Al
igual que Alicia entra en un mundo fantástico y siguiendo al Conejo Blanco
entra en su madriguera y en su mundo fantástico, curiosamente esos días en los
que comencé su lectura, viajé por la cornisa Cantábrica, y al entrar en esos
túneles, me surgía en la mente la posibilidad de introducirse en un mundo
fantástico y maravilloso. No fue así; pocos segundos después, el entorno te
devolvía a la cruda realidad, pero eso sí, de bellos paisajes.
Las
situaciones y personajes o protagonistas que van desfilando por el libro pueden
ser de temática infantil, incluso sus deseos y fantasías, pero el análisis que
hace Alicia de todo cuanto ve y le pasa, es de una mente adulta y despierta. Y
esto, que al principio puede tener coherencia con el contenido infantil, se va
comprobando a medida que avanzamos en sus páginas.
La
habilidad de Alicia para replantearse su situación, para opinar, para hacerse y
hacer preguntas, para aclarar su estado presente y, en consecuencia, decidir el
siguiente paso a dar:
“Me gustaría saber cuántas millas he
descendido ya –dijo en voz alta-. Tengo que estar bastante cerca del centro de
la Tierra. Veamos: creo que está a cuatro mil millas de profundidad… (Pág. 5).
“Aquí todo el mundo da órdenes. ¡No
había recibido tantas órdenes en mi vida! ¡Jamás! (Página 60).
Las
disquisiciones con el lenguaje son frecuentes y sorprendentes en una niña:
“¿Por qué no toma un poco
de té? Hasta ahora no he tomado nada, de modo que no puedo tomar más, … Quieres
decir que no puedes tomar menos, …” (pág. 47).
“Una carta escrita por el
prisionero a alguien”. “Así debe ser –asintió el Rey- porque de lo contrario
hubiera sido escrita a nadie, lo cual es poco frecuente”.
Y
también abundan los juegos de palabras:
“Gala-pago”. Tenía a
“gala” enseñar en una escuela de “pago”.
“Matar el tiempo” …,
hablan de matar, y ¡nada menos que al tiempo!
“Aprendimos a feificar.
¿No sabes lo que es? Por lo menos sabrás lo que significa “embellecer”.
La
reina se comporta habitualmente como una déspota con sus súbditos, siempre está
dando órdenes de cortar cabezas, aunque luego esas órdenes no se cumplan y se
queden en agua de borrajas:
“¡Prended a ese lirón!¡Arrojadle!
¡Reprimidle! ¡Pellizcadle! ¡Dejadle sin bigotes!” (Pág. 74).
Y
nos resulta sorprendente el plantel de asignaturas que se imparten en el mundo
marino: “Clases de patín, de riego, de
tintura al bóleo, de mareografía…”
Se
va acabando el libro, y uno se va preguntando ¿cómo lo acabará? ¿cómo cerrará
su final? Porque ya sólo quedan dos o tres páginas y esto sigue embrollado en
un juicio absurdo. Y Carroll lo resuelve de forma magistral en un plis-plas: la
Reina manda que le corten la cabeza a Alicia, y esta vuelve a la realidad
despertando en la hierba con la cabeza apoyada en la falda de su hermana mayor,
que era donde había comenzado el libro. Todo había sido un sueño “maravilloso”
de Alicia, que al momento cuenta con detalles a su hermana.
Lo
curioso es que su hermana cierra los ojos y empieza a soñar… con su hermana
Alicia, con el Conejo Blanco, con la Liebre de Marzo y sus amigos… Uno cree que
el cuento vuelve a empezar, que es el pez que se muerde la cola… “Pero su hermana sabía que le bastaba volver
a abrir los ojos para encontrarse de golpe en la aburrida realidad”. Y es en
esta última página –no podía ser de otra manera- cuando desenmascara el sueño: “La hierba solo era agitada por el viento, y
el chapoteo del estanque se debería al temblor de las cañas que crecerían en
él. El tintineo de las tazas de té se transformaría en el resonar de unos
cencerros, y la penetrante voz de la Reina en los gritos de un pastor. Y los
estornudos del bebé, los graznidos del Grifo, y todos los ruidos misteriosos,
se transformarían (ella lo sabía) en el confuso rumor que llegaba desde una
granja vecina”. (Pág. 80.) Pero su
hermana sí era consciente de que todo era fruto de su propia imaginación
soñadora.
Pero
como todos los cuentos acaba con un final hermoso, con una ilusión tremenda,
con un optimismo hacia el futuro de Alicia: “Y
pensó que Alicia conservaría, a lo largo de los años, el mismo corazón sencillo
y entusiasta de su niñez, y que reuniría a su alrededor a otros chiquillos y
haría brillar los ojos de los pequeños… y que Alicia sentiría las pequeñas
tristezas y se alegraría con los ingenuos goces de los chiquillos, recordando
su propia infancia y los felices días del verano.”
Y nosotros, sus lectores, hacemos lo mismo,
también nos alegramos al recordar nuestras inocentes aventuras de la infancia.
EFRÉN ARROYO ESGUEVA