El número de hombres acaudalados
es muy inferior al de mujeres bonitas. Y la señorita María Ward de Huntingdon
tuvo la suerte de resolver a su favor este binomio al unirse a sir Thomas
Bertram de Mansfield Park y obtener así el tratamiento de lady. Unos cuantos
años después vino a unirse a la familia, Fanny Price, sobrina de lady Bertram,
un acto lleno de caridad para con la familia de su esposa por parte de sir
Thomas. Y como el matrimonio de Frances Ward no había sido tan afortunado como
el de su hermana María, la prevención de sir Thomas ante una más que esperable
“tosca ignorancia, mediocridad de opiniones y modales penosamente vulgares” de
su sobrina estaba justificada. La jugosa concatenación de reservas es de una
actualidad sorprendente. Pero no hay aquí envanecimiento por parte de sir
Thomas, sino que era muy esperable que su sobrina hubiera adquirido esas
deficiencias de la sociedad en la que se había educado. Aunque Fanny terminó metiendo
en la cama sus penas el día de su llegada a Masfield, por su cabeza se pasó un
pensamiento revelador de un carácter poco común: “Que sería una perversidad por
su parte no ser feliz”. Nadie como Jane Austen para explicar en unos cuantos
párrafos de perfecta ejecución, cómo se siente una niña de diez años recién
llegada a una familia que ve en ella poco más que un objeto de caridad.
Fue Edmund, el hijo menor de los
Bertram, quien primero prestó atención a Fanny después de encontrarla en las
escaleras llorando. Fanny le tomó afecto a Edmund y lo colocó un poco por debajo
del que sentía por su hermano William. Unos años después sir Thomas ha de
abandonar Inglaterra y decide llevar consigo a su hijo mayor, Tom, muy dado al
gasto excesivo. Las sutilezas, inabordables desde nuestro tiempo, se revisten
de una puntillosa complejidad en el caso de la muerte de la jaca de Fanny, que es
resuelta por la bondad de Edmund. Pero si nos referimos a sutilezas
probablemente ninguna como la de la señora Norris, la otra tía de Fanny, que es
capaz de admirar el discernimiento ajeno
si, y solo si, es usado para descubrir los méritos propios. A los veintiún
años, María Bertram se compromete con el muy rico señor Rushworth condicionado
por el consentimiento de sir Thomas que todavía permanece fuera. La llegada al
condado de Mary y Henry Crawford, hermanastros de la señora Grant, la esposa
del párroco de Mansfield, trajo novedades importantes: una semana después,
Julia Bertram estaba total y absolutamente dispuesta a dejarse enamorar por el
gallardo Henry. Enfermos como estaban los Crawford de engaño, su decisión de
hacer una cura en Mansfield trajo las consecuencias propias de una epidemia.
Comparten la velada las
preocupaciones del señor Rushworth por la riqueza paisajística de las
trescientas hectáreas de parque que rodea la mansión de Sotherton y las
vicisitudes del arpa de la señorita Crawford en su viaje desde Londres hasta Mansfield.
Primero disfrutó Edmund de la habilidad de la señorita Crawford con el arpa y más
tarde de las largas excursiones cabalgando en su compañía, lo que, inevitablemente,
suponía el abandono de Fanny. Aunque no tardó Edmund en rectificar y el
incidente sacó a la superficie las virtudes de ambos: la responsabilidad de él
y la bondad de ella.
La visita a Sotherton nos permite
conocer alguno de los pliegues de la futura señora Rushworth en cuyo corazón se
disputan el terreno la vanidad y el orgullo. Enseñar una casa como la de
Sotherton exige de cierta preparación porque cada cosa es bellísima en su
género y los retratos de la familia son demasiado numerosos. En la capilla, que
por su falta de personalidad decepciona a Fanny, la señorita Crawford conoce
las serias intenciones de Edmund de convertirse en clérigo, al fin y al cabo,
como segundo hijo, no le quedaba más remedio que elegir entre servir al Rey, a
la Ley o a Dios. En el soto o parque, Fanny se queda doblemente a solas,
mientras la señorita Crawford y Edmund pasean por su interior y la señorita
Bertram y el señor Crawford recorren el exterior. Desde ese lugar seguro
llamado Fanny va el lector examinando a los que huyen, persiguen o permanecen.
