martes, 19 de agosto de 2014

Libro del Génesis.


Los orígenes del mundo y de la humanidad, los primeros antepasados del pueblo de Israel a través de la historia de los patriarcas, los ciclos correspondientes a Abrahán, a Isaac, a Esaú y Jacob, a José y sus hermanos, modelos de conducta y de virtud propiciados por una convivencia tribal y una explicación integradora de la realidad humana. Eso es lo que está en el Génesis.

Hay un firmamento creado para separar las aguas de arriba de las de abajo y un brote de hierba que siempre semilla según su especie y semejanza. “Un hálito de Dios se deslizaba por encima del agua”. En el Edén puso Dios al hombre bajo la advertencia del árbol de la ciencia del bien y del mal y Adán fue dando nombre a los animales. Luego, tras la expulsión, Dios le puso guardianes al paraíso “no vaya ahora a extender la mano, tomar del árbol de la vida, comer y vivir para siempre”. El mismo Dios que dio preferencia a las ofrendas de Abel sobre las de Caín, maldijo al fratricida. Quedaron vivos Caín y Set, el tercer hijo de Adán. Noé, un descendiente de Set, estaba destinado a dar reposo al hombre y tras su nacimiento Dios recapacitó y decidió borrar a sus propias criaturas. Hizo Dios una alianza con Noé: mando construir un arca y poner a salvo una pareja de cada especie para preservarla del diluvio y Noé obedeció al Señor. Sobre las montañas de Ararat posó Dios el arca. Después de un año la tierra se secó y del arca salieron Noé y sus hijos Sem, Kham y Iáfeth y la mujer de Noé y las mujeres de sus hijos y las bestias por parejas. Dios selló con Noé el pacto de no retorno del diluvio y colocó un arco sobre la nube para que sirviera de recordatorio. Noé cubrió su desnudez inducida por el vino con la inocencia de Khanaan, el hijo de Kham, al que maldijo y dejó bajo la servidumbre de su tío Sem. Los hijos de Noé poblaron la tierra de nuevo después de que Dios los dispersara confundiendo sus lenguas en la torre de Babel.


Abram, semita por descender de Sem, llegó a Kharrán (Jarán, noroeste de Babilonia siguiendo el curso del río Éufrates), en compañía de su padre, Thara, de su mujer, Sara, y de su sobrino, Lot. Allí el Señor le dijo a Abram que debía dirigirse a Khanaan y partió después de la muerte de su padre, Thara. Dios promete a Abram dar la tierra de Khanaan a su descendencia. Abram con su mujer Sara y su sobrino Lot fueron a Egipto a causa del hambre que asolaba la zona y allí Sara se hizo pasar por hermana de Abram. El faraón tomó a Sara y Dios lo castigó. Para evitar las disputas, Abram y Lot se separaron después de salir ricos de Egipto. Lot se quedó con el valle del Jordán y se instaló en Sodoma y Abram levantó un altar a Dios en Hebrón, junto a la encina de Mambré. Las promesas de Dios tardaban en llegar porque Sara seguía sin dar hijos. Dejó Abram encinta a la esclava de su mujer Sara, llamada Hagar, y esta dio a luz a un niño que se llamó Ismael. Trece años después Dios instituye con Abram la alianza de la circuncisión. Abram, como padre de multitudes y naciones, cambia su nombre por el de Abraam y Sara por el de Sarra. Después junto a la encina de Mambré se apareció el Señor a Abraam y le anunció el embarazo de Sarra que hizo reír a esta porque era ya muy vieja para tener hijos. Dios escuchó a Abraam y prometió no destruir Sodoma si en su interior había diez sabios. Pero los dos ángeles no descubrieron más sabio que Lot al que sacaron con sus dos hijas y su mujer, la cual por volverse a mirar quedó transformada en estatua de sal. Tras la destrucción de Sodoma y Gomorra las hijas de Lot se acostaron con su padre ante la creencia de haber quedado como únicos habitantes de la tierra. La mayor concibió a Moab y sus descendientes fueron los moabitas y la menor parió a Ammán y sus descendientes son llamados ammanitas. Abraam circuncidó a Isaac, el hijo nacido de su mujer Sarra, al octavo día conforme le había ordenado Dios. Tenía entonces Abraam cien años. Quiso Sarra que su hijo no se rozara con el de la esclava Hagar y pidió a su marido que expulsara a ambos. Aunque Abraam se negó en principio, Dios le dijo que debía escuchar a su esposa y fueron expulsados. Dios salvo a Ismael de morir de sed en el desierto, pues le estaba reservado hacer con él una gran nación. Cuando murió Sarra quiso Abraam enterrar a su mujer y los hijos de Khet (los hititas) le permitieron que compraba la tierra situada frente a Mambré, en Khebrón, en Khanaan. Antes de morir Abraam hizo jurar a su criado más antiguo que iría a la tierra de donde salió para buscarle esposa a su hijo a Isaac. Que fuera Rebeca la elegida significaba una unión directa con la casa del padre porque Rebeca e Isaac eran primos, colaterales en quinto grado de parentesco. La muerte del patriarca común de las tres religiones del Libro, es narrada con admirable plenitud: “Abraam se consumió y murió en una hermosa vejez, anciano y lleno de días, y fue añadido a su pueblo”. Sus hijos lo enterraron junto a Sarra, en una cueva frente a Mambré.


