio a la monarquía en los tercios, cinco más de cautiverio y el quedar tullido del brazo izquierdo, bien merecerían alguna merced. En el desagradecimiento con el que el sacrificio es recompensado se evidencia la grandeza de Cervantes, que si acepta el encargo menor de dirigirse a Orán por cuenta de su majestad y ponerse en riesgo de caer, de nuevo, en poder de los corsarios berberiscos, no es sino por el gran aprecio que siente por su España. ¿Pero cuál era la misión de Cervantes? Álvarez Fernández sugiere que Mateo Vázquez utilizó a Cervantes, al héroe de Lepanto, para cerrar un ciclo de la historia, el ya anunciado de centrar la atención en la orilla atlántica y abandonar el frente del Mediterráneo. Las órdenes del Rey que Cervantes debía transmitir a Orán eran de prudencia, de vigilancia y también de mesura: la monarquía estaba ocupada en obtener el trono portugués y, por tanto, muy lejos de enviar socorro alguno. El fracaso posterior durante su estancia en Lisboa de obtener nuevo cargo o empleo, define al personaje que abandona la espada y toma la pluma. Estamos en el otoño de 1582 y Cervantes regresa a Madrid.


Comienza la época de La Galatea, de La Numancia y de Los tratos de Argel, la primera aparece publicada en 1585 y las otras dos se cree que pertenecen al mismo período de creación que la primera. El patriotismo que es sin género de dudas el pilar de estas dos piezas teatrales, lo es también de la propia conducta de Cervantes como tuvimos ocasión de indicar al aceptar esa misión tan poco brillante como la misión en Orán. Por esas contradicciones que la vida trae y lleva, el discreteo del amor con el que los pastores se entretienen en La Galatea, guarda una difícil armonía con la vida sentimental de Cervantes: una hija natural, Isabel, le nacerá de su relación con Ana Franca, mujer casada, el 19 de noviembre de 1584; y un mes después, el 12 de diciembre de 1584, Cervantes contrae un matrimonio apresurado con Catalina de Salazar, natural de Esquivias, lugar donde Cervantes forma su hogar. Y sin que separamos muy bien por qué, en 1586 Cervantes abandona la pluma y al año siguiente, por abril, a la esposa.

