En San Petersburgo la vida transcurre con absoluta
normalidad y Anna Pávlovna el mismo día de la batalla de Borodinó tiene
anunciada una velada en la que, con toda seguridad, el tema de conversación será
la repentina enfermedad de la condesa Bezújov. Si en las cercanías de Moscú,
Rusia buscaba el aliento de la madre patria para salir victoriosa, en la
capital del Imperio la condesa no pudo sobreponerse al mal que la aquejaba y
falleció. Sin embargo, el impacto de la noticia muy pronto se vio empañado por la
ocupación francesa de Moscú. Nikolái Rostov no tuvo ocasión de intervenir en la
batalla de Borodinó por hallarse en Vorónezh donde había sido enviado para
adquirir caballos. Y ocurrió que en dicha ciudad estaba la princesa María en
casa de su tía materna Anna Ignátievna Málvintseva y que la gobernadora, muy
buena casamentera, obtuvo de Nikolái cierto permiso mediador después de una
confesión sentimental. Dos cartas ponen a los Rostov muy cerca de los
Bolkonski: en la primera Sonia devuelve a Nikolái su promesa y en la otra la
condesa Rostova da cuenta de los cuidados de Natasha al príncipe Andréi. Sin
embargo, Sonia guarda en su corazón una esperanza.
Mientras tanto, Pierre comparece ante uno de los más duros mariscales franceses: Davout. El conde sabe que no son los hombres quienes condenan o absuelven, sino las circunstancias, ahora conoce que nadie está a salvo de la pobreza y la cárcel y escuchando al sabio Platón cae en la cuenta de la importancia de la resignación en la conciliación del sueño: “Dios mío, haz que duerma como una piedra y me levante hecho un pimpollo”. Pierre es como un niño que se alimenta de lo ve y de lo que oye.
Dos días antes de la llegada de la princesa el rostro de su
hermano Andréi “se había dulcificado” y María recordó que su padre durante los
últimos días de su vida había experimentado una transformación parecida. Las
lágrimas vertidas por la muerte del príncipe Bolkonski poseían un significado
muy distinto para cada uno de sus deudos y allegados, pero probablemente fuera
Sonia quien mayor dolor sentía por la desaparición de su última esperanza.
La retirada del ejército ruso hacia Tarútino, en donde se habían concentrado todas las provisiones, se había completado con la incorporación de nuevos reemplazos de jóvenes. El día 5 de septiembre Kutúzov tenía que dirigir una batalla que no aprobaba conforme a unas órdenes redactadas por el emperador, pero la ofensiva tuvo que retrasarse un día entero a cuenta de cierta fiesta de generales y oficiales. Kutúzov rabiaba de ira. La batalla de Tarútino fue la primera victoria rusa sobre el ejército napoleónico cuya única ocupación era el saqueo de Moscú. Y demasiado cargados con cuanto habían logrado acumular, salieron los franceses en pos de los rusos para darles un escarmiento por lo de Tarútino.
Pierre, Kiril le llaman los franceses, parecía un campesino
pobre con la cabeza llena de piojos y sin más calzado que unos peales. La
serenidad que con tanto ahínco había buscado en la masonería, en los placeres o
en el amor, termine por encontrarla en una vieja barraca que le sirve de prisión.
En mitad del otoño Napoleón decide marcharse, abandonar Moscú consumida hasta
los cimientos y buscar un sitio mejor donde pasar el invierno, una idea
completamente absurda teniendo al ejército ruso emboscado en alguna parte de
los alrededores. El prisionero Pierre parte con los hasta ayer ocupantes de
Moscú. El ejército francés se dirige a Fóminskoie, al suroeste de Moscú y una
patrulla rusa descubre el enclave de Napoleón. Kutúzov que es rápidamente
informado llora al conocer la noticia: ¡Rusia está salvada! Todo su esfuerzo
ahora se concentra en retener la excesiva fogosidad de sus propias tropas.