Rebeca concibió y dio a luz a Esaú, el primogénito, y a Jacob que salió agarrado al talón de su hermano. Esaú menospreció la primogenitura y se la vendió a Jacob por un trozo de pan y un guiso de lentejas. Isaac se estableció en territorio de los filisteos, en Gérara. También Isaac, como su padre, tuvo miedo y presentó a Rebeca como su hermana hasta que el rey Abimélekh lo descubrió y dio la orden de que nadie tocara a Isaac y a Rebeca. La familia prosperó hasta suscitar la envidia de los filisteos, quienes fueron cegando los pozos que los criados de Isaac abrían. Hasta Berseba, el último de los pozos, fue el rey Abimélekh para pedir perdón a Isaac después de saber que el Señor estaba con él. Isaac, viejo y casi ciego, manda a Esaú, por el que siente inclinación, “a cazar una pieza de caza” con la que obtener su bendición. Rebeca, cuyas preferencias recaen en Jacob, logra que el bendecido sea este en lugar de su hermano. Esaú lleno de cólera solo piensa en “que se acerquen los días del duelo” y Jacob por consejo de su madre se marcha a la casa de Labán, el hermano de Rebeca, en Mesopotamia con el pretexto de buscar esposa. Y así “Isaac despidió a Jacob que se fue a Mesopotamia junto a Labán, el hijo de Bathuel, el sirio, hermano de Rebeca, la madre de Jacob y Esaú”. Un magnífico ejemplo de la yuxtaposición propia del lenguaje bíblico. Cansado del camino Jacob se recuesta, duerme y sueña: el famoso sueño de la escalera de Jacob. Al lugar lo llamó la Casa de Dios y puso como estela la piedra sobre la que había reposado. Como es bien sabido Labán tenía dos hijas: la mayor, Lea, y la hermosa Raquel. Jacob sirvió a Labán siete años a cambio de que Raquel fuera su esposa, sin embargo el día de la boda la entregada fue Lea y Jacob se quejó del engaño. Otros siete años de trabajo le exigió Labán entregándole por anticipado a su hija Raquel. Así Jacob tuvo dos esposas, hermanas, las hijas de Labán, las sobrinas de Rebeca, la madre de Jacob. Lea tuvo cuatros hijos: Rubén, Simeón, Leví y Judá. Los dos siguientes, Dan y Neftalí, los concibió Balla, la esclava de Raquel. Gad y Aser los parió Zelfa, la criada de Lea. Volvió Lea a ser fecunda y le dio a Jacob dos hijos más: Isacar y Zabulón. Dios atendió las súplicas de la estéril Raquel y le dio un hijo: José. Después quiso Jacob volver a la tierra de su padre en Khanaan y como su suegro le regateaba la entrega del ganado propio, Jacob se marchó llevando consigo cuanto le pertenecía. Al tercer día Labán conoció la huida y salió tras Jacob, cuyo encuentro termina con un pacto tras erigir una estela que señalaba el territorio de cada uno. A medida que se aproxima a la tierra de su padre Isaac, aumenta el temor de Jacob por el recibimiento de su hermano Esaú y le envía regalos. Una noche antes del encuentro entre los hermanos, Jacob se ve envuelto en una lucha con un misterioso personaje que dura hasta el alba y donde resulta Jacob con una lesión en el nervio ciático que le deja cojo. Esta sombra que se identifica con Dios le cambia el nombre a Jacob por el de Israel. Llegó este más tarde a la ciudad de los sikimos (Siquem) y después de comprar un terreno donde erigir un altar al Dios de Israel sucedió que Dina, la hija de Jacob y Lea, fue violada por Sukhem, el hijo del jefe del país, el cual más tarde, arrepentido y enamorado, pide unirse a ella en matrimonio. Aunque la condición impuesta por Jacob es cumplida, la circuncisión de todos los hombres de Siquem, Simeón y Leví, los hermanos de Dina, reaccionan con brutalidad y asesinan a todos los hombres de la ciudad.      


