Comienza Fernández Álvarez por
hacer una justa reivindicación de su aportación a la historiografía de la época
cervantina, ciertamente su obra es de mayor calado que otras más asiduamente citadas
en la bibliografía. Señalar alguno de los contemporáneos de Cervantes ayuda a
situarnos en el tiempo, así estricto contemporáneo es don Juan de Austria
(1547-1578), hijo natural del emperador Carlos; dos años mayor es Alejandro
Farnesio (1545-1592), nieto natural del emperador (la madre, Margarita de Parma
era hija natural de Carlos) y también el desdichado príncipe Carlos, príncipe
de Asturias, que murió en cautividad ordenada por su padre Felipe II. El siglo
de Cervantes es también el de Fray Luis de León (1527/1528-1591), Mateo Alemán
(1547-1614), y, por supuesto, Lope de Vega (1562-1635); Tomás Luis de Victoria
(1548-1611) y Francisco Guerrero (1528-1599), por citar a dos grandes de la
música; y dos pintores como Caravaggio (1571-1610) y El Greco (1541-1614),
pueden servir de colofón.
En 1551 la familia Cervantes se
traslada desde Alcalá de Henares a Valladolid que por entonces era sede de la
Corte por haberlo fijado así la Infanta María, la hija mayor de Carlos I,
casada con el archiduque Maximiliano, luego emperador, que poseía la regencia
por encontrarse fuera de España tanto el emperador Carlos como el príncipe de
Asturias, Felipe. Pero la familia no para mucho en la capital del Pisuerga,
Córdoba, Cabra, Sevilla, buscando dice Fernández salir de la miseria y el
hambre, el “paraíso panal” del que habla Lázaro. Para instalarse en Valladolid,
Rodrigo de Cervantes, el padre de Miguel, pide un préstamo de 45.000 maravedíes
cuyo impago le conducirá a la cárcel pese a sus protestas de hidalguía. En el
otoño de 1553 la familia sale huyendo de los acreedores y marcha a Córdoba.
Fernández Álvarez nos informa del camino que debieron seguir tomando como
fuente el Repertorio de Juan de Villuga, de donde resulta que pasaron
por Ciudad Real para franquear Sierra Morena. Dato importante que tendría su
reflejo en el Quijote y en Rinconete y Cortadillo. Asegura nuestro autor
que Cervantes ingresó en el colegio de los jesuitas de Santa Catalina, aunque
la fuente parece un poco débil, pues se limita a una pequeña referencia en El
coloquio de los perros. Más probable es que en Córdoba Cervantes tomara
contacto con su abuelo paterno, Juan de Cervantes, aunque no durante mucho
tiempo porque este falleció en 1556, lo que precipita el traslado de la familia
a Cabra. Eran los primero años del reinado de Felipe II que trajo consigo la
paz con Francia y la llegada a España de Isabel de Valois. En 1563 nueva
mudanza: de Cabra a Sevilla, la principal ciudad de España en aquella época,
sede de la Casa de Contrataciones y donde “todos los días se ven cosas nuevas”.
Apunta convincentemente Fernández Álvarez como razón de la salida de la familia
de Sevilla camino de Madrid, el nacimiento de Constanza, la hija natural de
Andrea, hermana de Miguel. Allí Cervantes que ya cuenta con diecinueve años, conocerá
al “maestro de Gramática del Estudio de la Villa”, el humanista López de Hoyos
y “perderá” a su hermana Luisa, nacida en 1546, que decide profesar en Alcalá
de Henares, en el convento fundado por la Santa. También en el Imperio sucedían
cosas: la rebelión calvinista de los Países Bajos, la traición y muerte del
príncipe Carlos y el fallecimiento de la reina Isabel.
Acerca del conocido episodio que
Cervantes tiene con el forastero Antonio de Sigura en 1569 y que precipita la
salida de aquel hacia Italia, proporciona Fernández Álvarez algunos datos de
interés. En 1840, a
principios del reinado de Isabel II, un archivero de Simancas da la noticia del
descubrimiento del documento que contiene la condena contra Cervantes. En
aquellos tiempos semejante baldón contra Cervantes era inadmisible y se
descarta que se trate de la misma persona, alegando que el apellido estaba
escribo con zeta y no con ce (en realidad lo está con ç), y no es sino hasta
1862-1863 cuando Jerónimo Morán lo da por bueno en el preámbulo de la edición
del Quijote de la Imprenta Nacional. Por cierto que sobre la belleza de esta
edición del Quijote dará cuenta Suñé cuando en 1917 deja indicado que “no se
encuentra un solo guión de división de palabras al fin de sus líneas”. Quizás
el único defecto sea su tamaño, treinta y siete centímetros, más o menos, hacen
difícil su manejo.
