sábado, 28 de junio de 2025

Elogio de las virtudes minúsculas o la excelencia en clave menor. Marina van Zuylen

 


El ensayo de Marina van Zuylen nos habla de la mediocridad, pero no en el sentido peyorativo que posee en la sociedad actual, sino en el “muy honorable sentido de la palabra”, es decir en lo que los antiguos llamaban “aurea mediocritas”, ese territorio que guardaba las distancias entre los excesos, y convertía la mesura y el equilibrio en signo de virtud. La autora es consciente del peligro que conlleva optar por el término medio porque semejante planteamiento supone haber alcanzado cierto éxito, sin el cual “es muy difícil detenerse a pensar en los pros y contras de la vida suficiente”. Este concepto de “vida suficiente” es el que quiere la autora convertir en referente de una vida que sabe salir del engreído yo y presta atención al punto de convergencia con el otro.

    El anuncio del fracaso relaja la lectura. Conscientes del “síndrome de la insuficiencia” al que en buena medida se refería Schopenhauer (es decir, el ciclo carencia-gratificación-hastío que se repite continuamente), la autora busca potenciar cualidades más discretas, como la honestidad y la dignidad. Tarea nada sencilla porque exige suspender los juicios de valor “y observar la vida mientras sucede, atentos al proceso más que al resultado”.   Comenta a este respecto Marina la sutileza del artista belga Jacques Lizène (1946-2021) que practicaba una estética de la mediocridad, un arte en el que el talento carecía de relevancia, actitud fundamental para la búsqueda de la importancia de lo que no tiene importancia. Algo así como el arte sin arrogancia.

    La vida suficiente abre los ojos a la belleza y la brillantez, y relega la envidia y la rivalidad. Se centra en las menudencias, en los comentarios pasajeros, en las emociones sencillas para acercarse a otra forma posible de pensamiento que no es el que emana de nuestra interioridad, siempre solipsista y etiquetadora, sino el que pone de manifiesto la opacidad que preside las interacciones con los demás. Aceptar la opacidad, dice Marina, “es una forma de interpretación íntima”. La filósofa canadiense E. Manning, que dirige un laboratorio de pensamiento en movimiento relacionado con el espectro autista, dice: “La suspensión del juicio… es un estado infinitamente más difícil de mantener y de trasladar a un activo. Si no convertimos a alguien en un tipo, en un símbolo, entonces no tendremos la capacidad de valorar su actuación y por extensión, la nuestra. Esta suspensión deshace el nudo competitivo que obstaculiza el diálogo… menospreciar a personalidades en apariencia nada excepcionales (ya formen parte de la ficción o de la vida real) podría indicar que solo sabemos relacionarnos con ellos si ya se encuentran dentro de nuestras preexistentes categorías de éxito y fracaso”. La opacidad es concepto clave de transformación que fuerza a desproteger aquello que nos separa para, como dijo, Judit Butler “ser reconfigurados por la existencia de los otros”.

    Comparto las dificultades de las pretensiones que persigue la ensayista, pero admiro su trabajado intento de hacernos comprender algo que puede ser revolucionario: “Qué diferentes serían nuestras interacciones con los otros si tuviéramos la paciencia de esperar a que se manifieste lo que no resulta enseguida evidente y, sin embargo, está a punto de aparecer”. Lectura exigente, pero iluminadora porque nos muestra la invisibilidad de lo evidente.

    La información que tenemos de esta profesora de Filología Francesa y Literatura Comparada en el Bard College (universidad privada de las artes liberales) en el estado de Nueva York, es escasa. En una entrevista para una revista francesa dijo: “Dejemos de buscar a las personas que nos hacen quedar bien”.


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