viernes, 20 de diciembre de 2013

El Quijote. Segunda parte. Capítulos LIII a LXXIV

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO TERCERO.-
Sancho triunfador con las letras durante los siete primeros días de su gobierno, fracasa estrepitosamente como hombre de armas. Empavesado como un galápago dentro de su concha, reza y suda por ver concluido el ataque enemigo contra su ínsula. Naturalmente que todo es burla, pero él no lo sabe y bueno de cabeza decide abandonar el gobierno. Besa al rucio, lo enalbarda y discursea para despedirse. De nada valen ruegos ni lamentos, con lo mismo que trajo se marcha.

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO CUARTO.-
Un lacayo gascón llamado Tosilos, toma el lugar que le corresponde al hijo del labrador rico en el desafío de don Quijote. Pero el verdadero tema del capítulo es el encuentro de Sancho con Ricote, el tendero moro de su pueblo, que disfrazado ha regresado a España contraviniendo los decretos de expulsión de 1608 y 1609, para recuperar el tesoro que dejó enterrado al salir. Ricote aprueba el destierro de los moros, aunque reconocer ser el peor castigo para los que, como él, se sienten españoles. Sancho niega la ayuda que le pide Ricote, pues que mejor servicio ha abandonado esa misma mañana por referencia al gobierno de la ínsula Barataria a dos leguas del lugar del encuentro. Disparate, claro, le parece a Ricote la aventura contada, que ni hay ínsulas en tierra firme, ni es tanta la falta de hombres hábiles en el mundo para que Sancho sea gobernador. Pide por último Ricote noticias de su mujer y su hija. Por Sancho sabe el padre que un rico mancebo llamado Pedro Gregorio en persecución de su hija Ricota salió después de que esta abandonar el pueblo camino del destierro, hacia la Berbería.

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO QUINTO.-
Sancho se lamenta como el rey Rodrigo del brusco giró que la vida da en un instante. Si gobernador aun por la mañana, la noche ha de pasarla en el fondo de una sima. Hecho el día, Sancho logra acceder a una gruta que comunica con la sima. “A veces iba a escuras y a veces sin luz, pero ninguna vez sin miedo”, como se va en la vida. Piensa Sancho que esto que a él le parece gruta de sima, muy bien le resultaría a don Quijote palacios de Galiana. Buena razón para que Cide Hamete deje a Sancho y vaya en busca de don Quijote. Precisando Sancho testigo de vida para librar a don Quijote de purgatorios y almas en pena, el rucio rebuznó y en él se reconocieron todos. 

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO SEXTO.-
El torneo o justa entre don Quijote y Tosilos en defensa del honor de la hija de la dueña doña Rodríguez termina antes de empezar y nuestro hidalgo pronuncia con cierto aire de alivio: “… quedo libre y suelto de mi promesa, cánsense enhorabuena…”. Claro que al descubrirse el rendido de amor, bien se ve que es lacayo del duque y no rico hijo de labrador, bellaquería dicen ellas, encantamiento replica don Quijote. Es Cervantes quien termina la historia, que si marido queríais, marido tenéis.  

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO SÉPTIMO.-
Don Quijote y Sancho han terminado su estancia en la casa de los duques y es la quinceañera Altisidora quien los despide pidiendo devolución de tres tocadores y una liga: esta la llevaba puesta y aquellos los retorna Sancho. El destino siguen siendo aún las justas de Zaragoza.

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO OCTAVO.-
San Jorge, san Martín, Santiago y san Pablo salen a recibir a don Quijote en el retorno a la libertad del camino. En platónica charla sobre el amor y la belleza marchan amo y escudero hasta caer en  las redes de la pastoril Arcadia recreada. Diserta don Quijote sobre lo bello que sería el mundo si estuviera poblado de hombres agradecidos. Palabras de mucha semántica, acaso de inspiración senequista que una manada de toros, cabestros y vaqueros borran del camino.

Tusell a partir de Doré. Viuda de Luis Tasso. Barcelona, 1905.
CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO NONO.-
Más agraviado que dañado queda don Quijote tras el paso de toros y cabestros. Y burla, ya sin duques, es que el ventero les sirva dos uñas de vaca para cenar. Dos caballeros huéspedes de la venta que leen la segunda parte del Quijote, la de Avellaneda, logran sacar a don Quijote de su apatía. Y hasta mudar viajes y destinos, pues para hacer mentira de lo que se cuenta en el apócrifo, don Quijote cambia el rumbo y abandonando el camino de Zaragoza, toma el de Barcelona.

