Hay un firmamento creado para
separar las aguas de arriba de las de abajo y un brote de hierba que siempre
semilla según su especie y semejanza. “Un hálito de Dios se deslizaba por
encima del agua”. En el Edén puso Dios al hombre bajo la advertencia del árbol de
la ciencia del bien y del mal y Adán fue dando nombre a los animales. Luego,
tras la expulsión, Dios le puso guardianes al paraíso “no vaya ahora a extender
la mano, tomar del árbol de la vida, comer y vivir para siempre”. El mismo Dios
que dio preferencia a las ofrendas de Abel sobre las de Caín, maldijo al
fratricida. Quedaron vivos Caín y Set, el tercer hijo de Adán. Noé, un
descendiente de Set, estaba destinado a dar reposo al hombre y tras su
nacimiento Dios recapacitó y decidió borrar a sus propias criaturas. Hizo Dios
una alianza con Noé: mando construir un arca y poner a salvo una pareja de cada
especie para preservarla del diluvio y Noé obedeció al Señor. Sobre las
montañas de Ararat posó Dios el arca. Después de un año la tierra se secó y del
arca salieron Noé y sus hijos Sem, Kham y Iáfeth y la mujer de Noé y las
mujeres de sus hijos y las bestias por parejas. Dios selló con Noé el pacto de
no retorno del diluvio y colocó un arco sobre la nube para que sirviera de
recordatorio. Noé cubrió su desnudez inducida por el vino con la inocencia de
Khanaan, el hijo de Kham, al que maldijo y dejó bajo la servidumbre de su tío
Sem. Los hijos de Noé poblaron la tierra de nuevo después de que Dios los
dispersara confundiendo sus lenguas en la torre de Babel.
Abram, semita por descender de
Sem, llegó a Kharrán (Jarán, noroeste de Babilonia siguiendo el curso del río
Éufrates), en compañía de su padre, Thara, de su mujer, Sara, y de su sobrino,
Lot. Allí el Señor le dijo a Abram que debía dirigirse a Khanaan y partió
después de la muerte de su padre, Thara. Dios promete a Abram dar la tierra de
Khanaan a su descendencia. Abram con su mujer Sara y su sobrino Lot fueron a
Egipto a causa del hambre que asolaba la zona y allí Sara se hizo pasar por
hermana de Abram. El faraón tomó a Sara y Dios lo castigó. Para evitar las
disputas, Abram y Lot se separaron después de salir ricos de Egipto. Lot se
quedó con el valle del Jordán y se instaló en Sodoma y Abram levantó un altar a
Dios en Hebrón, junto a la encina de Mambré. Las promesas de Dios tardaban en
llegar porque Sara seguía sin dar hijos. Dejó Abram encinta a la esclava de su
mujer Sara, llamada Hagar, y esta dio a luz a un niño que se llamó Ismael.
Trece años después Dios instituye con Abram la alianza de la circuncisión.
Abram, como padre de multitudes y naciones, cambia su nombre por el de Abraam y
Sara por el de Sarra. Después junto a la encina de Mambré se apareció el Señor
a Abraam y le anunció el embarazo de Sarra que hizo reír a esta porque era ya
muy vieja para tener hijos. Dios escuchó a Abraam y prometió no destruir Sodoma
si en su interior había diez sabios. Pero los dos ángeles no descubrieron más
sabio que Lot al que sacaron con sus dos hijas y su mujer, la cual por volverse
a mirar quedó transformada en estatua de sal. Tras la destrucción de Sodoma y
Gomorra las hijas de Lot se acostaron con su padre ante la creencia de haber
quedado como únicos habitantes de la tierra. La mayor concibió a Moab y sus
descendientes fueron los moabitas y la menor parió a Ammán y sus descendientes
son llamados ammanitas. Abraam circuncidó a Isaac, el hijo nacido de su mujer
Sarra, al octavo día conforme le había ordenado Dios. Tenía entonces Abraam
cien años. Quiso Sarra que su hijo no se rozara con el de la esclava Hagar y
pidió a su marido que expulsara a ambos. Aunque Abraam se negó en principio,
Dios le dijo que debía escuchar a su esposa y fueron expulsados. Dios salvo a
Ismael de morir de sed en el desierto, pues le estaba reservado hacer con él
una gran nación. Cuando murió Sarra quiso Abraam enterrar a su mujer y los
hijos de Khet (los hititas) le permitieron que compraba la tierra situada
frente a Mambré, en Khebrón, en Khanaan. Antes de morir Abraam hizo jurar a su
criado más antiguo que iría a la tierra de donde salió para buscarle esposa a
su hijo a Isaac. Que fuera Rebeca la elegida significaba una unión directa con
la casa del padre porque Rebeca e Isaac eran primos, colaterales en quinto grado
de parentesco. La muerte del patriarca común de las tres religiones del Libro,
es narrada con admirable plenitud: “Abraam se consumió y murió en una hermosa
vejez, anciano y lleno de días, y fue añadido a su pueblo”. Sus hijos lo
enterraron junto a Sarra, en una cueva frente a Mambré.
