Juan Bonilla (Jerez, 1966) es
poeta, narrador, periodista, ensayista, editor, articulista y traductor. Dirige
la revista Calle del Aire que publica la editorial Renacimiento. Recoge en este
volumen “reflexiones y ocurrencias muy al tuntún de los días”. Algo que es muy
de mi gusto.
En Simios apóstoles, Bonilla
nos habla en primer lugar de ese deporte al que ha dedicado la mayor parte de
su vida intelectual: el periodismo cultural. Su extraordinaria capacidad para
cambiar las cosas de sitio le permite aprovechar las citas de Gómez de Serna,
de Francisco Rico o incluso de Harry el Sucio para poner de manifiesto que lo
importante es la capacidad que el crítico tenga de emocionar, “entendiendo
emocionar como movernos hacia alguna parte distinta al punto donde estamos”.
Rechaza la crítica destructiva y nos advierte del peligro constante de una
clase de periodismo que busca procesos de verificación a partir de filtraciones
interesadas.
Completa Bonilla unas
estupendas páginas dedicadas a la fotografía en el apartado de Fotogenia. En
especial las que dedica a Chema Madoz y a Frances Woodman. Quien tenga interés
en este arte puede muy bien comprar el libro leer estas páginas y cerrarlo. Habrá
amortizado de sobra el precio. No menos atractivas resultan aquellas en las que
el jerezano nos entretiene con amenidad hablando de Borges y Bioy. Pareja que
gozaba “repitiendo las desdichas [y debilidades] de todo el mundo”.
Antes que nada, el lector, dice Bonilla, es un elector. Alguien que de
alguna forma libera la vida contenida en el libro “y al abrirlo le diga: levántate
y habla”. Leer “es ocuparse, o sea, llenarse de algo, encargarse de algo”.
Usando a Don Quijote como señor “de los lectores activos”, indica Bonilla que
forman estos una especie capaz de “agrandar la propia literatura, aquellos que
se diría impelidos para utilizar lo leído con afán de llegar a un sitio
distinto que, estrictamente, no estaba en el texto utilizado de trampolín”.
En el marco de la cultura de la cancelación, Bonilla hace referencia no
solo a aquellos que pretenden que confundamos vida y obra de escritores y
artistas, sino especialmente al impacto que la misma provoca sobre determinados
aspectos humanísticos. En este sentido cuenta Bonilla la experiencia que tuvo
cuando pretendió hacer una exposición sobre la figura de Lolita, el personaje
de la novela de Nabokov. La institución después de estudiar el proyecto admitió
que la exposición parecía necesaria, pero “no vemos razón alguna para que
seamos nosotros quienes corramos el riesgo de hacerla y generar una polémica
que mancharía nuestro prestigio”.
Se muestra Juan Bonilla espléndido al ceder a la tentación de decirnos que
la Cultura es sobre todo una tarea que genera entusiasmo. “Me acordaba de
instantes importantes, si importar significa traer de fuera lo que uno no
produce por sí mismo…, de cuando yo tenía 18 años y [Borges en Sevilla] hablaba
de la filosofía como una rama de la literatura fantástica… de una tarde en la
Universidad Autónoma de Barcelona [donde un historiador enseñaba] que los
sumerios al verbo escribir le llamaban ‘hacer surcos’, o sea, sembrar, y al
verbo leer le llamaban ‘recoger el fruto’… Y recuerdo una conferencia de Carmen
Martín Gaite acerca de que… en el mismo momento en que está siendo escrito
[cada texto] ya está inventando de algún modo a su interlocutor futuro”.
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