Aquel año de 1587 trajo dos hechos que movieron al Rey a decidir la invasión de Inglaterra con la Gran Armada: la ejecución de María Estuardo y el saqueo de Cádiz por parte de Drake. Debía Cervantes ser muy consciente de que con su abandono del hogar, dejaba a su esposa en una difícil situación jurídica y para subsanarla otorgó en Toledo un poder a su favor el 28 de abril de 1587, cabe preguntarse por el medio empleado para hacer llegar el poder a Catalina de Salazar y si anexo al mismo no remitiría Cervantes una carta que explicara tan extraña decisión, que no queda cabalmente justificada por la referencia al patriotismo de Cervantes de contribuir a la gran aventura contra Inglaterra. El verano de 1587 lo pasa Cervantes en Sevilla en la posada de su amigo Tomás Gutiérrez de Castro, aunque no sabemos de sus medios de vida. Fernández Álvarez apunta la posibilidad del juego hasta que llegó el nombramiento de comisario de abastecimientos para avituallar la armada. No pocos sinsabores le reportó a Cervantes este oficio nuevo de abastecedor real, su honor quedó en varios ocasiones mancillado y la derrota de las naves españoles, negó razón a los sacrificios. Es muy probable que la desilusión, como apunta Fernández Álvarez, llevara a Cervantes a dirigir al Rey el famoso memorial de 1590 en solicitud de “un oficio en las Indias”. La respuesta negativa le obliga a continuar con las requisas. El corregidor de Écija, Francisco Moscoso, acusa a Cervantes de vender trigo a particulares y lo encarcela durante unos días en Castro del Río; incluso el mismo proveedor general Pedro Insunza sufre idéntica acusación y Cervantes dirige al Rey una carta autógrafa que se conserva, saliendo en defensa de su superior, el detalle es de la máxima importancia. Parece que a cuenta de esta atrevida carta anduvo Cervantes vacante algún tiempo hasta mediado el año 1594 en el que recibe el encargo de recaudar las contribuciones del reino de Granada y la zona de Málaga. Verdaderamente ducho en desgracias Cervantes entrega un cuarto de millón de maravedíes al mercader Freire para evitar viajar hasta la corte con tan importante suma de dinero, alzándose aquel con los dineros reales, aunque en esta ocasión logra librarse de la cárcel, esta le espera entre el otoño de 1597 y abril de 1598 en Sevilla por orden del Rey pues hay un descuadre en las cuentas de Málaga. Bien entrado el año de 1604 Cervantes se reúne con las cervantas y todos juntos, no deja de sorprender este hecho, más las dos viudas de los poetas amigos de Cervantes Esteban de Garibay y Pedro Laínez, a saber, doña Luisa de Montoya y doña Juana de Gaitán, se van a vivir a Valladolid, a la nueva corte. Pero este año de 1604 lo es también de la paz entre España e Inglaterra, es revelador que hubiera de esperarse a que los dos rivales, el rey Felipe II y la reina Isabel I abandonaran la tierra para que la paz fuera posible, una paz que se extiende después a Francia con el magnicidio del belicoso Enrique IV y también a Flandes con las treguas por doce años. Es, por tanto, en este ambiente de aparente paz donde Cervantes va a quemar sus últimos años de vida. ¿Supo anticipar el futuro que a la abandonada España le aguardaba? La pregunta es sugestiva, pero la respuesta es incierta. El fallecimiento de sus hermanas Andrea en 1609 y Magdalena en 1611 y la ruptura de su hija Isabel con la familia, debieron causar una honda tristeza a Cervantes que después del incidente Ezpeleta regresó con la Corte a Madrid, donde residió a partir de 1606 en al menos tres direcciones distintas: en la calle Magdalena, en las inmediaciones de la calle Toledo y en la calle del León.   

La amenaza del  Gran Turco que reaparecerá en las primeras páginas de la segunda parte del Quijote, no se compadece con la realidad pues precisamente es este un período de paz como queda dicho, y más parece que el cura trataba de excitar el magín de don Quijote. Y de una amenaza ficticia podemos salta a otra, la del no menos grande Sancho Panza al frente del gobierno de su ínsula, que los tiempos del Quijote lo son de la España señorial donde, nos advierte Fernández Álvarez, “los grandes señores detentaban también la administración de Justicia, por delegación regia” y podían nombrar libremente gobernadores de sus dominios. Falso el mago Merlín que procura el encantamiento de Dulcinea, falsos los azotes de Sancho y falso el Quijote del “escritor fingido y tordesillesco”, pero cierto el poco camino que a Cervantes le resta por recorrer. No importa que “muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes”.


Quizás el mayor acierto de Fernández Álvarez sea el de ofrecernos a Cervantes como un personaje histórico en íntima trabazón con el devenir de la época y si, como él mismo reconoce, hay autores, por ejemplo de Canavaggio, que manejan con mayor soltura los textos cervantinos, el fuerte enraizamiento de Cervantes en el momento histórico que le tocó vivir, hace que el historiador se encuentra en una situación privilegiada para trazar la semblanza del Príncipe de las Letras. La biografía de Fernández Álvarez es, sin lugar a dudas, un referente, tal vez sea hora de que los historiadores llenen las fuentes secas de los filólogos. Una cabal y honda comprensión de la obra de Cervantes ha de pasar necesariamente por el siglo del Quijote.  
      

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Los preliminares de la segunda parte del Quijote.