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO.-
Don Quijote que no puede apartar de su pensamiento el descuido de su escudero con los azotes, se dispone a remediar la falta y retira las cintas que atan los greguescos cuando Sancho duerme. Villano y amo ruedan por el suelo en desigual forcejeo. No sabemos si es por encantamiento que nos acostamos en Zaragoza y nos levantamos en Barcelona: el encuentro con Roque Guinart.  Pero poco después de las presentaciones entre bandido y caballero, como llovida de esa nube de encantadores que persigue a don Quijote, aparece Claudia Jerónima, hija de Simón Forte, singular amigo de Roque, exponiendo que acaba de tirotear a su enamorado Vicente por faltarle a la palabra dada, aventura más de lanza que de predreñal. Asistimos con Sancho a apreciar la necesidad de la justicia aun entre los ladrones y con Roque al reparto del botín, la proporción entre las cosas y la distribución de las recompensas. 

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO PRIMERO.-
Con Roque entran en Barcelona don Quijote y Sancho y en la playa son recibidos por el fautor del bandolero, Antonio Moreno, acompañado de chirimías, atabales, algaraza de mayores que se confiesan servidores y de atrevidos muchachos traviesos causantes de los mil corcovos de las bestias que montan los recién llegados.

Ïdem.
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO SEGUNDO.-
Tal es la fiesta, la de san Juan, y la alegría que Sancho estima haber caído en medio de otra boda de Camacho. Ya en la casa de Antonio Moreno, Sancho cuenta que ha sido gobernador de un ínsula y que “la goberné a pedir de boca”, cabe suponer que por el hambre que pasó. De un duque de Aragón a un caballero, noble hay que entender, de la Ciudad Condal y de la burla privada a otra pública con paseo por las calles con un sambenito pegado en la espalda. Aún le queda a don Quijote, antes de que Sancho y otros lo lleven en volandas a la cama, el molimiento y quebranto del sarao de damas descompuestas. Al día siguiente tiene lugar el episodio de la cabeza encantada. Visita luego don Quijote una imprenta. La plática que don Quijote mantiene con el traductor de Le bagatelle que este publica a su costa, bien merecería figurar en todos los contratos de edición bajo el nombre de cláusula de los ducados y los reales. Estudiosos del mundo entero y cuatro siglos de plazo, no han conseguido saber ¿por qué diablos hace Cervantes una segunda edición del libro de Avellaneda? ¿Es mofa o burla? ¿Acaso Cervantes lo consideraba con méritos suficientes para una segunda edición?

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO TERCERO.-
Don Quijote visita las galeras que guardan el puerto de Barcelona. Las muestras de respeto que el cuatralbo exhibe ante el manchego son reiteradas: el cañón de crujía y el grito ceremonial lo reciben, por la escalera de la derecha asciende a bordo y para su acomodo se disponen los bandines en popa. Burla, piensa el lector ya avezado en estas trampas cervantinas, pero ¿no son demasiadas las molestias que se toman don Antonio y el cuatralbo para que la chusma voltee a Sancho y asuste a don Quijote izando y arriando la entena? De pronto aparece un bergantín de corsarios y las galeras se disponen a su caza. Apresado por la galera capitana, el arráez de los corsarios resultó ser una mujer, llamada Ana Félix, la hija del morisco Ricote.

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO CUARTO.-
A punto de ser vencido, Cervantes nos presenta a don Quijote en la misma guisa que cuando entra en la venta y le habla al castellano, allá por el segundo capítulo de la primera parte, de arreos y armas, de descansos y peleas. El desafío del Caballero de la Blanca Luna ni “era de burlas ni de veras” y tan en suspenso quedó el visorrey como el propio lector, así pues ¡ea, densen! Menguado en la estima, quebrantado de las costillas y retirado de las armas por plazo de un año, queda don Quijote tras ser vencido.

Montaner y Simón. Barcelona, 1880-1883.
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO QUINTO.-
El de la Blanca Luna es el bachiller Sansón Carrasco que después de tres meses se toma la revancha. La crítica se ha demorado en tratar de dar una respuesta atinada al hecho de que coincidan en este capítulo los seis días de cama que un deprimido don Quijote guarda tras la derrota, con el inverosímil desenlace de la historia de Ana Félix. No es solo al caso que estemos en presencia de un cuento con final feliz por el reencuentro de los enamorados, hay, sin duda, algo más, pues no es posible pasar por alto que un morisco, Ricote, permanezca como invitado en la casa del virrey de Cataluña o que tantos cristianos partan a la corte con buenas expectativas de lograr que Ricote y Ana Félix queden en España sin mérito que presentar. Más parece aventura de andante que cordura de virrey, justo cuando don Quijote se ve en el duro trance de atar las armas al rucio de Sancho y tomar el camino de regreso a su aldea.

