“…que el fin de su razón fue muy bueno”.
Aunque no sabemos el nombre de la
ciudad (Toledo y Salamanca han sido siempre las dos principales candidatas)
conocemos muy bien a sus habitantes: Calisto, Sempronio, Pármeno, Areúsa,
Celestina, Melibea, Pleberio, y su historia, pero es sobre todo el seminal
lenguaje de los autores lo que nos sigue asombrando. La Celestina ofrece una
realidad dura y testaruda atravesada por el cálamo de una autoría discutida. De
cómo Fernando de Roja cuenta que encontró unos papeles y decidió continuarlos: “…nocibles
lenguas más aparejadas a reprehender que a saber inventar.”
El primer auto, escrito por el
autor anónimo y que Fernando de Rojas respeta en su integridad, comienza con un
encuentro entre Calisto y Melibea en lugar que no puede identificarse, aunque
en el resumen que le precede, obra también del autor anónimo, se refiere a una
huerta que muchos autores identifican con jardín. Sin duda muy medieval suena
que el encuentro entre ambos tenga como fondo la búsqueda de un ave de presa
perdida transformando la partida en caza de amores. Habla después Calisto con
su criado Sempronio que sale de la sala porque “abatiose el girifalte y vínele
a enderezar en el alcándara”. Es inevitable recordar los versos del Mío Cid:
“alcándaras vazías”.
Calisto con profundo mal de
amores pide el laúd, Sempronio opina sobre su destemplanza y le promete remedio
para su melancolía amorosa. Sempronio, criado filósofo y misógino, encarna la
postura corriente en el medievo de la superioridad del hombre sobre la mujer y
trata a su amo, Calisto, de pusilánime.
“Huye de sus engaños… Cosa que es
difícil entenderlas. No tienen modo (moderación, templanza), no razón, no
intención. Por rigores comienzan el ofrecimiento que de sí quieren hacer. A los
que meten por los agujeros, denuestan en la calle; convidan, despiden; llaman,
niega; señalan amor, pronuncian enemiga (enemistad, odio): ensáñanse
(enfurecen) presto, apacíguanse luego; quieren que adivinen lo que quieren. ¡Oh
qué plaga, oh qué enojo, oh qué hastío es conferir (hablar) con ellas más de
aquel breve tiempo que aparejadas son a deleite!”. Es recitación de Sempronio a
quien parécele bien un jubón con brocados de amo en pago por la intercesión de
la hechicera Celestina que hasta “a las duras peñas promoverá y provocará a
lujuria, si quiere”. Y de peña en piedra, que con ella concluye la “sinfonía de
la puta vieja” de la que habla la crítica para el parlamento de Pármeno
referido a la fama de Celestina. Da cuenta seguidamente el criado a su señor de
los seis oficios de Celestina. Pármeno conoce bien a la vieja Celestina por
haber servido en su casa cuando era niño.
Auto II
Calisto le ha dado mil monedas de
oro (una cantidad muy elevada) a Celestina. Calisto pregunta. Sempronio aprueba.
Y Pármeno reprueba. Calisto no escucha más que a su corazón dolorido y desoye
las advertencias de Pármeno.
Auto III
Sempronio expone a Celestina las
apreturas de su amo y pregunta por las advertencias que Pármeno ha hecho a
Calisto. Celestina cuenta la historia de la madre de Pármeno, Claudina, comadre
de Celestina. Sempronio se muestra cauto acerca de las posibilidades que tiene
Celestina de convencer a Melibea para que acceda a las pretensiones de Calisto.
Aparece Elicia que acaba de despachar a un cliente y Celestina le encarga que
vaya a buscar el bote del aceite serpentino y todos los ungüentos necesarios
para los hechizos. La vieja Celestina prepara un unto con el que empapa la
madeja de hilado que luego dejará en casa de Melibea para que esta quede
prendada de amor hacia Calisto. El pobre diablo no solo queda sujeto a la
voluntad de Celestina, sino también encerrado entre los hilos de una madeja,
cual presa de araña. Debe tratarse de un demonio chico.
Auto IV
Celestina camino de la casa de
Melibea manosea las monedas de oro que ha recibido y se anima a perseverar en
su propósito. La recibe Lucrecia, la criada de Melibea, que es prima de Elicia.
