Sancho
triunfador con las letras durante los siete primeros días de su gobierno,
fracasa estrepitosamente como hombre de armas. Empavesado como un galápago
dentro de su concha, reza y suda por ver concluido el ataque enemigo contra su
ínsula. Naturalmente que todo es burla, pero él no lo sabe y bueno de cabeza
decide abandonar el gobierno. Besa al rucio, lo enalbarda y discursea para
despedirse. De nada valen ruegos ni lamentos, con lo mismo que trajo se marcha.
CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO CUARTO.-
Un
lacayo gascón llamado Tosilos, toma el lugar que le corresponde al hijo del
labrador rico en el desafío de don Quijote. Pero el verdadero tema del capítulo
es el encuentro de Sancho con Ricote, el tendero moro de su pueblo, que disfrazado
ha regresado a España contraviniendo los decretos de expulsión de 1608 y 1609,
para recuperar el tesoro que dejó enterrado al salir. Ricote aprueba el
destierro de los moros, aunque reconocer ser el peor castigo para los que, como
él, se sienten españoles. Sancho niega la ayuda que le pide Ricote, pues que
mejor servicio ha abandonado esa misma mañana por referencia al gobierno de la
ínsula Barataria a dos leguas del lugar del encuentro. Disparate, claro, le
parece a Ricote la aventura contada, que ni hay ínsulas en tierra firme, ni es
tanta la falta de hombres hábiles en el mundo para que Sancho sea gobernador.
Pide por último Ricote noticias de su mujer y su hija. Por Sancho sabe el padre
que un rico mancebo llamado Pedro Gregorio en persecución de su hija Ricota
salió después de que esta abandonar el pueblo camino del destierro, hacia la
Berbería.
CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO QUINTO.-
Sancho
se lamenta como el rey Rodrigo del brusco giró que la vida da en un instante.
Si gobernador aun por la mañana, la noche ha de pasarla en el fondo de una
sima. Hecho el día, Sancho logra acceder a una gruta que comunica con la sima.
“A veces iba a escuras y a veces sin luz, pero ninguna vez sin miedo”, como se
va en la vida. Piensa Sancho que esto que a él le parece gruta de sima, muy
bien le resultaría a don Quijote palacios de Galiana. Buena razón para que Cide
Hamete deje a Sancho y vaya en busca de don Quijote. Precisando Sancho testigo
de vida para librar a don Quijote de purgatorios y almas en pena, el rucio rebuznó
y en él se reconocieron todos.
CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO SEXTO.-
El
torneo o justa entre don Quijote y Tosilos en defensa del honor de la hija de
la dueña doña Rodríguez termina antes de empezar y nuestro hidalgo pronuncia
con cierto aire de alivio: “… quedo libre y suelto de mi promesa, cánsense
enhorabuena…”. Claro que al descubrirse el rendido de amor, bien se ve que es
lacayo del duque y no rico hijo de labrador, bellaquería dicen ellas,
encantamiento replica don Quijote. Es Cervantes quien termina la historia, que
si marido queríais, marido tenéis.
CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO SÉPTIMO.-
Don
Quijote y Sancho han terminado su estancia en la casa de los duques y es la
quinceañera Altisidora quien los despide pidiendo devolución de tres tocadores
y una liga: esta la llevaba puesta y aquellos los retorna Sancho. El destino siguen
siendo aún las justas de Zaragoza.
CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO OCTAVO.-
San
Jorge, san Martín, Santiago y san Pablo salen a recibir a don Quijote en el
retorno a la libertad del camino. En platónica charla sobre el amor y la
belleza marchan amo y escudero hasta caer en
las redes de la pastoril Arcadia recreada. Diserta don Quijote sobre lo
bello que sería el mundo si estuviera poblado de hombres agradecidos. Palabras
de mucha semántica, acaso de inspiración senequista que una manada de toros,
cabestros y vaqueros borran del camino.
Más
agraviado que dañado queda don Quijote tras el paso de toros y cabestros. Y burla,
ya sin duques, es que el ventero les sirva dos uñas de vaca para cenar. Dos
caballeros huéspedes de la venta que leen la segunda parte del Quijote, la de
Avellaneda, logran sacar a don Quijote de su apatía. Y hasta mudar viajes y
destinos, pues para hacer mentira de lo que se cuenta en el apócrifo, don
Quijote cambia el rumbo y abandonando el camino de Zaragoza, toma el de
Barcelona.
