El fallo de un premio literario.
El aire turbio de tan respirado. La plica con un apartado de correos. El
escritor en busca y captura. No hay ninguna norma que obligue al autor a ser
congruente con su obra. Es más, debe no serlo. El narrador nos alerta que el
protagonista finge. Tres amigos en una noche de farra constituyen la sociedad,
Linero S.L., cuyo objeto social es escribir novelas bajo seudónimo. El producto
tiene aceptación y el tal Andrés Linero consigue enseguida caché literario.
Tres socios, Javier Martín, Juan Galeras y Ramón Laxe, tres autores heridos por
las letras. Individualidades, al fin y al cabo, que tirarán de la cuerda en
direcciones opuestas. El autor cede la voz a cada uno de ellos. Javier, químico
de laboratorio y dotado de un retorcido bigote, se muestra partidario de
mantener la farsa. Juan, funcionario de ayuntamiento y en franca caída
depresiva, se siente el verdadero creador literario. Ramón, el gallego que exhibe
el alivio de no sentir como los otros -velada sospecha de homosexualidad-, cree
que el éxito de Andrés Linero se debe a su talento para la creación de
personajes verosímiles. Juan explora su declive físico y psíquico ante el
espejo, se exalta ante la forma en que debe darse a conocer la autoría que se
esconde tras el seudónimo y pisotea su autismo.
En esta calma chicha de
personajes, de pronto un periódico anuncia que el autor Andrés Linero será
entrevistado en televisión. Y así es. El personaje que sale en la pantalla es
Andrés Linero, un borrachín de Granada que Juan conoció hace años y cuya
identidad tomó prestada para bautizar al grupo de la péndola. El tal Andrés
Linero toma el dinero del premio y vuela. Juan sale detrás.
Probablemente sea la voz de Clara
uno de los mayores aciertos de la novela. La frescura que transmite se echaba
de menos a estas alturas de la narración. Ciertamente, Clara es injusta con
Javier, pero el autor logra transmitir la sensación de que en todo caso se lo
merece, por gilipollas. Sin embargo, la entrada de Beatriz en la novela resulta
anodina. En realidad el autor no aprovecha ninguno de los dos personajes. Tal
vez el punto de vista de Clara hubiera sido muy interesante.
Juan acaba por encontrar al viejo
y borracho Linero. Este se burla y hace una proposición indecente para un
escritor: trabajar de negro. Juan le golpea. Linero cae. La sangre forma
charco. Juan acaba de matar a la gallina de los huevos de oro. O tal vez no.
Hay, no sé explicar por qué, un
inicio cervantino. Le sigue un interesante enredo metaliterario: la elección de
la voz que ha de servirnos de guía. Gana la novela en ritmo, pero pierde su
sentido. La voz de Juan no poliniza y todo acaba con un farragosísimo dictamen
forense.
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