(Comentarios
de Efrén ARROYO ESGUEVA)
El autor
Thomas Mann
nace en 1875 en Lübeck (Alemania) en el seno de una acaudalada familia de
comerciantes. Muerto su padre se reparten la herencia entre los hijos y Mahn,
mal estudiante, se dedica a la vida bohemia, a los viajes y a la literatura.
Pronto salta a la fama con esta novela escrita cuando solo contaba 25 años, en
parte reflejo de la historia de su familia. Más tarde se casa con una rica
heredera de origen judío. Esto me recuerda un paralelismo de vida con la de
Sándor Márai.
Su obra más
famosa es “La montaña mágica” junto a “Doctor Faustus”, y también es muy
conocida "Muerte en Venecia" obra que ya comentamos en la tertulia del
martes 25 de octubre. Pero parece comúnmente aceptado, que aunque no se tan
intelectual como aquellas, la novela que hoy comentamos pesó mucho para que en
1929 recibiera el premio Nobel de Literatura.
También es
válido aquí otro comentario que surgió en la tertulia de "El último encuentro" de
Sándor Márai, y es que Mann es junto a Zweig, Márai, Hesse y Huxley,
representante de un grupo de escritores centroeuropeos, de origen burgués, que
utilizan la literatura para exponer los valores del hombre, las motivaciones y
pasiones que guían la vida de sus conciudadanos, y el progreso y la honestidad
como objetivos.
A Mann como a
Márai, la llegada de Hitler al poder le obliga a emigrar a Suiza (residió 5
años), luego a Estados Unidos (15 años) donde adquiere la nacionalida, y
finalmente regresa a Suiza, donde muere en 1955.
Los Buddenbrook
Fue una de sus
obras más tempranas y la que le lanzó a la fama, sobretodo en Alemania. Es una extensa
novela costumbrista (unas 800 páginas), en la que diacrónicamente va
describiendo con un relato pausado y detallista el día a día de una familia
burguesa alemana de Lübeck durante cuatro generaciones, y que refleja algunas escenas
que Mann había vivido en su propia familia. Para ubicarnos, el autor nos sitúa
al inicio de la novela un árbol genealógico que nos facilita el seguimiento de
la evolución familiar.
Resulta
curioso el recurso que utiliza Mann de un testigo fiel de toda esta evolución,
un testigo que trasciende a cada generación: el libro de la familia, en el que
figuran y se van añadiendo los hechos relevantes del clan Buddenbrook, y que se
lee cada año en una de las comidas familiares.
La novela
está escrita de manera ágil y de fácil lectura, con capítulos breves en los que
Thomas Mann con hábil pluma utiliza cada uno de ellos para situarnos en un
aspecto de la época y al leerlos vivirlos desde dentro de la familia. Lo mismo
nos describe el rostro de los empleados de la casa, que la vestimenta de
cualquier personaje secundario, una receta de cocina o las relaciones
adolescentes e imposibles entre Tony (Antonie) y el estudiante de medicina.
Desgrana con detalle las costumbres de una sociedad clasista y cerrada, que
tolera de mala manera a los que infringen sus normas: el casamiento de un
Buddenbrook con una tendera, las trampas de Grünlich para casarse con Tony, los
dos divorcios de ésta, la vagancia de su hermano Christian, etc.
Esta familia
inicia su progresión con el Johan Buddenbrook fundador de la dinastía, que hace
fortuna a partir de su negocio como comerciante de granos, sobre todo
abasteciendo al ejército. A este Johan solo le conocemos por las referencias
que hacen de él las generaciones posteriores. Profundamente religioso, tiene un
principio que transmite a sus herederos: “emprende durante el día aquellos
negocios que te permitan dormir tranquilamente durante la noche”.
Y la novela
abarca el devenir de las cuatro generaciones siguientes. De una manera
armónica, magistral, vamos avanzando en el tiempo como lo van haciendo las
distintas generaciones Buddenbrook. Johan hijo engrandece el negocio heredado,
lo afianza y marca las directrices familiares envueltas en rígidos preceptos
religiosos. Johan nieto logra acceder además al cargo de cónsul, Thomas el
biznieto añade al clan su nombramiento como senador. Y todas las esperanzas
están fijadas en el hijo de este último, el heredero del clan, el pequeño
Hanno.
Pero no todo
es triunfo y orden en el clan Buddenbrook, también coexisten problemas
colaterales: Christian (hermano de Thomas) es la otra cara de la moneda,
bebedor, fracasado, juerguista y enfermizo, aporta preocupaciones en vez de
prestigio a la familia; Clara, hermana de los anteriores, muere poco después de
casarse; Justus (sobrino de Thomas) dilapida su fortuna y la de sus padres de
manera ociosa; Janus (el último heredero) es tímido, enfermizo, mal estudiante
y odia los negocios.