Hay algunas cosas que no debemos de pasar por alto en los Preliminares de la Segunda Parte. Lo primero en lo que se repara es en el título de la portada, pues el “ingenioso hidalgo” se ha transformado en “ingenioso cavallero”.  Lo más probable es que esta mutación se daba al proceso editorial pues, tal y como señala Francisco Rico, tal variante de caballero hablando de su ingeniosa criatura, no suele ser usada por Cervantes. Después de la tasa y de la fe de erratas, aparecen nada menos que tres aprobaciones, recordaremos que ninguna aprobación figuraba en la Primera Parte, lo que suele achacarse a olvido o simplemente que no estuvieran a mano. Quizás convenga aclarar estos extremos. Con el término aprobación se hace referencia a la licencia para imprimir, es decir a la censura. Solían ser dos: la religiosa y la civil, en nuestro caso las que firman Cetina y Valdivielso. La que sorprende es la tercera, la de Márquez Torres, por ser del todo superflua y, dado su contenido, algunos cervantistas han visto en ella, disfrazada, la pluma de Cervantes. Como agudamente apunta Canavaggio llama la atención que los caballeros franceses llegados a la Corte, no mencionen la primera parte del Quijote y se refieran a la Galatea y a las Novelas, parece que Cervantes prefería no aparecer como autor de la historia de un loco. 

Tras el privilegio aparece el prólogo al lector. Sabemos ya de la extraordinaria importancia de los prólogos en la obra de Cervantes y de la novedad que anuncian siempre. En este, Cervantes cita al lector para que sea testigo de su disputa con “el autor del segundo Don Quijote”, esto es el de Avellaneda. Lo que Cervantes no tolera es que aquel le haya tratado de viejo y manco, que ni está de su mano detener el tiempo ni perdió la izquierda en riña de taberna. La dedicatoria merece una atenta lectura, en ella nos encontramos con otro de esos maravillosos inventos cervantinos: una carta escrita por el emperador de China en lengua chinesca y enviada por un propio (no sabemos sino chino o español), dirigida al mismísimo Cervantes con el ruego de que funde algo así como un Instituto Cervantes. La cosa quedó aplazada. 


martes, 10 de septiembre de 2013

Cervantes, genio y libertad. Alfredo Alvar Ezquerra.






Alfredo Alvar Ezquerra parece consciente de la difícil y, a la vez, gustosa empresa que aborda al publicar una biografía de Cervantes. Reconoce, en realidad como todos los que han emprendido semejante tarea en los últimos sesenta años, su enorme deuda con la gran biografía de Astrana Marín, pero esboza algunas cuestiones interesantes. Quizás la más llamativa sea la afirmación de que Cervantes era un hombre “con ganas de integrarse plenamente entre los suyos”, lo que vale también por buscar un lugar en la sociedad.
Hay que detenerse, primeramente, en el abuelo de don Miguel, el abogado Juan de Cervantes que hacia 1504 contrajo matrimonio con Leonor Fernández de Torreblanca, la cual traía una una sustanciosa dote de cincuenta mil maravedíes. Juan de Cervantes desempeñó las Tenencias del Corregimiento de Alcalá de Henares, de Córdoba y de Cuenca. De su paso por esta última se conserva documentación de las más de veinte demandas que sufrió por abusos de autoridad. Más tarde, en 1527, es nombrado alcalde de las Alzadas de Guadalajara donde permanece hasta 1532. Nuevo pleito, en este caso por ciertos amores de la hija de Juan, María, con un bastardo del duque del Infantado (los Hurtado de Mendoza), a su vez mentor del mismo don Juan. El asunto se saldó con la cárcel para Juan de Cervantes y una sustanciosa indemnización para su hija María. De vuelta a Alcalá, los Cervantes hacen vida de hijosdalgos con los maravedíes de la compensación. Como los nombramientos siguen menudeando, la familia se divide: Juan se marcha a Cabra con su hijo Andrés y Leonor se queda en Alcalá con Rodrigo, y aunque acabarán ambas partes de la familia coincidiendo en Córdoba, las casas seguirán separadas, razones tendrían para ello. El testamento de don Juan aclara algo: la herencia pasa a su amante, María Díaz.
Rodrigo, el padre de Miguel de Cervantes, sordo y poco brillante, acabó por elegir la profesión de cirujano. En 1542 hizo un matrimonio ventajoso con la rica heredera Leonor de Cortinas de Arganda, localidad vecina de Alcalá. El matrimonio se carga de hijos y se marcha a Valladolid, donde en 1552 Rodrigo sufre cárcel por deudas. Excarcelado, Rodrigo busca refugio en la ciudad de los Cervantes, Córdoba, pero no viaja en compañía de su mujer e hijos, sino de su madre Leonor. Allí, ambos, coincidirán con Juan de Cervantes, con su amante y con Andrés, el hermano de Rodrigo. Vivió hasta los setenta y cinco años, edad avanzada para la época, pero su vida no fue tranquila, huyendo de un sitio a otro por los préstamos impagados.