Que Cervantes sirvió al cardenal
Acquaviva como camarero en Roma lo sabemos porque así lo recoge él mismo en la
dedicatoria de La Galatea y además contamos con la petición de informe
sobre la limpieza de sangre que Rodrigo pide para su hijo Miguel, fechada el 22
de diciembre de 1569. Lo que ignoramos es la forma en que entró al servicio del
joven cardenal y, sobre todo, las razones por las que lo abandonó al poco
tiempo, puesto que el 14 de septiembre de 1571 Miguel y Rodrigo, su hermano,
forman parte de la tropa embarcada en la galera La marquesa al mando del
capitán Urbina, que parte hacia el este para enfrentarse al turco refugiado en
el seguro golfo de Lepanto, entre el Peloponeso y Etolia. Galeras de remos y
galeotes, de soldados parapetados en castilletes y ballesteras, de cañones y
artilleros, naves de guerra atestada de hombres, de chinches y ratones. Sabemos
que el 7 de octubre de 1571 Cervantes tenía calentura y “no estaba para
pelear”, porque así lo indica un testigo, otro soldado, Gabriel de Castañeda,
cuyo testimonio se une al Memorial enviado por Rodrigo padre al Rey durante el
cautiverio en Argel de Miguel, y ese mismo testigo habla de la heroica decisión
de Cervantes de tomar parte en la batalla en primera línea de fuego, en el
“esquife con doce soldados a sus órdenes”. Cervantes se recupera de sus
importantes heridas en el hospital de Mesina y en abril de 1572 está al
servicio del tercio de don Lope de Figueroa y participa en la campaña frustrada
de Navarino (Pilos). Ciertamente es curioso, y Fernández Álvarez acierta al
llamar la atención sobre ello, que Cervantes en el relato del cautivo y el
cronista de Felipe II, Cabrera de Córdoba, empleen la misma alusión, los
zapatos de los turcos, para aludir al gran temor que estos tenían del ataque de
la armada cristiana en Navarino. En febrero de 1573 Cervantes está en Nápoles,
“soldado de la compañía de don Manuel Ponce” y el 8 de octubre participa en la
toma de Túnez que se rinde sin resistencia, quedan allí ocho mil soldados a las
órdenes de Pedro Portocarrero. Cervantes regresa con el tercio de don Lope de
Figueroa a Nápoles para invernar. Al año siguiente el turco recupera la plaza
perdida sin que don Juan de Austria en misión diplomática en Génova pueda enviar
ayuda a los sitiados. El duro golpe del sacrificio de aquellos que quedaron en
Tunez, lo menciona Cervantes por boca del cautivo en el relato que hace en la
venta. Nos consta por el documento de pago conservado que Cervantes esta en
Palermo en noviembre de 1574, perdida ya Tunez. Fernández Álvarez no alberga
dudas sobre la razones de Cervantes para regresar a España, las cartas de
recomendación de don Juan de Austria y del duque de Sessa y virrey de Sicilia,
don Gonzalo Fernández de Córdoba, apuntan hacía una capitanía.
De los esfuerzos que la familia
de Cervantes realizó para obtener su liberación, parece destacar sobre todo el
hecho de que el padre, Rodrigo, hubiera prestado 800 ducados (300.000
maravedíes), una cantidad importante a un tal Pedro Sánchez de Córdoba del que
no se sabe nada, sin que la reclamación de Rodrigo diera ningún resultado para
obtener la restitución del préstamo. Fernández Álvarez nos da cuenta del
documento descubierto por Cristóbal Pérez Pastor a finales del siglo XIX, en el
que se recoge la petición de Leonor de Cortinas al Consejo de Cruzada, en
solicitud de ayuda para el rescate de sus hijos cautivos. Ciertamente el
documento emociona. No duda Fernández Álvarez en calificar a otro documento, la
famosa Epístola a Mateo Vázquez, como el tercer intento de evasión de
Cervantes de su cautiverio, pues con los ochenta tercetos y el cuarto final el
complutense no pretendía otra cosa que mover al Rey para acudir en auxilio de
todos los cautivos. Petición singular, no cabe duda, dirigida a un secretario
intrigante y a un rey papelero. Gran desconsuelo debió provocar entre los
cautivos la noticia de la muerte de Juan de Austria en 1578, víctima del tifus.
