Unas breves notas sobre el autor -a muchos puede resultarle desconocido-, para situarlo. Heinrich von Kleist era prusiano (Reino de Prusia formado por el Ducado de Prusia y el Electorado de Brandeburgo) y vivió entre 1777 y 1811. Se le ha incluido dentro del romanticismo alemán, pero lo cierto es su obra no llamó la atención hasta el siglo XX. Buena parte de culpa le correspondió a Stefan Zweig que dedico un estudio a von Kleist en su ensayo La lucha contra el demonio. Se suicidó muy joven. Se dice que fue la sombra de Goethe.
Treinta hombres acompañan a Kohlhaas camino de Wittenberg donde se refugia Wenzel. Tres veces incendia la ciudad y el gobernador ha de conducir al hidalgo a la prisión para protegerlo de la furia del pueblo. Las victorias se suceden, Kohlhaas se autoproclama “vicario del arcángel San Miguel” y la confusión se apodera de toda Sajonia. Hasta el propio Martín Lutero se ve obligado a intervenir: “¡Hombre desbocado, incomprensible y espantoso!” reconviene el reformador al tratante.
Von Meissen, el príncipe elector de Sajonia, y el conde de Wrede, gran canciller del tribunal, se comprometen a revisar el caso y proporcionar a Kohlhaas un salvoconducto. El castigo del hidalgo y la restitución de los dos caballos negros en las mismas condiciones en que fueron entregados, se dan por hechos. Las posturas van aproximándose entre tiras y aflojas, hay orgullo y terquedad que no son fáciles de vencer. El príncipe finalmente proclama la amnistía para Kohlhaas y sus seguidores, sin embargo uno de ellos, llamado Nagelschmidt, se rebela y muchos piensan que no es más que una argucia de Kohlhaas con la que asegurarse la íntegra aceptación de sus pretensiones. Poco a poco la situación se complica hasta desembocar en la pérdida de libertad y la condena a muerte de Kohlhaas. Interviene el príncipe elector de Brandeburgo. La prosa de von Kleist, que irá desgranando las mil piruetas que faltan y que nosotros no vamos a contar, nos puede resultar a los lectores actuales, un poco densa, pero con seguridad que debió de causar sorpresa a principios del XIX, pues era y es un magnífico intento de escapar de la esclavitud que el Romanticismo anunciaba.
La marquesa de O***.Lo asombroso de este relato es que lleve más de doscientos años escrito. No lo es menos que todo su contenido este perfectamente condensado en el primer párrafo: la marquesa, viuda desde hace tres años, está embarazada e ignora cómo ha llegado a ese estado y a quién ha de atribuir la paternidad del futuro hijo, pero como está resuelta a remediar semejante situación, anuncia en el periódico que se casará con quien lo acredite. Prácticamente está ya todo contado. El lector podrá sonreír irónicamente, sentir por la marquesa cierta inclinación afectiva por su ingenuidad o por el contrario reprobar su artero comportamiento, preguntarse por la opinión que tendrán todos los lectores de periódicos del mundo o caer en la cuanta de que en realidad prácticamente nadie lee el periódico en que la marquesa publica sus anuncios. Difícil será que un lector medio no se sienta tentado a atar los numerosos cabos que quedan sueltos en la narración: el ángel de anteayer, el demonio de ayer y el hombre de hoy; las descaradas caricias casi incestuosas entre la marquesa y su padre; la muerte y resurrección del conde; el secreto deseo de la marquesa porque el padre de su hijo sea plebeyo; la sospechosa tendencia que tiene el padre de la marquesa a rendirse al primer requerimiento... El relato roza la perfección.
El amotinamiento del general Dessalines que condujo a la proclamación de la independencia de Haití en 1803, es el tema histórico de fondo de Los esponsales de Santo Domingo. La vida le ofrece a Gustav el desgarrador ejemplo del sacrificio absoluto de una mujer para salvarle la vida, años después la historia se repetirá solo que esta vez el destino retorcerá los hilos hasta convertir a Gustav en verdugo.
Rendir un alma pura es sencillo, lo difícil es perseguir hasta el infierno al alma impura: El hijo adoptivo.
El duelo recoge la misteriosa forma en que la volunta de Dios vio luz el día de Santa Margarita en la plaza de armas del palacio de Basilea.
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