Las hermanas de Miguel de Cervantes no tuvieron un mismo destino. Unas, Andrea y Magdalena, parece que vivieron como meretrices, y  la otra, Luisa, profesó en la nueva orden de los Carmelitas Descalzos que ni exige dote ni mira la pureza de la sangre. Rodrigo, nacido tres años después de Miguel, compartirá con este el cautiverio de Argel (1575). Después se entregó a la vida de soldado, fue ascendido a alférez en 1583 y murió de un arcabuzazo el 2 de julio de 1600 en la batalla de las Dunas que supuso la primera victoria importante de Mauricio de Nassau al frente de los protestantes de las Provincial Unidas.  
No hay rastros documentales de la instrucción que recibió Cervantes y la única referencia es la del humanista López de Hoyos que si ha pasado a la historia ha sido gracias a ser considerado maestro del complutense. Alvar reprocha a Rodríguez Marín y a Astrana que se hayan inventado el paso de Cervantes por las aulas de los jesuitas en Córdoba y Sevilla. Probablemente esto sea una consecuencia del largo debate sostenido por los cervantistas sobre si estamos o no en presencia de un “ingenio lego”, esto es, qué tipo de instrucción recibió Cervantes. Hace aquí Alvar un interesante excurso que intentaremos resumir. Ciertamente Cervantes enmascara su autoría hasta el punto de convertirse en narrador de un encuentro en el que por medio real compra su propio libro y no pareciéndole suficiente el precio, añade dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo con las que pagar al traductor. Solo a un lector empedernido, los famosos “papeles rotos de las calles” se le podría ocurrir esta forma de autoría que convierte al escribidor en tan buen lector, por cierto de una historia en la que por leer se pierde el juicio. Papeles que dan la vida, como asegura Juan Palomeque en el capítulo XXXII de la primera parte del Quijote. Luce Alvar una buena observación cuando asegura la bibliofilia de Cervantes y no es solo que cite y hable constantemente de libros y lecturas, sino que parece conocer imprentas y caligrafías. El reproche del “mal citar” que a veces se le hace no respeta la propia estructura de la novela. Sin embargo, aunque cabe reconocer en Cervantes un evidente dominio de las letras en su más amplio sentido, no hay base documental suficiente, al margen de las conjeturas, para afirmar que estemos en presencia de un “gran bibliófilo y un individuo muy instruido”, tal y como indica Alvar.


De 1571 a 1575 son los años de la milicia en la aventura de Italia. Del conjunto de textos que cita Alvar cabe citar como ejemplo de la indudable añoranza que Cervantes siente de esos años, el recogido en El licenciado Vidriera: “Puso las alabanzas en el cielo de la vida libre del soldado y de la libertad de Italia; pero no dijo nada del frío de las centinelas, del peligro de los asaltos, del espanto de las batallas, de la hambre de los cercos…” Para Felipe II 1568 se convierte en un año difícil. El nuevo sultán de Constantinopla, Selim II, ataca Chipre; los moriscos se sublevan en la Alpujarra lo que hará que por primera vez los tercios tengan que entrar en la península ibérica; muere el príncipe de Asturias y también la reina, Isabel de Valois. Las llamadas de socorro del papa Pío V no dan resultando hasta 1571 con el nacimiento de la Liga Santa (España, Venecia y Roma): ¡Lepanto! Cervantes combate en el tercio del capitán Diego de Urbina bajo las órdenes del almirante Andrea Doria. De “aquella felicísima jornada” nos dejó Cervantes un magnífico testimonio, el que da el cautivo en el Quijote (I, XXXIX). Y no bien repuesto de sus heridas, vuelve Cervantes a enrolarse en el tercio de Diego de Urbina y en el de Manuel Ponce de León, después, recorriendo las costas mediterráneas tras la escuadra de Uchalí, el rey argelino. Por voz del cautivo cuenta Cervantes la oportunidad perdida en Navarino, la exitosa campaña de don Juan de Austria en Tunez y su pérdida más tarde, en 1574.  Pero entre tantas campañas, nos sigue llamando la atención el no saber por qué Cervantes dejó de servir al cardenal Acquaviva para hacerse soldado.