Comenta Fernández Álvarez que parece haber mayor clarividencia en el Bey de
Argel al perdonarle a Cervantes los dos mil palos que le impuso por sus
reiterados intentos de fuga, que en el católico Felipe II que nada hizo por
remediar la situación de su vasallo. Hubo de ser un trinitario a quien la
historia y la humanidad entera le debe el sacrificio del rescate de don Miguel,
su nombre merece, por tanto, ser conocido: fray Juan Gil y, acaso también la
fecha para no perdernos en la biografía: 19 de septiembre de 1580. Pero no sólo
poseemos el acta de rescate, sino también otro documento esencial conocido como
La información de Argel, memorial levantado a instancia del propio
Cervantes donde se recoge lo acontecido durante su cautiverio, ratificado por
testigos, y cuya principal razón estribaba en dejar constancia de que nuestro
cautivo se había mantenido firme en sus creencias y de los apuros pasados por
su fidelidad a la monarquía. Muy al caso viene las explicaciones de Fernández
Álvarez sobre los profundos cambios que en España se han producido cuando
Cervantes regresa, y es que “los hombres de Lepanto eran ya historia”, la
vertiente oceánica había sustituido a la mediterránea a consecuencia de las
negociaciones de paz con el sultán turco y la anexión de Portugal al acceder al
trono portugués Felipe II. Cinco años de servicio a la monarquía en los
tercios, cinco más de cautiverio y el quedar tullido del brazo izquierdo, bien
merecerían alguna merced. En el desagradecimiento con el que el sacrificio es
recompensado se evidencia la grandeza de Cervantes, que si acepta el encargo
menor de dirigirse a Orán por cuenta de su majestad y ponerse en riesgo de
caer, de nuevo, en poder de los corsarios berberiscos, no es sino por el gran
aprecio que siente por su España. ¿Pero cuál era la misión de Cervantes?
Álvarez Fernández sugiere que Mateo Vázquez utilizó a Cervantes, al héroe de
Lepanto, para cerrar un ciclo de la historia, el ya anunciado de centrar la
atención en la orilla atlántica y abandonar el frente del Mediterráneo. Las
órdenes del Rey que Cervantes debía transmitir a Orán eran de prudencia, de
vigilancia y también de mesura: la monarquía estaba ocupada en obtener el trono
portugués y, por tanto, muy lejos de enviar socorro alguno. El fracaso
posterior durante su estancia en Lisboa de obtener nuevo cargo o empleo, define
al personaje que abandona la espada y toma la pluma. Estamos en el otoño de
1582 y Cervantes regresa a Madrid.
Comienza la época de La
Galatea, de La Numancia y de Los tratos de Argel, la primera
aparece publicada en 1585 y las otras dos se cree que pertenecen al mismo
período de creación que la primera. El patriotismo que es sin género de dudas
el pilar de estas dos piezas teatrales, lo es también de la propia conducta de
Cervantes como tuvimos ocasión de indicar al aceptar esa misión tan poco
brillante como la misión en Orán. Por esas contradicciones que la vida trae y
lleva, el discreteo del amor con el que los pastores se entretienen en La
Galatea, guarda una difícil armonía con la vida sentimental de Cervantes:
una hija natural, Isabel, le nacerá de su relación con Ana Franca, mujer
casada, el 19 de noviembre de 1584; y un mes después, el 12 de diciembre de
1584, Cervantes contrae un matrimonio apresurado con Catalina de Salazar,
natural de Esquivias, lugar donde Cervantes forma su hogar. Y sin que separamos
muy bien por qué, en 1586 Cervantes abandona la pluma y al año siguiente, por
abril, a la esposa.
Aquel año de 1587 trajo dos
hechos que movieron al Rey a decidir la invasión de Inglaterra con la Gran
Armada: la ejecución de María Estuardo y el saqueo de Cádiz por parte de Drake.