El anuncio del regreso de sir
Thomas supone la proximidad de importantes acontecimientos: el enlace de María
y la ordenación de Edmund. El halago de este a Fanny nos brinda la oportunidad
de recibir de la boca de la señorita Crawford un certero perfil psicológico de
la señorita Price, “más acostumbrada a merecer las alabanzas que a oírlas”. Y
sin embargo, las estrellas fueron desplazadas, esa noche, por el coro.
El plan de representar en
Mansfield una obra de teatro por los
Bertram y los Crawford con el auxilio y colaboración de los amigos más íntimos
de la casa, cuenta con la estéril oposición de Edmund y de Fanny. La elección
de la obra y el reparto de los papeles liberan una compleja sucesión de
intereses y sentimientos quedando los primeros solo satisfechos en función de
los segundos. El corazón de Fanny le lanza una advertencia cuando se entera de
que Edmund ha reconsiderado su postura tras advertir un papel vacante muy
próximo al de la señorita Crawford. Si al principio Fanny se sintió sola, muy
pronto las continuas quejas de todos y cada uno de los demás sobre expectativas
incumplidas o atenciones desatendidas, le sirvieron de entretenimiento. Todo
bullía como en el interior de una olla al fuego. Jane Austen utiliza la pieza
de teatro para sacar a la superficie de la realidad aquello de lo que nadie se
quiere dar por enterado.
La inesperada llegada de si
Thomas supone un brusco giro de la situación. El primero en marcharse fue Henry
Crawford dejando un hondo pesar en el corazón enamorado de María y un aliviado
resentimiento en el de Julia. El poco fuste del señor Rushworth, el prometido
de María, era tan evidente que el mismísimo si Thomas invitó a su hija a
expresarse con sinceridad sobre su relación con el heredero de Sotherton. La
respuesta le satisfizo doblemente, pues al carácter ventajoso se la alianza se
venía a sumar la certeza de que una joven “que no se casaba por amor era en
general sumamente apegada a su propia familia”. Lo que sir Thomas ignoraba era
que la respuesta de su hija estaba dictada por el despecho nacido del
desinterés de Henry Crawford y, lo que era aún más grave, por el odio hacia
Mansfield. Un par de meses después María se trasladará con su marido y Julia a
la aristocrática Brighton, dejando para Fanny el primer lugar en Mansfield. En
realidad lo que queda en Mansfield es un prometedor triángulo: Edmund, Mary y
Fanny. Sir Thomas no es hombre que escatime sus opiniones: Fanny puede aceptar
la invitación a cenar de la señora Grant. Muy al contrario que la señora
Norris, cuya perorata admonitoria dirigida a Fanny, encuentra por esta la más
humilde de las respuestas: reitera las gracias y se apresura con su labor, pese
a lo cual Norris le recuerda a Fanny que su lugar es siempre el último. Tal es
la virtud de esta jovencita que cuando sir Thomas le pregunta a qué hora quiere
el coche para que la lleve hasta la casa de la señora Grant, nuestra querida
Fanny no puede sino sentirse como un criminal ante la presencia de su tía. La
velada contó incluso con la sorpresa de la presencia de Henry Crawford que tomó
muy buena nota de lo extraordinariamente bien que le sentaba el otoño a la
señorita Price. Encantos que se centuplicaron con el regreso de su hermano
William.