Alisa, la madre de Melibea, acepta recibir a la vieja alcahueta a pesar de
conocer sus ocupaciones e inmediatamente Alisa deja a Celestina a solas con
Melibea, circunstancia que aprovecha aquella para rogar a esta por el doliente
Calisto. Como la furia es la reacción de Melibea, la vieja Celestina maniobra
con habilidad y le dice a la airada Melibea que sólo una oración para Calisto
había venido a pedir por un dolor de muelas. Qué hábil la vieja que ante la
respuesta de Melibea le dice: pero hija, si yo no buscaba más que un poco de
misericordia. Melibea se ablanda (el jurista Rojas se lo hace decir en términos
del foro: “…tener la sentencia en peso, y no disponer de tu demanda al sabor de
ligera interpretación”) y rápida como una centella la vieja puta comienza a
desgranar elogios hacia Calisto y hasta se finge partera del mismo. Melibea
acaba por entregarle su cordón para que se lo dé a Calisto. Y como no hay
tiempo para más, queda Celestina en regresar para que Melibea le dé, por
escrito, la oración que cura el dolor de muelas (mal de amores). Celestina se
despide.
Auto V
Se felicita Celestina por su
astucia que le ha permitido responder a Melibea y orientar “con el tiempo las
velas de la petición”. Celestina se encuentra en la calle a Sempronio, el cual
dice estar esperándola y juntos caminan hacia la casa de Calisto. Celestina le
dice a Sempronio que le dará una parte pequeña del negocio (del dinero que
saquen) y eso no le gusta a Sempronio.
Auto VI
La vieja alcahueta le anuncia que
son buenas las noticias que trae y el loco de Calisto quiere oírla de rodillas como
si frente a la mismísima Virgen se encontrara (al fin y al cabo mediadora entre
Dios y los hombres). Mantón y saya de contray saca la vieja por el favor. Celestina
le entrega el cordón y le promete a su ama. Calisto se pone a hablar con el
cordón y hasta quiere salir a pasearlo por las calles. De nada sirve que la
propia Celestina le advierta que la prenda le fue entregada por amor de Dios y
no de los hombres.
Auto VII
Celestina reprocha a Pármeno que
hable mal de ella, en especial porque aquella le toma como hijo adoptivo.
Celestina insinúa a Pármeno que si cambia de actitud, Areúsa será suya. Pármeno
asiente y le dice que él callará mientras la vieja hace de las suyas. Celestina
recuerda a Claudina, la madre de Pármeno, que fue condenada por brujería, lleva
a Pármeno a la casa de Areúsa y le pide que espere en la escalera. Celestina
convence a Areúsa para que reciba a Pármeno. El juego de los primeros y
segundos sentidos de toda la conversación entre los tres, revela una riqueza
casi inagotable: una prostituta que se acuesta a la hora de las gallinas, una
alcahueta que quiere debutar de mirona, un galán que da el mismo pago que
Celestina le ofrece… Celestina vuelve a casa y Elicia le da cuenta de una mujer
que ha estado esperándola para que le remiende el virgo.
Auto VIII
La mañana sorprende a Pármeno en la cama de Areúsa. Es tarde y teme que Calisto le eche de menos. A la puerta de la casa le espera Sempronio y con él se concierta en favorecer a Celestina, lo que significa que Pármeno conquistado el placer de Areúsa cambia su actitud hacia Celestina y si antes la criticaba, ahora la apoyará en sus tratos. Amigos ya, Pármeno y Sempronio suben a ver qué hace Calisto. Trova “razones metrificadas” por don Diego de Quiñones: muerte, deseo, esperanza. La noche ha pasado en blanco, sigue loco de amor. Se levanta y se va solo a misa dejando a sus dos criados en la casa por si hay noticias de Celestina que ha de traerle la oración hecha por Melibea.
Auto IX
Pármeno y Sempronio van a casa de Celestina a comer, hablan entre ellos reconociéndose las malas artes de Celestina, pero también que han de tomar parte de lo que la vieja obtenga en sus tratos con Calisto. En la casa de Celestina están Elicia, la enamorada de Sempronio, y Areúsa, la de Pármeno. Los cinco comen y beben. Después Sempronio y Elicia discuten. Aparece Lucrecia, la criada de Melibea, para pedirle a Celestina que acuda a visitar a su señora, la cual quiere el cordón y que la vieja le asista por sentirse muy fatigada de desmayos y de dolor del corazón.