Debía Cervantes ser muy consciente de que con su abandono del hogar, dejaba a
su esposa en una difícil situación jurídica y para subsanarla otorgó en Toledo
un poder a su favor el 28 de abril de 1587, cabe preguntarse por el medio
empleado para hacer llegar el poder a Catalina de Salazar y si anexo al mismo
no remitiría Cervantes una carta que explicara tan extraña decisión, que no
queda cabalmente justificada por la referencia al patriotismo de Cervantes de
contribuir a la gran aventura contra Inglaterra. El verano de 1587 lo pasa
Cervantes en Sevilla en la posada de su amigo Tomás Gutiérrez de Castro, aunque
no sabemos de sus medios de vida. Fernández Álvarez apunta la posibilidad del
juego hasta que llegó el nombramiento de comisario de abastecimientos para
avituallar la armada. No pocos sinsabores le reportó a Cervantes este oficio
nuevo de abastecedor real, su honor quedó en varios ocasiones mancillado y la
derrota de las naves españoles, negó razón a los sacrificios. Es muy probable
que la desilusión, como apunta Fernández Álvarez, llevara a Cervantes a dirigir
al Rey el famoso memorial de 1590 en solicitud de “un oficio en las Indias”. La
respuesta negativa le obliga a continuar con las requisas. El corregidor de
Écija, Francisco Moscoso, acusa a Cervantes de vender trigo a particulares y lo
encarcela durante unos días en Castro del Río; incluso el mismo proveedor
general Pedro Insunza sufre idéntica acusación y Cervantes dirige al Rey una
carta autógrafa que se conserva, saliendo en defensa de su superior, el detalle
es de la máxima importancia. Parece que a cuenta de esta atrevida carta anduvo
Cervantes vacante algún tiempo hasta mediado el año 1594 en el que recibe el
encargo de recaudar las contribuciones del reino de Granada y la zona de Málaga.
Verdaderamente ducho en desgracias Cervantes entrega un cuarto de millón de
maravedíes al mercader Freire para evitar viajar hasta la corte con tan
importante suma de dinero, alzándose aquel con los dineros reales, aunque en
esta ocasión logra librarse de la cárcel, esta le espera entre el otoño de 1597
y abril de 1598 en Sevilla por orden del Rey pues hay un descuadre en las
cuentas de Málaga. Bien entrado el año de 1604 Cervantes se reúne con las cervantas
y todos juntos, no deja de sorprender este hecho, más las dos viudas de los
poetas amigos de Cervantes Esteban de Garibay y Pedro Laínez, a saber, doña
Luisa de Montoya y doña Juana de Gaitán, se van a vivir a Valladolid, a la
nueva corte. Pero este año de 1604 lo es también de la paz entre España e
Inglaterra, es revelador que hubiera de esperarse a que los dos rivales, el rey
Felipe II y la reina Isabel I abandonaran la tierra para que la paz fuera
posible, una paz que se extiende después a Francia con el magnicidio del
belicoso Enrique IV y también a Flandes con las treguas por doce años. Es, por
tanto, en este ambiente de aparente paz donde Cervantes va a quemar sus últimos
años de vida. ¿Supo anticipar el futuro que a la abandonada España le
aguardaba? La pregunta es sugestiva, pero la respuesta es incierta. El
fallecimiento de sus hermanas Andrea en 1609 y Magdalena en 1611 y la ruptura
de su hija Isabel con la familia, debieron causar una honda tristeza a
Cervantes que después del incidente Ezpeleta regresó con la Corte a Madrid,
donde residió a partir de 1606 en al menos tres direcciones distintas: en la
calle Magdalena, en las inmediaciones de la calle Toledo y en la calle del León.
La amenaza del Gran Turco que reaparecerá en las primeras
páginas de la segunda parte del Quijote, no se compadece con la realidad pues
precisamente es este un período de paz como queda dicho, y más parece que el
cura trataba de excitar el magín de don Quijote. Y de una amenaza ficticia
podemos salta a otra, la del no menos grande Sancho Panza al frente del gobierno
de su ínsula, que los tiempos del Quijote lo son de la España señorial donde,
nos advierte Fernández Álvarez, “los grandes señores detentaban también la
administración de Justicia, por delegación regia” y podían nombrar libremente
gobernadores de sus dominios. Falso el mago Merlín que procura el encantamiento
de Dulcinea, falsos los azotes de Sancho y falso el Quijote del “escritor
fingido y tordesillesco”, pero cierto el poco camino que a Cervantes le resta
por recorrer. No importa que “muchos años ha que es grande amigo mío ese
Cervantes”.
Quizás el mayor acierto de
Fernández Álvarez sea el de ofrecernos a Cervantes como un personaje histórico
en íntima trabazón con el devenir de la época y si, como él mismo reconoce, hay
autores, por ejemplo de Canavaggio, que manejan con mayor soltura los textos
cervantinos, el fuerte enraizamiento de Cervantes en el momento histórico que
le tocó vivir, hace que el historiador se encuentra en una situación
privilegiada para trazar la semblanza del Príncipe de las Letras. La biografía
de Fernández Álvarez es, sin lugar a dudas, un referente, tal vez sea hora de
que los historiadores llenen las fuentes secas de los filólogos. Una cabal y
honda comprensión de la obra de Cervantes ha de pasar necesariamente por el
siglo del Quijote.
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