Se trata de la primera novela
de Ronán Hession (Dublín, 1975) que conoció un notable éxito cuando fue
publicada en Irlanda en 2019. Ahora la editorial Alfa-Decay la traduce para
nosotros.
Es la disposición natural poco
convencional de ambos protagonistas, Leonard y Hungry Paul, la que fuerza a
hacer una lectura un poco a contrapelo. Su relación de amistad es exclusiva y
tal vez excluyente. No tienen relaciones sociales fuera de ella. Sus circunstancias
son parecidas, aunque presentan notables diferencias. Leonard tiene un trabajo
a tiempo completo. Hungry Paul solo trabaja un día a la semana, los lunes, de
cartero. Leonard se ha quedado huérfano recientemente, y Hungry Paul vive en
casa con sus padres jubilados o en el último tramo de su vida activa. No son
dos adolescentes, sino dos hombres entrados ya en la treintena, si bien
mantienen frente a la vida una actitud expectante. La singularidad de la obra
está en el retraso deliberado de los dos protagonistas en asumir las
responsabilidades propias de la edad adulta. Y su acierto radica en la sutileza
con la que el autor maniobra para colocar al lector frente a dos jóvenes
singulares que están dispuestos a esperar cuanto sea necesario para no convertirse
en víctima de la estupidez del mundo actual, aun a riesgo de parecer estúpidos.
Hungry Paul decide tomar parte
en un concurso convocado por la Cámara de Comercio. Lo hace no buscando el
premio, sino “por resultar útil a la sociedad”, en cierta forma como una
continuación del Scrabble fuera del tablero de la mesa. Y es que Leonard y
Hungry Paul “viven en el estrecho filo entre la pasión por los juegos de mesa y
la aversión a los manuales de instrucciones”. Esa es la clave. Hungry Paul y
Leonard se encuentran frente a la multiplicidad de instrucciones que reciben de
los demás que tratan de convertirlos en su propio juego, el juego de vivir como
adultos con todas esas instrucciones de responsabilidad, madurez y autonomía,
pero nuestros protagonistas saben desembarazarse de semejantes exigencias. Son
sabios a su manera: “Vamos a dejar de ponernos a prueba. Vamos a ser felices,
ahora que todavía podemos”, le dice Hungry a su hermana Grace.
Leonard es la pieza del puzle
que encaja en la que posee Hungry Paul. Si la tendencia natural de este es la
calma, la de Leonard es el repliegue, la burbuja cerrada sobre sí misma. Eso
hace que los problemas a los que cada uno se enfrenten sean diversos. Hungry
Paul tiene problemas con una caja de bombones, con los gemelos de la camisa,
con su peculiar forma de disfrutar de los momentos guardando silencio. Los de
Leonard viajan más a corto plazo, allí donde a menudo son los sentimientos los
que mandan. Inicia una relación con una joven que tiene un hijo de siete años y
tiene que aprender algunas cosas que no están en las enciclopedias para niños
que se dedica a escribir.
Hay unas cuantas cosas que
podemos aprender de esta pareja de amigos tan singular: la pedantería de la
superioridad moral de aquellas personas que se ofenden en nombre de los otros
(el incidente de la caja de bombones), la claridad mental natural que se obtiene
de mantenerse apartado de los problemas que el mundo pone en el camino de
quienes van buscándolos (en el tránsito de su trabajo como cartero eventual),
no lamentarse por la leche derramada y concentrarse en limpiarla, o la renuncia
a controlarlo todo porque ”sé que las cosas van a seguir su curso y no me paro
a pensarlas demasiado”.
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