“Quien ha realizado la experiencia del poder, de la capacidad irrestricta de humillar a otro ser humano..., automáticamente pierde el poder sobre sus propias sensaciones. La tiranía es una costumbre, tiene su propia vida orgánica y se convierte finalmente en enfermedad. La costumbre puede destruir y embrutecer al mejor hombre, reduciéndolo al nivel de una bestia..., el retorno a la dignidad humana, al arrepentimiento... llega a ser casi imposible.”
La casa de los muertos. Dostoievski.
Primo Levi, un joven e ingenuo judío italiano, es capturado por la milicia fascista el 13 de diciembre de 1943. Piensa que alegar su condición de judío le salvara de la tortura y la muerte que va aparejada a su militancia comunista. En enero de 1944 es enviado al campo de Fossoli, cerca de Módena. Llega la orden de deportación. Él sabe, todos saben, rezan y lloran. Lamentan el dolor antiguo del pueblo judío. Y se pregunta ¿cuál es el sentimiento que corresponde a golpes propinados sin cólera? Vagones de mercancías atestados de hombres, de mujeres, de niños. Sed y frío y puñadas a ciegas. Austria, Checoslovaquia, Polonia. Un tren con destino a Auschwitz, un lugar que entonces carecía de significado. El andén de Asuchwitz hormigueante de sombras, y enseguida las mujeres, los niños, los viejos desaparecen en la oscuridad. De esa misma oscuridad que traga y vomita, surge el futuro vestido de balandrán.
En la puerta del campo: “Arbeit Mach Frei” y en la sala vacía donde esperan, un grifo que gotea agua envenenada. Los desnudan para que obedezcan, los rapan para que sepan que todos tienen ahora la misma cara de idiota. Si los nazis se han tomado la molestia de aplicar el protocolo de la “indiferenciación”, es porque los van a utilizar como mano de obra. Así es, están en Buna-Monowitz, un subcampo de Auschwitz. Se trata de un campo de trabajo, distinto del campo de exterminio que es el de Birkenau. Trabajarán en una fábrica de goma. La transformación, ya no son los mismos que llegaron, termina con los zapatos de madera, los andrajos y los azulados números tatuados bajo la piel. El mar del Lager se los ha tragado. Levi lleva el número 174.517.
El “sagrado pedacito gris” de pan, la única moneda del Lager, lo reparten a primera hora de la mañana. Basta una semana para que el campo te convierta en un animal y la rebeldía, único depósito de la dignidad, acaba refugiándose en las abluciones matutinas con agua sucia, sin jabón y con el atillo de la chaqueta entre las piernas. Los universos inferiores son complejos, quizás más que los superiores. El orden moral del campo impone que “los privilegiados opriman a los no privilegiados”. No hay otra forma de mantenerse en el escalón superior, que descargando el peso en el escalón inferior.
La meta de Levi, de todos los Levi del campo, no es otra que la llegada de la primavera, y por eso todas las mañanas se espera y comenta la salida del sol: hoy un poco antes, un poco más caliente que ayer. Tres litros de sopa después, la infelicidad toma la forma de los hombres libres. El homo economicus está también presente en medio de la barbarie, el precio de un litro de potaje, de la Mahorca, de los nabos, sufre las fluctuaciones de la regla clásica oferta/demanda que, en ocasiones, se extiende fuera del Lager. Se trafica con todo, con las ropas viejas, con los zapatos de los muertos, con las cucharas…
Los hundidos y los salvados, las dos únicas categorías reales del Lager. A ambos dedicará Levi el último texto de la trilogía. Para sobrevivir era necesario renunciar al mundo moral. Elías es un producto del campo, un sobreviviente porque es “físicamente indestructible” y un demente en el interior. En libertad, Elías acabaría en la cárcel o en un manicomio, pero aquí, en el Lager, es un triunfador. En el lado opuesto está Henri que utiliza su extraordinaria inteligencia para desarrollar un completo programa de supervivencia: organización y compasión. El retrato que Levi traza de Henri que se mueve entre la fascinación de la cobra y la repugnancia del gusano, tenía nombre y apellidos. Se trataba de Paul Steinberg. Cuenta Antonio Muñoz Molina que cuando Steinberg se enteró allá por los años noventa de su aparición en el libro de Levi, el sentimiento de culpa le llevó a redactar, Crónicas del mundo oscuro, como una especie de alegato de defensa ante un juez, Levi, que ya había fallecido.
Noviembre de 1944. Llueve. Levi trabaja con las piernas clavadas en el fango. Afortunadamente no hay viento. Su compañero, un húngaro que aún no ha aprendido que el Lager hay que economizarlo todo “el aliento, los movimientos…, el pensamiento”, trabaja con demasiado ímpetu. Después la lluvia se convierte en la nieve del invierno. Las posibilidades de Levi de superar un nuevo invierno son pocas. De los noventa y siete italianos que llegaron no quedan más que veintiuno. Es entonces cuando nace el Kommando 98, el Kommando Químico y Levi es seleccionado y tiene derecho a una camisa y unos calzoncillos nuevos. Justo a tiempo, porque además se dice que los rusos están a ochenta kilómetros. Se los oye acercarse en el temblor de la tierra bajo los pies. Levi trabaja a cubierto y caliento en el laboratorio.
Enero de 1945. Los rusos se acercan. Levi con escarlatina entra en el Ka-Be. El campo fue evacuado el 18 de enero de 1945. Partieron más de veinte mil, la mayoría moriría en las llamadas “marchas de la muerte”, Levi gracias a la escarlatina se quedó esperando a los rusos.
18 de enero. La Buna es bombardeada. Decenas de enfermos de un barracón alcanzado aporrean las puertas del Ka-Be. Imposible dejarlos entrar. Las bombas han roto los cristales y el frío es intenso. Levi no tiene fuerzas más para hablar con un par de franceses que tiene a su lado. Los pocos alemanes que quedaban han desaparecido.
19 de enero. Dos sacos de patatas y una estufa es el resultado de la expedición de Levi y los dos franceses fuera del Ka-Be. “El Lager, apenas muerto, ya estaba descompuesto. Ni agua, ni electricidad: las ventanas y las puertas desbaratas eran batidas por el viento, chirriaban las chapas desajustadas de los tejados y las cenizas del incendio volaban alto y lejos. A la obra de las bombas se juntaba la obra de los hombres: andrajosos, deshechos, esqueléticos, los enfermos en condiciones de moverse se arrastraban por todas partes como una invasión de gusanos, sobre la tierra endurecida por el hielo.”
20 de enero. Nueva expedición por las ruinas del Lager: unos nabos helados arrancados con un pico de un enorme montón, un bidón de agua y una batería de camión. Se oye continuamente y se ve a lo lejos a la Wehrmacht retirarse. Dos judíos se pelean a cámara lenta en la cocina por un puñado de patatas podridas.
21 de enero.- Potaje y un poco de orden.
22 de enero.- Incursión en el campo de los SS. La abnegación de Charles.
23 de enero.- Patatas y difteria.
24 de enero.- Cadáveres. Los “ricos” del barracón 14. Cadáveres. Una industria de velas. Cadáveres.
25 de enero.- La agonía de Sómogyi.
26 de enero.- Zarabanda.
27 de enero.- ¡Los rusos!
En el Lager nunca es mañana por la mañana.
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