domingo, 19 de abril de 2015

La esquina (y II).


Para inaugurar la primavera Gary y Tony hacen una escapada a un apartamento de la avenida Fulton. Por el precio de una dosis compran al vecino que los sorprende, saben que les basta con llegar a la  calle, que una vez allí son invisibles. Ningún poli se molestará en preguntarles por la nevera que arrastran sobre un carrito. Los adictos hacen cola frente a la balanza de la United Iron en la avenida Wilkens. El pago es en metálico y nadie pregunta nada. Si alguien es capaz de derribar una farola y llevarla hasta la balanza, la United Iron le pagará ochenta o noventa dólares aunque todos, absolutamente todos, saben que una farola de aluminio le cuesta a la ciudad unos cuantos miles. Eso a nadie le importa.     


El Oldsmobile Cutlass de Ella gira a la izquierda de la calle Baltimore para evitar el deprimente paso por Monroe y Fayette. Lleva puesta su ropa de iglesia, pero aún así un captador le ofrece su producto. La llegada de la primavera y la cocaína transforma a Curt en un saltamontes. Salta por una de las ventanas del picadero de Blue y se rompe un tobillo. El aspecto de Curt en la esquina con las muletas y una constante mueca de esfuerzo y dolor, llama la atención de dos inspectores de la central que estudian el escenario de un tiroteo y le hacen objeto de burlas y mofas. El Gordo Curt se transforma en Popeye y el flash de la cámara policial lo inmortaliza.


Tyreeka está embarazada. No tiene más que trece años y se imagina que ese es un buen recurso para retener a DeAndre. Pero sabe perfectamente, porque lo ha visto desde que nació, que ninguna pareja dura mucho en la esquina. “Revelar lo más íntimo de cada uno a otro ser humano es desnudar lo vulnerable y lo frágil que hay en nosotros, y hacer algo así en la calle Fayette es violar todas y cada una de las reglas de la esquina”.

Solo hay una cosa que obligue al maltrecho cuerpo de un yonqui a madrugar: una citación judicial. “Cuesta un horror decir la verdad cuando la muy jodida está envuelta en un puñado de mentiras”.  Y esa es la pura verdad, sobre todo cuando se trata de mentiras con vida propia y en el orgullo de sentirse americano llevas marcada la prohibición de cometer perjurio.

Después de la muerte de su hermano David a manos de dos agentes de la policía, R.C. solo recobraba vida jugando al baloncesto; el resto del tiempo era simplemente algo que se transformaba en problemático. La policía no se molestó en hacer la más mínima pesquisa cuando el padre de R.C. apareció con la sudadera por encima de los brazos y molido a golpes. Ahora R.C. no tiene más elemento socializador que el básquet.


En el instituto Francis M. Woods ocurre lo imposible: DeAndre voluntariamente pronuncia el famoso discurso de Martin Luther King Jr., Tengo un sueño, ante la asamblea de alumnos y profesores en el gimnasio. Increíblemente un instante después la esquina se los ha tragado a todos.

Organizar el campamento de verano es una tarea muy exigente para Ella Thompson. Los chicos estarán moviéndose continuamente a lo largo del inmenso mercado de la droga que constituyen las calles Fayette y Mount. Sorprendentemente la esquina regurgita a sus habitantes y Ella obtiene de ellos la garantía de que mientras los pequeños transiten por la zona no habrá trapicheo. Ergo, piensa, aún hay esperanza.

El Gordo Curt pasa un par de semanas en el hospital y Kathy, la trabajadora social, le anima a desintoxicarse. El tobillo es ya un desastre irremediable y todo lo que le queda de hígado cuelga de un hilo. Por alguna razón que ni el mismo Curt conoce asiste diariamente a las reuniones del grupo de toxicómanos de la casa Tuerk. También Fran lo intenta a la espera de una cama libre en el CBD.


Durante el verano los chicos de la HMC se trasladan al sur, a la calle McHenry y trapichean durante unas dos horas, lo suficiente para sacarse unos cientos. Por las mañanas ven dibujos animados y antes de salir dudan si coger la pipa o dejarla bajo el colchón. La subcontrata en la venta de drogas no funciona y DeAndre, que no quería tocar el producto, anduvo tieso de pasta hasta que a finales de agosto su primo Dinky compartió una remesa. 