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO.-
Don
Quijote que no puede apartar de su pensamiento el descuido de su escudero con
los azotes, se dispone a remediar la falta y retira las cintas que atan los
greguescos cuando Sancho duerme. Villano y amo ruedan por el suelo en desigual
forcejeo. No sabemos si es por encantamiento que nos acostamos en Zaragoza y
nos levantamos en Barcelona: el encuentro con Roque Guinart. Pero poco después de las presentaciones entre
bandido y caballero, como llovida de esa nube de encantadores que persigue a
don Quijote, aparece Claudia Jerónima, hija de Simón Forte, singular amigo de
Roque, exponiendo que acaba de tirotear a su enamorado Vicente por faltarle a
la palabra dada, aventura más de lanza que de predreñal. Asistimos con Sancho a
apreciar la necesidad de la justicia aun entre los ladrones y con Roque al
reparto del botín, la proporción entre las cosas y la distribución de las
recompensas.
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO PRIMERO.-
Con
Roque entran en Barcelona don Quijote y Sancho y en la playa son recibidos por
el fautor del bandolero, Antonio Moreno, acompañado de chirimías, atabales,
algaraza de mayores que se confiesan servidores y de atrevidos muchachos traviesos
causantes de los mil corcovos de las bestias que montan los recién llegados.
Tal
es la fiesta, la de san Juan, y la alegría que Sancho estima haber caído en
medio de otra boda de Camacho. Ya en la casa de Antonio Moreno, Sancho cuenta
que ha sido gobernador de un ínsula y que “la goberné a pedir de boca”, cabe
suponer que por el hambre que pasó. De un duque de Aragón a un caballero, noble
hay que entender, de la Ciudad Condal y de la burla privada a otra pública con paseo
por las calles con un sambenito pegado en la espalda. Aún le queda a don
Quijote, antes de que Sancho y otros lo lleven en volandas a la cama, el
molimiento y quebranto del sarao de damas descompuestas. Al día siguiente tiene
lugar el episodio de la cabeza encantada. Visita luego don Quijote una
imprenta. La plática que don Quijote mantiene con el traductor de Le bagatelle
que este publica a su costa, bien merecería figurar en todos los contratos de
edición bajo el nombre de cláusula de los ducados y los reales. Estudiosos del
mundo entero y cuatro siglos de plazo, no han conseguido saber ¿por qué diablos
hace Cervantes una segunda edición del libro de Avellaneda? ¿Es mofa o burla?
¿Acaso Cervantes lo consideraba con méritos suficientes para una segunda
edición?
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO TERCERO.-
Don
Quijote visita las galeras que guardan el puerto de Barcelona. Las muestras de
respeto que el cuatralbo exhibe ante el manchego son reiteradas: el cañón de
crujía y el grito ceremonial lo reciben, por la escalera de la derecha asciende
a bordo y para su acomodo se disponen los bandines en popa. Burla, piensa el
lector ya avezado en estas trampas cervantinas, pero ¿no son demasiadas las
molestias que se toman don Antonio y el cuatralbo para que la chusma voltee a
Sancho y asuste a don Quijote izando y arriando la entena? De pronto aparece un
bergantín de corsarios y las galeras se disponen a su caza. Apresado por la
galera capitana, el arráez de los corsarios resultó ser una mujer, llamada Ana
Félix, la hija del morisco Ricote.
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO CUARTO.-
A
punto de ser vencido, Cervantes nos presenta a don Quijote en la misma guisa
que cuando entra en la venta y le habla al castellano, allá por el segundo
capítulo de la primera parte, de arreos y armas, de descansos y peleas. El
desafío del Caballero de la Blanca Luna ni “era de burlas ni de veras” y tan en
suspenso quedó el visorrey como el propio lector, así pues ¡ea, densen!
Menguado en la estima, quebrantado de las costillas y retirado de las armas por
plazo de un año, queda don Quijote tras ser vencido.
El
de la Blanca Luna es el bachiller Sansón Carrasco que después de tres meses se
toma la revancha. La crítica se ha demorado en tratar de dar una respuesta
atinada al hecho de que coincidan en este capítulo los seis días de cama que un
deprimido don Quijote guarda tras la derrota, con el inverosímil desenlace de
la historia de Ana Félix. No es solo al caso que estemos en presencia de un
cuento con final feliz por el reencuentro de los enamorados, hay, sin duda,
algo más, pues no es posible pasar por alto que un morisco, Ricote, permanezca
como invitado en la casa del virrey de Cataluña o que tantos cristianos partan
a la corte con buenas expectativas de lograr que Ricote y Ana Félix queden en
España sin mérito que presentar. Más parece aventura de andante que cordura de
virrey, justo cuando don Quijote se ve en el duro trance de atar las armas al
rucio de Sancho y tomar el camino de regreso a su aldea.