En el verano de 1575 Cervantes decide regresar a la Corte y don Juan de Austria le proporciona cartas de recomendación. Embarcado en la galera Sol, un renegado de origen griego, llamado Dalí Mamí, apodado el cojo, apresa la embarcación junto a las costas de Cadaqués o Palamós. Asegura Alvar que es este Dalí Mamí el amo de Cervantes aunque no cita las fuentes. Las cartas de recomendación hacen creer a Dalí Mamí que está en presencia de un “cristiano de alto grado” y pide quinientos ducados por su rescate, un precio desorbitado. Leonor de Cortinas obtiene del Consejo de Cruzadas, haciéndose pasar por viuda, una ayuda de sesenta ducados, treinta por cada uno de sus hijos, pues también Rodrigo está cautivo. La venta de los bienes de la familia y las ayudas no alcanzan sino para rescatar a Rodrigo que obtiene la libertad en 1577. Es muy posible que fuera Rodrigo quien portara la famosa epístola escrita por Cervantes y dirigida al secretario real Mateo Vázquez de Leca, la cual aunque Alvar cita como perdida, parece haber sido redescubierta y reivindicada. Sea o no auténtica la misiva poética cervantina, lo cierto es que Mateo Vázquez, envuelto en aquel momento en la lucha por el poder con el famoso Antonio Pérez, nada hizo por ayudar a Cervantes a quien a buen seguro conocía aunque no fuera más que de la relación existente entre su protector, el cardenal Espinosa, y López de Hoyos. Intentos de fuga frustrados y cuando ya todo estaba perdido, pues el rey Hasán había decidido partir hacia Constantinopla y llevarse consigo a aquel cautivo rebelde llamado Cervantes, de pronto, la providencia personificada en fray Juan Gil llega para hacer efectivo el rescate, es septiembre de 1580 y Cervantes nada más recobrar la libertad pide a fray Juan Gil que con testigos se haga un memorial de su cautiverio para presentarla en la Corte, es la conocida como Información de Argel que se conserva en el Archivo de Indias de Sevilla.

En1581 hay constancia de que Cervantes es enviado “a cosas del servicio del rey”, se supone que fue de espía a Orán. Terminada la misión Cervantes pide por primera vez cargo para pasar a Indias, conservándose una carta dirigida a Antonio Gómez Eraso, secretario del Consejo de Indias. Parece que comienza a escribir La Galatea que no se publica hasta 1585 y que Cervantes dedicó al cardenal Ascanio Colonna. Pero antes del primer hijo libresco le nacerá a don Miguel una hija de sus amoríos con Ana de Villafranca. Cabe suponer que Cervantes permanece en Esquivias después de su matrimonio con la lugareña Catalina de Salazar Palacios en diciembre de 1584. De lo que sí hay rastro documental es de Cervantes en Toledo en 1586 arreglando unos arriendos de su suegra, ocasión que los cervantistas aprovechan para soñar con un encuentro con el Greco. En 1587 Cervantes abandona Esquivias o más propiamente dicho el hogar familiar, Alvar afirma siguiendo a Martín de Riquer que por entonces su esposa ya le era infiel. La base parece un poco débil: el pasaje del Quijote de Avellaneda donde se dice que los maridos engañados se fortifican en el castillo de san Cervantes.