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO SEXTO.-
El regreso está ya iniciado, Sancho se muestra tan discreto que hasta don Quijote pondera el cambio. El encuentro con Tosillos nos hace recordar el que hace muchos capítulos tuvo don Quijote con Andrés Haldudo, pues no bien se marcha la cordura de este loco manchego regresa la crueldad de los hombres y así Tosillos como Andrés hubieron de padecer los palos de sus amos tan pronto como don Quijote se da media vuelta. Tesoros de caballeros andantes que, como los de los duendes, se deshacen en cuanto se tocan.

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO SÉPTIMO.-
La inversión del año de excedencia de armas en lo pastoril no ofrece duda, el caso es vivir engastado en la literatura, como piedra preciosa en el oro.

CAPÍTULO SEXAGÉSIMO OCTAVO.-
Refranes a deshoras de Sancho, cuya libertad de condición maravilla a don Quijote más por lo discreto de sus palabras que por las deudas de desencantamiento. Y en estas estaban ambos cuando una piara de cerdos les pasa por encima, última pena de caballero vencido y escudero de lo mismo. Un apresamiento por gente armada envuelto en el más enigmático los silencios, les conducirá de nuevo hasta el castillo de los duques.

El encantamiento de Altisidora y Sancho el desencantador. París 1866.
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO NONO.-
“Aun bien que ni ellas me abrasan ni ellos me llevan”, piensa Sancho en relación a las llamas que vienen representadas en las ropas que encima le echan y acerca de los demonios dibujados en el capirote que sobre la cabeza le han puesto. Vuelta la burra al trigo y Sancho a desencantar doncellas con peligro de su carne. En este caso se trata de Altisidora y quienes disponen cachetes, pellizcos y alfilerazos son los jueces del infierno, pues que de la resurrección de aquella se trata. Después del martirio al que todos someten a Sancho, Altisidora resucita y don Quijote que le ve “sazonada la virtud”, le hace petición de azotes.

CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO.-
Si en el capítulo anterior Cervantes toma de Garcilaso prestada la segunda estrofa de su Égloga III y en este, tras un crítico excurso del famoso Cide Hamete, lo retoma con el: “¡Oh más duro[a] que mármol a mis quejas” de la segunda garcilasiana, es para llevarnos hasta las puertas del infierno de la mano de la “apretada, vencida y enamorada” Altisidora, desde donde contemplar a los diablillos jugando a la pelota con “la borra y el viento” de los que está hecha la novela de Avellaneda.

CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO PRIMERO.-
Si don Quijote transita camino de la aldea triste por el vencimiento, dolido lo hace Sancho más por el poco pago que de su virtud se hace, que por el quebranto de su salud. Y para remediar los ánimos ofrece el uno el pago por azote de desencantar, y fija el otro el precio en un cuartillo, o sea cuarta parte de un real formado por 34 maravedíes. No llegaba Sancho a la media docena y pide doblar el precio, y así como lo obtiene traspone espaldas por encinas.

CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO SEGUNDO.-
Cervantes hace comparecer a uno de los más respetados personajes del Quijote apócrifo, don Álvaro Tarfe, para que dé fe de la autenticidad de los cervantinos y de la mendacidad de los avellanedinos.         

Montaner y Simón. Barcelona, 1880-1883
CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO TERCERO.-
Los malos agüeros, la riña de los muchachos y la liebre, reciben a don Quijote lo que acentúa su postración, sobre todo si los comparamos con los buenos presagios con los que se habría esta su tercera salida (el relincho de Rocinante). De poco sirve que Sancho intente desbaratar los agüeros, que los muchachos se encargan de dar la réplica: más galán les parece el rucio de Sancho que la bestia de don Quijote. Los pastoriles planes de don Quijote son recibidos por Sansón con una algaraza que recuerda a la de los duques. También la sobrina y el ama oyen los “nuevos laberintos” y la parca queja de don Quijote pidiendo lecho “que no estoy muy bueno”, anticipa el final.

CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO CUARTO.-
La fiebre y el sueño hacen que don Quijote no sea ya nunca más, pues al recobrar el juicio aparece también la identidad: Alonso Quijano “el Bueno”. La confesión a solas, el testamento con escribano y testigos, la muerte en la cama, la Mancha de don Quijote como la Grecia de Homero, los epitafios en la sepultura: morir cuerdo y vivir loco y las “disparatadas historias de los libros de caballería”, dicen que todo llegó a conocimiento incluso del emperador de la China.


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