Rebeca concibió y dio a luz a
Esaú, el primogénito, y a Jacob que salió agarrado al talón de su hermano. Esaú
menospreció la primogenitura y se la vendió a Jacob por un trozo de pan y un
guiso de lentejas. Isaac se estableció en territorio de los filisteos, en
Gérara. También Isaac, como su padre, tuvo miedo y presentó a Rebeca como su
hermana hasta que el rey Abimélekh lo descubrió y dio la orden de que nadie
tocara a Isaac y a Rebeca. La familia prosperó hasta suscitar la envidia de los
filisteos, quienes fueron cegando los pozos que los criados de Isaac abrían.
Hasta Berseba, el último de los pozos, fue el rey Abimélekh para pedir perdón a
Isaac después de saber que el Señor estaba con él. Isaac, viejo y casi ciego,
manda a Esaú, por el que siente inclinación, “a cazar una pieza de caza” con la
que obtener su bendición. Rebeca, cuyas preferencias recaen en Jacob, logra que
el bendecido sea este en lugar de su hermano. Esaú lleno de cólera solo piensa
en “que se acerquen los días del duelo” y Jacob por consejo de su madre se
marcha a la casa de Labán, el hermano de Rebeca, en Mesopotamia con el pretexto
de buscar esposa. Y así “Isaac despidió a Jacob que se fue a Mesopotamia junto
a Labán, el hijo de Bathuel, el sirio, hermano de Rebeca, la madre de Jacob y
Esaú”. Un magnífico ejemplo de la yuxtaposición propia del lenguaje bíblico.
Cansado del camino Jacob se recuesta, duerme y sueña: el famoso sueño de la
escalera de Jacob. Al lugar lo llamó la Casa de Dios y puso como estela la
piedra sobre la que había reposado. Como es bien sabido Labán tenía dos hijas:
la mayor, Lea, y la hermosa Raquel. Jacob sirvió a Labán siete años a cambio de
que Raquel fuera su esposa, sin embargo el día de la boda la entregada fue Lea
y Jacob se quejó del engaño. Otros siete años de trabajo le exigió Labán
entregándole por anticipado a su hija Raquel. Así Jacob tuvo dos esposas,
hermanas, las hijas de Labán, las sobrinas de Rebeca, la madre de Jacob. Lea
tuvo cuatros hijos: Rubén, Simeón, Leví y Judá. Los dos siguientes, Dan y
Neftalí, los concibió Balla, la esclava de Raquel. Gad y Aser los parió Zelfa,
la criada de Lea. Volvió Lea a ser fecunda y le dio a Jacob dos hijos más:
Isacar y Zabulón. Dios atendió las súplicas de la estéril Raquel y le dio un
hijo: José. Después quiso Jacob volver a la tierra de su padre en Khanaan y
como su suegro le regateaba la entrega del ganado propio, Jacob se marchó
llevando consigo cuanto le pertenecía. Al tercer día Labán conoció la huida y
salió tras Jacob, cuyo encuentro termina con un pacto tras erigir una estela
que señalaba el territorio de cada uno. A medida que se aproxima a la tierra de
su padre Isaac, aumenta el temor de Jacob por el recibimiento de su hermano
Esaú y le envía regalos. Una noche antes del encuentro entre los hermanos, Jacob
se ve envuelto en una lucha con un misterioso personaje que dura hasta el alba
y donde resulta Jacob con una lesión en el nervio ciático que le deja cojo.
Esta sombra que se identifica con Dios le cambia el nombre a Jacob por el de
Israel. Llegó este más tarde a la ciudad de los sikimos (Siquem) y después de
comprar un terreno donde erigir un altar al Dios de Israel sucedió que Dina, la
hija de Jacob y Lea, fue violada por Sukhem, el hijo del jefe del país, el cual
más tarde, arrepentido y enamorado, pide unirse a ella en matrimonio. Aunque la
condición impuesta por Jacob es cumplida, la circuncisión de todos los hombres
de Siquem, Simeón y Leví, los hermanos de Dina, reaccionan con brutalidad y
asesinan a todos los hombres de la ciudad.
Murió Isaac en Khebrón, en tierra
de Kahnaan, donde había vivido Abraam y lo enterraron sus hijos Esaú y Jacob.
