En las llanuras de Moab, frente a
la tierra prometida, Moisés antes de morir transmite al pueblo un resumen de lo
acontecido en varios discursos en los que es difícil saber si la voz es la del
profeta, la de Dios o la del autor del texto. “Estas son las palabras que
dirigió Moisés a todo Israel…” en el primer día del mes decimoprimero en el año
cuadragésimo desde la salida de Egipto. Ni siquiera Moisés entrará en la tierra
prometida, la irritación de Dios con los hijos de Israel por su desobediencia
solo admite dos excepciones: Khaleb, hijo de Iefonné y el Iesoús, hijo de Naué.
Recuerda Moisés el paso por las tierras de Esaú. Primero fue Seón, rey de los
amorreos, el que vive en Hesebón. Después Dios entregó a Og, el rey de Basán,
con todo su pueblo. Hizo contemplar desde el monte Pisgá la tierra prometida a
Moisés, porque este no cruzará el Jordán.
Este pueblo que hace “imagen
tallada de cualquier cosa” a pesar de la prohibición divina revelada en el
monte Khoreb, será dispersado entre todas las naciones y en su aflicción
hallará al Señor. “El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Y amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y
estas palabras estarán en tu corazón y en tu espíritu, y se las enseñarás a tus
hijos hablando sobre ellas cuando estés sentado en casa, cuando vayas por un
camino, cuando estés acostado y estés levantado. Y las atarás a tu mano como
señal, y serán inquebrantables ante tus ojos. Y escribidlas en las jambas de
vuestras casa y de vuestras puertas.” El Shemá que es recordado. Porque no solo
de pan vive el hombre, sino que tan necesario como este le es la palabra “que
salga de la boca de Dios”. Pueblo de cerviz dura y flaco de memoria con el que
Dios ha de emplearse a fondo.
Moisés tiene ciento veinte años y
no va a cruzar el Jordán, será Iesoús quien encabece la marcha del pueblo. Y en
el monte Nabaú en la tierra de Moab frente a Jericó, Moisés murió. Y no hubo
más un profeta en Israel como Moisés.