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO SEXTO.-
El
regreso está ya iniciado, Sancho se muestra tan discreto que hasta don Quijote
pondera el cambio. El encuentro con Tosillos nos hace recordar el que hace
muchos capítulos tuvo don Quijote con Andrés Haldudo, pues no bien se marcha la
cordura de este loco manchego regresa la crueldad de los hombres y así Tosillos
como Andrés hubieron de padecer los palos de sus amos tan pronto como don
Quijote se da media vuelta. Tesoros de caballeros andantes que, como los de los
duendes, se deshacen en cuanto se tocan.
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO SÉPTIMO.-
La
inversión del año de excedencia de armas en lo pastoril no ofrece duda, el caso
es vivir engastado en la literatura, como piedra preciosa en el oro.
CAPÍTULO SEXAGÉSIMO OCTAVO.-
Refranes
a deshoras de Sancho, cuya libertad de condición maravilla a don Quijote más
por lo discreto de sus palabras que por las deudas de desencantamiento. Y en
estas estaban ambos cuando una piara de cerdos les pasa por encima, última pena
de caballero vencido y escudero de lo mismo. Un apresamiento por gente armada
envuelto en el más enigmático los silencios, les conducirá de nuevo hasta el
castillo de los duques.
“Aun bien que ni ellas me abrasan ni ellos me llevan”,
piensa Sancho en relación a las llamas que vienen representadas en las ropas
que encima le echan y acerca de los demonios dibujados en el capirote que sobre
la cabeza le han puesto. Vuelta la burra al trigo y Sancho a desencantar
doncellas con peligro de su carne. En este caso se trata de Altisidora y quienes
disponen cachetes, pellizcos y alfilerazos son los jueces del infierno, pues que
de la resurrección de aquella se trata. Después del martirio al que todos
someten a Sancho, Altisidora resucita y don Quijote que le ve “sazonada la
virtud”, le hace petición de azotes.
CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO.-
Si
en el capítulo anterior Cervantes toma de Garcilaso prestada la segunda estrofa
de su Égloga III y en este, tras un crítico excurso del famoso Cide Hamete, lo
retoma con el: “¡Oh más duro[a]
que mármol a mis quejas” de la segunda garcilasiana, es para llevarnos hasta
las puertas del infierno de la mano de la “apretada, vencida y enamorada”
Altisidora, desde donde contemplar a los diablillos jugando a la pelota con “la
borra y el viento” de los que está hecha la novela de Avellaneda.
CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO PRIMERO.-
Si
don Quijote transita camino de la aldea triste por el vencimiento, dolido lo
hace Sancho más por el poco pago que de su virtud se hace, que por el quebranto
de su salud. Y para remediar los ánimos ofrece el uno el pago por azote de
desencantar, y fija el otro el precio en un cuartillo, o sea cuarta parte de un
real formado por 34 maravedíes. No llegaba Sancho a la media docena y pide
doblar el precio, y así como lo obtiene traspone espaldas por encinas.
CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO SEGUNDO.-
Cervantes
hace comparecer a uno de los más respetados personajes del Quijote apócrifo,
don Álvaro Tarfe, para que dé fe de la autenticidad de los cervantinos y de la
mendacidad de los avellanedinos.
Los
malos agüeros, la riña de los muchachos y la liebre, reciben a don Quijote lo
que acentúa su postración, sobre todo si los comparamos con los buenos presagios
con los que se habría esta su tercera salida (el relincho de Rocinante). De
poco sirve que Sancho intente desbaratar los agüeros, que los muchachos se
encargan de dar la réplica: más galán les parece el rucio de Sancho que la
bestia de don Quijote. Los pastoriles planes de don Quijote son recibidos por
Sansón con una algaraza que recuerda a la de los duques. También la sobrina y el
ama oyen los “nuevos laberintos” y la parca queja de don Quijote pidiendo lecho
“que no estoy muy bueno”, anticipa el final.
CAPÍTULO SEPTUAGÉSIMO CUARTO.-
La
fiebre y el sueño hacen que don Quijote no sea ya nunca más, pues al recobrar
el juicio aparece también la identidad: Alonso Quijano “el Bueno”. La confesión
a solas, el testamento con escribano y testigos, la muerte en la cama, la
Mancha de don Quijote como la Grecia de Homero, los epitafios en la sepultura:
morir cuerdo y vivir loco y las “disparatadas historias de los libros de
caballería”, dicen que todo llegó a conocimiento incluso del emperador de la
China.
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