Quincuagésima séptima.-
Séneca regresa a Nápoles y al
pasar por el túnel cerca de Pausilipo, reflexiona sobre el terror que causa al
hombre la oscuridad profunda de la sima, la cual no se calma con virtud ni
razón alguna. Sin embargo, “siendo uno mismo…, el final de todas las cosas…,
¿qué diferencia hay en que se desplome sobre uno la casilla del centinela, o
una montaña?” Y sin embargo, si nos dan a elegir…
Quincuagésima octava.-
Séneca se refiere al género y la
especie y luego habla de las seis categorías en las Platón dividió todo cuanto
existe. El constante fluir y cambio de todo con mención expresa de Heráclito
constituye el siguiente bloque del que se ocupa Séneca. Es asombrosa su
actualidad: “He hablado del hombre, materia inconsistente y caduca, expuesta a
cualquier contingencia; también el mundo…, cambia y no permanece el mismo.”
Quincuagésima nona.-
El gozo como “elevación del alma”
sólo corresponde al sabio. Séneca lanza la pregunta: ¿Por qué la insensatez nos
domina de forma tan pertinaz?, y proporciona una primera respuesta: la
superficialidad con la que nos aplicamos a la filosofía, absortos como estamos
en los negocios. El hombre olvida que “la fortuna no arrebata lo que no otorga”.
De forma que basta con querer lo que no está en manos de la fortuna para quedar
libres de su esclavitud.
Sexagésima.-
Si malas son las ambiciones que
nuestros deudos nos han transmitido, peor resulta que nosotros pidamos ayuda a
los dioses para colmarlas. Es esclavo quien vive para el vientre y libre quien
busca ser “útil a muchos”.
Sexagésima primera.-
La cantidad de vida que haya
pasado por el alma del hombre, es la medida. “Satisfecho, aguardo la muerte”.
Hemos dejado los deseos infantiles atrás y dominado la voluntad para disponer el “alma en orden a querer todo
cuanto la situación exija, y en primer lugar a pensar sin tristeza en nuestro
fin.”
Sexagésima segunda.-
Séneca se ocupa de los negocios y
de los amigos, pero siempre tiene presente su proyecto interior y el ejemplo del
cínico Demetrio, “el mejor de los hombres” a juicio de Séneca. Qué breve, pero
que importante: ejemplaridad y vida interior. ¡De ambas cosas estamos tan huérfanos!
Sexagésima tercera.-
Rechaza Séneca la ostentación
hasta en el dolor, que “del que lo alimenta se escapa y cesa tanto más presto
cuanto más agudo es”. Las muestras tardías de afecto no son otra cosa que
hipocresía y “es “preferible sustituir al amigo [muerto] que llorarlo”. Si el hombre no abandona el dolor, será el
dolor quien abandone al hombre. Señala Séneca que si se fijó un plazo para el
luto es para poner fin al dolor, pues este cuando se extiende más allá, se
torna “o fingido… o insensato”.
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