Parece que está ya en Sevilla cuando en septiembre de ese año Drake asalta Cádiz y se comienza a hablar de que el Rey prepara una Gran Armada contra la Inglaterra de Isabel I que en febrero había ejecutado a la la católica reina de escocia, María Estuardo. Diego de Valdivia alcalde del crimen, esto es miembro de la Audiencia con poderes ejecutivos y judiciales, le encomienda a Cervantes la requisa de trigo en Écija y aunque es delegado real, el clero acaba excomulgándolo por dos veces. La Gran Armada, que no la invencible, resultó un fracaso, que no un desastre, y buena parte del mundo pensó que si Dios había negado la victoria no era porque se situara al lado de los protestantes, sino por los muchos pecados de los católicos, al menos eso debió pensar el jesuita Ribadeneira cuando editó su Tratado de la tribulación.  El 21 de mayo de 1590 se recibe en el Consejo de Indias el memorial de Cervantes solicitando oficio en América: contador del Nuevo Reino de Granada en Venezuela, gobernador de la provincia de Soconusco en Guatemala, contador de las galeras de Cartagena o corregidor en La Paz. “Busque por acá en qué se le haga merced” fue la respuesta. Vuelve Cervantes a las requisas por tierras de Jaen y Córdoba, porque el fracaso de la Gran Armada no ha hecho olvidar la necesidad del propósito. Después de cierta acusación que se lanzó contra Pedro de Usanza (Isunza) Lequeito, superior de Cervantes en la comisión, y que este salvo parece que con honradez, Cervantes pasó por varias parroquias de Sevilla. En agosto de 1592 Cervantes firma contrato con el empresario de comedias Rodrigo Osorio con el encargo de entregar seis nuevas a razón de cincuenta ducados por cada una, sin que tengamos constancia de su cumplimiento. Miguel de Oviedo que fue el sucesor de Usanza, muerto en 1593, ratificó a Cervantes como comisario de los embargos “en doce leguas a la redonda de Sevilla”, pero sabemos que recorrió buena parte del sur de la península desde la pacense, hoy, Llerena a Baza, Motril, Salobreña o Ronda. Tras el susto de principios de 1595 cuando el banquero Simón Freire huye con el dinero que había depositado Cervantes, siete mil cuatrocientos reales, llega la pesadilla de 1597. Las cuentas de las partidas de Vélez-Málaga no cuadran según los contadores y a Cervantes se le reclaman 79.804 maravedíes. El fiador, Suárez Gasco, logra quitarse de en medio y Felipe II emite real cédula ordenando que Cervantes acuda a rendir cuentas “y no dándoos las dichas fianzas, le prenderéis y enviaréis preso y a buen recaudo a la cárcel”. Por error, a Cervantes se le exige fianza no por los cerca de ochenta mil maravedíes que debe, sino por el total de la comisión, más de dos millones y medio de maravedíes. En septiembre u octubre de 1597 es encarcelado en Sevilla. Entre esa fecha y abril de 1598 que es liberado, según opinión dominante, se gesta el Quijote. ¿De qué vivió Cervantes al salir de la cárcel? ¿Por qué no regresó junto a su mujer? No lo sabemos. Conocemos que se quedó en Sevilla donde colgó del túmulo real aquel famoso soneto, el que comienza: “!Voto a Dios que me espanta esta grandeza”, y termina: “Miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”. Una mordaz crítica al reinado de Felipe II.


Ciertamente llegamos a los años decisivos, los años del Quijote. Alvar está convencido de la existencia de un Quijote “corto” que circulaba por manuscrito hacia 1604, otros tienen la creencia de un edición del texto antes de la que hoy consideramos la princeps como son Florencio Sevilla o Amezúa. Hay una carta de Lope de Vega fechada el 4 de agosto de 1604 en la que dice: “…pero ninguno [poeta] hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote”. Sugestiva, más por emocionante que por atrayente, es la tesis de Alvar que asigna como causa de la enemistad entre Lope y Cervantes, la broma que este le gasta escribiendo el anónimo Entremés de los romances, origen del Quijote. El protagonista de la obra, Bartolo, pierde el juicio y recién casado, abandona a su mujer y se marcha a darle batalla a Drake, y esto mismo, a salvo la enajenación, fue lo que hizo Lope que casó con Isabel de Urbina embarcándose, parece, en la Gran Armada.