Murió Isaac en Khebrón, en tierra de Kahnaan, donde había vivido Abraam y lo enterraron sus hijos Esaú y Jacob. Antes había muerto Raquel al dar a luz al último de los hijos de Jacob: Benjamín. Los doce hijos de Israel: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín. Jacob se estableció en la tierra de su padre, es decir, en Khanaan y sucedió que todos los hermanos de José le tomaron rencor por ser el favorito de su padre. Los sueños de grandeza de José no ayudaban a que el cariño retornarse al corazón de sus hermanos. Y así un día en que Israel envió a José hasta Sukhem, sus hermanos decidieron acabar con su vida, pero Judá propuso venderlo a unos mercaderes ismaelitas que iban camino de Egipto y para justificar la ausencia de José mancharon su túnica con sangre de una cabritilla y se la presentaron a Israel. José fue vendido en Egipto a Petefrés, el eunuco del faraón. Hay un paréntesis antes de proseguir con la historia de José. En él se da cuenta de la descendencia de Judá que tanta trascendencia tiene por ser la genealogía de Jesús, de los escrúpulos de Aunán (Onán) por cumplir con la ley del levirato y de las consecuencias de su inobservación. José encontró el favor del faraón y se puso al frente de su casa porque Dios estaba con él. Después la ira de la despechada esposa del faraón condujo a José hasta la prisión. Volvió allí a ganarse el afecto del jefe y la cárcel quedo en sus manos. El copero mayor y el pandero mayor del faraón tuvieron un sueño y acudieron a José para conocer su significado. Y lo mismo hizo dos años después el faraón para desvelar el misterio que se encerraba en las siete vacas gordas y las siete vacas flacas con las que soñaba. Convencido el faraón de que Dios estaba con José le puso al frente del país para hacer frente a los años de hambre que se avecinaban. Jacob enterado de que en Egipto se vendía grano, envió a sus diez hijos a proveerse, quedando Benjamín con él. Cuando se presentaron ante José, este los reconoció, pero no ellos a él. Los retuvo tres días y después los mandó de vuelta a casa con el grano. En su poder quedaba Simeón hasta que el más pequeño acudiera a dar seguridad de que no era un espía. Jacob no quiso arriesgar la vida de Benjamín, único hijo que de su esposa Raquel le quedaba, tras la supuesta muerte de José. Pero una vez acabado el grano fue de necesidad volver a Egipto y entonces Jacob aceptó que Benjamín acompañara a sus hermanos. Después de que la copa de plata que José había ordenado esconder entre las pertenencias de Bejamín, fuera descubierta y ordenado aquel que este quedara a su lado como siervo por su falta, Judá explica a José pormenorizadamente lo que significaría para su padre Jacob la pérdida de Benjamín y José revela su identidad. Lejos de dirigirles reproche alguno, afirma José: “Dios me ha enviado por delante de vosotros para preservar la vida. Porque este es el segundo año de hambre sobre la tierra y todavía quedan cinco años en los que no habrá labranza ni cosecha”. Setenta y cinco fueron las personas que de la casa de Jacob entraron en Egipto. El hambre continuó años tras año y José adquirió para el faraón todo el dinero disponible, luego los ganados, más tarde las heredades y por último los convirtió a todos en esclavos del faraón. Jacob bendijo a los hijos de José, Efraim y Manassé, antes de morir y pidió a sus hijos que la tierra de Kahnaan y no la de Egipto cubriera su cuerpo. José ordenó que embalsamaran el cadáver de su padre y Egipto hizo duelo por él durante setenta días. Después lo sepultaron en la cueva de Abraam frente a Mambré, en Khanaan. Vivieron José y sus hermanos en Egipto y después toda su descendencia y cuando José murió lo enterraron y colocaron en un féretro para llevar sus huesos con ellos en el día en que Dios los visite y les haga “subir de esta tierra a la tierra que juró Dios a nuestros padres Abraam, Isaac y Jacob”.

Como muy atinadamente señala Rogerson la muy diferente forma en que se tratan en el Génesis las figuras de Abraam, Isaac y Jacob de una parte y, de otra, la de José y sus respectivas historias, muy episódicas las primeras y muy rica en detalles y desarrollo, la segunda, muy bien puede indicar que estemos ante ciclos de redacción temporal no coincidentes. Además el indudable hieratismo de las figuras del primer ciclo, desaparece en con la de José.


No por evidente debemos dejar de señalar la legitimación genealógica que recorre todo el Génesis. Adán-Set, Noé-Sem, Abraam-Isaac-Jacob-José, en una línea recta descendente que permite invocar a Dios en unión del ascendiente. Ese tiempo en el que Dios comparecía cuantas veces era invocado y con el cual el hombre podía dialogar, nos causa una profunda nostalgia. Bien mirado si ese tiempo existió, bien puede volver. Alguna sorpresa depara la Septuaginta, como el tratamiento de animal sagaz y sensato que el texto da a la serpiente. 

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