Vigésima segunda.-
Persiste Séneca en la necesidad
de abandonar los cargos públicos. Solo quien conoce los detalles de las
circunstancias concretas puede actuar, esto es, aprovechar la ocasión para
liberarse, “antes de que una fuerza mayor
intervenga y le quite la libertad de retirarse.”
Vigésima tercera.-
Tal vez sea la máxima de Epicuro
la que comprima con mayor acierto la filosofía de Séneca. Dice aquél: “Es
penoso comenzar siempre a vivir”. Explica éste: “Y no puede estar preparado
para la muerte quien apenas si comienza a vivir. Hemos de obrar de manera que
hayamos vivido bastante…” Tres son los fundamentos de la sabiduría: el gozo que
ha de ponerse en las cosas serias, en aquellas que hacen al alma jubilosa y
esperanzada, elevándola por encima de todo, incluso, de la misma muerte. La
buena conciencia, fruto de la honestidad en las decisiones, de la rectitud en
las acciones, del menosprecio al azar y de la serenidad en el discurrir de la
vida que recorre un camino único. Y la última, por ser el poso de todo, es la
reflexión que pone orden en el interior de uno mismo y en las cosas. Por eso no
es extraño que vivan mal “quienes comienzan siempre a vivir.” La epístola es de
tal profundidad que obliga a hacer una lectura pausadísima.
Vigésima cuarta.-
Lucilio se muestra preocupado por
el resultado de un proceso. Séneca le aconseja que no anticipe la desgracia,
que cuando esta llega, o no es tan grave o no es duradera. No faltan ejemplos
que seguir: Rutilio Rufo, Cecilio Metelo, Mucio y, por supuesto, Catón de
Útica. “¿Qué, pues?, ¿te enteraste ahora por vez primera que se cierne sobre ti
la amenaza de la muerte, del destierro, del dolor? Has nacido para estos trances.”
Compendio del sentir estoico. El consejo de Séneca es empujar el alma, sacarla
del interior donde se halla refugiada y exponerla no a la preocupación sino al
verdugo mismo. “Me haré pobre: estaré entre la mayoría. Iré al destierro:
pensaré haber nacido en el lugar al que se me envíe. Seré encadenado: ¿y qué?,
¿acaso estoy ahora libre? La naturaleza me sujetó a esta carga pesada que es mi
cuerpo. Moriré: es decir, abandonaré el riesgo de la enfermedad, el riesgo de
la prisión, el riesgo de la muerte.” La prosa de Séneca nos lleva al entusiasmo
de estar tocando una verdad que ha permanecido oculta hasta ese mismo momento.
Y ahí nos deja. Nos preguntamos si Lucilio llegaría a tomar posesión plena de
ella, si aún permanecerá flotando a nuestro alrededor, si estamos más cerca o
más lejos. Pero sigamos escuchando a Séneca: “Todo el tiempo que ha
transcurrido hasta ayer, se nos fue; este mismo día, en que vivimos, lo
repartimos con la muerte.” Vulnerant omnes, ultima necat.
Encuentro en esta carta más
poesía que en la mayoría de las obras de los poetas del veintisiete.
Vigésima quinta.-
Reflexiona Séneca sobre la máxima
epicúrea que aconseja: “Retírate en ti mismo en el preciso momento en que te
veas forzado a estar entre la multitud.” Este retirarse en el interior de uno
mismo exige haber alcanzado un cierto grado de sabiduría, haberse transformado
“en un hombre tal que en tu propia presencia ya no te atrevas a obrar el mal”.
En otro caso serás como el vulgo que prefiere “estar con cualquiera antes que
consigo” y no conoce otro retiro que el “retiro entre la multitud”.
Vigésima sexta.-
Aunque Séneca ha rebasado la
vejez al contar con una edad tan avanzada, para la época, como sesenta y tres
años, “no siente mi alma el rigor de los años”, antes al contrario es ahora
cuando el alma se siente más vigorosa y “salta de gozo y me plantea la
discusión sobre la vejez”. Si en tan larga vida ha visto extinguirse tanto, ¿de
qué ha de quejarse?, si acaso, esa postrera disposición “a comportarme como si
no quisiera todo aquello que me complace no poder realizar.” La vejez, que
torna suave el camino por el que la vida desciende hacia la muerte, busca el
testamento vital de la “calidad de tus obras”. No olvida Séneca “dotar a esta
carta de las provisiones para el viaje”, esto es de la máxima de Epicuro, que
introduce con estas hermosas palabras: “Aguarda un instante, y el pago te lo
haré con dinero de nuestra escuela [la estoica]; entre tanto el préstamo me lo
proporcionará Epicuro.” Y la promesa es cumplida inmediatamente. Epicuro dice:
“Medita sobre la muerte”, el pensamiento de Séneca profundiza: “Es una gran
cosa aprender a morir”. Quedan dos
párrafos para concluir la carta. Nadie debería morir sin haberlos leído antes.
Vigésima séptima.-
Séneca reconoce exponer remedios
desde la misma enfermería. Nada que no proceda del alma y en ella se genere,
“proporciona el gozo perenne, seguro”. Esa es una “tarea que no admite
sustituto… [ni] colaboración”. Séneca cuenta la historia del liberto Calvisio
Sabino para ejemplificar que “la sabiduría ni se presta, ni se compra, y pienso
que si estuviera en venta no tendría comprador; por el contrario, la insensatez
se compra diariamente.” Empeñado el tal Calvisio en aparecer como sabio y
consciente de su mala memoria para citar con orden a “troyanos y aqueos”,
decidió comprar esclavos e instruirlos para que cada uno de ellos conociera de
memoria ya la obra de Homero, ya la de Hesíodo, Alceo o Píndaro. El cándido
Calvisio no atinaba a acabar las frases que sus esclavos le apuntaban durante
sus pláticas con los invitados y recibió las puyas de su bufón, Satelio
Cuadrato, quien le aconsejó “se hiciera con gramáticos para recoger frases”,
aquellas que Calvisio dejaba caer de sus labios desmemoriados.
Vigésima octava.-
“Alguna vez procúrate un
disgusto”, con esta enigmática frase concluye la carta. Si la leemos al revés,
es decir, del final al principio, podemos sacar alguna conclusión. En el último
párrafo Séneca se refiere a aquellos que procuran su curación convirtiendo sus
defectos en virtudes, lo que no es sino una negativa a investigarse por dentro,
a ponerse a prueba. Esta autojustificación presupone la ausencia de “conciencia
de la culpa”, como indica Epicuro y convierte al hombre que así obra, en
esclavo no sólo de los vicios propios sino también de los ajenos. Si hastiado
de estos últimos decides abandonar el foro y emprender viaje para hallar
tranquilidad, esta no aparecerá hasta que seas capaz de procurarte el disgusto
de enfrentarte contigo mismo. “A nada útil conduce ese ajetreo… Huyes contigo
mismo”.
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