DeAndre y R.C. van a ser padres, aunque en realidad ninguno de los dos tiene ni idea de los que sus chicas, Tyreeka y Treece, respectivamente, piensan hacer con los niños. Gary abandona las calles y se pone a trabajar en el Seapride, un restaurante de cangrejos. La gente hace cola una día tras otro para comer cangrejos y Gary es el mejor seleccionando y separando los machos de las hembras. Trabaja hasta diecisiete horas seguidas. Curt ha cambiado la esquina por la sala de espera de los servicios sociales, lleva dos semanas limpio, pero a la casa de su hermana, con la que convive, no llegan más que facturas. No le queda más remedio que retomar el único trabajo que sabe y puede hacer: el de captador. También Blue lo intenta: ha abandonado el Palacio de las agujas con destino desconocido y ha cambiado los pinceles por las agujas. Fran lleva seis días ingresada en el centro de desintoxicación sin haber recibido una sola llamada de sus hijos.


En el equipo de baloncesto del centro cívico MLK no quedan más que Tae, Dewayne y R.C. La llegada de un nuevo entrenador, las diez derrotas consecutivas y la incorporación de nuevos chicos ha revolucionado lo que empezó siendo una distracción vespertina para los muchachos. La fragmentación del MLK termina por afectar también a la HMC. Los chicos abandonan la zona de Fayette y se trasladan un poco más hacia el oeste, concretamente a la calle, ironías de la vida, Boyd entre Catherine y Franklintown.

Fran mete en casa a un yonqui, Marvin Parker, y todo comienza a derrumbarse. Gary va de chanchullo en chanchullo después de que el restaurante de cangrejos bajara su actividad tras el verano. Y una caída llega consigo otra: la de Marín precipita la de Fran y esta arrastra a su hijo DeAndre. Pero es el nacimiento del pequeño DeAnte Tyree McCullough lo que de verdad llena de terror a los dos adolescentes. La familia Boyd trincha un ave de siete kilos, por supuesto que es el día de Acción de Gracias. A veces, la vida gasta estas bromas. Las primeras semanas todo parece ir bien, incluso excesivamente bien: Tyreeka se comporta como una madre madura y DeAndre como un padre responsable.¿Acaso un trabajo por turnos a cambio de un puñado de dólares es compatible con DeAndre? No, claro que no. Por Navidad, ya está en la esquina de Gilmor con McHenry. Por un tiempo, se dice, es algo temporal. ¿Qué otra cosa puede hacer Tyreeka, sino cerrar los ojos y aceptar el dinero? Las necesidades de un bebé van más allá de los vales sociales.  

Curt, el Gordo Curt, en enero ingresa en el Seton Manor, un lugar destinado a aquellos habitantes de la esquina que no aciertan a morir en la esquina, un sitio donde la gente se muere antes de que te aprendas su nombre, tal y como dice el Gordo Curt.  Gary, el pasmao Gary McCullough, se propone alcanzar su chute haciendo pasar yeso por cocaína en la esquina de Pennsylvania con Bloom, bastante al noroeste de Fayette. DeAndre se asombra de su destreza para rellenas ampollas de cocaína. Marvin vacía la nevera y la alacena, se lo lleva todo y DeAndre se pregunta qué puede sacar un negro en la calle Fayette a cambio de una caja de Krispies. Fran da un portazo y retoma la rutina de ir tres veces al día a la esquina. 


Sin duda habrá otras, pero estas son las leyes fundamentales de la esquina:
1.- El chute es lo primero.
2.- Nunca digas nunca jamás.
3.- La esquina, pese todo, es un hogar.
4.- Toda esquina es una intersección, pero toda intersección no es una esquina.
5.- La cultura de la esquina es la adicción.
6.- La esquina es inmutable.


Lo que realmente impacta es saber que estas reglas son continuamente acatadas y cumplidas no por gente abstracta, sino por cada uno de los personajes del libro que se corresponden milimétricamente con individuos reales y concretos que tuvieron una vida antes del libro y que han continuado viviendo después de él. Algunos murieron tal y como lo cuentan Burns y Simon, otros se marcharon después como sucedió con DeAndre, pero todos cambiaron la vida de los autores y estos, por su parte, le cambiaron el ritmo de la vida al a esquina. Ahora ya nadie puede encogerse de hombros cuando atraviesa ese mercado de la droga llamado la esquina.

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