Napoleón no entra en la provincia de Kaluga como parecía lo más lógico sino que
gira a la derecha y se encamina hacia
Smolensk. Antes de que alcanzaran Vyazma los rusos inician a acosar al ejército
francés con guerrillas. En uno de esos asaltos a las tropas francesas,
concretamente aquellas entre las que está Pierre, el pequeño Petia, el hermano de Nikolái y
Natasha, encuentra la muerte. Este Pierre ya no es el mismo que el de la
partida de Denísov y ni siquiera el que cayó preso. Cuenta las etapas que le quedan
para llegar a Smolensk, come carne de caballo, busca las hogueras mejor
servidas, se preocupa por sus pies maltrechos y todo lo demás le da igual.
Natasha, retorcida hacia dentro por la pérdida de Andréi, despide a la princesa María que se ve obligada a retornar a Moscú. Justo entonces llega la carta con el anuncio de la muerte de Petia y este dolor añadido instaura, paradójicamente, un nuevo orden: María cuidará de Natasha y esta de su madre.
Cuando los franceses habían rebasada la frontera rusa y
Kutúsov no era ya más que una gloria nacional impuesta por las circunstancias,
la desaparición de estas llevó consigo inevitablemente la muerte de aquel. La
muerte tan audaz a estas alturas de la novela cerca a Pierre en el momento
mismo en que el destino lo hace libre: el cadáver de Petia a sus pies, el de su
amigo Andréi y el de la condesa Bezújov. Los tres meses que estuvo solo en una
ciudad desconocida luchando contra la enfermedad fueron la crisálida de la que
emergió distinto, un hombre nuevo que ha dejado de mirar las cosas en la
distancia y que ha obtenido del sufrimiento, la firme creencia de que sin la
voluntad de Dios “no cae ni un solo cabello de la cabeza del hombre”. Mientras
Pierre espera ser recibido y aguardaba en la sala de retratos del palacio de
los Bolkonski en la calle Vozdvíshenka de Moscú, una mujer vestida de negro con
un rostro severo y envejecido hace compañía a la princesa María. Tanto había
cambiado Natasha que Pierre tardó muchos minutos en identificarla. Y muchos
menos en recordar que llevaba muchos años enamorado de ella.
En 1813 Natasha y Pierre contraen matrimonio y unos meses
después el viejo conde Rostov muere. Nikolái regresa a Moscú y descubre que las
deudas de la familia doblan el valor de los bienes. Los acreedores le acosan y
logra aplacarlos con los treinta mil rublos que le entrega su cuñado Bezújov.
La situación le fuerza a abandonar su amado ejército, buscar un empleo civil y
trasladarse a un pequeño piso donde convive con Sonia y su madre. El azar tira
del cordón que la tristeza lleva anudado en uno de sus extremos y el amor
renace entre la princesa María y Nikolái. Se casan en otoño del año siguiente y
la familia Rostov se traslada a Lisie-Gori. Allí Nikolái se ocupa no de
estudiar la compasión química de la tierra, sino el alma del mujik. También
Natasha había tomado cierto mando en su matrimonio, a cambio de una mayor
opacidad en su rostro que ahora era de matrona. Los años pasan rápidos y Pierre
viaja incesantemente entre Moscú y San Petersburgo: ha comenzado a conspirar
contra el zar. Nikolái que le reconocía a su esposa una gran superioridad
moral, sin embargo, no la comprendía, ni siquiera lo intentaba. Su preocupación
estaba en otra parte: en el valor de la finca Tambov o en las posibilidades de
recuperar Otrádnoie. Y sin embargo, el pensamiento de su pérdida, la simple
posibilidad de que María se fuera antes que él, le hacía girarse hacia el icono
con aires de súplica: la súplica de un soldado cuyo máximo deber es obedecer y
que no puede aceptar la conspiración. Y la pluma de Tostói se extingue
lentamente entre las grandes preguntas de la historia y las frágiles
observaciones de una voluntad individual cada vez más débil y supeditada a la
naciente sociedad de masas.