Generación
tras generación va describiendo distintas costumbres y actividades de la vida
de la época, sin prisa, con detalle y observación, dando la sensación de que
estuviéramos presentes: la cena de Navidad, los regalos de san Nicolás, las
partidas económicas de la empresa de granos, el desarrollo de una sesión del
Senado, las clases de Secundaria, la interpretación de una ópera, el veraneo en
una playa, o detalla la visita de un médico, del barbero o de un dentista. Las
comidas con toda la familia extensa, un jueves sí y otro no, a las que también
acuden los primos, también son Buddenbrook pero de 2ª fila, sin prestigio, que
van “a llenar el buche” y a criticar los deslices y fracasos de esta rama
encumbrada. Este universo de situaciones es reflejo de la vida europea del
momento, de la psicología de sus personajes. De ahí el éxito de la novela y su
fácil conexión con el público.
Aparentemente
los protagonistas de la novela son los cabezas de familia, los Johan (nombre
que van heredando la mayoría de los primogénitos, salvo Thomas), protagonismo que
va rotando conforme una generación va sucediendo a la otra. Pero el mayor peso de
la novela descansa en dos hermanos: Thomas, último heredero del negocio
familiar y que logra además el nombramiento de senador de la ciudad, y Tony, que a todas luces encarna el papel principal
de la novela, y sobretodo la que personifica la esencia burguesa y el afán de promoción
de los Buddenbrook.
Es Tony la
que, asumiendo la importancia del negocio familiar, renuncia a su pretendiente
y amado joven por un matrimonio de conveniencia, poco después fracasado, como
también fracasa su 2º matrimonio. Es ella la que encarna los valores y de la
familia Buddenbrook, los anhelos de seguir ascendiendo entre las clases
sociales de la ciudad, el mantener la imagen y las tradiciones de la familia, el
estar en lo más alto de la élite social. Ve a los demás burgueses como
competidores, y a las clases bajas como personas de inferioridad social,
estrechez de miras y desaliño físico. Es ella la que mueve los hilos para que
su hermano salga elegido senador, para que toda la ciudad celebre y honre el
centenario de la empresa familiar, la que alienta a su hija para que acepte un
matrimonio de conveniencia que les aúpe, tanto es así que su hermano le dice: “Parece que fuera tu tercer matrimonio.”
Alcanzado el
título de senador por Thomas, toca construirse una gran mansión acorde con el
rango alcanzado, la mejor y más lujosa de la ciudad. Y es ahora cuando éste se
acuerda de un refrán turco: “Cuando uno acaba de construir su casa, le llega la
muerte.” Y por ahí van los derroteros de la novela. Es ahora cuando empieza a
acentuarse el declive del clan familiar: su hijo “Hanno” (otro Johan) nace
enfermizo y delicado; su hermana Clara muere enferma de tuberculosis, (y a
pesar de no tener hijos, su marido reclama y se lleva su cuantiosa parte de la
herencia familiar); Christian sufre de “tormento” en la pierna; el senador se
ve desbordado por las ocupaciones, además de celos comienza a sentir mareos; la
nueva mansión ha costado una fortuna, que añadido a las dotes y divorcios de su
hermana Tony, todo ello restan un capital vital para la continuación de los
negocios familiares…
Continúa la
decadencia familiar con la entrada en prisión de Weinschenk, yerno de Tony y
director de la empresa. Poco después muere la consulesa (madre de Tony y de
Thomas), y aún con la madre de cuerpo presente en la habitación de al lado,
como aves de rapiña, los hijos empiezan a repartirse sus bienes, y como culmen
de la desmembración familiar, las fuertes disputas entre Tom y su hermano
Christian: “Bastante vergüenza supones ya
para la familia, criatura, para que aún pretendas que nos emparentemos con una
cortesana, y que sus hijos reciban nuestro apellido y una cuarta parte de la
herencia de nuestra madre. Por encima de mi cadáver tendrá que ser.” A ello se unen desavenencias entre los
hermanos por el reparto de los muebles y por su decisión de vender la casa
familiar, donde han vivido las tres últimas generaciones, y que para su
vergüenza adquirirá la competencia. Es el imperio que se desmorona sin remedio.
Pocos años
más tarde muere el propio Thomas de una caída accidental en la calle tras un
mareo. Está claro el ocaso de la familia. Mann nos lo ha dado a entrever en
capítulos anteriores aunque aún queden dos herederos masculinos con pocas
perspectivas: Christian (interno en un sanatorio), y el pequeño Hanno, que prefiere
la música a los negocios y carece de las ansias de poder y de conquista que su
padre y su tía Tony deseaban ver en él.
Los tres
últimos capítulos parecen postizos y sólo añaden tiempo para presentarnos la
muerte de Hanno de tifus. Ya no hay esperanza. Los Buddenbrook han desaparecido
como clan.