La llegada a Mansfield del
sobrino de lady Bertram incrementó la simpatía hacia los hermanos Price hasta
el punto de decidir a sir Thomas a ofrecer un baile para diversión de los
jóvenes. En la víspera, Fanny, tras el incidente de las dos cadenas, descubre
el amor que su primo Edmund siente por la señorita Crawford. Fanny se prohíbe
considerar tal hecho como un desengaño: sabe que no posee el privilegio de la
solicitud. Durante el baile Edmund se mueve inquieto y solo logra el descanso
cuando baila con Fanny. Para quien no hay amparo, y no deja de sorprendernos porque
durante trescientas páginas no hemos visto en su corazón más que una turbina,
es para el frívolo Henry Crawford. Tan seguro está de ganar la partida del amor
que no duda en elevar a los altares propios la virtud ajena. Las cartas que
exhibe el señor Crawford son tan buenas, las recomendaciones necesarias para
que William sea nombrado teniente de corbeta, que la negativa de Fanny le
parece a sir Thomas insuficiente. Fanny revela una independencia de espíritu inesperada
para la época y la posición social de sir Thomas, La cascada de reproches
parece no tener fin: terca, obstinada, egoísta, desagradecida. Pretendiente y
tío acabaron por decidir que Fanny no sabía de sus sentimientos y que era mejor
esperar que insistir. Aunque con menos sorpresa que sir Thomas por el rechazo
de Fanny, Edmund compartía el punto de vista de su padre. Hasta tal punto es
presionada la virtuosa Fanny que acaba pidiendo perdón por no tener a
disposición del señor Crawford el sentimiento por este reclamado. Los Crawford
ensayaron una maniobra de retirada dejando en manos de sir Thomas y Edmund la
observación del campo de batalla. ¡Qué lejos parecen todos de conocer a Fanny!:
su espíritu no podía navegar por mejores aguas que las de Mansfield donde su
secreto está mejor guardado. Y sin embargo, quizás por intuición psicológica,
sir Thomas traza el plan de alejarla de Mansfield permitiéndole que visite a su
familia en Portsmouth. No tiene más que dieciocho años, ha vivido más de la
mitad de su vida en Mansfield, sabe que cuando regrese la suerte de Edmund
estará ya decidida, ignora cuanto la espera en casa de su madre, no cuenta más
que el amor de su hermano William y su propia virtud. ¡Pobre Fanny!
Hay dos jornadas de viaje entre
Northampton y Portsmouth, tiempo suficiente para que Fanny piense y abra su
corazón a sí misma. Era un secreto que poco a poco nos había ido siendo
revelado. Ahora lo sabemos con absoluta certeza: Fanny está enamorada de su
primo Edmund. La noticia en el domicilio de los Price no es la llegada de
Fanny, sino la salida del barco de William, la corbeta Thrush, del puerto para fondear en Spithead. Tan triste y árido fue
el exilio de Fanny en la casa paterna que cuando recibió carta de la señorita
Crawford su corazón brinco de alegría. Un mes después de su llegada a
Portsmouth, Fanny se sentía abatida y los primeros síntomas de una depresión
eran ya perceptibles en su rostro. Ahora ya sabía que su casa era Mansfield. Pero
Mansfield no era ya el mismo que había dejado atrás: primero la enfermedad de
Tom y después el escándalo de la señora Rushworth, huida en compañía del señor
Crawford, habían sumido a los Bertram en el hondo pozo de la desgracia y el
deshonor. El único consuelo para sir Thomas y su familia era la virtud de
Fanny. El abatimiento absoluto que mostraba la señora Norris a la llegada de
Fanny era la mejor muestra de aquello a lo que se enfrentaban las hermanas
Price, pues por expreso deseo de sir Thomas, Fanny viajaba acompañada de su
hermana Susan. El tiempo trajo consigo la mejoría de Tom y el regreso de Julia
a Mansfield acompañada con su marido, el frívolo Yates, cuyas deudas le
parecieron a sir Thomas menos de las esperadas. Más tarde, el acuerdo de
construir un retiro deliberadamente infortunado para María, liberó a todos de
la presencia de la señora Norris y con absoluta seguridad hubo una tarde en la
que bajo los árboles de Mansfield Park, Edmumd cobró conciencia de que la paz
había regresado y que frente a sí tenía lo que era demasiado bueno para
cualquier hombre: los ojos tranquilos y dulces de Fanny Price.