¡Maldita sea la vida, no tiene fondo la muy infame!
Un titán llamado Zorba baila sobre los guijarros de la playa.
La vida es de por vida, lo que no es cosa para olvidar. Cualquier cosa antes
que un ratón de biblioteca, incluso… una mina de lignito frente al mar de
Libia. Naturalmente que estamos hablando de una mina abandonada. Hay, qué duda
cabe, un anhelo escondido. Puede ser Buda, pero también otra cosa. Tal vez,
deja de oír la voz del capitán Lemonis. Una cara infeliz de palo. Alexis Zorba
toca el santuri y luego pasa el plato, pero es capaz de hacer cualquier trabajo
con las manos, con los pies o con la cabeza. Adornos de latón y de marfil con
un bordón de seda roja en el extremo: el santuri. Dos rones para las buenas
migas.
Navegar por el Egeo en un dulce otoño señalando con el dedo
el nombre de cada isla. El sol se ponía ya en mitad del mar cuando Zorba dijo
que si un dedo molesta para el trabajo es mejor cortarlo. Avistada Creta, a
primera hora, aclaró que le cuesta mucho abrir la boca por la mañana para
hablar. Casi es mejor que así sea porque cuando la abre, hace preguntas que no
tienen respuesta, como la de los niños. A Zorba le encantan las viudas.
El mar de Creta viene de África. Durante siglos los piratas
se proveyeron en sus playas de ganado, mujeres y niños. Dante sin carne y a
escondidas es la dieta del amigo de Zorba. Hoy arroz, mañana lignito: esta es
la dieta de Zorba. Mavrandonis, el notable del pueblo, les manda al hotelito de
madame Hortense, una tinajita con pasas e higos secos, queso, granadas y rakí.
No es exactamente deseo en la mirada, es más bien una mirada
que solicita permiso para mirar. ¡Ahí está el deseo! Pero es imprescindible
guardar las distancias. Esa es la clave de los derechos humanos de aquellos que,
como Zorba, en nada creen.
El milagroso nacimiento del viejo Anagnostis que cumplimenta
a sus visitantes con cuentos y criadillas de cerdo.
Un día de dulce lluvia tras una noche de fuertes convulsiones
budistas. Zorba está en el medio, ni pertenece a los que hacen de la comida
grasa y excrementos, ni tampoco a los que la convierten en Dios. Zorba,
simplemente, hace con ella trabajo y buen humor.
Sofinka, Nusa… La mujer, el tema eterno. El corazón de Zorba,
una vela mil veces zurcida.
Es más fácil vivir así: todos abrazados. Piedras, flores,
lluvia y seres humanos. Todos empapados. A Mimithós, el tonto de la aldea, el
tifus lo salvo de la escuela.
Troncos amarillos, alas azules, barcos negros, marineros
verdes, cintas rosadas: los dibujos de Zorba. Se imagina a Dios con una gran
esponja en la mano, nada de balanza o espada.
Bajo las gruesas estrellas invernales, era navidad y el
patrón de Zorba pensó que la verdadera felicidad es trabajar como un mulo, como
si uno estuviera lleno de ambiciones, aunque en realidad no tenga ninguna. El
deseo de Zorba es algo más modesto: nacer cada año, como Cristo.
Las fieras cavilaciones de Zorba le llevan a recordar el
consejo de su abuelo: “¡Lejos de las mujeres!”. Y a pesar de todo, todo es la misma cosa.
Incluso el teleférico que está empeñado en construir.
El patrón tiene otros amigos. Como Karayannis, un griego que
vive en Tanganica y posee una fábrica de cordajes. Karayannis odia a los
europeos y habita una zona aislada de las montañas Usambara, cerca de la costa.
Pero también dispone de discípulos, como los maestros budistas, dispuestos a
convertirse en pastor de griegos esclavizados entre bolcheviques y kurdos.
De pronto a todos les da por escribir. También a Zorba. Cada
uno tiene su paraíso. El de Zorba está lleno de mujeres y dinero. Ha ido a
Megalo Kastro a comprar material para el teleférico y siete días después
continúa allí gastando el dinero de su patrón con una jovencita que le llama
abuelito. La viudita después del suicidio de Pavlís le manda una cesta de
naranjas al patrón. Las aulagas (aquí piornos) ya había echado sus flores
amarillas.
El trabajo de Zorba consiste en sacar del interior de la
montaña el lignito. El trabajo del patrón es subir hasta la cumbre y asegurarse
de que Zorba es siempre distinto y, pese a ello, no tiene dificultad alguna en
reconocerse. El de la mina pone nombre a las vetas hasta que se agotan; el de
fuera se reserva el puesto de portero en el monasterio imaginario del patrón.
Una Virgen arisca vigila el monasterio que está en la cumbre
de la montaña. Los monjes recluidos preguntan por periódicos para saber del
mundo. Han subido para que el higúmeno firme el contrato de explotación del
bosque. El teleférico lo tiene Zorba en su cabeza. Los monjes no atienden. Por
las noches un obispo y Zorba intercambian teorías.
La fragata de todas las Francias o la Bubulina, es decir,
madame Hortense, se ha enamorado de Zorba-Zeus. Sopla el sucio lebeche.
Ceremonia pagana porque después de todo ¿qué si no la fe es única explicación
que en verdad entendemos? El viejo marco
se transforma en la Santa Cruz y la Santa Cruz en marco dependiendo de la fe.
En un solo acto, Zorba se liberó de todo: de la patria, de la
religión y el dinero. Comprendió que para el mundo lo importante es tener
sombrero, poco importa la cabeza sobre la que repose.
Que el alma también es carne, quizás sea la mejor enseñanza
de Zorba. Él es el único que defiende a la viuda cuando la multitud quiere
lapidarla. Su único pecado parece la supervivencia.
Zorba se amonesta a sí mismo tras la muerte de madame
Hortense: “A ver, Zorba, aguanta; ¡pórtate bien!”. Mimithós corría con los
zapatitos desfondados de la muerta colgados del cuello. Poco después el diablo
vuelve a actuar e incendia el monasterio disfrazado de arcángel Miguel que guía
la mano del atolondrado Zajarías. Zorba le reclama al patrón una verdad que se
pueda bailar o con la que sea posible construir una fábula.
El desastre del teleférico hizo que todos huyeran. A solas el
patrón y Zorba comen el cordero asado y beben el vino de Yerápetra. Después
Zorba le enseña a bailar. “Cuando todo sale mal, ¡qué alegría poner a prueba
nuestra alma y medir su valor y su resistencia!”.
¿Qué palurdo es este que compara las palabras entre los
dientes con el barro en los pies?