Antes había muerto Raquel al dar a luz al último de los hijos de Jacob:
Benjamín. Los doce hijos de Israel: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí,
Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín. Jacob se estableció en la tierra
de su padre, es decir, en Khanaan y sucedió que todos los hermanos de José le
tomaron rencor por ser el favorito de su padre. Los sueños de grandeza de José
no ayudaban a que el cariño retornarse al corazón de sus hermanos. Y así un día
en que Israel envió a José hasta Sukhem, sus hermanos decidieron acabar con su
vida, pero Judá propuso venderlo a unos mercaderes ismaelitas que iban camino
de Egipto y para justificar la ausencia de José mancharon su túnica con sangre
de una cabritilla y se la presentaron a Israel. José fue vendido en Egipto a
Petefrés, el eunuco del faraón. Hay un paréntesis antes de proseguir con la
historia de José. En él se da cuenta de la descendencia de Judá que tanta
trascendencia tiene por ser la genealogía de Jesús, de los escrúpulos de Aunán
(Onán) por cumplir con la ley del levirato y de las consecuencias de su
inobservación. José encontró el favor del faraón y se puso al frente de su casa
porque Dios estaba con él. Después la ira de la despechada esposa del faraón
condujo a José hasta la prisión. Volvió allí a ganarse el afecto del jefe y la cárcel
quedo en sus manos. El copero mayor y el pandero mayor del faraón tuvieron un
sueño y acudieron a José para conocer su significado. Y lo mismo hizo dos años
después el faraón para desvelar el misterio que se encerraba en las siete vacas
gordas y las siete vacas flacas con las que soñaba. Convencido el faraón de que
Dios estaba con José le puso al frente del país para hacer frente a los años de
hambre que se avecinaban. Jacob enterado de que en Egipto se vendía grano,
envió a sus diez hijos a proveerse, quedando Benjamín con él. Cuando se
presentaron ante José, este los reconoció, pero no ellos a él. Los retuvo tres
días y después los mandó de vuelta a casa con el grano. En su poder quedaba
Simeón hasta que el más pequeño acudiera a dar seguridad de que no era un
espía. Jacob no quiso arriesgar la vida de Benjamín, único hijo que de su
esposa Raquel le quedaba, tras la supuesta muerte de José. Pero una vez acabado
el grano fue de necesidad volver a Egipto y entonces Jacob aceptó que Benjamín
acompañara a sus hermanos. Después de que la copa de plata que José había
ordenado esconder entre las pertenencias de Bejamín, fuera descubierta y
ordenado aquel que este quedara a su lado como siervo por su falta, Judá
explica a José pormenorizadamente lo que significaría para su padre Jacob la
pérdida de Benjamín y José revela su identidad. Lejos de dirigirles reproche
alguno, afirma José: “Dios me ha enviado por delante de vosotros para preservar
la vida. Porque este es el segundo año de hambre sobre la tierra y todavía
quedan cinco años en los que no habrá labranza ni cosecha”. Setenta y cinco
fueron las personas que de la casa de Jacob entraron en Egipto. El hambre
continuó años tras año y José adquirió para el faraón todo el dinero
disponible, luego los ganados, más tarde las heredades y por último los
convirtió a todos en esclavos del faraón. Jacob bendijo a los hijos de José,
Efraim y Manassé, antes de morir y pidió a sus hijos que la tierra de Kahnaan y
no la de Egipto cubriera su cuerpo. José ordenó que embalsamaran el cadáver de
su padre y Egipto hizo duelo por él durante setenta días. Después lo sepultaron
en la cueva de Abraam frente a Mambré, en Khanaan. Vivieron José y sus hermanos
en Egipto y después toda su descendencia y cuando José murió lo enterraron y
colocaron en un féretro para llevar sus huesos con ellos en el día en que Dios
los visite y les haga “subir de esta tierra a la tierra que juró Dios a
nuestros padres Abraam, Isaac y Jacob”.
Como muy atinadamente señala
Rogerson la muy diferente forma en que se tratan en el Génesis las figuras de
Abraam, Isaac y Jacob de una parte y, de otra, la de José y sus respectivas
historias, muy episódicas las primeras y muy rica en detalles y desarrollo, la
segunda, muy bien puede indicar que estemos ante ciclos de redacción temporal
no coincidentes. Además el indudable hieratismo de las figuras del primer
ciclo, desaparece en con la de José.
No por evidente debemos dejar de
señalar la legitimación genealógica que recorre todo el Génesis. Adán-Set,
Noé-Sem, Abraam-Isaac-Jacob-José, en una línea recta descendente que permite
invocar a Dios en unión del ascendiente. Ese tiempo en el que Dios comparecía cuantas
veces era invocado y con el cual el hombre podía dialogar, nos causa una
profunda nostalgia. Bien mirado si ese tiempo existió, bien puede volver.
Alguna sorpresa depara la Septuaginta, como el tratamiento de animal sagaz y
sensato que el texto da a la serpiente.