La carta que Albert Camus escribe el 19 de noviembre
de 1957 a su maestro, Louis Germain, se ha convertido en uno de los más altos
testimonios de cómo un magnífico y apasionado docente había podido cambiar la
vida de un estudiante nacido en una familia pobre de Argelia, sin padre (muerto
en la guerra) y criado con los sacrificios de la madre (casi sorda y
analfabeta) y de la abuela. En contra de la opinión de los familiares que
empujaban a Albert a encontrar enseguida un trabajo para ganarse la vida. Germain
lo prepara gratuitamente para el concurso de una beca de estudios en el liceo
Bugeaud. Camus tenía apenas once años. Treinta y tres años más tarde, al
recibir el reconocimiento más prestigioso que se destina a un literato, Albert
expresa su gratitud al educador que le había ofrecido la oportunidad de ser
cuanto había llegado a ser. El 19 de diciembre, Camus dedica al mismo Germain
el discurso que pronuncia en la ceremonia de Estocolmo.
«Querido señor Germain:
He esperado a que se apagara un poco
el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón.
He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando
supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin
la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su
ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto.
No es que dé demasiada importancia a
un honor de este tipo. Pero me ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo
que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos,
su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos
en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su
alumno agradecido. Lo abrazo con todas mis fuerzas».
Albert Camus
Todos reconocemos en esa carta una verdad que nos
traspasa. Hay verdad en ella porque es valiosa. Está repleta de significación y
de sentido. Camus se expresa desde la gratitud y la modestia. El ejemplo del
profesor ha infectado al alumno. Sobre esta verdad una sociedad puede levantar
palacios.
Postdata: El texto está extraído del libro de Nuccio
Ordine titulado Los hombres no son islas, publicado por El Acantilado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario