Quincuagésima.-
Séneca confía en que Lucilio sepa
lo que hace, que no se comporte como la esclava Harpaste que habiéndose quedado
repentinamente ciega, lo achaque a la oscuridad de la casa. El hombre ha de
saber que los defectos, los vicios, están dentro de uno mismo y no en las
cosas. Si “nos avergüenza aprender la virtud” es porque en alguna ocasión nos
hemos alejado de la naturaleza. Pero “nada hay que no conquiste un trabajo
persistente y un cuidado atento y diligente”, más aun cuando se trata de la
virtud que enseguida da los primeros frutos al contacto con la filosofía.
Quincuagésima primera.-
El hombre virtuoso ha de escoger
un lugar saludable para el cuerpo y el espíritu. No lo son las ciudades de
Bayas en la Campania, famosa por sus aguas termales y también por sus
costumbres libertinas, ni la de Canopo en Egipto. La desidia que acompaña al
placer acaba por traer la victoria de los vicios, así le ocurrió a Anibal tras
la victoria de Cannas y su estancia en Capua. La libertad es la recompensa del
trabajo, no de la molicie.
Quincuagésima segunda.-
No conocemos el sentido de
nuestros deseos “nada queremos de forma libre, perfecta, constante”. Vacilamos
y nos hundimos en la insensatez. Pocos son los hombres que sin ayuda de nadie,
“ellos mismos se abrieron el camino”, la mayoría de ellos necesita alguien que
los guíe. La ayuda puede proceder de los presentes y, también, de los que nos
han precedido. A los primeros debemos elegirlos entre “los que aleccionan con
su vida”. Séneca alerta contra los filósofos que buscan el aplauso de la
multitud no “por la alteza de su pensamiento” sino por “las inflexiones del
discurso”.
Quincuagésima tercera.-
Séneca ha viajado por mar desde
Parténope (Nápoles) a Putéolos (actual Puzzuoli), ciudades muy próximas. De
pronto estalla la tempestad y Séneca asustado y mareado le pide al timonel que
le aproxime a cualquier lugar de la costa. Pero nada, dice el timonel, hay más
peligroso en medio de la tormenta que la tierra. Pese a ello la “náusea marina”
es tan intensa que Séneca se arroja al mar tan pronto como la nave se aproxima
a la costa. Invita ello a reflexionar al estoico. El hombre reconoce enseguida
la dolencia física. Lo contrario sucede “en las enfermedad que aquejan al
espíritu: cuanto peor uno se encuentra, menos lo siente.” Es por ello que
consagrarse a la “salud del alma” ha de considerarse como tarea principal y
soberana. La filosofía aproxima el hombre a Dios, le hace compartir con Él la
ausencia de temor, aunque el hombre deba a su esfuerzo la conquista de lo que
reside en la naturaleza divina.
Quincuagésima cuarta.-
Cuántas veces el hombre se
comporta como aquel “que juzga haber ganado el pleito porque aplazó la comparecencia”.
Una crisis de disnea conduce a Séneca a reflexionar sobre la muerte. La lámpara
alternativamente encendida y apagada se toma como un buen ejemplo del
paréntesis vital. La muerte no viene a continuación de la vida sino que la ha
precedido, la lámpara tan apagada estaba antes de ser encendida, como después
de ser apagada. Al sabio “no le aflige la muerte, aunque le agrade la vida… ha
escapado a la necesidad porque desea lo que ella le ha de imponer”.
Quincuagésima quinta.-
Séneca pasea en litera entre
Cumas y el cabo Miseno, llegando hasta donde se encuentra la quinta de Servilio
Vacia, un rico y holgazán ex-pretor de la época de Tiberio. Vacia vivía en la
holganza, que no en el retiro. No vive sabiamente quien lo hace para el
vientre. “No vive necesariamente para sí quien no vive para nadie”, esto es,
que sólo quien vive para otro vive para sí.
Quincuagésima sexta.-
Séneca fuerza “el alma a
concentrarse en sí misma”, abstraerse del ruido exterior “con tal que por
dentro no haya turbación”. La tranquilidad que el espíritu necesita no es la de
la sosegada noche, sino “aquella en la que se desarrolla la sabiduría”. Muchas
veces la quietud del cuerpo provoca la inquietud del alma, de ahí la
conveniencia de ocuparnos en el trabajo. El retiro que Séneca propone no es una
reclusión en la apatía o la abstinencia –esa es precisamente una de las
críticas que en general se ha reprochado a su pensamiento-, sino una renuncia a
la ambición. Ciertamente abandonar el tumulto es lo más cómodo, pero ¿acaso no
estuvo más acertado Ulises cuando tapó con cera los oídos de sus compañeros?
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