Algo de prisa debía tener Cervantes por acabar la primera parte del Quijote, porque no bien lo hubo dado a la imprenta y recogido unos reales de adelanto de Robles, corre a Valladolid donde desde 1601 estaba la Corte. Llega en 1604 y se instala en la actual calle del Rastro (allí hay ahora una sala de exposiciones que se llama la casa Cervantes), pero no va solo, que se lleva a su mujer y su hija natural Isabel (fruto de la relación con Ana Franca), a sus hermanas Magdalena y Andrea y a la hija natural de esta, Constanza de Ovando, es decir “Las Cervantas”. La pregunta parece obvia, pero no tenemos contestación: no sabemos por qué. El 8 de abril de 1605 nace en Valladolid Felipe Dominico Víctor, el futuro Felipe IV. El hecho viene al caso porque para celebrar su nacimiento se celebraron festejos con recepción incluida a los ingleses, ya amigos después de la paz de Londres, y parece ser que Góngora compuso un famoso poema en el que se cita a “don Quijote, a Sancho y su jumento”, lo que indica que los personajes cervantinos, apenas unos meses después de su aparición, eran ya muy conocidos por el pueblo. Quizás convenga aclarar que los cervantistas en su mayoría están seguros de que la primera parte del Quijote apareció para las navidades de 1604-1605.
El 27 de junio de 1605 junto a la puerta de la casa de Cervantes, cae mal herido Gaspar de Ezpeleta, muere dos días más tarde y el alcalde de Casa y Corte manda a la cárcel a todos los habitantes de la casa y  a algunos otros, después se oyen un decena de testimonios y cien cosas más, pero todo el interés por averiguar lo que pasó se deshace después de que una dama declare, sin escribano, porque de proteger el interés de un escribano se trataba. Al poco, todos salen de la cárcel, desaparecen de la casa y el proceso se diluye en el olvido.

No parece estrictamente necesario alegar cambio, mudamiento o acaecer señalado para justificar la inscripción de Cervantes primero, en 1608, en la Hermandad de Esclavos del Santísimo Sacramento y, después, entre los profesantes de la Venerable Orden Tercera de los franciscanos. Muchos son los cervantistas que aseguran una profunda devoción mariana en el espíritu de Cervantes. Quizás el hecho de que Cervantes tenga ya más de sesenta años, una edad avanzada para la época, pueda hacer comprensible la atención que le presta a su alma. Antes de la segunda parte del Quijote publica Ocho comedias y ocho entremeses, aunque con seguridad seis de ellos están ya escritos en 1614, fecha en la que aparece Viaje del Parnaso. Del año anterior son Las novelas ejemplares. Si estas, las novelas, y aquellas, las comedias, aparecen dedicadas al conde de Lemos, no sucede lo mismo con el viaje que lo está a Rodrigo de Tapia, hijo del oídor del Consejo Real y consejero del Consejo de la Inquisición. Ciertamente que las dedicatorias y prólogos cervantinos merecen una muy especial atención y Porqueras Mayo se la ha prestado en sus Estudios sobre Cervantes y la Edad de Oro. Tiene la segunda parte del Quijote tres aprobaciones, pero es la última, la del licenciado Márquez Torres, la que encierra mucho del más autóctono pensamiento pesimista español. Avisa en el prólogo Cervantes que tiene ya casi dispuesto el Persiles y que prepara la segunda parte de la Galatea, pero no le plugo a Dios que esta última se diera a luz ni que Cervantes viera impreso el Persiles, que lo público póstumamente su esposa Catalina Salazar. Murió Cervantes el 22 de abril de 1616 y fue enterrado, con el hábito de San Francisco y el rostro descubierto, en el convento de las Trinitarias. Sus restos se han perdido, quedan sus obras.
El Cervantes de Alvar es desde luego personal, como el de cada uno; tiene momentos brillantes, en especial cuando trasmite la intensa emoción que le provoca la lectura de algunos pasajes y, curiosamente, también cuando deja al margen su estela cervantina y se concentra en resumirnos dos o tres siglos de historia. Entre los desaciertos, que los hay, quizás el más acentuado sea la insistencia machacona en ese modelo un tanto esteriotipado de un Cervantes heroico y ejemplar. Por ese asendereado desfiladero se le escapa el biografiado.